Archer debió de aprovechar en su día su estancia entre los asesinos, porque rápido como el rayo se desplazó al otro lado del banco y la apuntó con una daga que ella ni siquiera había visto.
—Por favor —resolló el cortesano. Su pecho subía y bajaba con un ritmo irregular—. Por favor, Laena —ella abrió la boca para hablar, tratando de explicarse, pero él seguía jadeando y mirándola con ojos desorbitados—. Te pagaré.
Una parte de sí misma, secreta y retorcida, se enorgulleció de aquella reacción. De todos modos, levantó las manos para mostrarle que estaba desarmada o, como mínimo, que no esgrimía ningún arma en aquel momento.
—El rey piensa que formas parte de un movimiento rebelde que pretende interferir en sus planes.
Archer lanzó una carcajada seca, casi un ladrido, tan desgarrada que costaba relacionarla con aquel hombre afable y encantador.
—¡No formo parte de ningún movimiento! ¡Que el Wyrd me condene, tal vez sea una puta, pero no soy un traidor! —Celaena dejó las manos donde él pudiera verlas y abrió la boca para decirle que se callara, se sentara y la escuchara. Pero él prosiguió—. No sé nada de ningún movimiento de ese tipo. Ni siquiera he oído hablar de nadie que pretenda interferir en los planes del rey. Pero… Pero… —el resuello iba cediendo—. Si me perdonas la vida, te daré información sobre un grupo que, por lo que yo sé, se está haciendo muy influyente aquí en Rifthold.
—¿El rey sospecha de las personas equivocadas?
—No lo sé —repuso él rápidamente—, pero seguro que estará interesado en saber más de ese grupo al que me refiero. Por lo visto, hace poco se han enterado de que el rey planea una nueva atrocidad. Y quieren impedírselo.
Si Celaena fuera una persona buena y decente, le habría dicho que se tranquilizase, que ordenase sus pensamientos. Pero ella no era buena y decente, y como parecía que el miedo le había soltado la lengua a Archer, lo dejó continuar.
—Solo sé lo que he oído susurrar a mis clientas aquí y allá. Pero se está creando cierto grupo aquí en Rifthold que pretende devolverle a Aelin Galathynius el trono de Terrasen.
El corazón de la asesina dejó de latir. Aelin Galathynius, la heredera perdida de Terrasen.
—Aelin Galathynius murió —musitó ella.
Archer negó con la cabeza.
—Ellos no lo creen. Dicen que sigue viva y que está reclutando un ejército para enfrentarse al rey. Por lo visto, anda buscando a los que quedan del círculo de confianza del rey Orlon para reinstaurar la corte.
Celaena se limitó a mirarlo, haciendo esfuerzos por abrir los puños, por tomar aire. Si Archer decía la verdad… No, no era posible. Si esas personas en realidad habían visto a la heredera, sin duda tenía que tratarse de una impostora.
¿Se debía a una mera coincidencia que Nehemia hubiera mencionado la corte de Terrasen por la mañana? ¿Que hubiera hablado de Terrasen como la única fuerza capaz de plantar cara al rey, si acaso conseguía volver a levantarse, con o sin su auténtica heredera? Sin embargo, Nehemia había jurado que jamás mentiría a Celaena; si supiera algo, se lo habría dicho.
Celaena cerró los ojos, aunque permanecía pendiente de cada uno de los movimientos que hacía Archer. En su oscuridad privada, trató de rehacerse, de enterrar aquella esperanza absurda e imposible hasta que no fue capaz de percibir nada salvo el perpetuo miedo.
Abrió los ojos. Archer la miraba de hito en hito, pálido como un muerto.
—No tengo intención de matarte, Archer —declaró la asesina. Él se dejó caer en el banco y relajó la mano que sostenía la daga—. Te voy a dar una oportunidad. Puedes fingir tu propia muerte ahora mismo y huir de la ciudad antes del alba. O podría concederte un mes. Cuatro semanas para que pongas tus asuntos en orden con absoluta discreción. Supongo que tienes dinero invertido en Rifthold. Sin embargo, el tiempo de más tiene un precio: te perdonaré la vida solo si me consigues información acerca de ese movimiento rebelde de Terrasen… y averiguas lo que saben sobre los planes del rey. Transcurrido el mes, fingirás tu propia muerte y abandonarás la ciudad, partirás a algún lugar lejano y nunca volverás a usar el nombre de Archer Finn.
Él la miró atentamente, como si desconfiase de ella.
—Necesitaré el resto del mes para retirar mi dinero —Archer suspiró con fuerza y se frotó la cara con las manos. Al cabo de un momento, dijo—: A lo mejor todo esto es para bien. Podré librarme de Clarisse y empezar de cero en otra parte —aunque esbozó una débil sonrisa, aún parecía anonadado—. ¿Cómo es posible que el rey sospeche de mí?
Celaena percibió con horror que el cortesano le inspiraba una gran compasión.
—No lo sé. Se limitó a entregarme un pergamino con tu nombre escrito, y dijo que formabas parte de un movimiento que se proponía interferir en sus planes… sean los que sean.
Archer resopló.
—Ya quisiera yo ser ese tipo de hombre.
Celaena lo observó: la fuerte mandíbula, los hombros anchos; todo sugería fuerza y determinación. Sin embargo, lo que acababa de presenciar no era precisamente una exhibición de entereza. Chaol había adivinado al instante la clase de hombre que era Archer. Celaena, no. La asesina se ruborizó, avergonzada, pero se forzó a seguir hablando.
—¿De verdad crees que puedes recabar información sobre ese… ese movimiento de Terrasen?
Si bien la heredera tenía que ser por fuerza una impostora, valía la pena investigar un poco más.
Archer asintió.
—Mañana por la noche se celebra un baile en casa de un cliente. Le he oído murmurar al respecto con sus amigos. Si te facilito la entrada a la fiesta, a lo mejor podrías inspeccionar su despacho. Es posible que los auténticos traidores estén presentes en la reunión.
Y también era posible que Celaena averiguase algo relacionado con los planes del rey. Caray, aquella información le resultaría sumamente útil.
—Envía los detalles al castillo mañana por la mañana, a la atención de Lillian Gordaina —le dijo Celaena—. Pero si la fiesta resulta ser un fiasco, reconsideraré mi oferta. No me hagas perder el tiempo.
—Eres la protegida de Arobynn —respondió el hombre en voz baja mientras abría la portezuela del carruaje y salía, guardando la máxima distancia con Celaena—. Jamás se me ocurriría.
—Bien —respondió la asesina—. Y… ¿Archer? —él se detuvo, con la mano en la portezuela. Cuando Celaena se inclinó hacia delante, una pequeña parte de sus tinieblas secretas asomaron a sus ojos—. Si descubro que no has sido discreto, si llamas demasiado la atención o intentas huir, acabaré contigo. ¿Está claro?
Archer le hizo una reverencia.
—A su servicio, mi señora.
Dicho aquello, Archer la obsequió con una sonrisa tan inquietante que Celaena se preguntó si no acabaría por arrepentirse de haberlo dejado vivir. De inmediato, la joven se echó hacia delante y golpeó el techo del carruaje para indicarle al chófer que la llevara al castillo. Aunque estaba agotada, le quedaba un asunto pendiente antes de meterse en la cama.
Llamó una vez y abrió la puerta del dormitorio de Chaol, solo lo justo para asomarse. Lo vio plantado delante del hogar, como si lo hubiera pillado paseándose de un lado a otro.
—Pensaba que estaríais durmiendo —dijo Celaena, entrando en la habitación—. Son más de las doce.
El capitán se cruzó de brazos. Llevaba el uniforme arrugado, el cuello de la camisa desabrochado.
—¿Y por qué te has molestado en pasar? Además, ¿no habías dicho que no vendrías a dormir?
Celaena se ciñó la capa, aferrando las suaves pieles con fuerza. Levantó la barbilla.
—Resulta que Archer no es tan fantástico como yo recordaba. Es curioso cómo un año en Endovier puede modificar la opinión que tienes de los demás.
La boca de Chaol se animó, pero no perdió el aire solemne.
—¿Has conseguido la información que querías?
—Sí, e incluso más —repuso ella.
Le puso al corriente (fingiendo que había obtenido la información sin que el cortesano se diese cuenta, por supuesto); le explicó los rumores que corrían respecto a la heredera perdida de Terrasen, pero evitó decirle que Aelin Galathynius quería reinstaurar la corte y reclutar un ejército. También se calló que Archer, en realidad, no formaba parte del movimiento. Ah, y obvió decirle que se había propuesto averiguar cuáles eran los planes del rey.
Después de que Celaena le hablara del baile que se celebraría al día siguiente, Chaol se acercó a la chimenea y, apoyando las manos en la repisa, se quedó mirando el tapiz que pendía en lo alto de la pared. Aunque estaba viejo y deslucido, Celaena reconoció al instante la vieja ciudad que se acurrucaba en la falda de una montaña, a orillas de un lago plateado: Anielle, la tierra natal de Chaol.
—¿Cuándo tienes previsto informar al rey? —le preguntó el capitán, volviéndose para mirarla.
—Cuando sepa qué hay de cierto en todo eso. Y cuando le haya sacado a Archer la máxima información.
Chaol asintió y se separó de la chimenea.
—Ten cuidado.
—Ya me lo habéis dicho.
—¿Y te parece mal que te lo diga?
—¡Sí! No soy ninguna niña insensata.
—¿Alguna vez lo he insinuado?
—No, pero no paráis de decirme que tenga cuidado y que estáis muy preocupado, y encima insistís en ayudarme en todo y…
—¡Porque me preocupo por ti!
—¡Pues no os preocupéis tanto! ¡Soy tan capaz de cuidar de mí misma como vos!
Chaol dio un paso hacia ella, pero Celaena se apartó.
—Créeme, Celaena —gruñó Chaol, enfurruñado—, ya sé que sabes cuidar de ti misma. Pero me preocupo porque me importas. Que los dioses me asistan, sé que no debería sentirme así, pero no puedo evitarlo. Y nunca dejaré de insistir en que seas prudente porque nunca dejarás de importarme.
Celaena lo miró de hito en hito.
—Oh —balbuceó por respuesta.
El capitán se pellizcó el puente de la nariz y cerró los ojos con fuerza. Luego exhaló un gran suspiro.
Celaena se disculpó con una sonrisa.