Celaena despertó antes del alba con una horrible migraña. Echando un vistazo al exiguo cabo de vela de su mesilla, comprobó que no había soñado la conversación de la noche anterior. Y eso significaba que allí abajo había una aldaba parlante animada por un hechizo ancestral. Y que Elena, una vez más, había encontrado el modo de complicarle infinitamente la vida.
La asesina gimió y hundió la cara en la almohada. Pensaba de veras lo que había dicho. Ya nadie podía ayudar al mundo. Aunque… aunque ella hubiera comprobado en persona los peligros que acechaban y hasta qué punto las cosas podían empeorar. Y aquella cosa del pasillo…
Se tendió boca arriba. Ligera le husmeó la mejilla con su húmedo hocico. Acariciando la cabeza del perro con ademán distraído, Celaena miró el techo. Una luz grisácea se filtraba por las cortinas.
No le hacía gracia admitirlo, pero Mort tenía razón. Celaena había bajado a la tumba con la intención de pedirle a Elena que se hiciera cargo de la criatura del pasillo, con el fin de asegurarse de que no tendría que hacer nada.
«Mis planes», había dicho el rey. Y si Elena quería que los investigase, que encontrara la fuente de su poder… debían de ser espantosos. ¿Qué podía ser peor que esclavizar a miles de personas en Calaculla y Endovier? ¿O que asesinar a cientos de rebeldes?
Siguió mirando al techo durante un rato. Por fin, comprendió dos cosas.
En primer lugar, que si no intervenía, cometería un grave error. Elena solo le había pedido que averiguase lo que estaba pasando. No le había ordenado que solucionase el problema. Ni había mencionado que corriese riesgo alguno. Y eso era de agradecer, supuso Celaena.
En segundo lugar, que tenía que hablar con Archer. Acercarse a él y empezar a planear un modo de simular su muerte. Porque si el hombre formaba parte del movimiento que conocía los planes del rey, quizá Archer pudiera ahorrarle la molestia que supondría espiar al soberano y atar cabos por su cuenta. Sin embargo, en cuanto hubiera dado ese paso… Bueno, en ese momento daría comienzo el más peligroso de los juegos.
Celaena se bañó rápidamente y se vistió con las galas más cálidas y exquisitas que encontró antes de llamar a Chaol.
Había llegado el momento de toparse casualmente con Archer Finn.
Como consecuencia de la tormenta del día anterior, un puñado de pobres diablos armados con palas retiraba la nieve de las calles más elegantes de Rifthold. Las tiendas permanecían abiertas todo el año y, a pesar de las aceras resbaladizas y de las calzadas embarradas, el bullicio de la capital no tenía nada que envidiar al que reinaba en pleno verano.
Pese a todo, Celaena añoraba el estío. Las calles mojadas empapaban el dobladillo de su vestido celeste y hacía tanto frío que ni siquiera el manto de pieles blancas bastaba para mantener a raya las bajas temperaturas. Se mantuvo pegada a Chaol mientras recorrían la concurrida avenida principal. El capitán le había pedido una y otra vez que le dejara echarle una mano con el asunto de Archer, y Celaena acabó por invitarlo a aquella excursión, pensando que no entrañaba riesgo alguno y que así la dejaría en paz. Le había pedido, eso sí, que prescindiera del uniforme de capitán y se vistiera de calle.
Para Chaol, vestir de calle significaba enfundarse una túnica negra.
Por suerte, nadie les prestó excesiva atención; había demasiada gente y numerosos escaparates que admirar. Oh, cómo adoraba Celaena aquella avenida, donde se vendían y se intercambiaban toda clase de objetos de lujo. Había joyeros, sombrereros, sastres, confiterías, zapateros… Como era de esperar, Chaol pasaba como una bala ante los escaparates, sin pararse a contemplar las maravillas que exhibían.
Como de costumbre, una multitud se agolpaba a las puertas de Willows, el salón de té en el que, según Celaena había averiguado, Archer estaba almorzando. Por lo visto, comía allí a diario con otros cortesanos. Su presencia en el salón no tenía nada que ver con el hecho de que la élite de Rifthold almorzase allí también, por supuesto.
Cuando se acercaron al local, Celaena agarró a Chaol del brazo.
—Si entráis ahí con esa cara de pocos amigos —se burló mientras entrelazaba su brazo con el del capitán— van a sospechar que tramamos algo. Y os lo repito una vez más: no digáis ni una palabra. Dejadme a mí la cháchara y el coqueteo.
Chaol enarcó las cejas.
—¿Así que me has traído en calidad de florero?
—Deberíais alegraros de que os considere un accesorio útil.
El capitán gruñó algo entre dientes, un comentario que, obviamente, prefería no compartir con Celaena, pero redujo el paso para adoptar unos andares elegantes.
Ante la arcada de piedra y cristal por la que se accedía al salón aguardaban exquisitos carruajes que dejaban pasajeros o los recogían. Podrían haber acudido en carruaje… Deberían haberlo hecho. De ese modo, se habrían ahorrado el frío y la humedad en el dobladillo del vestido. Pero Celaena, como una boba, había preferido caminar, ver la ciudad del brazo del capitán de la guardia, aunque, a juzgar por la actitud de él, cualquiera habría pensado que la amenaza se agazapaba a la vuelta de la esquina. Sí, llegar en carruaje habría sido lo más apropiado.
El Willows era un local de entrada restringida. Celaena, en su juventud, acudía a menudo a tomar el té gracias al nombre de Arobynn Hamel. Aún recordaba el repiqueteo de la porcelana, el parloteo discreto, los colores menta y crema de las paredes y los inmensos ventanales con vistas al jardín.
—No vamos a entrar ahí —dijo Chaol, y no en tono de pregunta exactamente.
Celaena le dedicó una sonrisa felina.
—No os asustarán un puñado de damas rancias y unas cuantas jovencitas bobas, ¿verdad?
Chaol la fulminó con la mirada y ella le propinó unas palmaditas en el brazo.
—¿Acaso no me estabais escuchando cuando os he explicado mi plan? Nos limitaremos a fingir que estamos esperando mesa. Así que no os pongáis nervioso; no tendréis que quitaros de encima a todas esas niñas malas que intentan echaros la zarpa.
—La próxima vez que entrenemos juntos —respondió Chaol mientras se abrían paso entre una multitud de mujeres exquisitamente vestidas— recuérdame que te dé una paliza.
Una anciana le lanzó una mirada incendiaria y Celaena respondió con una expresión entre compungida y exasperada que significaba: «¡Hombres!». Clavó las uñas en la gruesa túnica de Chaol y le susurró:
—A partir de ahora, boca cerrada y a fingir que sois un mero objeto decorativo. No debería costaros mucho.
Celaena adivinó, por el pellizco del capitán, que realmente le haría sudar la gota gorda la próxima vez que pisaran la sala de entrenamiento. Sonrió.
Tras hacerse un hueco justo al pie de la escalinata que conducía a las puertas de doble hoja, Celaena echó un vistazo a su reloj de bolsillo. Archer solía comer a las dos y por lo general terminaba al cabo de noventa minutos. Eso significaba que estaba a punto de salir. Haciendo muchos aspavientos, fingió buscar algo en su bolso de mano. Chaol, afortunadamente, guardó silencio y se limitó a observar a la multitud que los rodeaba, como si aquellas hermosas mujeres estuvieran a punto de abalanzarse sobre ellos.
Transcurrieron unos minutos. A Celaena se le entumecieron los enguantados dedos. Las entradas y salidas eran tan constantes que nadie se fijó en que solo ellos seguían haciendo cola. Justo entonces se abrieron las puertas. Cuando atisbó un cabello color bronce y una sonrisa deslumbrante, Celaena echó a andar.
Chaol, por una vez a la altura de las circunstancias, la escoltó escaleras arriba hasta que…
—¡Uf! —exclamó Celaena al chocar con un hombro ancho y musculoso. Su actuación fue tan buena que Chaol la sujetó para evitar que cayera rodando por las escaleras. La asesina alzó la vista a través de las pestañas y entonces…
El hombre parpadeó una vez. Dos.
El exquisito rostro que la miraba de hito en hito esbozó una sonrisa.
—¿Laena?
Ella tenía pensado sonreír de todos modos, pero cuando oyó el viejo diminutivo…
—¡Archer!
Notó que Chaol se crispaba levente, pero Celaena no se molestó en mirarlo. Apenas podía apartar los ojos de Archer, que era en su día y seguía siendo el hombre más bello que jamás había visto. No solo guapo, sino bello. Tenía la piel dorada incluso en pleno invierno y aquellos ojos verdes…
Que los dioses del cielo y del Wyrd se apiaden de mí.
Incluso su boca era una obra de arte, un dechado de líneas sensuales y suavidad que pedía a gritos ser explorado.
Como si despertara de un sueño, Archer sacudió la cabeza de repente.
—Estamos estorbando —dijo, y señaló la calle con su manaza—. A menos que tu compañero y tú hayáis hecho una reserva.
—Oh, hemos llegado con unos minutos de margen de todos modos —respondió Celaena. Soltó el brazo de Chaol para dirigirse hacia la acera. Archer bajó las escaleras junto a ella, lo que le permitió echar un vistazo a su atuendo. Túnica y calzas de hechura impecable, botas hasta la rodilla y pesada capa. No eran prendas ostentosas, pero sí caras. A diferencia de otros cortesanos, más llamativos y relamidos, el atractivo de Archer tenía un toque rudo y masculino.
La espalda, ancha y musculosa; el porte varonil; la sonrisa cómplice; incluso el hermoso semblante; todo él irradiaba tanta masculinidad que Celaena no conseguía acordarse del discursito que había preparado.
También Archer parecía buscar las palabras mientras ambos se contemplaban mutuamente, a pocos pasos del bullicio.
—Cuánto tiempo —empezó a decir Celaena, que volvía a sonreír.
Chaol se quedó algo rezagado, en absoluto silencio. Y muy serio.
Archer se metió las manos en los bolsillos.
—Apenas te reconozco. Eras solo una niña la última vez que te vi. Tenías… Dioses del cielo, creo que tenías trece años.
Celaena no pudo evitarlo. Entornó los ojos y ronroneó:
—He crecido.
Archer la obsequió con una sonrisa lánguida y sensual. La recorrió con la mirada antes de decir:
—Eso parece.
—Tú también te has ensanchado —dijo Celaena, mirándolo de arriba abajo a su vez.
Archer sonrió.
—Gajes del oficio.
Torció la cabeza a un lado y posó un instante sus deslumbrantes ojos en Chaol, que los observaba con los brazos cruzados. Celaena recordaba perfectamente que a Archer no se le escapaba nada. Tal vez por eso había llegado a convertirse en el cortesano más solicitado de Rifthold… además de ser un formidable adversario cuando entrenaban juntos en la guarida de los asesinos.
Celaena echó un vistazo a Chaol, que estaba demasiado ocupado mirando al otro con desprecio como para reparar en ella.
—Lo sabe todo —le dijo la asesina al cortesano.
Archer se relajó, pero también reemplazó aquel aire entre sorprendido y divertido por una tristeza contenida.
—¿Cómo lograste escapar? —preguntó el hombre con cautela.
Pese al comentario de su amiga, procuraba no mencionar nada relacionado con su profesión ni con Endovier.
—Me dejaron salir. El rey me liberó. Ahora trabajo para él.
Al ver que Archer echaba un vistazo a Chaol, Celaena dio un paso hacia el cortesano.
—Es un amigo —le dijo con voz queda.
¿Era miedo o desconfianza lo que reflejaban sus ojos? ¿Y se debía aquel recelo al hecho de que la asesina trabajara para un tirano temido en el mundo entero o a que realmente había contactado con los rebeldes y tenía algo que ocultar? Celaena siguió actuando con la mayor naturalidad posible, tan relajada y tranquila como cualquiera estaría en presencia de un viejo amigo.
—¿Sabe Arobynn que has vuelto? —le preguntó Archer.
No era una pregunta que Celaena estuviera preparada para contestar, ni tampoco que quisiera escuchar. Se encogió de hombros.
—Tiene ojos por todas partes. Me extrañaría mucho que no lo supiera.
El cortesano asintió solemnemente.
—Lo siento. Me enteré de lo de Sam… y de lo que pasó en casa de Farran aquella noche —negó con la cabeza y cerró los ojos—. Lo siento mucho.
Aunque se le encogió el corazón al escuchar aquellas palabras, Celaena asintió.
—Gracias.
La joven posó una mano en el brazo de Chaol. De repente, necesitaba su contacto, saber que seguía ahí. También quería cambiar de tema. Suspiró y fingió mirar con interés las puertas de cristal que se abrían y se cerraban en lo alto de la escalinata.
—Deberíamos entrar —mintió. Le dedicó una sonrisa al cortesano—. Sé que en los viejos tiempos me comportaba siempre como una mocosa insufrible, pero… ¿te gustaría cenar conmigo mañana? Tengo la noche libre.
—A veces me sacabas de quicio, no lo voy a negar —Archer sonrió a su vez e hizo un amago de reverencia—. Tendré que cambiar algunas citas, pero me encantaría —metió la mano en la capa y sacó una tarjeta color crema que llevaba grabados su nombre y su dirección—. Hazme saber cuándo y dónde, y ahí estaré.
Celaena no había dicho nada desde la partida de Archer y Chaol no había intentado entablar conversación, aunque se moría por decir algo.
No sabía por dónde empezar.
Se había pasado todo el encuentro pensando en lo mucho que le habría gustado estampar el bonito rostro de Archer contra la fachada de piedra.
Chaol no era ningún necio. Sabía que Celaena no había tenido que fingir todos esos rubores y sonrisas. Y aunque no podía reprocharle nada —hacerle reproches habría sido un error garrafal—, la idea de que los encantos de Archer cautivaran a la joven lo enfurecía. No le importaría tener una pequeña charla con el cortesano.
En vez de regresar directamente al castillo, Celaena echó a andar por el barrio pudiente del centro a paso tranquilo. Después de caminar cerca de media hora de silencio, Chaol se juzgó lo bastante tranquilo como para charlar con ella de forma civilizada.
—¿Laena? —le preguntó.
Bueno, más o menos civilizada.
Los cercos dorados de aquellos ojos azul turquesa centellearon al sol de la tarde.
—De todo lo que se ha dicho allí, ¿ha sido eso lo que más os ha incomodado?
Pues sí. Lo había sacado de quicio, que el Wyrd lo amparase.
—Cuando dijiste que lo conocías, no pensé que fuerais íntimos.
Chaol pugnaba por contener el súbito e incomprensible malhumor que se había apoderado de él. Por más que Celaena se sintiera atraída por el físico del cortesano, se proponía asesinarlo, se recordó.
—El pasado que comparto con Archer me ayudará a sonsacarle información sobre ese movimiento rebelde que tanto preocupa al rey —replicó la asesina, que miraba con aire distraído las elegantes viviendas. Pese al bullicio que reinaba a pocas manzanas de allí, en la zona residencial se respiraba un ambiente de paz—. Es una de las pocas personas que conozco que me aprecia de verdad, ¿sabéis? O, cuando menos, así era hace años. No creo que me cueste mucho enterarme de lo que planea ese grupo contra el rey; o tal vez averiguar la identidad de algún otro implicado.
Una parte de Chaol se avergonzaba de sentir alivio al recordar que Celaena iba a matar al cortesano. No se consideraba mala persona. Y desde luego no era el clásico celoso.
Además, bien sabían los dioses que no tenía ningún derecho sobre la muchacha. Había visto la expresión de su rostro cuando Archer había mencionado a Sam.
Chaol se había enterado de la muerte de Sam Cortland en su momento. No sabía que Celaena y Sam se habían conocido y mucho menos que ella… lo había amado con toda su alma. La noche que fue capturada, no había salido a recoger el dinero sucio de un contrato. No, había acudido a aquella casa a vengarse de una pérdida tan tremenda que Chaol no podía ni empezar a concebirla.
Celaena caminaba a su lado, casi pegada a él. El capitán reprimió el impulso de inclinarse hacia ella, de estrecharla contra sí.
—¿Chaol? —dijo la joven al cabo de unos minutos.
—¿Sí?
—Sabéis que detesto que me llamen Laena, ¿verdad?
Una sonrisa asomó a los labios del capitán, que cerró los ojos un instante.
—Entonces, la próxima vez que quiera hacerte rabiar…
—Ni se os ocurra.
La sonrisa de Chaol se ensanchó. Cuando ella sonrió a su vez, aquel parpadeo de alivio mudó en algo que le encogió el corazón.