105

¿No inventábamos nada? ¿Estaba en lo cierto el narrador de Molloy cuando decía esto? ¿Y aprender? ¿Tampoco aprendíamos nada? ¿Eran, por ejemplo, los tan traídos y llevados y tan prestigiosos años de aprendizaje de un escritor sólo una falacia? ¿Vivíamos sin aprender nada y luego simplemente, como diría Beckett, nos íbamos a la mierda? ¿Acaso lo único que podíamos aprender en este mundo era que no inventábamos nada? El golpe de gracia me lo dio Arrieta regalándome la novela Jacob von Gunten de Robert Walser. La abrí por la primera página, comencé a leer: «Aquí se aprende muy poco, faltan profesores y nosotros, los muchachos del Instituto Benjamenta, nunca llegaremos a nada, es decir, que el día de mañana seremos todos gente muy modesta y subordinada.»

Bonito panorama.

Me recuerdo en un día de lluvia, sentado en la terraza del Café Rien de la Terre de la rue Sainte-Anne, a finales de enero del 76, dándole vueltas al libro de Walser y preguntándome si no serían realmente un falso mito los famosos años de aprendizaje.

«Algo sí que he aprendido en los últimos tiempos, he aprendido a escribir a máquina, eso seguro», me dije poco antes de llamar al camarero, abonar la cuenta y abandonar aquel café y de paso abandonar los años de aprendizaje. «Y a la mierda», recuerdo que pensé.