Hay pasajes de París en los que su cerrada atmósfera parece estar presagiando el fin de algo. De nuestro mundo, por ejemplo. De nuestros días en París, como me sucedió a mí. Son esos passages largamente estudiados por Walter Benjamin, pasajes cubiertos que a veces pueden parecemos muy bellos pero cuya asfixiante atmósfera puede acabar recordándonos la de nuestra alma cuando en momentos melancólicos se impregna de realismo y nos dice la verdad, nos anuncia que el fin está próximo. Decía Louis-Ferdinand Céline en Mort à crédit que el siniestro passage Choiseul, el propio pasaje, había acabado siendo consciente de su innoble asfixia. Y también decía que con su olor a orina y a escapes de gas y otras sutilezas, ese pasaje, donde su madre trabajaba de mercera y en el que él había pasado media vida, era más infecto que el interior de una prisión, y, además, presagiaba lo peor. Un día yo, cuando menos lo esperaba y en el lugar menos pensado, en el passage de Panoramas, me crucé de pronto con Petra, a la que hacía meses que no veía. Nada más verla, no sé cómo fue que olí inmediatamente a orina y a escapes de gas, y sentí la asfixia de aquel pasaje cubierto, como si no quisiera desmentir a Céline. A ella, tan fea y tan en el fondo menospreciada por mí, la acompañaba un fornido chulo, un chulo digamos que de verdad, no el que había creído yo ser cuando estaba con ella.
Petra, como si hubiera captado de inmediato en mi rostro toda la angustia del mundo y, además, la moviera cierto aire de venganza, me dijo algo que ya me había dicho un día y que, si entonces me resultó bastante indiferente, en esta ocasión dejó deshecha mi frágil moral: «Deberías volver a Barcelona, aquí estás perdiendo el tiempo. Yo también lo estoy perdiendo, pero al menos tengo novio y empleo.» Lo peor de todo fue que no le contesté, no le repliqué por un miserable temor a la reacción violenta del chulo. Hoy pienso que, a pesar de que en aquel momento no fui consciente de esto, aquel cruel y deprimente incidente tuvo algo de presagio de que algo para mí iba a acabarse, seguramente fue el principio del fin de mis días en París.