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Unos días después de la segunda muerte de Franco, vi casualmente en una revista la fotografía de una reunión de OuLiPo (Ouvroir de Littérature Potentielle) en el jardín de la casa de François Le Lionnais. A ese taller de literatura potencial pertenecían, entre otros, Georges Perec, Marcel Bénabou, Italo Calvino y Raymond Queneau. Perplejidad al ver aquello. ¿Qué podía ser un taller de literatura potencial? Yo quería precisamente ser escritor para no tener que ir a trabajar a una oficina y aún menos a un taller. Pero seguramente se trataba de un taller de otro estilo, se trataba de un taller literario, tal como indicaban las siglas Li de la palabra OuLiPo. Pero volvía a estar en lo mismo. ¿Qué podía ser un taller literario? No sonaba demasiado bien. ¿Serían cosas de Perec, el raro?

«Se reclaman», decía el pie de foto, «herederos de Raymond Roussel, el precursor de este movimiento, tanto por sus métodos de escritura como por una cierta concepción de la literatura.» A mí Roussel me fascinaba y también me sentía, de algún modo, heredero suyo. ¿Acaso era yo oulipiano sin saberlo? En la foto aparecían diecisiete miembros del grupo y sobre una mesa un retrato de André Blavier, corresponsal del taller en el extranjero, en Bélgica concretamente. Anoté muy bien ese apellido, Blavier, y es que el peinado que llevaba era idéntico al mío. Y ya no digamos su pipa, que parecía la mía. OuLiPo me ha robado la pipa, pensé de pronto. Al día siguiente, indagué acerca de ese Blavier. «Es bibliotecario y patafísico», fue todo lo que supieron decirme. ¡De nuevo, los patafísicos!

Oulipianos, patafísicos, situacionistas… Me dije que lo más prudente sería continuar siendo situacionista, aunque no ejerciera. No estaba yo para demasiadas nuevas aventuras. Pero había que reconocer que París estaba cargada de tantas sorpresas que éstas no se acababan nunca. Me dije que si decidía hacer un breve viaje a Barcelona me haría el interesante cuando conocidos o amigos me preguntaran cómo me iban las cosas por París. «Bueno, igual que aquí, salvo que allí yo soy oulipiano, patafísico y situacionista. Y eso, como comprenderéis, cambia un poco las cosas», les diría peinado a lo Blavier y con mi pipa. Seguramente iba a disfrutar viéndoles sorprendidos o muertos de envidia. Ya era hora de que en mi ciudad me tomaran más en consideración.