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Unos días después de terminar el rodaje de India Song, Marguerite Duras se sintió muy desorientada, he podido saberlo muchos años después, entonces yo no me preocupaba por saber cómo se sentía Marguerite, ni se me ocurría preguntarme cuál podía ser su estado de ánimo. Ahora sé que el final del verano del 74 fue espantoso para ella, fue un final de verano de calor y angustia, y también de soledad. Después del rodaje, todo el mundo había vuelto a su vida cotidiana, y Marguerite se sintió sola. Vacía, en estado de ingravidez, según cuenta Laure Adler en su biografía de Duras. Se fue a Neauphle-le-Château, donde yo la visité precisamente un día, al final de aquel horroroso verano, ignorando todo este drama.

Ahí, en Neauphle, volvió a oír las voces que había estado escuchando a lo largo de los días en los que había escrito el guión de la película. «No funciono en absoluto», le dijo a una amiga, «no consigo volver a la realidad.» Comenzó a pensar en una India Song bis. Una noche, tuvo un sueño extraño: soñó que la desvalijaban, que vaciaban su apartamento de Trouville y que, para colmo, le robaban incluso las vistas al mar. Luego le quitaban la documentación, el dinero, el bolsillo. Lloraba, pero nadie se ocupaba de ella, estaba muy sola y sin vistas al mar. Al despertar, se hundió en una gran depresión, y en los días siguientes el sueño volvió a repetirse una y otra vez.

Sus dos últimos libros no habían funcionado nada, parecía estar acabada como escritora. Se sentía aislada, despreciada, espantada. «El fracaso de mis dos últimos libros me llena de pasmo y de espanto», le escribió a Claude Gallimard, su editor. Y luego, hablando de unos elogios que acababa de recibir en un artículo, le decía: «Usted no ha tenido tiempo de leerlo, lo comprendo muy bien; pero en ese artículo se decía de mí (con razón o sin ella, no es ésa la cuestión) que soy una autora dramática genial (…) Usted está desbordado de trabajo. Y yo tengo que vivir. Tengo una posición política muy violenta (…) Tengo que vivir, estoy sola y ya no soy joven y no quiero acabar en la miseria (el subrayado es suyo). Si he de volver a sufrir esa miseria que conocí de niña, me pego un tiro. No hay vuelta de hoja, quiero defenderme, no soy ninguna santa. Nadie lo es. El martirio de los últimos años de Bataille (siempre le faltaban unos pocos francos) no me parece normal (…) Si no vendo más aquí, me iré al extranjero.»

Ahora sé que, cuando en junio de 1975 India Song se convirtió en una película de culto, esa buena acogida la sorprendió y al mismo tiempo la animó mucho, la hizo salir del bache. El film lo pasaban en varias multisalas compartiendo generalmente cartel con la comercialísima Tommy, la ópera rock de The Who. Hoy en día, conociendo la crisis por la que ella había pasado, comprendo perfectamente que Marguerite se excitara tanto —recuerdo que eso me llamaba mucho la atención— al ver las colas en las entradas de los cines, unas colas que ella creía que eran para India Song cuando en realidad generalmente eran para la película vecina, para la película rockera, lo que no significaba que su film no tuviera éxito, aunque no era el éxito de masas que ella creía, o soñaba.

Con Raúl nos habíamos reído cariñosamente de ese delirio de masas, de esa llamativa ansia o fiebre de éxito de Marguerite. Es curioso, me digo hoy. Es curioso, pero de toda esta historia de miedo y de éxito, de risa y llanto, lo que más se enraíza en mi alma es, en primer lugar, esa violenta desaparición de la vistas al mar en los sueños de Marguerite, tal vez porque me acuerdo de una de las últimas frases que ella escribió, una frase de C’est tout, su testamento literario: «No sé si me da miedo la muerte, no sé casi nada desde que llegué al mar.» O tal vez porque lo que más me aterra de la idea de la muerte eterna es no poder volver a ver el mar, las olas rompiendo en invierno en las playas desiertas.

Pero, sobre todo, lo que más se enraíza en mi alma es esa frase sorprendente, que dice mucho de su estilo tantas veces atrevido, provocador y genial: «Si no vendo más aquí, me iré al extranjero.» ¡Qué fantástica amenaza! Es como si ahora la estuviera viendo decir eso: con una sonrisa infantil, casi jugando. Pero lo que ha dicho es terrible, todos lo sabemos. Y al mismo tiempo es poético. Terrible y poético. Como el extranjero.