Me es imposible no recordar con mucha simpatía —la escribí cuando ya tenía todo el libro terminado— la primera frase de La asesina ilustrada: «Tan mezcladas y entrelazadas se encuentran en mi vida las ocasiones de risa y de llanto que me es imposible recordar sin buen humor el penoso incidente que me empujó a la publicación de estas páginas.»
Esta larga primera frase no sólo me parece un buen comienzo sino que, además —junto a las del peligroso manuscrito criminal que va en el centro de la novela—, es de las pocas que en la actualidad reconozco como mías. Y es que casi todas las otras frases me resultan muy artificiosas o lejanas o fueron copiadas de otros autores. Curiosamente esa larga frase inicial con la que tanto hoy me identifico me resistí en un primer momento a incluirla porque me dije que no podía empezar mi libro con algo tan poco ajustado a mi vida real, pues nunca me había pasado algo de ese estilo, algo que llevara entrelazadas las lágrimas y las risas.
Pero pronto vi que esta frase podía acabar siendo de lo poco que con el tiempo acabaría reconociendo como auténticamente mío. Lo vi gracias a Vicky Vaporú, que me dijo que la vida muchas veces acaba imitando al arte y que podía yo llegar a vivir la experiencia de ver cómo con el tiempo terminaba siendo responsable absoluto de aquella primera frase y en cambio no sintiéndome el autor de muchas de las otras de mi criminal libro.
Y, bueno, así ha sido. Han tenido que pasar, eso sí, bastantes años —pero los doy por bien empleados— para que se haya convertido en cierto algo tan incierto como aquella primera frase de mi primer libro. El hecho es que con el paso del tiempo se han entrelazado en mi vida las ocasiones de risa y de llanto y que, por ejemplo, me es imposible recordar hoy sin buen humor el estado mental con el que he escrito mis más recientes novelas, ese raro estado mental que me lleva a llorar de pena con mi propio humorismo y a reírme a mandíbula batiente cuando mis personajes mueren. Y es que así es la vida y así es el arte. A la larga, si uno se arma de paciencia, comprueba que, al igual que la risa y el llanto, vida y arte tienen tendencia a acabar mezclándose y entrelazándose para componer una figura única, cómica y trágica al mismo tiempo, una figura tan singular como la que componen toro y torero en esas grandes faenas que nunca olvidamos.