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Di con un libro que decidí que tenía conexiones con mi bohemia vida: El tiempo de los asesinos, de Henry Miller, una biografía de Rimbaud y al mismo tiempo una evocación sobre los años en que Miller fue pobre y feliz en París. En un prefacio escrito en Big Sur, California, en 1955, refiriéndose a Rimbaud, decía que, en el simbólico lenguaje del alma, el poeta francés «describió todo cuanto ahora está sucediendo». Según Miller, había una relación directa entre Rimbaud y los grandes innovadores religiosos. También el poeta francés proponía reinventar la vida, volver a empezar de cero. «Está más vivo que nunca», decía de Rimbaud, «y el futuro le pertenece… aunque no haya futuro.» Yo me decía que, dada la mediocridad de mi presente, sería fantástico que el futuro me perteneciera. Y estaba dispuesto a creer a Miller cuando decía que no había futuro, estaba dispuesto a creerle con tal de poder conservar la esperanza de que de todos modos ese futuro, aun sin existir, pudiera pertenecerme algún día.