Iba mucho al cine y Edgardo Cozarinsky también debía de ir mucho, pues me lo encontraba muy a menudo viendo la misma película que yo. Cozarinsky, un borgesiano tardío según Susan Sontag, era un exiliado argentino que parecía haber terminado por sentirse cómodo en el papel de persona desplazada. Escritor y cineasta, vivía entre París y Londres, ignoro dónde vive ahora, creo que sólo en París. Recuerdo que le admiraba porque sabía compaginar dos ciudades y dos dedicaciones artísticas —algo de lo que yo, desde luego, era incapaz; hasta que llegué a París, por ejemplo, no se me había ocurrido nunca que se pudiera vivir en dos ciudades al mismo tiempo, bastante tenía yo con estar en una sola— y también recuerdo que vi alguna de sus películas y leí su ensayo sobre Borges y el cine, y también su estudio sobre el chisme como procedimiento narrativo y otros textos, todos siempre muy hechizantes. Diez años después de que yo dejara París, admiré muy especialmente su libro Vudú urbano, un libro de exiliado, un libro transnacional donde utilizaba una estructura híbrida que en aquellos días era muy innovadora y hoy está más asentada en el panorama literario.
Vudú urbano daba la impresión de haber sido escrito por Cozarinsky tras haber tomado muy en serio aquello que proponía Godard de hacer películas de ficción que fueran documentales y documentales que fueran como películas de ficción. Vudú urbano, que era un libro que se adelantó a otros que después mezclaron el ensayo con la ficción y que por tanto avanzaba nuevas e interesantes tendencias para la literatura, parecía compuesto de narraciones que eran como ensayos y ensayos que eran como narraciones. Era, por otra parte, un libro cargado de citas en forma de epígrafes que hacían pensar en aquellas películas de Godard que estaban sembradas de citas. Algunos de mis libros de los años ochenta y noventa derivan en parte, aunque supongo que inconscientemente, del cine de Godard. Y creo que algo también de la estructura novelesca de Vudú urbano de Cozarinsky, de esa estructura en la que las citas o injertos aparentemente caprichosos prestaban magnífica elocuencia al discurso: las citas o residuos culturales se incorporaban a la estructura de una forma prodigiosa, pues, en vez de sumarse al resto del texto plácidamente, chocaban con él elevándose a una imprevisible potencia y convirtiéndose en un capítulo más del libro.
Creo que el artefacto literario de Vudú urbano, ese libro escrito por alguien que a mí me parece que se sentía cómodo sintiéndose una persona desplazada, influyó sobre todo en mi novela sobre conjuras portátiles, pero esa influencia la recibí a mediados de los ochenta y pertenece, por tanto, a un periodo de mi biografía literaria alejado del que abarca esta conferencia de tres días, que no habla de conjuras sino más bien de conjurar mi juventud revisándola irónicamente.