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Iba mucho al cine.

Johnny Guitar, de Nicholas Ray, es la película que más veces he visto en mi vida. En cuanto la pasaban en París en alguna sesión golfa, allí estaba yo en la cola nocturna, dispuesto a ver aquella película por enésima vez. Me fascinaban sus diálogos sobre el amor y me encantaba la seguridad que emanaba de la fuerte personalidad del héroe. Pensaba que de haberle conocido en mi infancia, ésta habría sido muy distinta de lo que había sido. Me imaginaba a mí mismo durmiendo en mi cuarto de niño, alejado de cualquier terror nocturno, sabiendo que Johnny Guitar guardaba la casa. Me sabía de memoria todo lo que el héroe decía en la película, sobre todo los diálogos de amor, como aquel en el que Johnny (Sterling Hayden) le pregunta a Viena (Joan Crawford) a cuántos hombres ha amado y Viena le pregunta a Johnny a cuántas mujeres ha olvidado.

Una noche en París, de regreso de una larga fiesta en Le Sept de la rue Sainte-Anne, discoteca de moda y centro de la beautiful people (Ingrid Caven, por ejemplo, pero también Yves Saint Laurent, Nuréiev, Helmut Berger, Andy Warhol, y la otra Josette Day, siempre bella y acompañada del monstruo), caminando con los amigos junto al Sena, Adolfo Arrieta señaló de repente hacia la última planta de uno de los imponentes inmuebles junto al río. «Ahí, en esa gran terraza que veis iluminada, vive Sterling Hayden», nos dijo.

Yo no sabía que Johnny Guitar vivía en París. Tras las palabras de Arrieta, seguimos caminando, casi todos en respetuoso silencio, como si hubiéramos caído atrapados por el hechizo de la terraza del héroe sobre el río. Después de aquel día y de aquel silencio, hubo otros días y otros silencios. Solo o en compañía, varias veces volví a pasar de noche, a la orilla del Sena, cerca de la casa de Sterling Hayden. Y recuerdo que siempre instintivamente levantaba la vista y miraba hacia la última planta de aquel inmueble y buscaba la terraza y siempre la encontraba iluminada. Y recuerdo también lo mucho que me confortaba pasar por aquel lugar y mirar hacia arriba y tener la sensación de que desde aquella casa junto al Sena, desde su insomne terraza siempre iluminada, el gran Johnny Guitar velaba por mí, vigilaba la deriva a veces patética de mis pasos junto al río.