Un mes y medio después de aquella noche, Petra reapareció en mi buhardilla y yo, para que no se quedara allí y tras devolverle el dinero, la invité al cine, y quiso el azar que casualmente la película elegida ilustrara de forma inquietante las relaciones que habíamos tenido ella y yo aquella noche de la buhardilla con oso de peluche, aquella noche de un mes y medio antes en la que para mí ella fue mi giro postal y mi puta y yo su fugaz visitante y gran chulo y rey del mambo.
«Te propongo ir a ver la película de Benoît Jacquot, un amigo del barrio», le dije. Si bien era cierto que Jacquot vivía a cuatro pasos de mi casa, lo de que fuera un amigo era algo más que dudoso. Le había visto unos minutos en aquella fiesta de Paloma Picasso. Y sólo en otra ocasión más, esa vez en casa de Duras, adonde él había acudido con su mujer, Martine Simonet.
L’assasin musicien estaba protagonizada por Anna Karina, Joël Brion y por el impagable veterano —siempre actor secundario— Howard Vernon, amante del cine joven o arriesgado y que también trabajaba con Arrieta. El estilo del film de Jacquot era austero, influenciado por el cine de Bresson y de Duras, de ritmo lento y diálogos sobrios y, a decir verdad, más bien apelmazados. Martine Simonet tenía un papel muy secundario, lo que me parecía una flagrante injusticia.
La película era la adaptación de un relato que Dostoievski dejó incompleto y que Jacquot situaba en París: la historia de un joven violinista de provincias que, convencido de tener un don excepcional como músico, deja su ciudad natal para conquistar la capital, donde no encaja en las sucesivas orquestas en las que encuentra asiento, lo que le lleva a decir que no trabaja porque no está interesado en compartir su excepcional genio con los componentes modestos de cualquier orquesta del mundo, por muy buena que ésta sea. Se considera el mejor violinista del mundo y pasea por las calles de París, mirando con una extraña mezcla de engreimiento y envidia los carteles que anuncian conciertos musicales en la ciudad y acaba no teniendo más remedio que chulear a una pobre criada (Anna Karina) que le acoge en su modesta chambre de bonne porque se ha enamorado de él, no del arrogante músico provinciano sin trabajo sino del patético y pobre diablo que ha encontrado dando tumbos por la ciudad diciendo que es el mejor violinista del mundo.