Una mañana, vi de verdad a Jean Seberg. Andaba con el pelo muy corto (como una heroína de Hemingway), gafas de sol y un vestido blanco de lunares negros. La vi pasar caminando muy rápido por delante de uno de los frontones neoclásicos del Palais de Chaillot donde hay inscritas, en letras doradas, unas solemnes frases de Paul Valéry escritas especialmente para ese lugar y que de pronto, ante el paso veloz de la bella Seberg, parecían estar encontrando su verdadera significación:
Depende de quién pase para que sea yo tumba o tesoro.