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Son unos versos de Gil de Biedma: «Ahora, voy a contaros cómo también yo estuve en París, y fui dichoso. / Era en los buenos años de mi juventud…» Parece que se ha dado siempre por supuesto que generalmente los jóvenes artistas que viajan a París viven una bohemia interesante, pasan penalidades pero salen adelante gracias a la ciudad misma, que es hospitalaria, libre y maravillosa. Pero hay casos muy trágicos que contradicen esta idea. El del cuentista uruguayo Horacio Quiroga, por ejemplo, que fue a París y en lugar de ver con esperanza su futuro, cayó en la desesperación más profunda. Por suerte, nunca llegué a enterarme de su caso en los días en que viví en París. Por suerte, pues habría podido ser catastrófico, ya que me habría sentido aún más respaldado en mi desesperación ficticia.

Que París no se acabara nunca debió de ser para Quiroga, a diferencia de para Hemingway, una verdadera pesadilla. Vean lo que escribió el desgraciado Quiroga en su diario: «¡Qué angustia tan grande! Hay momentos en que casi lloro. ¡Y en París, pasarme eso, sin tener una sola persona a quien dirigirme! Cada día que pasa, en lugar de tener más esperanzas, es más oscuro.» Esto lo escribió en su diario, donde más adelante encontramos unas frases que son el reverso exacto de esa idea de Hemingway de que el recuerdo de París es una fiesta que nos sigue. Escribe Quiroga que sólo le calma la idea del suicidio un pensamiento que le produce una emoción nueva y que teóricamente debería alejarle del recuerdo de su paso por París y que sin embargo no sólo no le aleja de ese recuerdo sino que presiente que no lo perderá de vista ni siquiera con el pistoletazo final, pues «aun entonces, digo, tendré horror del recuerdo de París».