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A veces mi sentido de la ironía alcanza a París mismo, y entonces me gusta Nueva York. Diría más: cada vez que alguien nombra a Duchamp, pienso que mi vida ha estado siempre equivocada y que, en lugar de vivir en Barcelona y estar enamorado de París, debería haberme dejado de tantas zarandajas y haber vivido siempre en Nueva York, en el apartamento de Duchamp, por ejemplo. Y leer allí a Hemingway en un confortable sillón sus hazañas de cazador, pescador, amante, boxeador, reportero de guerra y bebedor. Y pensar todo el rato: ¡Qué animal!