21

Evan Jones estaba bebiendo whisky antes del almuerzo por primera vez en su vida. Había un motivo. Tenía un Código y lo había quebrantado, también por primera vez. Estaba explicándoselo a su amigo Arny Matthews, pero no lo hacía muy bien, ya que no estaba acostumbrado al whisky y el primer doble ya le estaba llegando al cerebro.

—Es mi educación, ya sabes —dijo con su musical acento galés—. Capilla estricta. Vivíamos según el Libro. Bueno, un hombre puede cambiar un Código por otro, pero no puede eliminar el hábito de la obediencia, ¿sabes?

—Entiendo —dijo Arny, que no entendía nada absolutamente.

Evan era el gerente de la sucursal bancaria del «Cotton Bank» de Jamaica, y Arny era actuario de seguros senior en «Eire and General Marine Insurance», y vivían en casas contiguas, imitación Tudor, en Woking, Surrey. Su amistad era superficial, pero permanente.

—Los banqueros tienen un código —continuó Evan—. ¿Sabes? Armé un buen jaleo cuando les dije a mis padres que quería ser banquero. En Gales del Sur se espera que los chicos de Grammar School se hagan maestros, o clérigos, o empleados de Coal Board, o funcionarios de sindicato, pero no banqueros.

—Mi madre ni siquiera sabía lo que era un actuario —dijo Arny comprensivamente, sin comprender lo que le decía el otro.

—No estoy hablando de los principios de una buena tarea bancaria, la ley del menor riesgo, el colateral para cubrir sobradamente el préstamo, interés más altos para plazos más largos… No me refiero a nada de eso.

—No. —Arny, ahora, no tenía ni idea de lo que quería decir Evan. Pero tenía el presentimiento de que Evan iba a ser indiscreto, y como cualquiera de la City disfrutaba con las indiscreciones ajenas—. ¿Quieres otro? —Y cogió los vasos.

Evan asintió con la cabeza y contempló a Arny mientras éste se dirigía al mostrador. Los dos se reunían frecuentemente en el salón de «Pollard’s» antes de subir al tren que les llevaba a casa. A Evan le gustaban los asientos de terciopelo, y la tranquilidad y los camareros ligeramente serviles. No tenía interés alguno por el nuevo tipo de pub que estaba surgiendo en Square Mile: moderno, salas llenas con música estridente para los muchachos geniales de cabello largo, con sus trajes de tres piezas y sus corbatas chillonas, que bebían cerveza en jarra o aperitivos continentales,

—Estoy hablando de integridad —resumió Evan cuando Arny regresó—. Un banquero puedo ser un lobo y sobrevivir, si es honesto; pero si no tiene integridad…

—Absolutamente.

—Ahora, fíjate en Felix Laski Ahí tienes a un hombre sin ninguna integridad.

—Ése es el hombre que se hizo cargo de tu negocio. —Con gran pena por mi parte, así es. ¿Quieres que te cuente cómo consiguió el control?

Arny se inclinó hacia delante en su asiento, deteniendo a medio camino el cigarrillo que se estaba llevando a los labios.

—De acuerdo.

—Teníamos un cliente llamado «South Middlesex Properties». Sabíamos que estaban atados por un compromiso de pago y nosotros queríamos dar salida a una cantidad de dinero a largo plazo. El préstamo era demasiado grande en realidad para la compañía propietaria, pero el aval era importante. Para resumir una larga historia, fallaron en los pagos.

—Pero vosotros teníais la propiedad —dijo Arny—. Seguramente los títulos de propiedad estaban en vuestras arcas.

—Sin valor. Lo que nosotros teníamos eran copias… y también las tenían muchos otros acreedores.

—Un fraude evidente.

—Ciertamente, aunque de alguna manera consiguieron hacerlo parecer como pura incompetencia. Sin embargo, estábamos en un aprieto. Laski nos sacó del apuro a cambio de una mayoría de acciones.

—Astuto.

—Más astuto de lo que crees, Arny. Laski controlaba prácticamente «South Middlesex Propendes». Debo aclarar que no era el director, pero tenía acciones y ellos le habían contratado como asesor, y los directivos eran débiles…

—De modo que compró «Cotton Bank» con el dinero que había pedido prestado y cuyos plazos no pagó.

—Así parece, ¿no crees?

Arny sacudió su cabeza.

—Me resulta muy difícil creerlo.—No te resultaría difícil si conocieras a ese individuo.

Dos hombres con togas de abogado se habían sentado en la mesa contigua con unos vasos de cerveza y Evan bajó la voz.

—Un hombre sin ninguna integridad —repitió.

—Vaya golpe… —En la voz de Arny había un matiz de admiración—. Hubieras podido dirigirte a los periódicos…, si ese asunto es cierto.

—¿Y quién demonios lo publicaría, si no es el Private Eye? Pero es verdad, muchacho. No hay abismo al que el hombre no descienda. —Tomó un buen trago de whisky—. ¿Sabes lo que ha hecho hoy?

—No puede ser peor que ese trato con el «South Middlesex» —insinuó Arny.

—¿No puede serlo? ¡Ja! —La cara de Evan estaba un poco enrojecida y el vaso le temblaba en la mano. Habló lenta y deliberadamente—. Me ha dado instrucciones, instrucciones, insisto, de dar conformidad a un cheque de rebote de un millón de libras. —Y dejó el vaso en la mesa con un floreo.

—Pero, y ¿qué hay de la calle Threadneedle?

—¡Exactamente lo que yo le dije! —Los dos abogados se volvieron y Evans se dio cuenta de que había gritado—. Mis palabras exactas. Nunca podrás creer lo que me respondió. Me dijo: «¿Quién es el propietario del "Cotton Bank" de Jamaica?» Y después me colgó el teléfono.

—¿Y tú qué hiciste entonces?

Evan se encogió de hombros.

—Cuando el tomador me llamó por teléfono yo le confirmé que el cheque era bueno.

Arny soltó un silbido.

—Lo que tú digas no afecta en lo más mínimo. Es el «Banco de Inglaterra» el que deberá hacer la transferencia. Y cuando descubran que no tienes el millón…

—Ya le he dicho todo eso. —Evan se dio cuenta de que estaba a punto de llorar y se sintió avergonzado—. Nunca, en treinta años de dedicación a la Banca, desde que empecé detrás del mostrador del «Banco Barclays» en Cardiff, he pasado un cheque sin fondos. Hasta hoy. —Vació su vaso y se quedó mirándolo con pesimismo—. ¿Quieres otro?

—No. Y tú tampoco deberías tomarlo. ¿Piensas dimitir?

—Debo hacerlo. —Sacudió la cabeza de un lado a otro—. Treinta años. Vamos, tomemos otro.

—No —dijo Arny firmemente—. Deberías irte a casa. —Se levantó y cogió a Evan por el codo.

—De acuerdo.

Los dos hombres salieron del bar a la calle. El sol estaba alto y quemaba. En los cafés y las tiendas de bocadillos se empezaban a formar las hileras de gente de la hora del almuerzo. Una pareja de lindas secretarias pasó por su lado comiendo unos cucuruchos de helado.

Arny dijo:

—Hace buen tiempo, para ser esta época del año.

—Hermoso —respondió Evan lúgubremente.

Arny bajó de la acera y llamó un taxi. El vehículo negro cruzó y se acercó con un chirrido de neumáticos.

—¿Dónde vas a ir? —preguntó Evan.

—Yo no. Tú vas a ir. —Arny abrió la puerta y le dijo al conductor—: Estación de Waterloo.

Evan entró dando un traspiés y se sentó atrás.

—Vuelve a casa antes de que estés demasiado borracho para caminar —le dijo Arny. Y cerró la puerta.

Evan abrió la ventanilla.

—Gracias —dijo.

—El mejor lugar está en casa.

Evan asintió.

—Me gustaría saber qué voy a decirle a mi Fanny…

Arny se quedó mirando el taxi hasta que desapareció: después se encaminó hacia su oficina, pensando en su amigo. Evan estaba acabado como banquero. La reputación de honradez se ganaba con mucha lentitud en la City pero se perdía con gran rapidez. Evan perdería la suya con tanta seguridad como si hubiera intentado robar algo del bolsillo del ministro de Hacienda. Quizá le concederían una pensión decente, pero nunca conseguiría un nuevo empleo. Arny estaba seguro, aunque no le sobraba el dinero: justo lo opuesto de la situación de Evan. Ganaba un buen salario pero había pedido dinero prestado para ampliar su sala de estar y tenía dificultades con los pagos. Percibía un medio de ganar algo con la desgracia de su amigo. Pero le parecía desleal. Sin embargo, se dijo, Evan ya no podía perder más. Entró en una cabina de teléfonos y marcó un número. Se oyó la señal y metió una moneda en la ranura.

—¿Evening Post?

—¿Qué departamento?

—Editor de la City,

Siguió una pausa, y después oyó otra voz:

—Sección de la City.

—¿Mervyn?

—Soy yo.

—Aquí Arnold Matthews.

—Hola, Arny. ¿Qué hay de nuevo?

Arny hizo una profunda inspiración.

—El «Cotton Bank» de Jamaica tiene problemas.