Felix Laski y Nathaniel Fett se levantaron cuando Derek Hamilton entró en la habitación. Laski, el supuesto comprador, y Hamilton, el vendedor, se estrecharon brevemente las manos, como los boxeadores antes de una pelea. Laski se dio cuenta, sorprendido, de que él y Hamilton llevaban trajes idénticos: azul oscuro con rayas. Incluso tenían una chaqueta igual, cruzada, sin cortes. Pero el corpachón de Hamilton suprimía toda la elegancia del traje. Sobre él, el traje más bonito hubiera parecido un pedazo de tela alrededor de un montón de jalea. Laski sabía, sin mirarse al espejo, que su propio traje tenía el aspecto de ser mucho más caro.
Se dijo que no debía sentirse superior. Una actitud negativa podría arruinar el trato.
—Encantado de verle otra vez, Hamilton —dijo. Hamilton asintió.
—¿Cómo está usted, Mr. Laski? —La butaca crujió al sentarse.
Laski se fijó en el uso del «Mr.». Hamilton solamente utilizaría el apellido a secas con gente de su nivel.
Laski cruzó las piernas y esperó a que Fett, el agente de negocios, diera inicio al asunto. Estudiaba a Hamilton con el rabillo del ojo. El hombre quizá fue atractivo en su juventud, decidió: tenía la frente ancha, una nariz recta brillantes ojos azules. En ese momento parecía relajado con las manos entrelazadas en el regazo. Y Laski pensó: ya ha tomado una decisión.
—Para hacer un repaso —dijo Fett—, Derek posee quinientas diez mil acciones de «Hamilton Holdings, Limited», una compañía pública. Diversos accionistas poseen cuatrocientas noventa acciones, y no existen otras acciones no emitidas. Mr. Laski, usted está ofreciendo comprar esas quinientas diez mil acciones por la suma de un millón de libras, con la condición de que la venta lleve fecha de hoy y sea firmada a las doce.
—O que una carta de compromiso en esas condiciones lleve esa fecha y sea firmada.
—Así es.
Laski se distrajo mientras Fett continuaba con su relación de formalidades en voz monótona. Estaba pensando que probablemente Hamilton merecía perder a su esposa. Una mujer tan vivaz y tan sensual como Ellen tenía derecho a una vida amorosa llena de pasión: su marido no tenía ningún derecho a abandonarse y echarse a perder.
Aquí estoy yo, pensó, robándole la esposa a un hombre y quitándole el trabajo de toda su vida, y él todavía hace que me retuerza llamándome Míster.
—Tal como yo lo entiendo —estaba concluyendo Fett—, el trato puede llevarse a cabo como Mr. Laski ha señalado. Los documentos son satisfactorios. Solamente queda la cuestión importante de si Derek venderá, y en qué condiciones. —Se arrellanó en su asiento con el aire del que ha cumplido un rito.
Hamilton miró a Laski.
—¿Qué planes tiene usted para el grupo? —preguntó.
Laski reprimió un suspiro. No tenía objeto alguno cualquier interrogatorio. Tenía toda la libertad de contarle a Hamilton un montón de mentiras. Y eso fue lo que hizo.
—El primer paso será una gran inyección de capital —dijo—, Después, una mejora en los servicios de dirección, una sacudida a nivel superior en las compañías operadoras y algunas reformas en los sectores laborales más bajos.
—Nada estaba más lejos de la verdad, pero si Hamilton quería recorrer todo el procedimiento, Laski no iba a defraudarle.
—Ha escogido usted un momento crucial para hacer su oferta.
—Realmente no —dijo Laski—. El pozo de petróleo, si se consigue, será un premio. Lo que estoy comprando es un conjunto de empresas fundamentalmente bueno que está pasando por un mal momento. Yo le sacaré beneficios sin intervenir en su infraestructura. Mi especialidad radica en ese aspecto. —Sonrió confiadamente—. A pesar de mi reputación, tengo interés en dirigir industrias reales, no en negociar valores.
Recibió una mirada hostil de Fett; el agente sabía que estaba mintiendo.
—¿Por qué, entonces, ese límite de las doce del mediodía?
—Creo que las acciones de Hamilton subirán a un precio desorbitarte si usted consigue el permiso. Y ésta podría ser mi última oportunidad de comprar a un precio razonable.
—Bastante lógico —dijo Hamilton, quitándole la iniciativa a Fett—. Pero yo también he fijado un límite. ¿Qué piensa usted de eso?
—Me parece muy bien —mintió Laski. A decir verdad, estaba desesperadamente preocupado. El deseo de Hamilton de ver el dinero «en su mano» en el momento de firmar el trato era algo inesperado. Laski había pensado en dejar un depósito hoy y entregar el saldo cuando se intercambiaran los contratos finales. Pero aunque la estipulación de Hamilton resultaba excéntrica, era perfectamente razonable. Cuando la carta se hubiera firmado, Laski podría comerciar con las acciones, ya fuese vendiéndolas o utilizándolas para conseguir un crédito. Lo que planeaba era utilizar las acciones, a su precio incrementado por el petróleo, y conseguir el dinero para cubrir la compra original.
Pero había caído en el pozo que él mismo había cavado.
Había tentado a Hamilton con un trato rápido, y el viejo había entrado fácilmente en el juego. Laski no sabía lo que iba a hacer, ya que no disponía de un millón de libras. Hubiera podido reunir las cien mil para el depósito. Pero sabía con certeza lo que no iba a permitir: no dejaría que el trato se le escapara de las manos.
—Me parece muy bien —repitió.
—Derek —dijo Fett—, quizá sea ahora el momento de que tú y yo tengamos una pequeña conversación privada…
—Me parece que no —interrumpió Hamilton—. A menos que estés pensando en decirme que este trato tiene alguna pega.
—Ninguna.
—En ese caso… —Hamilton se volvió hacia Laski—. Acepto.
Laski se levantó y le estrechó la mano a Hamilton. El hombre obeso se sintió algo confuso con el gesto, pero era un gesto en el que Laski confiaba. Los hombres como Hamilton siempre podían encontrar cláusulas de escape en un contrato, pero no soportaban echarse atrás después de un apretón de manos.
—Los fondos dijo Laski— están en el «Cotton Bank» de Jamaica, sucursal de Londres, claro está. Supongo que esto no presentará ningún problema. —Y sacó un talonario de cheques del bolsillo.
Fett frunció el ceño. Era un pequeño Banco, pero perfectamente respetable. Hubiera preferido un cheque extendido contra un Banco de compensación, pero le era difícil presentar objeciones en este punto sin parecer obstruccionista: Laski sabía que Fett pensaría de esa manera.
Laski rellenó el cheque y se lo entregó a Hamilton.
—No ocurre frecuentemente que un hombre se embolse un millón de libras —dijo.
Hamilton pareció volverse jovial. Sonrió:
—No ocurre con frecuencia que un hombre se las gaste.
—Cuando tenía diez años —dijo Laski— murió nuestro viejo gallo y yo me fui con mi padre al mercado a comprar otro. Costó el equivalente a… bueno, tres libras. Pero mi familia había estado ahorrando durante un año para reunir aquel dinero. Para decidir la compra de aquel gallo hubo un interés mucho mayor que en cualquier trato financiero que yo haya realizado, incluyendo el presente. —Sonrió, sabiendo que les turbaba oír esa historia, que no les importaba—. Un millón de libras no es nada, pero un gallo puede salvar a toda una familia del hambre.
—Ciertamente —murmuró Hamilton.
Laski volvió a su actitud normal.
—Permítanme llamar al Banco para advertirles que este cheque está en circulación.
—Claro. —Fett le acompañó hasta la puerta y señaló—: Aquella habitación esta vacía. Valerie le dará línea.
—Gracias. Cuando vuelva podemos firmar los papeles.
Laski entró en la pequeña habitación y cogió el auricular. Al oír el tono de línea miró fuera de la pieza para asegurarse de que Valerie no estaba escuchando. La chica es taba junto al archivo. Laski marcó un número.
—«Cotton Bank» de Jamaica.
—Aquí Laski. Póngame con Jones.
Hubo una pausa.
—Buenos días, Mr. Laski,
—Jones, acabo de filmar un cheque por un millón de libras.
Al principio no hubo respuesta. Después Jones exclamó.
—Jesús, usted no tiene ese dinero.
—Da lo mismo, ustedes atenderán ese cheque.
—¿Pero qué hay con la calle Threadneedle? —La voz del banquero estaba subiendo de tono—. ¡No disponemos de tanto dinero en el Banco!
—Cruzaremos ese puente cuando lleguemos a él.
—Mr. Laski, este Banco no puede dar su autorización para que de su cuenta en el «Banco de Inglaterra» transfiera un millón de libras a otra cuenta del «Banco de Inglaterra» porque este Banco no tiene un millón de libras, depositadas en el «Banco de Inglaterra». Me parece que puedo presentarle la situación con más claridad.
—Jones, ¿quién es el propietario del «Cotton Bank» de Jamaica?
Jones aspiró ruidosamente.
—Usted, señor.
—Sin duda. —Y Laski colgó el teléfono.