12

Un Gigante había entrado en la ciudad. No por las barreras, naturalmente, puesto que éstas tenían custodia permanente. El caso es que apareció de pronto ante una muchacha labradora que volvía a su hogar desde la Cubierta 14. Antes de que pudiera gritar se vio presa, amordazada y atada. No le hizo el menor daño: se marchó en cuanto acabó de atarla. La muchacha no tardó en liberarse de la mordaza y pidió ayuda a gritos.

De inmediato la policía y la guardia iniciaron la búsqueda del invasor. La alarma no se debía tan sólo a la confirmación de que existían los Gigantes (si aún era necesaria tal confirmación en Adelante) sino también a la aparente inutilidad de ese acto; era obvio que se preparaba algo siniestro. Seguían la opinión general, los Gigantes habían vuelto de su largo sueño para retomar la nave. El maestre Scoyt y la mayor parte de sus subordinados estuvieron presentes en la persecución. A la llegada de Complain y Vyann seguían revisando todos los niveles cercanos a la escena del incidente.

Los embajadores improvisados supieron todo esto por el excitado relato de un centinela, ante las barricadas. Al dirigirse a sus respectivos departamentos pudieron oír silbidos lejanos. Los corredores estaban casi desiertos, pues la mayor parte de la población se había unido a la búsqueda. Las desviaciones con respecto a la rutina eran tan bien recibidas en Adelante como en Cuarteles.

—Esto nos da una tregua —dijo Vyann—. No quería enfrentarme al Consejo antes de hablar contigo. No sé qué opinas, pero por mi parte estoy segura de algo: no podemos acoger aquí a la turba de tu hermano; serían indoblegables.

Complain había adivinado instintivamente ese criterio. Aunque se sentía inclinado a compartirlo, observó:

—¿Te parecería bien abandonarlos a las ratas?

—Gregg ha sobreestimado deliberadamente el poder de las ratas a fin de entrar aquí. Si lo preocupan tanto puede adentrarse en Rutas Muertas. Pero no debe venir a Adelante; echaría por tierra toda nuestra organización.

La boca de Vyann mostraba otra vez aquella expresión empecinada. Ante su obvia seguridad Complain se sintió invadido por una oleada de rebelión. Ella sorprendió su mirada desafiante y sonrió.

—Ven a mi cuarto y hablaremos, ¿quieres, Roy?

Su apartamento era muy parecido al de Complain: bastante estoico y desnudo, con excepción de una alfombra de colores brillantes. Vyann cerró la puerta tras de sí, diciendo:

—Tendré que recomendar a Roger y al Consejo que evitemos a Gregg a toda costa. Has de haber notado que la mitad de los suyos tienen algún tipo de deformidad; supongo que se ve obligado a reclutar sus fuerzas entre los desechos de Rutas Muertas, pero nosotros no podemos tenerlos aquí.

—Conoces esa zona de la nave mejor que nadie —indicó Complain, herido por el desprecio que ella dejaba entrever—. En caso de necesidad, sería inapreciable para librar batalla entre los pónicos.

Ella hizo un ademán con la mano y la posó en el brazo del cazador.

—No discutamos, Roy. El Consejo decidirá. De cualquier modo quiero mostrarte algo…

—Antes de cambiar de tema —le interrumpió Complain—, Gregg hizo un comentario que me dejó preocupado. Dijo que habías ido conmigo para vigilarme. ¿En verdad fue así?

Ella le clavó una mirada investigadora y replicó, perdida ya toda seriedad:

—¿Y si me gustara vigilarte?

Habían llegado a uno de esos puntos de donde no hay retirada posible. La sangre de Complain palpitaba violentamente, con el presentimiento de lo que iba a suceder. Dejó caer sobre la cama la curiosa arma que Gregg le había dado. Cualquier posible rechazo estaba bien pagado por el delirante placer de tomarla por los hombros y atraerla (a ella, a la oscura, inalcanzable Vyami) hasta sus labios. No hubo rechazo. Cuando ella volvió a abrir los ojos su expresión era tan excitada y loca como la suya.

—«Ha vuelto el cazador, ha vuelto del infierno» —susurró Vyann, citando un poema aprendido en la niñez—. Te quedarás en Adelante, ¿verdad, Roy?

—¿Necesitas preguntarlo? —exclamó él, levantando la mano para acariciarle aquel pelo que tanto lo había atraído desde el principio.

Permanecieron juntos largo rato, mirándose, existiendo, hasta que Vyann dijo:

—No podemos seguir así. Ven a ver lo que traje: ¡Algo emocionante! Si tenemos suerte encontraremos aquí muchas cosas que debemos saber con respecto a la nave.

Vyann había vuelto a su profesión; Complain tardó un poco más en recobrarse. Ella se sentó en la cama y se desabotonó la túnica para presentarle un pequeño libro negro. Complain, al tomarlo, sintió en él todo el calor de su cuerpo; lo dejó sobre la cama y buscó el contorno de los senos por encima de la blusa.

—Laur, querida mía…

Era la primera vez que pronunciaba en voz alta su nombre de pila.

—… ¿es necesario que leamos este maldito libro precisamente ahora?

Vyann, juguetona, pero firme, volvió a ponerle el libro entre las manos.

—Sí, es necesario. Fue escrito por un antepasado tuyo. Lo robé del armario de Gregg cuando ese monstruo de Hawl fue a prepararme algo para beber. Es el diario de Gregory Complain, en otros tiempos capitán de esta nave.

El instinto de Vyann no se había equivocado al sugerirle el robo del libro; aunque las entradas eran relativamente pocas abrían un panorama que era casi una revelación. Como Vyann leía mucho más rápido que él, Complain optó por renunciar y recostó la cabeza en su regazo mientras ella leía en voz alta. No se habrían sentido más fascinados de conocer los golpes de suerte que preservaran la existencia del librito.

Al principio el relato era difícil de seguir, debido a sus referencias a cosas desconocidas para Vyann y Complain; pero pronto llegaron a comprender la alarmante situación que afligía al escritor y a sus contemporáneos. La antigua crisis pareció de pronto muy cercana, a pesar de ser remota. El capitán Gregory, como Vyann no tardó en descubrir, era el primer capitán de la nave en su viaje de regreso.

A pocas páginas de la primera encontraron una entrada reveladora:

28.XI.2521. Más problemas en Agricultura. Watkins, a cargo de Floricultura, vino a verme esta mañana. Informa que no ha mejorado la clorosis que afectaba a muchas especies, a pesar del continuo tratamiento a base de hierro. El rendimiento espectroscópico del avance ha aumentado en dos grados. El teniente Stover (creo que lo llaman «Noé») vino también poco después. Está a cargo de Inseminación Animal, y no se muestra más satisfecho con sus animales inferiores que Watkins con sus plantas superiores. Por lo visto los ratones están procreando a una velocidad sorprendente, pero los fetos son subdesarrollados; las cobayas muestran tendencias similares. Esto no constituye un problema de importancia. La mayor parte de los animales bajó en Nueva Tierra (apodo que ha recibido Proción) tal como estaba planeado; los pocos que siguen a bordo constituyen una concesión al sentimentalismo de «Noé»… aunque hay algo de cierto en sus argumentos: pueden ser útiles para los experimentos en laboratorios.

30.XI.2521. Anoche tuvo lugar nuestro baile mensual de costumbre. Worme, mi querida esposa, se encargó como siempre de organizarlo todo, con grandes molestias. Estaba adorable, aunque ya empiezan a pesarnos los años. ¡Cuesta darse cuenta de que Frank va ya por los dieciocho! Desgraciadamente el baile fue un verdadero fracaso. Era el primero desde que salimos de la órbita X; la ausencia de los colonos se hacía sentir. Parece quedar muy poca gente a bordo. Hoy hace diez días que partimos de Proción, Ante nosotros se extienden los años monótonos como un peso muerto.

Esta mañana fui hacia el centro de la nave para visitar el departamento de Floricultura. Watkins y Montgomery, los especialistas en hidroponía, están un poco más optimistas. Aunque muchos de los cultivos parecen estar en peores condiciones que antes, las plantas esenciales, los cinco cultivos que nos proporcionan oxígeno, están repuntando; es evidente que la dosis de hierro surtió efecto. Por cuenta de «Noé» Stover hay menos alegría; tienen muchos animales enfermos en su sección.

2.XII.2521. Estamos ahora en plena aceleración. Podemos decir que el largo viaje de regreso ha comenzado en serio; ¡cómo si alguien sintiera algún entusiasmo por eso! Los ánimos están decaídos. Worme y Frank se muestran muy alegres, en parte, según supongo, para olvidar que Joy (hasta hace poco nuestra niñita) ha quedado a varios a. u. de distancia. En los cuarteles de la tripulación se ha formado un nefasto club llamado «No más procreación», según me dicen los de Relaciones internas; no me preocupa mucho, pues los impulsos humanos básicos se encargarán de contrarrestarlo. Más complicado es lo del pobre Bassitt; era ornitólogo de segunda clase, pero ahora todos los pájaros, a excepción de un puñado de gorriones, han sido soltados en el Nuevo Mundo, y no sabe qué hacer con su tiempo. Ha desarrollado una extraña religión, de su propia cosecha, sacada de viejos textos de psicología, e insiste en predicarla por el Corredor Principal. Lo asombroso es que la gente se siente inclinada a escucharle. Eso da una idea de cómo están las cosas.

Pero éstos son problemas secundarios. Estaba por ocuparme de uno más grave (los animales) cuando me llamaron. Seguiré más tarde.

5.XII.2521. No hay tiempo para escribir en este diario. ¡Sobre nosotros ha caído una maldición! De los animales de a bordo apenas hay alguno en pie; muchos han muerto. El resto yace con el cuerpo rígido y los ojos vidriosos; sólo algún espasmo muscular revela que están con vida. Distaff, el jefe de Faunicultura, que fue conmigo a la escuela, ha caído en cama, pero sus subordinados y «Noé» se desenvuelven muy bien. Sin embargo las drogas parecen no tener efecto alguno en las criaturas enfermas. ¡Si al menos supieran hablar! Agrotécnica colabora a toda marcha con el Laboratorio, tratando de identificar la plaga que se ha abatido sobre nosotros. ¡Es una maldición de Dios! Naturalmente, todo esto es agua para el molino de Bassitt.

10.XII.2521. Todas las mañanas encuentro sobre mi escritorio, entre la pila de informes de rutina, la lista de enfermos. El día 8 había nueve enfermos; ayer fueron diecinueve y hoy son cuarenta y uno; además me esperaba una nota del jefe médico, oficial Toynbee, que quiere verme. No hacía falta que me llamara. Fui directamente a la cubierta de Enfermería. Dice que esto ha sido provocado por algún alimento envenenado. Por lo común Toynbee es muy erudito y pomposo en su manera de hablar, aunque en el fondo no sabe nada. Pero tal como dice es obvio que el mismo factor ha atacado a hombres y animales. Los enfermos formaban un grupo lamentable; muchos eran niños. Al igual que las bestias enfermas, yacen rígidos en las camas, con estremecimientos musculares ocasionales; la temperatura es alta y las cuerdas vocales parecen paralizadas. La enfermería ha cerrado el acceso a los visitantes.

14.XII.2521. En este momento todos los niños y adolescentes de a bordo yacen encerrados en la Enfermería. También hay adultos afectados. El total de enfermos asciende a 109. Eso representa casi la cuarta parte de nuestra población. Afortunadamente (al menos en lo que respecta al mantenimiento de la nave) los adultos parecen más inmunes. Distaff murió ayer, pero ya estaba enfermo. La extraña parálisis no ha causado muertes. Caras ansiosas por todas partes. Apenas puedo mirarlas.

17.XII.2521. ¡Oh, Señor, si desde el lanzamiento de esta nave no apartaste los ojos de ella, vuelve ahora a mirarnos! Han pasado nueve días desde que me informaron de los nueve primeros casos de enfermedad. De ellos, ocho murieron hoy. Según había dicho Toynbee, parecían estar recuperándose. La rigidez duró una semana; durante los últimos dos días los pacientes estaban relajados, aunque las temperaturas seguían siendo altas. Tres hablaban inteligiblemente y afirmaban sentirse mejor; los otros seis parecían delirar. Todos murieron silenciosamente y sin resistencia. El Laboratorio está llevando a cabo las autopsias. La única sobreviviente de estos primeros casos es Sheila Simpson, una niña de trece años; su temperatura ha descendido; tal vez sobreviva.

Mañana se cumplirá el ciclo de nueve días para otros diez casos. Estoy lleno de horribles presentimientos.

Ahora hay ciento ochenta y ocho personas en cama; muchos reciben atención en su propio cuarto, pues la Enfermería está completa. Hay que reclutar enfermeros entre el personal de Energía. ¡Bassitt de parabienes!

Después del almuerzo recibí la visita de una delegación compuesta por veinte oficiales, todos muy respetuosos, encabezados por Watkins; vinieron a pedirme que volvamos a Nueva Tierra antes de que sea demasiado tarde. Naturalmente me vi forzado a disuadirlos; entre ellos estaba el pobre Cruikshank, de la prensa de a bordo; su hijo estaba entre las ocho víctimas de esta mañana.

18.XII.2521. No pude dormir. Esta mañana se llevaron a Frank, pobre querido. Está rígido como un cadáver, con la vista clavada en… ¿en dónde? Es uno de los veinte casos nuevos; ahora están cayendo los mayores. He tenido que modificar la rutina de la nave; en otros cuantos días habrá que abandonarla por completo. Gracias al cielo casi todos los aparatos son automáticos al igual que el mantenimiento.

De los diez pacientes que cumplieron hoy el ciclo de nueve días han muerto siete. Los otros tres permanecen en el umbral de la conciencia. La joven Sheila no ha sufrido cambios. Ya no se habla sino de la «peste de los Nueve Días». Hice encarcelar a Bassitt bajo el cargo de divulgar ideas depresivas.

Estoy cansado, pues acabo de realizar una prolongada inspección en Agricultura, con Watkins entre otros; se mostró bastante frío, tras el fracaso de su misión de ayer. Según me dice «Noé», el noventa y cinco por ciento de los animales ha cogido la peste. Un cuarenta y cinco por ciento se ha recobrado. ¡Ojalá las cifras fueran tan alentadoras en el caso de los humanos! Lamentablemente los animales mayores son quienes más han sufrido; no nos quedan caballos; peor aún, tampoco vacas. Las ovejas muestran un porcentaje bastante malo; los cerdos y los perros andan mejor. En cuanto a las ratas y ratones, están completamente recobrados y con una capacidad reproductora increíble.

Las plantas terráqueas normales presentan similares porcentajes de supervivencia. En esa sección se ha realizado un trabajo agotador: el personal, muy reducido, ha soportado noblemente la tarea de limpiar los canteros.

En las cámaras adyacentes Montgomery me mostró con orgullo sus plantas hidropónicas. Ya completamente restablecidas de la clorosis (si se trataba en verdad de clorosis), están más vigorosas que nunca, y hasta parecen haberse beneficiado con su versión de la «peste de los Nueve Días». Se cultivan allí cinco tipos de oxigenadores: dos «húmedos», uno «semihúmedo» y dos variedades «secas». Una de estas últimas, en especial, se desarrolla magníficamente y muestra cierta tendencia a desbordar los canteros para crecer sobre la cubierta; las temperaturas son muy altas en Floricultura; Montgomery cree que eso ayudará.

Llamé a Laboratorios. Los de Investigaciones prometen (ya lo hicieron antes) descubrir mañana mismo una cura para nuestra plaga; lamentablemente casi todos los científicos han contraído la peste; una mujer llamada Payne está tratando de manejarlo todo.

21.XII.2521. He abandonado el cuarto de controles, tal vez para bien. Las persianas ocultan esas malhadadas estrellas. Sobre la nave reina una pesada tristeza. Más de media tripulación ha contraído la «peste de los Nueve Días»; de los sesenta y seis que completaron el ciclo han muerto cuarenta y seis. El porcentaje de fallecimientos disminuye día a día pero los sobrevivientes parecen estar en estado de coma.

Cada vez es más difícil establecer algún modo de organización. Hemos perdido virtualmente el contacto con las partes más alejadas de la nave, pues todo el equipo de Comunicaciones ha contraído la peste. Por todos lados hay grupos de hombres y mujeres que aguardan reunidos. El desenfreno compite con la apatía. Tengo visiones; veo a toda la población de la nave moribunda, veo este horrible sepulcro lanzado a través del espacio por miles de años, hasta ser capturado por un sol.

Este pesimismo es debilidad; ni siquiera Worme puede alegrarme.

Los de Investigaciones han descubierto la causa de la peste; eso parece ahora muy poco importante, pues han llegado tarde. Por lo que pueda valer, he aquí lo que hallaron. Antes de partir del nuevo planeta renovamos completamente nuestra provisión de agua. Toda la provisión de a bordo fue evacuada en órbita; en cambio recogimos agua fresca. Los procesos automáticos que recogen la humedad del aire y la devuelven a los tanques del casco han sido siempre eficaces, pero esa agua, usada una y otra vez, se había tornado cuando menos insípida.

El agua fresca recogida en los arroyos de Proción tenía buen sabor. Naturalmente hicimos efectuar un análisis bacteriológico y la filtramos antes de cargarla; tal vez no fuimos tan minuciosos como debíamos; los métodos científicos, es de suponer, se han estancado con el correr de las generaciones. De cualquier modo ya no se gana absolutamente nada deslindando responsabilidades. Para decirlo en pocas palabras, en el agua había proteínas en soluciones moleculares, y por lo tanto pasaron a través de los filtros.

Todo esto me lo explicó en términos sencillos esa muchacha June Payne, del departamento de Investigaciones; es una joven brillante y engreída, que sufre de hiper-agorafobia; eso le impidió descender en Proción con su esposo. Las proteínas, según me dijo, son condensaciones complejas de aminoácidos; éstos constituyen su elemento básico y se unen entre sí para formar las proteínas en cadenas pépticas. Aunque los aminoácidos conocidos suman sólo veinticinco, las combinaciones posibles son infinitas; desgraciadamente, el agua proveniente de Proción contenía un vigésimo-sexto aminoácido. Una vez en los tanques las proteínas no tardaron en hidrolizarse, volviendo a sus primitivos constituyentes, como sin duda lo habrían hecho en el planeta de origen. Mientras tanto la población de la nave, hombres, animales y plantas, absorbían varios litros de agua por día; el sistema orgánico reconvirtió los aminoácidos en proteínas, que fueron transferidas a las células del cuerpo, donde sirven como combustible; el proceso de combustión del metabolismo las volvió a disolver en aminoácidos. Eso es lo normal.

Pero el nuevo aminoácido interrumpe esa secuencia. Se combina en una proteína demasiado compleja para cualquier organismo, sea vegetal o animal. En este punto se produce la rigidez de los miembros. Tal como me explicó Payne, la mayor densidad de la cadena péptica puede originarse parcialmente en la mayor gravedad de Nueva Tierra; es muy poco lo que sabemos sobre los efectos de una prolongada gravedad sobre las moléculas de estructura libre.

A estas alturas la colonia del Nuevo Mundo ha de estar en condiciones tan tristes como las nuestras. Al menos tienen el privilegio de morir al aire libre.

22.XII.2521. Ayer no tuve tiempo de terminar. Hoy, en cambio, es como si dispusiera de toda la vida. Esta mañana Toynbee, realmente cansado, me informó de otras catorce muertes. La «peste de los Nueve Días» es la dueña indiscutida de la nave. Mi querida Worme es su última víctima. La he acostado en su cama, pero no puedo mirarla; es demasiado terrible. Ya no puedo rezar.

Quiero terminar con lo que la joven Payne me explicó. Se declara moderadamente optimista con respecto a la supervivencia de una parte de nuestra población.

El cuerpo de una víctima se mantiene inactivo mientras las energías interiores lidian con las proteínas demasiado complejas; si su constitución es lo bastante elástica acabará por romperlas. La señorita Payne afirma, con mucha frescura, que «por una proteína más o menos no vamos a morirnos». En estos momentos esas proteínas están presentes en todas las células vivas; tras un período de peligro podrá ser tolerada, puesto que no es muy diferente de las conocidas. El nuevo aminoácido, bautizado paynina (¡así me informa esta brillante jovencita, muy suelta de cuerpo!), ya ha sido aislado; tal como la leucina y la lysina, tiene cierto efecto sobre el crecimiento: cuál es ese efecto se sabrá sólo a largo plazo, y dudo que tengamos tanto tiempo.

Los resultados inmediatos están a nuestra vista. Las plantas, en su mayoría, se han adaptado a la paynina y parecen medrar con ella. Los animales han sufrido diversos grados de adaptación según sus especies, aunque sólo los cerdos parecen exuberantes. Dice Payne que todos los sobrevivientes deben ser considerados como ejemplares mutantes: ella los denomina «mutaciones a bajo nivel». Como parece que el calor del departamento Agricultura ha colaborado a la adaptación, he ordenado que se eleve en diez grados la temperatura de toda la nave. Es la única medida que podemos tomar…

Se diría que cuanto más complejo es el organismo, más dificultades encuentra en su adaptación a la nueva proteína. Mala suerte para los hombres; para nosotros en especial.

24.XII.2521. Toynbee y Montgomery han cogido la peste. Son dos de las cinco nuevas víctimas del día. Esas malditas proteínas parecen haber hecho ya lo peor. Analizando los informes que Enfermería sigue enviando heroicamente, he descubierto que cuanto mayor es la persona, más fuerte es su resistencia a la enfermedad y menores sus probabilidades de sobrevivir cuando la contrae. Pregunté a Payne el porqué, pero opina que las cifras no son muy importantes, pues losjóvenes soportan mucho mejor la mayor parte de las enfermedades. Vino a verme esta mañana, sin que la llamara; se ha puesto, por su cuenta y riesgo, a cargo del departamento de Investigaciones, y no puedo por menos que bendecir su eficiencia.

¡La pequeña Sheila Simpson se ha recobrado! Ella fue uno de los primeros casos, hace ya de eso dieciséis largos días. Bajé a visitarla; parece estar en perfecto estado, aunque actúa con rapidez y nerviosidad. Su temperatura sigue elevada, pero es nuestra primera cura.

Me siento absurdamente optimista con respecto a eso. Si al menos sobrevivieran cien hombres y mujeres podrían multiplicarse y sus descendientes llevarían la nave de regreso. ¿No sería posible evitar la extinción con un número menor? La respuesta, sin duda, debe hallarse en algún lugar de la biblioteca, tal vez entre esos aburridos tomos escritos e impresos por los antiguos ocupantes de esta nave.

Hoy tuvimos un motín: fue algo estúpido, dirigido por un tal sargento Tugsten, de la Policía de a bordo, y por «Patata» Murphy, el armero sobreviviente. Se declararon en rebelión con las pocas armas atómicas de mano que no dejamos en Proción; mataron a seis de sus compañeros y provocaron severos daños en la zona central de la nave. ¡Cosa extraña: no me buscaban a mí! Los hice desarmar y los arrojé a la cárcel; así Bassitt tendrá alguien ante quien predicar. Todas las armas, con excepción de la neuroletea o «pistola paralizante», como la llaman popularmente, han sido recogidas para su destrucción, a fin de evitar nuevas amenazas a la integridad de la nave. Las neuroleteas actúan sólo sobre el sistema nervioso viviente y no tienen efectos sobre la materia inorgánica.

25.XII.2521. Otro intento de motín. Yo estaba en Agricultura cuando estalló. La granja es uno de nuestros servicios indispensables y debe mantenerse en funcionamiento a toda costa. Hemos dejado en paz a los oxigenadores de Hidroponía, puesto que pueden defenderse solos; uno de ellos, la variedad seca que ya he mencionado, ha proliferado en el suelo y parece casi capaz de alimentarse por su cuenta. Mientras la observaba apareció «Noé» Stover con una pistola paralizante, acompañado por un grupo de mujeres jóvenes de expresión preocupada. Me disparó una ligera carga.

Cuando me reanimé estaba en el Cuarto de Controles. Allí me amenazaron de muerte si no hacía girar la nave para regresar a Nueva Tierra. Me llevó algún tiempo hacerles entender que la maniobra de describir una curva de 180 grados con una nave lanzada a esta velocidad, aproximadamente 1328,5 veces EV (Tierra), requerida más o menos cinco años. Al fin logré que lo comprendieran, demostrándoles los factores de continuidad con papel y lápiz. Se sintieron tan frustrados que habían dispuesto matarme de cualquier modo.

¿Quién me salvó entonces? No fue ninguno de mis oficiales, lamento decirlo, sino June Payne, sin ayuda de nadie. June Payne, mi pequeña heroína de Investigaciones les habló con tanta furia que al fin se retiraron, con «Noé» a la cabeza. En estos momentos los oigo correr a la desbandada por las cubiertas inferiores. Se han apoderado de todos los licores.

26.XII.2521. Al presente contamos con seis recuperaciones completas, incluyendo la de la pequeña Sheila. Todos tienen temperatura alta y actúan con nerviosa celeridad, pero afirman sentirse bien; gracias a Dios no tienen recuerdo alguno de los sufrimientos soportados. Mientras tanto la peste sigue reclamando víctimas. Ya no hay informes de Enfermería, pero calculo que no hay más de cincuenta personas en actividad. ¡Cincuenta! El período de inmunidad, para ellos y para mí, se acorta velozmente. En último término no hay modo de evitar la acumulación de proteína, pero puesto que las cadenas mutantes son factores de azar, algunos soportamos la congestión crítica en los tejidos por más tiempo que otros.

Al menos así afirma June Payne. Ha venido otra vez a verme; le estoy agradecido por su ayuda, por supuesto; además, supongo que me siento solo. De pronto me encontré besándola apasionadamente. Es físicamente atractiva y quince años menor que yo. Fue una tontería de mi parte. Dijo… Oh, el viejo argumento; no hace falta repetirlo; dijo que estaba sola, que tenía miedo, que teníamos tan poco tiempo… ¿por qué no hacer el amor? Le pedí que se marchara; mi súbito enojo era una muestra de lo mucho que me tentaba; ahora siento haber sido tan brusco, pero no podía dejar de pensar en Worme, que yacía en mudo sufrimiento a pocos metros de nosotros, en la habitación vecina.

Mañana tendré que tomar un arma y realizar alguna inspección por la nave.

27.XII.2521. Encontré dos oficiales jóvenes para que me acompañaran a hacer la inspección: John Hall y Margaret Prestellan. Los hombres están muy disciplinados. «Noé» dirige un servicio de enfermería para alimentar a quienes sobreviven a la «peste de los Nueve Días». ¿Cuáles serán las repercusiones a largo plazo de esta catástrofe?

Alguien ha soltado a Bassitt. Está rematadamente loco, pero es convincente. Yo mismo estuve a punto de creer sus enseñanzas. En esta morgue es más fácil creer en el psicoanálisis que en Dios.

Fuimos a Agricultura. Todo es un desorden: los animales están sueltos entre los sembrados. ¡Y los hidropónicos! El oxigenador seco que he mencionado un par de veces ha sufrido una descabellada mutación por efectos de la paynina. Ha invadido los corredores cercanos a la sección Hidroponía; el sistema radicular va llevando una provisión de tierra por delante, casi como si la planta hubiera desarrollado una inteligencia propia. Por un momento imaginé algo absurdo: la posibilidad de que la vegetación pudiera crecer y ahogar la nave por completo. Fui entonces al Cuarto de Controles y operé la palanca que cierra las puertas de intercomunicación entre cubiertas a lo largo del Corredor Principal. Eso debería detener el avance de las plantas.

Hoy Frank salió de su rigidez, pero no me reconoció; volveré mañana a visitarlo.

June cayó esta mañana víctima de la peste. June, ¡tan brillante, tan vital! Prestellan me acompañó a verla; sufre inmóvil, tal como había predicho. De algún modo, traicioneramente, me sentí más dolorido por ella que por Worme. Desearía… ¿Pero qué importa lo que desee? EL PRÓXIMO SERÉ YO.

28.XII.2521. Prestellan me recordó que la Navidad ya pasó: había olvidado esa tontería. ¡Eso era lo que los amotinados ebrios estaban celebrando, pobres diablos!

Frank me ha reconocido; lo noté en sus ojos, aunque no puede hablar. Si alguna vez llega a ser capitán, lo será de una nave muy diferente.

Hasta la fecha se han producido veinte curas. Es un adelanto. Da sitio a la esperanza.

La adversidad nos convierte en filósofos. Sólo ahora, cuando el Largo Viaje no representa sino una retirada hacia la oscuridad, comienzo a poner en tela de juicio la cordura de los viajes interestelares. ¡Cuántos desamparados habrán sentido la misma duda en el viaje hacia Proción, prisioneros entre estas paredes eternas! Han vivido inútilmente en aras de esa idea grandiosa, tal como harán muchos otros antes de que nuestros descendientes puedan echar nuevamente pie a tierra. ¡La Tierra! Rezo porque allí hayan cambiado los corazones humanos, para semejarse menos a los metales duros que tanto han deseado y buscado. Sólo el total florecimiento de una era tecnológica como la del siglo XXIV pudo haber lanzado esta nave milagrosa. Sin embargo ese milagro es estéril y cruel. Sólo una era tecnológica podía condenar a varias generaciones futuras a nacer en ella, como si el hombre fuera mero protoplasma, sin sentimientos ni deseos.

En el comienzo de esta era tecnológica se yergue el recuerdo de Belsen (muestra adecuada, a mi modo de ver); sólo cabe esperar que esta agonía, más prolongada aún, marque su final: un final definitivo sobre la Tierra y sobre el nuevo mundo de Proción.

Allí terminaba el diario.

Durante la lectura Vyann se había visto forzada a detenerse varias veces para dominar la voz. Sus modales militares de costumbre la habían abandonado; no era sino una muchacha sentada en la cama y próxima a las lágrimas. Al acabar la lectura se obligó a releer una frase en la primera página que había escapado a la atención de Complain; decía, con la escritura angulosa del capitán Gregory: «Nos encaminamos hacia la Tierra sabiendo que quienes vean sus cielos no nacerán mientras no hayan muerto seis generaciones». La leyó en voz alta con voz temblorosa antes de estallar en llanto.

—¡No te das cuenta! —exclamó—. ¡Oh, Roy, el viaje debía durar sólo siete generaciones! ¡Y nosotros somos la vigésimo tercera! ¡Han pasado veintitrés! Hemos de estar muy lejos de la Tierra… Ahora nada puede salvarnos.

Complain, desolado y mudo, trató de consolarla, pero el amor humano no podía suavizar el carácter inhumano de la trampa en que estaban encerrados. Al fin, cuando los sollozos de Vyann se hubieron calmado en parte, Complain empezó a hablar. La voz le crujía, como entumecida, como surgida sólo en el intento de distraerla (y a él también) de la situación básica.

—El diario explica muchas cosas, Laur —dijo—. Debemos sentirnos agradecidos por saberlas. Sobre todo explica en que consistió la catástrofe; ya no es una leyenda terrorífica. Tal vez nunca sepamos si el capitán Gregory sobrevivió, pero su hijo ha de haberse salvado, puesto que el apellido perduró. Tal vez June Payne sobrevivió también; me recuerda a ti en algún aspecto… Al menos es obvio que muchos se salvaron, pequeños grupos formaron tribus… Por entonces los hidropónicos habían llenado la nave.

—Quién habría pensado —susurró ella— que los pónicos fueron algo accidental… ¡son parte del orden natural del mundo! Parece tan…

—¡Laur! ¡Laur! —interrumpió él, bruscamente.

Se irguió en la cama y tomó la extraña arma que su hermano le había dado.

—¡Esta arma! —exclamó—. Según este diario se destruyeron todas las armas, con excepción de las pistolas paralizantes. ¡Esto debe de ser otra cosa!

—Tal vez pasaron alguna por alto —replicó ella, abatida.

—Tal vez. Y tal vez no. Es un artefacto calorífero. Debe de tener un uso determinado. Seguramente sirve para algo que no sabemos. Deja que lo pruebe.

—¡Roy, ten cuidado! —exclamó Laur—. ¡Provocarás un incendio!

—Lo probaré en algo que no se queme. ¡Estamos sobre una pista, Laur, lo juro!

Tomó cuidadosamente la pistola, con el orificio hacia la pared; sobre la pulida superficie había un botón y un indicador. Oprimió el botón, tal como Gregg lo había hecho antes. Desde él se extendió un angosto abanico de calor intenso, casi invisible, que fue a tocar la pared. Una línea brillante apareció sobre el metal grueso y se fue ensanchando, hasta formar dos labios del color de las cerezas que se abrieron en una sonrisa. Complain volvió a presionar el botón. El calor cesó, los labios perdieron su color, tornándose pardos, y se endurecieron en una boca negra y abierta a través de la cual se veía el corredor.

Vyann y Complain se miraron atónitos.

—Debemos decírselo al Consejo —dijo Complain finalmente.

—¡Espera! Querido mío, hay un sitio en el que debemos probar esta arma. ¿Quieres venir conmigo antes de decir una palabra a nadie?

Cuando salieron al corredor descubrieron, con cierta sorpresa, que la cacería del Gigante no había terminado. Se aproximaba rápidamente la hora en que caería la oscuridad por todo un sueñovela; quienes no colaboraban en la búsqueda se preparaban ya a dormir tras las puertas cerradas. La nave parecía desierta; quizás ése había sido su aspecto mucho tiempo atrás, mientras la mitad de su población moría bajo la «peste de los Nueve Días». Vyann y Complain pasaron muy deprisa sin que nadie reparara en ellos. Cuando se hizo la oscuridad la muchacha encendió la linterna que llevaba en el cinturón; ninguno de los dos hizo comentarios.

Complain no podía menos que admirar su negativa a admitir la derrota; como no era muy aficionado al autoanálisis, ignoraba que también él poseía en algún grado esa virtud. Se sentía obsesionado por la idea de encontrar ratas, Gigantes o Forasteros, o quizás una combinación de los tres; por eso mantenía preparada en una mano la pistola calorífera y en la otra la paralizante. Afortunadamente no sufrieron tropiezos en el trayecto; llegaron sanos y salvos a la Cubierta 1, donde estaba la escalera en espiral cerrada.

—De acuerdo con los planos de tu amigo Marapper —dijo Vyann—, el Cuarto de Controles debía de estar en lo alto de esta escalera. En el plano figura como una habitación grande. Sin embargo allí arriba hay sólo un cuarto pequeño con paredes circulares lisas. ¿Y si esas paredes hubiesen sido puestas para que nadie entrara al Cuarto de Controles?

—¿Te refieres al capitán Gregory?

—No necesariamente; quizá lo hizo alguien más adelante. Ven y prueba tu pistola contra las paredes.

Treparon las escaleras cerradas y enfrentaron nuevamente el círculo de muros metálicos con la oscura sensación de estar frente a un misterio. Vyann se aferraba al brazo de Complain con tanta fuerza que le hacía daño.

—¡Prueba allí! —susurró, señalando un punto al azar.

Y en tanto él ponía en funcionamiento su pistola calorífera, ella apagó la linterna que llevaba a la cintura.

Un fuerte resplandor surgió en la oscuridad, por delante del orificio; se torno más y más brillante bajo la dirección de Complain, hasta formar un cuadrado radiante. Los lados de la figura se fundieron con rapidez y el metal interior se desprendió como un fragmento de piel, abriendo el espacio necesario para que pudieran pasar. Ambos. aguardaron con impaciencia que cediera el calor, mientras un olor acre les inundaba los pulmones. Más allá se revelaba difusamente una gran cámara y el angosto perfil de algo, algo indefinible porque superaba toda su experiencia.

Cuando el cuadrado se hubo enfriado lo suficiente como para permitirles el paso, la pareja avanzó sin vacilación hacia aquella línea.

Las grandes persianas seguían cerradas, cubriendo los 270 grados de la ventana de observación, tal como el capitán Gregory Complain los dejara hacía ya mucho tiempo. Sobre el antepecho alguien había abandonado una llave inglesa que impedía el cierre total de ese panel; fue esa pequeña abertura la que atrajo a Complain y a la muchacha, tal como la luz atrae a los pónicos.

A través de esa angosta ranura, que se prolongaba desde el suelo hasta más arriba de sus cabezas, pudieron divisar una cinta de espacio. ¿Cuántos años inútiles habían pasado desde que el último habitante de la nave mirara aquel vacío imponente? Con las cabezas juntas, ambos fijaron la vista en el diáfano tungsteno de la ventanilla, tratando de comprender lo que veían. Era poco, naturalmente, apenas una diminuta orilla del universo, con su correspondiente proporción de estrellas. Pero si no bastaba a marearlos alcanzó para llenarlos de esperanza y valor.

—¿Qué importa si la nave ha dejado atrás la Tierra? —susurró Vyann—. ¡Hemos hallado los controles! Cuando hayamos aprendido a manejarlos podremos volver la nave hacia el primer planeta que encontremos. Tregomin dijo que casi todos los soles tienen planeta. ¡Oh, podemos, yo sé que podemos! ¡Ahora el resto será fácil!

Bajo aquel difuso resplandor vio un lejano fulgor en la mirada de Complain, una luz de atónita especulación. Lo abrazó súbitamente, ansiosa por protegerlo como había protegido siempre a Scoyt, pues la independencia tan inexorablemente alentada por la vida cuartelense acababa de abandonar al cazador.

—Por primera vez —dijo—, por primera vez comprendo sin lugar a dudas, totalmente, que estamos en el interior de una nave.

Sentía las piernas flojas e inestables. Ella pareció interpretar esas palabras como un desafio personal.

—¡Tu antepasado trajo la nave desde Nueva Tierra! —le dijo—. ¡Tú la harás descender sobre una Tierra más nueva aún!

Y encendió la linterna para recorrer con su rayo los grandes tableros de control que hasta ese momento habían permanecido en la sombra.

Todo lo que en otros tiempos había constituido el centro nervioso de la nave, las falanges de diales, las hileras de palancas, el desfile de indicadores, relojes, perillas y pantallas, que en conjunto proporcionaban los signos exteriores de la energía que latía eternamente en la nave, todo eso se había coagulado en una masa con apariencia de lava. Por doquier los tableros de instrumentos semejaban un helado derretido. Nada había quedado intacto; el rayo de la linterna, al moverse de un lado a otro con creciente inquietud, no halló una llave en buenas condiciones. Los controles estaban totalmente destruidos.