11

—¡Contracción a tu yo, Roy! —estalló Marapper—. ¡No empieces a mezclarte con las ideas adelantinas! La causante es esa muchacha, lo sé. Pero escucha mi advertencia: está jugando contigo. Te tiene tan mareado con los sabrosos secretos de sus faldas que los pónicos no te permiten ver la maraña. Recuérdalo bien: llegamos hasta aquí con un objetivo propio, y ése sigue siendo nuestro objetivo.

Complain meneó la cabeza. Eran las primeras horas de la vela siguiente; él y el sacerdote estaban comiendo solos. Aunque el comedor estaba lleno de funcionarios, Vyann y Scoyt no habían aparecido aún. Marapper aprovechó para repetir su antiguo llamamiento: ambos debían luchar juntos por lograr el poder.

—Estás atrasado, Marapper —dijo el cazador, secamente—. Y no metas a la inspectora Vyann en este asunto. Estos adelantinos persiguen una causa que está más allá de los caprichosos deseos de poder. Además ¿qué pasaría si mataras a la mayor parte?, ¿qué ganarías con eso?, ¿sería de alguna utilidad para la nave?

—Al diezmonos con la nave. Mira, Roy, cree en tu viejo sacerdote, que nunca te ha fallado. Esta gente nos está utilizando para sus propios fines. El sentido común indica hacer lo mismo. Y no olvides que las Enseñanzas te indican procurar siempre por ti mismo para verte libre de conflictos interiores.

—Olvidas algo —señaló Complain—. La Letanía termina diciendo: «Para que la nave llegue a destino»; es uno de los principales dogmas de las Enseñanzas, Marapper. Siempre has sido un sacerdote pasmosamente malo.

Los interrumpió la aparición de Vyann, que venía fresca y atractiva. Dijo que ya había desayunado. Marapper, con una irritación mayor que la acostumbrada, se excusó para retirarse. Algo en la expresión de Vyann reveló a Complain que le dejaba marchar con gusto; también a él le convenía.

—¿Interrogaron ya a Fermour? —preguntó.

—No. Zac Deight, del Consejo de los Cinco, ha ido a verlo, pero eso es todo. Roger… es decir, el maestre Scoyt, lo interrogará más tarde, pero en este momento está ocupado con un problema inesperado.

Complain no preguntó cuál era ese problema. Se sentía tan sobrecogido por la presencia de esa mujer que apenas podía articular palabra. Habría querido decirle, por sobre todas las cosas, que sólo un milagro podía haber dispuesto su pelo oscuro tal como estaba. Hizo un esfuerzo y preguntó en cambio qué podía hacer él.

—Hoy descansarás —dijo ella, alegre—. Vine a buscarte para recorrer Adelante.

El paseo resultó impresionante. Allí, como en Cuarteles, había muchos cuartos vacíos y desiertos; Vyann explicó que se debía, seguramente, a que el contenido había sido dejado en Nueva Tierra, el planeta de Proción. Otras habitaciones habían sido convertidas en granjas que superaban en mucho las de Cuarteles. Había especies animales desconocidas para Complain. Allí vio por primera vez peces que nadaban en los tanques; Vyann le explicó que de ellos provenía la carne blanca probada el día anterior. Los cultivos eran variados y múltiples; algunos recibían una iluminación especial. También tenían pónicos cultivados y arbustos de flores brillantes. Una de las habitaciones más largas estaba dedicada a los frutales; los árboles crecían contra las paredes; los arbustos y las plantas, en el medio, sobre plataformas elevadas. Fue allí donde Complain observó las primeras uvas de su existencia. En ese cuarto la temperatura era elevada y los jardineros trabajaban con el torso desnudo. La cara se le cubrió de sudor; notó que Vyann tenía la blusa pegada a los pechos y le parecieron los frutos más dulces de a bordo.

En las cubiertas de agricultura trabajaban muchos hombres y mujeres, ya fuera en labores humildes o complicadas. Adelante, comunidad esencialmente pacífica, consideraba que la agricultura debía ser su ocupación principal. Y sin embargo, a pesar de tantos cuidados, las cosechas solían fracasar misteriosamente y los animales morían sin causa visible. El hambre era una amenaza constante.

Pasaron a otras cubiertas. A veces el camino estaba a oscuras y las paredes exhibían las heridas de armas inimaginables y olvidadas. Cuando llegaron a los Pisos de Conducción se sentían ya algo solitarios. Vyann explicó que esa zona tenía el acceso prohibido para todo el mundo, con excepción de unos pocos funcionarios. Allí no vivía nadie. Sólo reinaban el polvo y el silencio.

—A veces imagino cómo habrá sido en otros tiempos todo esto. —Susurró Vyann, moviendo la antorcha de izquierda a derecha—. Un lugar tan ajetreado… Aquí, precisamente, se elaboraba la energía que movía la nave. En esta zona debió de trabajar mucha gente.

Las puertas abiertas a lo largo de aquel sector estaban provistas de pesadas ruedas; eran muy diferentes de las comunes. Pasaron bajo un último arco, tras el cual se abría una cámara colosal de varios pisos de altura. El cono de la linterna descubrió grandes masas de formas extrañas a cada lado; en el medio había grandes estructuras montadas sobre ruedas, con arpeos, cangilones y manivelas mecánicas.

—En otros tiempos todo esto tuvo vida. Ahora está muerto —susurró Vyann.

Allí no había ecos; las enormes ondulaciones metálicas absorbían todo sonido.

—Todo esto podría manejarse desde el cuarto de Controles, si pudiéramos hallarlo.

Retrocedieron; Vyann lo condujo hacia otra cámara bastante parecida a la primera, pero de menores dimensiones, aunque era también enorme según las dimensiones habituales. Allí, aunque el polvo formaba una capa gruesa, se percibía en el aire una nota profunda y constante.

—Ya ves, ¡la energía no está muerta! —dijo la muchacha—. Aún vive tras estas paredes de acero. ¡Ven a ver esto!

Se dirigió a un cuarto contiguo, casi colmado por el bulto gigantesco de una máquina. Este artefacto, totalmente apanelado, tenía la forma de tres ruedas inmensas instaladas eje con eje; de cada lado surgía un tubo de varios metros de diámetro que subía en una curva hasta los mamparos. Complain, incitado por Vyann, posó una mano sobre la tubería. Vibraba. Al costado de una rueda se veía un tablero de inspección; Vyann lo abrió. De inmediato aquella nota de órgano aumentó de volumen, como un proslambanómeno que emitiera un acorde sostenido. La muchacha dirigió el rayo de su linterna hacia la apertura. Complain contempló fascinado aquella oscuridad; algo centelleaba allí, ilusorio, girando y zumbando profundamente. En el centro mismo una pequeña tubería goteaba constantemente sobre un eje giratorio.

—¿Es esto el espacio? —preguntó a Vyann, sofocado.

—No —respondió ella mientras cerraba el panel—. Es uno de los tres enormes ventiladores. La cañería del centro es la que lo lubrica. Esos ventiladores no se detienen jamás; hacen circular el aire por toda la nave.

—¿Cómo lo sabes?

—Porque Roger me trajo aquí y me lo explicó.

Instantáneamente aquello perdió sentido para Complain.

Sin poder contenerse, sin pensarlo siquiera, preguntó:

—¿Qué significa Roger Scoyt para ti, Vyann?

—Lo amo profundamente —replicó ella, tensa—. Soy huérfana; mis padres hicieron el Viaje cuando yo era muy joven, atacados por la raíz trepadora. Fui adoptada por Roger Scoyt y por su mujer, que era estéril. Ella fue asesinada en una incursión por Adelante, hace muchas velas; desde entonces él me ha entrenado, sin descuidarme nunca.

Complain, en un arrebato provocado por el alivio, le tomó la mano. Ella apagó inmediatamente la linterna y se apartó con una risa burlona.

—No te traje aquí para flirtear, señor. Antes de intentar esas cosas conmigo tendrás que ponerte a prueba.

El cazador trató de sujetarla, pero al moverse en la oscuridad se golpeó la cabeza. Ella volvió a encender la linterna. Complain, malhumorado por la falta de éxito, se apartó frotándose el cráneo dolorido.

—¿Para qué me trajiste aquí? —preguntó—. ¿Por qué te muestras gentil conmigo?

—Te tomas con demasiada seriedad las Enseñanzas —dijo—. ¡Qué otra cosa se puede esperar de un hombre educado en una pequeña tribu provinciana!

Pero enseguida abandonó sus modales caprichosos, algo más ablandada.

—Vamos, no te enojes —exclamó—. Si alguien se muestra gentil contigo, eso no significa que te desee mal alguno. Olvida esa idea anticuada; es más propia de tu amigo el sacerdote Marapper.

Pero Complain no era tan fácil de suavizar. Para colmo, la mención al viejo sacerdote acababa de recordarle sus advertencias. Guardó un hosco silencio. Como Vyann era demasiado altanera para quebrarlo, emprendieron el camino de regreso con aire de tristeza. Una o dos veces Complain le dirigió una mirada implorante, deseoso de oírle decir algo. Cuando al fin lo hizo fue sin volver el rostro hacia él.

—Hay algo que quiero preguntarte —dijo, con desgana—. Debemos hallar el escondite de los Forasteros y destruir un grupo de malhechores. Nuestro pueblo está compuesto en su mayoría por agricultores; no tenemos cazadores, y ni siquiera nuestros guardias adiestrados se atreven a penetrar mucho en las marañas. No podrían cubrir las vastas zonas que recorristeis al venir hacia aquí. Te necesitamos para que nos dirijas en la lucha contra nuestros enemigos, Roy. Queríamos enseñarte todo lo posible para que comprendieras que también son enemigos tuyos.

Ahora miraba de frente a Complain; sonreía con amabilidad y tristeza.

—¡Cuando me miras así sería capaz de llegar caminando hasta la Tierra! —exclamó el cazador.

—No te pedimos tanto —replicó ella sin dejar de sonreír, perdida ya toda reserva—. Ahora debemos ir a ver qué ha hecho Roger con todos sus problemas. Estoy segura de que ha tomado sobre sí todo el trabajo de la nave. Yo te he hablado de los Forasteros; él puede explicarte lo de la banda de Gregg.

Y apretó el paso, sin reparar en la expresión sorprendida de Complain.

El maestre Scoyt estaba más que ocupado. Por una vez en su vida sentía que iba logrando algo y tenía la frente más despejada. Saludó a Complain como si fueran viejos amigos.

Fermour estaba bajo vigilancia en una celda vecina, pero su interrogatorio había sido aplazado debido a cierto alboroto detectado en Rutas Muertas. Los expedicionarios de Adelante habían oído grandes estruendos entre las marañas, tras aventurarse hasta la Cubierta 29 (la misma en que apresaron a Complain y Marapper) la encontraron gravemente dañada; estaba sólo dos cubiertas más allá de las fronteras adelantinas, pero no se atrevieron a avanzar más. Regresaron con las manos vacías, informando que en la Cubierta 30 se estaba librando una lucha y que se oían gritos de hombres y mujeres.

Allí acabó todo. Pero poco después de ese episodio uno de los rufianes de Gregg se acercó a las barreras pidiendo tregua para hablar con alguna persona de autoridad.

—Lo tengo en la celda vecina —informó Scoyt—. Es una extraña criatura llamada Hawl; parece bastante cuerdo, aunque se refiere a su jefe llamándolo «el capitán».

—¿Qué quiere? —preguntó Vyann—. ¿Ha desertado?

—Mejor aún, Laur. Según parece, la pelea que detectaron nuestros expedicionarios era entre la banda de Gregg y otra. Hawl no ha explicado por qué, pero al parecer el episodio los ha llenado de miedo. Hasta tal punto que Gregg desea entablar la paz con nosotros mediante este fulano, Hawl, para que su tribu viva bajo la protección de Adelante.

—¡Es una trampa! —exclamó Vyann—. ¡Una treta para entrar aquí!

—No, no lo creo. Hawl es obviamente sincero. El único inconveniente es que Gregg, conociendo la reputación de que goza entre nosotros, desea recibir a un funcionario adelantino como prenda de buena fe para establecer las condiciones. Quien resulte elegido deberá ir con Hawl.

—Esto me huele mal —dijo Vyann.

—Bueno, será mejor que vengáis a verlo. Pero preparaos para recibir una impresión bastante fuerte. No es un espécimen muy bonito.

Había dos oficiales con Hawl, con la supuesta misión de custodiarlo; pero era obvio que habían estado castigándolo violentamente con cuerdas anudadas. Scoyt los despidió sin ceremonias, pero tardó un rato en reanimar a Hawl, que yacía boca abajo, gruñendo. Al fin, ante la amenaza de un nuevo castigo, optó por sentarse.

Era una criatura sorprendente. No había diferencias notables entre un mutante y él. La madarosis lo había dejado completamente calvo, hasta el punto de que no tenía barba ni cejas; además carecía de dientes. Una desgraciada deformidad congénita hacía que la mandíbula inferior estuviera extrañamente retraída; la frente, en cambio, estaba tan distendida por la exostosis que llegaba casi a ocultarle los ojos. Pero había algo peor; estas rarezas secundarias estaban desplegadas en un cráneo no mayor que dos puños superpuestos, sobre un cuerpo de tamaño normal.

Por lo que se podía juzgar, parecía de edad madura. Al sorprender la mirada sobrecogida de Vyann y Complain murmuró un fragmento de las Escrituras:

—Que mi neurosis no ofenda…

—A ver, don Timidez, dinos —interrumpió el maestre Scoyt con aire simpático— ¿Qué garantías ofrece tu digno amo a nuestro representante (si es que lo enviamos) de que volverá aquí sano y salvo?

—Si yo vuelvo sano y salvo junto al capitán —murmuró Hawl— el enviado de ustedes también volverá sano y salvo. Lo juramos.

—¿Ya qué distancia está ese bribón que llamas capitán?

—Eso lo sabrá el enviado que vaya conmigo —replicó Hawl.

—Muy cierto. O te lo haremos decir aquí.

—¡No podrán!

En el tono de aquella extraña criatura había algo que inspiraba respeto. Scoyt pareció sentirlo, pues indicó al prisionero que se levantara y se quitara el polvo; después le ofreció un sorbo de agua. Mientras tanto volvió a preguntar:

—¿Cuántos hombres tiene la banda de Gregg?

Hawl dejó la vasija y se irguió desafiante, con las manos en jarras.

—Eso lo sabrá el enviado cuando venga conmigo a arreglar las condiciones —repitió—. No tengo más que decir. Ustedes decidirán si están de acuerdo o no. Pero recuerden una cosa: si venimos a Adelante no causaremos problemas. Por el contrario, lucharemos para defenderlos.

Scoyt, y Vyann intercambiaron una mirada.

—Vale la pena, si conseguimos que algún temerario se ofrezca a ir.

—Tendremos que someterlo a estudio del Consejo —dijo ella.

Complain había guardado silencio hasta entonces, esperando una oportunidad. En ese momento se dirigió a Hawl.

—Ese hombre a quien llamas capitán —dijo—, ¿tiene algún otro nombre, aparte de Gregg?

—Eso podrá preguntárselo usted personalmente cuando se arreglen las condiciones.

—Mírame bien, compañero. ¿Me parezco en algo a tu capitán? Responde.

—El capitán tiene barba —dijo Hawl, evasivo.

—¡Pues debería dártela para que te cubrieras la cabeza! —exclamó Complain. A ver qué contestas a esto: yo tenía un hermano que huyó hacia Rutas Muertas hace tiempo. Se llamaba Gregg, Gregg Complain. ¿Es ése tu capitán, hombre?

—¡Por los clavos de ejem! —exclamó Hawl—. ¡Pensar que el capitán tenía un hermano en este cantero de amapolas!

Complain se volvió excitado hacia el maestre Scoyt, que mostraba su sorpresa en todas las arrugas de la cara.

—Me ofrezco como voluntario para acompañar a este hombre hasta la guarida de Gregg —dijo.

La sugerencia convenía al maestre Scoyt. Dedicó de inmediato su inmensa energía para ponerlo en camino lo antes posible. Con toda la fuerza de su persuasión, simpática, pero inexorable, logró que el Consejo de los Cinco se reuniera enseguida. Tregomin acudió con desgana, abandonando su biblioteca, Zac Deight dejó a Marapper en medio de una discusión teológica; Billyoe, Dupont y Ruskin, los miembros restantes, postergaron sus diversas ocupaciones. Tras una discusión privada Complain fue llamado a comparecer; se le instruyo sobre las condiciones que debía proponer a Gregg y se lo envió a cumplir con su misión, deseándole expansiones. Debía darse prisa para volver antes de que el sueñovela oscuro cayera sobre la nave.

A pesar de las obvias desventajas que representaría acoger en Adelante a la banda de Gregg, el Consejo le ofrecía una cálida bienvenida: al menos, eso pondría fin a casi todas las escaramuzas libradas en torno a Adelante; además se obtendría un aliado aguerrido para luchar contra los Forasteros.

Un ayudante entregó a Complain su pistola paralizante y su linterna. Mientras las sujetaba a su cinturón entró Vyann al cuarto y cerró la puerta tras de sí. Lucía una expresión de cómico desafió.

—Voy contigo, —dijo sin más preámbulos.

Complain se acercó a ella, protestando. No estaba habituada a los pónicos, podía haber peligro, Gregg era capaz de jugarles una mala pasada, era mujer…

Ella le interrumpió secamente:

—No vale la pena discutir —exclamó—. Son órdenes del Consejo.

—¡Tú los engatusaste! —exclamó Complain—. ¡Lo arreglaste todo!

Enseguida comprendió que había aceptado y la alegría lo llevó al delirio.

—¿Por qué quieres acompañarme? —preguntó, sujetándola por la muñeca.

La respuesta no fue tan halagadora como hubiera deseado. Vyann afirmo que siempre había deseado salir de caza, y aquello era lo más aproximado. Complain recordó de pronto, sin el menor placer, la pasión de Gwenny por las cacerías.

—Tendrás que comportarte bien —dijo con severidad, molesto porque sus motivos no eran más personales.

Marapper apareció antes de que partieran para decir algo a Complain, en privado. Había encontrado la misión de su vida: el pueblo de Adelante necesitaba una nueva conversión a las Enseñanzas; bajo la férula condescendiente del Consejo éstas habían perdido su vigor. Zac Deight, en particular, se oponía a ellas; de ahí la discusión mantenida un rato antes.

—No me gusta ese hombre —rezongó el sacerdote—. Hay algo horriblemente sincero en él.

—No causes problemas aquí, por favor —le rogó Complain—, precisamente ahora que han comenzado a aceptarnos. Por el amor de ejem, Marapper, ¡deja de ser como eres!

Marapper meneó la cabeza con tanta compunción que las mejillas se le bambolearon.

—Tú también estás cayendo entre los no creyentes, Roy —dijo—. Debo causar problemas: el torbellino en el id. debe manifestarse. En eso radica nuestra salvación; además, si al mismo tiempo la gente se agrupa a mi alrededor será una ventaja, por supuesto. ¡Ah, amigo mío, haber llegado juntos tan lejos, sólo para que te corrompa una muchacha!

—Si te refieres a Vyann, sacerdote, será mejor que no la mezcles en esto. Ya te lo he dicho, ella no tiene nada que ver contigo.

En respuesta a su voz desafiante Marapper se mostró blando como la manteca.

—No creas que me opongo, Roy. Aunque como sacerdote no puedo perdonarla, como hombre te envidio, créeme.

Cuando Complain y Vyann emprendieron la marcha hacia las barreras, el sacerdote los despidió con aire de desamparo. Toda su turbulencia había sido acallada por Adelante, donde todos le eran extraños; indudablemente prefería ser cabeza de ratón y no cola de león. Complain acababa de encontrarse a sí mismo; el sacerdote, en cambio, se estaba perdiendo.

Hawl los aguardaba en las barricadas con la cabeza erguida; Adelante no le había tributado una bienvenida muy cordial y se sentía feliz de volver a los pónicos. Una vez cruzadas las barreras se adelantó con paso experto; Vyann seguía detrás y Complain cerraba la marcha. Hawl, perdido su carácter de monstruo, se movía en las marañas con una habilidad que Complain admiró con ojos de cazador; parecía no tocar siquiera las hojas. ¿Qué podía haberlo asustado tanto como para inducirlo a cambiar su elemento natural por la disciplina extraña de Adelante?

Como sólo debían cruzar dos cubiertas no permanecieron mucho tiempo entre los pónicos. Vyann, al menos, lo encontró muy de su conveniencia: las marañas no tenían nada de románticas; la marcha era difícil e irritante y estaban llenas de diminutos mosquitos negros. Cuando Hawl se detuvo lo imitó agradecida, tratando de espiar por entre los tallos, más escasos en esa zona.

—¡Reconozco esta zona! —exclamó Complain—. Cerca de aquí nos capturaron.

Hacia adelante se extendía un tramo de corredor negro y ruinoso, de paredes descascaradas y carcomidas, cuyo techo presentaba una grieta debido a alguna remota explosión. Era en ese lugar donde los exploradores cuartelenses habían sufrido la misteriosa falta de peso. Hawl encendió una luz y dejó oír un silbido ululante. Casi de inmediato bajaron una soga por la grieta del techo.

—Vayan y sujétense de la soga; ellos los izarán —indicó Hawl—. Hay que caminar lentamente y sujetarse. Es fácil.

A pesar de sus palabras tranquilizadoras no era tan sencillo. Vyann ahogó un grito de alarma al sentir la falta de peso, pero Complain, más preparado, la tomó por la cintura para estabilizarla. Llegaron hasta la soga sin mucho menoscabo para su dignidad y fueron izados de inmediato. Los hicieron pasar por la grieta de ese techo y por el del nivel superior; el daño había sido extenso. Hawl desdeñó la ayuda de la soga y se lanzó de cabeza; llegó antes que ellos, con toda calma.

Cuatro hombres harapientos interrumpieron una desorganizada partida de Viaje Ascendente para saludar a Vyann y a Complain. Éstos se encontraron en una habitación destrozada, donde la sensación de peso era todavía escasa. En torno al agujero por donde ellos habían entrado se veían muebles de distintos orígenes, obviamente puestos allí como protección para quien custodiara el paso en ocasión de algún ataque. Complain pensaba que le quitarían la pistola, pero Hawl, tras cambiar unas palabras con sus desarrapados amigos, se limitó a conducirlos por otro corredor.

Allí volvía la sensación de peso. Estaba lleno de hombres y mujeres heridos, acostados en montones de pónicos secos; casi todos tenían vendados la cara o las piernas, como si fueran víctimas de la reciente batalla. Hawl apretó el paso, con algunas exclamaciones de simpatía para sus camaradas enfermos, y entró en otro cuarto. También éste estaba lleno de mercaderías y de hombres vendados o lesionados. Entre ellos estaba Gregg Complain.

Era Gregg, sin duda alguna. Ni la barba espesa ni la colérica cicatriz de la sien habían alterado el antiguo aspecto de insatisfacción que le rodeaba los ojos y los labios delgados. Al ver a los visitantes se puso de pie.

—Éste es el capitán —anunció Hawl—. Traje a tu hermano y a esta gentil señorita para que hablen contigo, capitán.

Gregg se acercó a ellos, investigándolos con la mirada como si su vida dependiera de ello. Había perdido la vieja costumbre cuartelense de no mirar a los ojos. Los observó sin cambiar de expresión, como si fueran trozos de madera; los vínculos de sangre nada significaban para él.

—¿Habéis venido como embajadores oficiales de Adelante? —preguntó finalmente a su hermano mayor.

—Sí —respondió Complain.

—No te llevó mucho tiempo ganarte sus favores, ¿verdad?

—¿Qué sabes tú de eso? —le desafió Complain.

La hosca independencia de su hermano parecía haberse acentuado tras su brusca desaparición, hacía ya mucho tiempo.

—Estoy bastante enterado de lo que ocurre en Rutas Muertas —dijo Gregg—. Aquí al menos soy el capitán. Sabía que ibas con rumbo a Adelante. Cómo lo supe, no importa. Vamos a lo nuestro. ¿Para qué has traído a esta mujer, para que te limpie la nariz?

—Tal como dijiste, vamos a lo nuestro —dijo Complain.

—Supongo que ha venido a ver como te portas —murmuró Gregg—. Muy propio de los adelantinos. Será mejor que vengáis conmigo; aquí hay demasiados lamentos… Hawl, ven tú también. Davies, quedas a cargo. Mantenlos en silencio, si es posible.

Complain y Vyann marcharon tras la maciza espalda de Gregg, que los condujo a un cuarto donde el caos era indescriptible. Sobre el escaso moblaje había ropas y harapos ensangrentados; en el suelo había vendajes empapados, como otros tantos frascos rotos de roja mermelada. Por lo visto aún quedaba en Gregg un resto de buena educación, pues ante la expresión asqueada de la muchacha se disculpó por tanto desorden.

—Mi mujer murió en la batalla de anoche —dijo—. La hicieron pedazos… ¡Uf, nunca se ha oído gritar tanto! No pude ir en su ayuda. No pude. Ella ya habría limpiado todo esto. ¿Quieres hacerlo tú?

—Discutiremos tu propuesta y nos marcharemos en cuanto sea posible —respondió Vyann, muy tiesa.

—¿Qué pasó en esa batalla que te asustó así, Gregg? —preguntó Complain.

—Llámame «capitán» —indicó su hermano—. Nadie me llama Gregg cara a cara. Y aclaremos algo: no estoy asustado. Todavía no he visto nada que me asuste. Pienso en mi tribu, eso es todo. Si nos quedamos aquí moriremos todos, sin lugar a dudas. Por eso es que…

Se dejó caer sentado en la cama e indicó a su hermano que hiciera lo mismo.

—Aquí ya no estamos seguros —prosiguió—. Contra los hombres podemos luchar, pero no contra las ratas.

—¿Ratas? —repitió Vyann.

—Sí, ratas, belleza mía —confirmó Gregg, mostrando los colmillos por mayor énfasis—. Ratas grandes y sucias, que saben pensar, planear y organizar como los humanos. Tú sabes de qué estoy hablando, ¿verdad, Roy?

Complain había palidecido.

—Sí —respondió—. Me han corrido por encima. Se entienden por señales, visten harapos y capturan a otros animales.

—¡Ah, las conoces! Me sorprendes. Sabes más de lo que yo creía. Ellas son la verdadera amenaza, la mayor amenaza de esta nave. Han aprendido a cooperar entre sí y a atacar en formación. Eso es lo que hicieron en el sueño pasado contra nosotros. Y por eso nos vamos. No podríamos volver a rechazarlas si regresaran con refuerzos.

—¡Esto es extraordinario! —exclamó Vyann—. En Adelante no hemos tenido ataques de ese tipo.

—Tal vez no —dijo Gregg, ceñudo—. Adelante no es el mundo.

Explicó entonces su teoría: las ratas se limitaban a atacar en Rutas Muertas porque allí había humanos solitarios, a quienes podían destruir sin interferencias. La última incursión era en parte prueba de que se estaban organizando mejor, pero también un accidente: no habían calculado bien la fuerza de Gregg y los suyos. Como si creyera que ya había dicho demasiado, Gregg cambió repentinamente de tema.

Sus planes para vivir en Adelante eran muy simples, según dijo. Retendría el mando de su grupo, que se elevaba a unas cincuenta personas; formarían una unidad autónoma sin contacto con el pueblo de Adelante. Pasarían la vela tal como hasta entonces: librando escaramuzas por Rutas Muertas, y regresarían sólo para dormir. Se harían responsables de la custodia de Adelante, para defenderla de Forasteros, Gigantes, ratas y otros atacantes.

—¿Y qué pides a cambio? —preguntó Complain.

—A cambio pido conservar el derecho de castigar a los míos. Y todos deben llamarme capitán.

—¿No es una condición algo caprichosa?

—¿Te parece? Nunca supiste lo que te convenía. Tengo en mi poder un viejo diario íntimo según el cual soy descendiente (tú también, por supuesto) de un capitán de esta nave. Era el capitán Gregory Complain; él mandaba sobre toda la nave. ¿Imaginas si pudieras…?

Por un momento el rostro de Gregg se iluminó ante la mera posibilidad, pero enseguida volvió a caer el velo de hosquedad. Por detrás asomaba la figura de un hombre que intentaba ponerse de acuerdo con el mundo. Después volvió a ser el rudo personaje sentado sobre vendajes sangrientos. Ante la pregunta de Vyann con respecto a la antigüedad del diario se encogió de hombros, diciendo que no lo sabía; no había leído más que la página frontal (y eso, según adivinó Complain, debió de llevarle bastante tiempo).

—El diario está en ese armario, allí detrás —dijo Gregg—. Algún día te lo mostraré… si llegamos a un acuerdo. ¿Qué has decidido?

—En verdad nos ofreces muy poco que pueda parecernos atractivo, hermano. Esa amenaza de las ratas, por ejemplo… Creo que la estás sobreestimando por motivos propios.

—¿Eso crees? —observó Gregg, levantándose—. Ven, pues, que voy a mostrarte algo. Hawl, tú te quedas y vigilas a la señorita. Lo que vamos a ver no es espectáculo para una mujer.

Condujo a Complain por un corredor desolado y revuelto. Mientras caminaban iba diciendo que lamentaba abandonar ese escondite. Gracias a una antigua explosión y a la fortuita clausura de las puertas intercomunicantes, su banda contaba allí con una fortaleza, sólo accesible a través de la grieta por donde entraran Complain y Vyann. Por debajo de su habitual rudeza había ciertas señales de que le alegraba ver a su hermano y charlar con él. Al fin entró a un cuarto pequeño, casi un armario.

—Aquí tienes a un viejo amigo tuyo —dijo, con un airoso ademán de presentación.

El anuncio dejó a Complain sin preparación para lo que iba a ver. En un sucio camastro yacía Erri Roffery, el cotizador. Apenas pudo reconocerlo. Le faltaban tres dedos y la mitad de la cara; uno de los ojos había desaparecido. La mayor parte del soberbio bigote había sido arrancado. No hacía falta decir que era obra de las ratas; uno de los huesos del pómulo mostraba las huellas de sus dientes. El cotizador permanecía inmóvil.

—No me sorprendería que ya hubiera emprendido el Viaje —dijo Gregg, despreocupado—. El pobre ha estado en constante sufrimiento. Le han comido también la mitad del pecho.

Sacudió violentamente a Roffery por un hombro; le levantó la cabeza y volvió a dejarla caer sobre la almohada.

—Aún vive; tal vez está inconsciente —dijo—. Pero esto te mostrará lo que nos espera. Recogimos a este héroe la vela pasada, a varias cubiertas de aquí. Dijo que las ratas lo habían deshecho. Por él me enteré de tus novedades; me reconoció, pobre tipo. No era mala persona.

—Era uno de los mejores —dijo Complain.

Tenía la garganta tan cerrada que apenas pudo hablar. Su imaginación se puso involuntariamente en marcha, pintando aquel horrendo episodio. No podía apartar los ojos del estragado rostro de Roffery, pero a pesar de su aturdimiento escuchó el relato de su hermano. Las ratas habían encontrado a Roffery en la piscina; mientras estaba aún inconsciente por los efectos del gas, lo cargaron en una especie de camilla para arrastrarlo hasta su guarida, donde fue interrogado bajo tormento.

La guarida estaba situada entre dos cubiertas rotas, donde ningún hombre podía llegar. Bullía de ratas y de una extraordinaria variedad de curiosidades, con las cuales habían construido cobertizos y cuevas. Roffery vio también animales cautivos, a los que mantenían en condiciones sorprendentes. Muchas de estas bestias indefensas presentaban deformaciones similares a las de los mutantes humanos, y algunas poseían la habilidad de hurgar en la mente de los otros. Mediante estas criaturas mutantes llevaron a cabo el interrogatorio de Roffery.

Complain se estremeció al recordar la repulsión que había experimentado ante las demenciales preguntas del conejo. La experiencia de Roffery, mucho más prolongada, había sido infinitamente peor. Nadie sabría qué habían logrado sonsacarle (sin duda poseían ya grandes conocimientos sobre las costumbres humanas), pero Roffery también descubrió algo; las ratas conocían la nave como ningún hombre la conocía, al menos a partir de la catástrofe; las marañas no les eran obstáculo, puesto que viajaban por los pasadizos bajos entre cubierta y cubierta. Era por eso que se las veía rara vez. Había diez mil tuberías y alcantarillas que les servían de corredores.

—Ya ves por qué no me siento feliz aquí —dijo Gregg—. No quiero que me pelen el cráneo. Estas ratas, en mi opinión, serán nuestro fin. Volvamos a donde está tu mujer, hermano. Hiciste una buena elección. La mía no tenía nada de bonita; el cartílago de las piernas era todo hueso, así que no podía flexionar las rodillas. Pero en la cama no importaba.

Vyann pareció contenta de volver a verlos; estaba bebiendo algo caliente. Hawl, con expresión culpable, creyó conveniente explicar que se había descompuesto a causa de los vendajes ensangrentados, por lo cual él había ido a prepararle un uno.

—Queda un poco para ti capitán —dijo—. Bébelo hasta el fondo como buen muchacho.

Mientras Gregg bebía, el hermano se preparó para irse. Aún se sentía estremecido por el espectáculo de Roffery.

—Transmitiré tu propuesta al consejo —dijo—. Creo que cuando sepan lo de las ratas se mostrarán de acuerdo. Ahora debemos regresar. El próximo sueñovela será oscuro y tenemos mucho que hacer antes de que llegue.

Gregg miró intensamente a su hermano. Tras la morosa indiferencia de su expresión se agitaba la intranquilidad; sin duda alguna, estaba ansioso por llevar su banda a Adelante en cuanto fuera posible. Tal vez comprendía por primera vez que su hermano menor era un apoyo con el cual contar.

—Aquí tienes un regalo —dijo torpemente, arrojándole un objeto que estaba sobre la cama—. Es una especie de pistola; se la quité a un Gigante que maté hace dos velas. Mata por calor. Es un poco difícil de manejar y puedes quemarte si no lo haces con cuidado, pero prestó su buen servicio contra las ratas.

La «especie de pistola» era un objeto metálico aplanado, tan extraño como Gregg había dicho; al oprimir el botón surgió un abanico de calor casi invisible por la parte frontal. Aún desde cierta distancia Complain percibió su temperatura, pero el alcance era obviamente limitado. De cualquier modo lo aceptó agradecido y se despidió de su hermano con inesperada cordialidad. Era extraño sentirse complacido por una relación familiar como ésa.

Vyann y Complain recorrieron sin escolta el camino de regreso hacia Adelante. Él iba mucho más preocupado que antes de la entrevista y se mantenía alerta ante la posible presencia de ratas. Llegaron felizmente, sólo para descubrir que Adelante estaba convertida en un pandemónium.