10

Roy Complain bostezó, aburrido, y cambió por vigésima vez su postura en el suelo. Bob Fermour estaba sentado con la espalda contra la pared y hacía girar interminablemente un pesado anillo en el dedo de la mano derecha. No tenían nada que decirse, nada en que pensar. Fue un alivio que el feo guardia asomara la cabeza por la puerta para llamar a Complain con unos pocos insultos bien escogidos.

—Nos veremos en el Viaje —dijo alegremente Fermour mientras su compañero se levantaba.

Complain agitó la mano en señal de despedida; el corazón le latía con mayor celeridad. No lo condujeron al cuarto donde la inspectora Vyann los interrogara anteriormente, sino a un despacho de la Cubierta 24, Próximo a las barricadas El guardia feo permaneció fuera después de cerrar la puerta a su paso.

El cazador se encontró a solas con el maestre Scoyt. El investigador de Forasteros parecía más gastado que nunca por la creciente presión de las dificultades. Tenía las mejillas apoyadas en los finos dedos, como si le dolieran; esos dedos no despertaban ninguna confianza; parecían capaces de una crueldad artística, aunque entonces, apoyados contra esa piel marchita, semejaban las manos de un masoquista.

—Expansión —dijo pesadamente.

—Expansión —respondió Complain.

Sabía que debía ser examinado, pero su mayor preocupación era la ausencia de esa muchacha Vyann.

—Quiero hacerte algunas preguntas —dijo Scoyt—. Te aconsejo que respondas correctamente, por varios motivos. En primer lugar, ¿dónde naciste?

—En Cuarteles.

—¿Ése es el nombre de tu aldea? ¿Tienes hermanos?

—En Cuarteles obedecemos las Enseñanzas —replicó el cazador, desafiante—. No reconocemos a nuestros hermanos cuando hemos crecido a la altura de la cintura de nuestras madres.

—Al diezmonos con las Ens…

Scoyt, se interrumpió bruscamente y se pasó la mano por la frente, como quién se esfuerza por mantener el dominio de sí. Con los ojos bajos, prosiguió en tono de cansancio:

—¿Cuántos hermanos tendrías si pudieras reconocerlos?

—Sólo tres hermanas.

—¿Ningún varón?

—Tenía uno, pero se escapó a la maraña hace tiempo.

—¿Qué pruebas tienes de que naciste en Cuarteles?

—¡Pruebas! —repitió Complain—. Si quieres pruebas ve a buscar a mi madre. Vive aún. Le encantará contarte cuanto se refiere a eso.

Scoyt se levantó.

—Quiero que entiendas algo —dijo—. No tengo tiempo para obligarte a darme respuestas decentes. Todos los de a bordo nos encontramos en una situación horrible. Estamos en una nave, ¿sabes?, dirigida quién sabe adónde. Se está deshaciendo de puro vieja y está llena de fantasmas, misterios, estremecimientos y dolor… Algún pobre idiota quiere arreglar todo esto antes de que sea demasiado tarde… ¡siempre que no sea ya demasiado tarde!

Hizo una pausa. Se estaba delatando: en el fondo pensaba que él era ese pobre idiota, con toda la carga sobre los hombros. Ya calmado a medias prosiguió:

—Lo que debes meterte en la cabeza es que todos somos prescindibles; si no consigues sernos de utilidad harás el Largo Viaje.

—Lo siento —dijo Complain—. Estaría más dispuesto a cooperar si supiera de qué lado estoy.

—Estás de tu propio lado. ¿O las Enseñanzas no te explicaron eso? «El primer interés de la humanidad debe ser el estudio del yo». Servirás mejor a tu yo contestando a mis preguntas.

Tiempo antes Complain se habría rendido. En esa oportunidad, más consciente de sí, formuló aún otra pregunta:

—¿Acaso Henry Marapper no te dijo cuanto querías saber?

—El sacerdote nos engañó. Ha partido en el Viaje. Es el castigo habitual para quienes abusan de mi paciencia.

Pasada la primera conmoción ante la noticia, Complain se preguntó si era cierto. No ponía en duda que Scoyt era implacable, pues quien mata por una causa lo hace casi sin pensar, pero le parecía imposible no volver a ver al gárrulo sacerdote. Respondió al interrogatorio con la mente preocupada por otra cosa. Las preguntas se referían sobre todo al épico recorrido a través de Rutas Muertas. En cuanto Complain empezó a narrar cómo había sido capturado por los Gigantes el investigador, sereno hasta entonces, hizo una mueca:

—¡Los Gigantes no existen! —dijo—. Se extinguieron hace tiempo. Nosotros heredamos de ellos esta nave.

Aunque abiertamente escéptico, empezó a pedir más detalles, tal como hiciera a Marapper en su oportunidad. Fue obvio que iba aceptando lentamente como cierto el relato de Complain. El rostro se le nubló.

—A los Forasteros los sabemos enemigos —dijo tamborileando los largos dedos sobre el escritorio—, pero en cuanto a los Gigantes los creíamos siempre antiguos aliados, cuyo reino tomamos bajo su aprobación. Si aún viven en algún punto de Rutas Muertas, ¿por qué no se presentan ante nosotros, a menos que sea por un motivo siniestro? Ya tenemos bastantes problemas sin esto.

Tal como Complain le hizo notar, los Gigantes no lo habían matado, aunque dejarlo con vida iba contra sus conveniencias; tampoco habían matado a Erri Roffery, si bien el destino sufrido por el cotizador seguía siendo un misterio. En resumen, parecían desempeñar un papel muy ambiguo.

—Me inclino a creerte, Complain —dijo al fin Scoyt—, porque de tanto en tanto nos llegan rumores; hay quienes juran que han visto a los Gigantes. ¡Rumores! ¡Rumores! No tenemos nada tangible entre las manos. Pero al menos los Gigantes parecen no ser amenaza para Adelante. Más todavía, parecen no ser aliados de los Forasteros. Si pudiéramos atacarlos por separado se lograría algo.

Hizo una pausa. Después agregó:

—¿A qué distancia está ese mar donde fuiste capturado?

—Lejos. Tal vez a cuarenta cubiertas de aquí.

El maestre Scoyt alzó las manos, disgustado:

—¡Demasiado lejos! Se me ocurrió que podríamos ir…, pero a los adelantinos nos desagradan los pónicos.

En ese momento la puerta se abrió de par en pan Un guardia jadeante asomó sin la menor ceremonia.

Scoyt se levantó de inmediato con una mueca sombría. Ya camino hacia la puerta se detuvo y se volvió hacia Complain.

—Quédate aquí —murmuró—. Volveré en cuanto pueda.

La puerta se cerró con estruendo. Complain quedó solo. Miró lentamente a su alrededor, como si no pudiera creerlo. En la pared más alejada, detrás del asiento de Scoyt, había otra puerta. Se aproximó cautelosamente a ella y probó el picaporte. Estaba abierta. Más allá había otro cuarto, una pequeña antecámara en cuyo extremo se abría otra puerta. Allí sólo había un tablero maltratado con instrumentos rotos y cuatro bultos en el suelo. Complain los reconoció inmediatamente como su mochila y la de sus dos compañeros. Todas sus magras pertenencias parecían estar allí, aunque era evidente que habían sido inspeccionadas. Complain les echó tan sólo una breve mirada y cruzó el cuarto para abrir la otra puerta. Daba a un corredor lateral. Desde un lado le llegó un sonido de voces, hacia el otro, a pocos metros de distancia, había… pónicos. Parecía no haber vigilancia en esa dirección. El corazón le latía aceleradamente. Volvió a cerrar la puerta y se apoyó contra ella para decidirse: ¿debía intentar o no la huida?

Marapper había sido asesinado. Nada le aseguraba que él no fuera sentenciado con idéntica frialdad. Marcharse podía ser una medida prudente, pero ¿hacia dónde? Cuarteles estaba demasiado lejos para viajar solo hasta allá. Pero las tribus más próximas podían recibir con gusto a un buen cazador. Recordó entonces que Vyann los había confundido con miembros de alguna tribu que incursionaba por Adelante; afligido por su situación, él había tomado escasamente nota de lo que ella decía, pero era muy posible que esa misma banda estuviera atacando las barricadas en ese mismo instante. Tal vez no se negaran a aceptar a un cazador con ligeros conocimientos sobre Adelante.

Se echó la mochila sobre el hombro, abrió la puerta y, tras mirar a derecha e izquierda, se lanzó hacia la maraña.

Todas las puertas del corredor estaban cerradas, con excepción de una. Al pasar por ella Complain miró instintivamente hacia el interior… y quedó petrificado. Se detuvo sobre el umbral, atónito.

En el cuarto, tendido en un diván, había un cuerpo laxo, como si estuviera durmiendo. Su postura era desgarbada, tenía las piernas cruzadas y el manto raído enrollado bajo la cabeza a modo de almohada; la cara lucía la melancólica expresión de un bulldog sobrealimentado.

—¡Henry Marapper! —exclamó Complain, con los ojos fijos en el perfil familiar.

El pelo y la sien estaban apelmazados por la sangre. El cazador se inclinó para tocar suavemente un brazo. Lo sintió frío como la piedra.

De inmediato la antigua atmósfera de Cuarteles volvió a rodearlo como la pieza que vuelve a su sitio con un chasquido. Las Enseñanzas eran casi tan instintivas como un acto reflejo. Sin pensarlo siquiera efectuó el primer ademán de postración e inició el ritual del temor. Las Enseñanzas indicaban que no se debe permitir la entrada del temor en el subconsciente; es necesario expresarlo de inmediato, por medio de un complejo rito que lo exprese.

Entre reverencia, gemido y prosternación, Complain olvidó su huida.

—Lamento interrumpir esta eficiente demostración —dijo a sus espaldas una helada voz femenina.

Complain se irguió sorprendido. Allí estaba Vyann, flanqueada por dos guardias y con la pistola preparada. Pero la sonrisa de sus hermosos labios no era tentadora.

Así acabó la prueba de Complain.

A continuación fue Fermour quien debió comparecer en el despacho de la Cubierta 24. El maestre Scoyt, estaba allí sentado, pero lo recibió con una brusquedad evidente.

Tal como había hecho en el caso de Complain, comenzó por preguntarle dónde había nacido.

—En algún lugar de la maraña —dijo Fermour, con su modo cansino—. Nunca lo supe con exactitud.

—¿Por qué no naciste en una tribu?

—Mis padres habían huido de la suya. Era una tribu pequeña de la Zona Central, más pequeña que Cuarteles.

—¿Cuándo te reuniste con la tribu Greene?

—A la muerte de mis padres —replicó Fermour—. Les atacó la raíz trepadora. Pero yo ya era mayor.

La boca de Scoyt, naturalmente carnosa, se había convertido en una línea recta. De algún sitio había sacado una cachiporra de goma y la balanceaba entre las manos como al descuido. Empezó a pasearse frente al prisionero, sin dejar de observarlo con atención. Entonces preguntó:

—¿Tienes alguna prueba de lo que me estás diciendo?

Fermour estaba pálido y tenso; no cesaba de hacer girar el anillo en su dedo.

—¿Qué clase de pruebas? —preguntó, con la boca seca.

—Cualquiera. Algo comprobable con respecto a tu origen. Ésta no es una aldea improvisada de Rutas Muertas, Fermour. Cuando alguien llega desde las marañas tenemos que saber quién es, qué es… ¿Y bien?

—Marapper, el sacerdote, dará testimonio por mí.

—Marapper ha muerto. Además tengo interés en alguien que te haya conocido de niño. Quienquiera que sea.

Giró sobre sus talones y lo miró cara a cara.

—En suma, Fermour, queremos algo que pareces incapaz de darme: ¡Una prueba de que realmente eres humano!

—¡Soy más humano que tú, miserable…!

En tanto hablaba, Fermour se había levantado con el puño en alto. Scoyt se echó diestramente hacia atrás y bajó la cachiporra contra la muñeca del prisionero. Éste se rindió, con el brazo entumecido y el rostro sombrío.

—Tus reflejos son demasiado lentos —indicó Scoyt, severo—. Tendrías que haberme tomado rápidamente por sorpresa.

—Siempre me consideraron lento en Cuarteles —murmuró Fermour, tironeando de su manga.

—¿Por cuánto tiempo viviste con la tribu Greene? —inquirió Scoyt, acercándose a él con la cachiporra dispuesta, como deseoso de asestarle otro golpe.

—Oh, he perdido la cuenta. Dos veces cien docenas de sueñovelas.

—En Adelante ya no usamos ese método primitivo de cálculo cronológico, Fermour. Para nosotros cuatro sueñovelas son un día. De ese modo, habrías estado en la tribu… seiscientos días. Es mucho tiempo en la vida de un hombre.

Y observó a Fermour como si aguardara algo. En ese momento la puerta se abrió bruscamente y un guardia apareció jadeante en el umbral.

—Se ha producido un ataque en las barricadas, maestre Scoyt —gritó—. ¡Por favor, venga enseguida! ¡Lo necesitan!

Camino ya hacia la puerta, Scoyt se volvió hacia Fermour con un gesto sombrío.

—¡Quédate aquí! —ordenó—. Volveré en cuanto pueda.

En el cuarto contiguo Complain se volvió lentamente hacia Vyann, que había vuelto a enfundar su pistola paralizante.

—Entonces esa historia del ataque a las barricadas es sólo una treta para que el maestre Scoyt salga del despacho, ¿no es así?

—En efecto —dijo ella, sin vacilar—. Observa a Fermour. A ver qué hace ahora.

Por un momento Complain no pudo dejar de mirarla a los ojos, atrapado por ellos. Estaban muy próximos, solos en una habitación que ella había llamado «cuarto de observación», contiguo al despacho en qué los recibieran sucesivamente a él y a Fermour. Al fin, pensando que sus sentimientos debían estar a la vista, logró dominarse y fijar la mirada en lo que se veía por la mirilla.

Alcanzó a ver que Fermour tomaba un banquillo y lo instalaba en el medio del cuarto; trepó a él y alargó las manos hacia la rejilla que formaba parte del cielo raso en casi todos los compartimientos. No la alcanzaba, por mucho que estirara los dedos. Después de vanos intentos por saltar y ponerse de puntillas, Fermour echó una mirada a su alrededor, ya desesperado, y reparó en la otra puerta, detrás de la cual estaba su mochila. Apartó entonces el banquillo con un puntapié y escapó de prisa, desapareciendo de la vista.

—Se ha marchado, tal como yo hice —observó Complain, volviendo a desafiar la mirada de aquellos ojos grises.

—Mis hombres lo capturarán antes de que llegue a los pónicos —dijo Vyann sin preocuparse—. Estoy casi segura de que tu amigo Fermour es un Forastero, pero en pocos minutos más tendremos la confirmación.

—¡Bob Fermour! ¡Imposible!

—Ya lo discutiremos —dijo ella—. Entretanto, Roy Complain, estás libre… hasta donde alguien puede ser libre aquí. Puesto que tienes experiencia y conocimientos, confió en que nos ayudarás a afrontar algunos problemas.

Era mucho más hermosa y temible que Gwenny. Complain respondió:

—Os ayudaré en lo que pueda.

—El maestre Scoyt te estará agradecido.

Ella se alejó con súbita brusquedad. Aquello hizo que el cazador volviera a la realidad. Preguntó entonces con idéntica brusquedad por qué eran tan temibles los Forasteros; en la tribu Greene se les temía sólo porque eran extraños y no se parecían a los humanos.

—¿No basta con eso? —repuso ella.

Le explicó entonces en qué consistían los poderes de los Forasteros. Mediante las diversas pruebas del maestre Scoyt habían logrado capturar unos cuantos; todos habían escapado con excepción de uno. Aunque los arrojaran a la celda atados de pies y manos y a veces hasta inconscientes, desaparecían por completo. Cuando se ponía un guardia en la misma celda, éste aparecía inconsciente y con una marca en el cuerpo.

—¿Y el Forastero que no escapó? —preguntó Complain.

—Murió en el potro de tormento. No pudimos hacerle confesar; sólo dijo que venía de los pónicos.

Ella lo guió hasta la salida. Complain caminaba cansadamente a su lado, con la mochila al hombro, echando miradas ocasionales a su perfil, agudo y brillante como la luz de una linterna. Ya no parecía tan amistosa como un momento antes. Como su humor le pareciera caprichoso, el cazador trató de prevenirse contra ella recordando la antigua actitud de los cuartelenses con respecto a las mujeres. Pero Cuarteles parecía haber quedado mil sueñovelas atrás.

Vyann se detuvo en la Cubierta 21.

—Aquí tienes un apartamento para ti —dijo—. El mío está tres puertas más allá, y el de Roger Scoyt, frente al mío. Él o yo pasaremos a buscarte para comer dentro de un rato.

Complain abrió la puerta y echó una mirada al interior.

—En mi vida he visto un cuarto como éste —dijo, impresionado.

—Tropezaste con todas las desventajas, ¿eh? —observó ella con ironía.

Complain la miró alejarse. Después se quitó los zapatos embarrados y entró en el cuarto.

Contenía pocos lujos: un lavabo de cuyo grifo manaba realmente un poco de agua y una cama hecha de tela hasta en vez de hojas. Lo que más le impresionó fue el cuadro colgado en la pared: era un brillante torbellino de color, no figurativo, pero con significado propio. También había un espejo en donde Complain vio otra imagen: en esa oportunidad se trataba de un hombre rudo, cubierto de polvo, con las ropas desgarradas y el pelo festoneado de miltex seco.

Se dedicó enseguida a remediar todo eso, mientras se preguntaba, malhumorado, qué habría pensado Vyann de un aspecto tan bestial. Se restregó el cuerpo, sacó una muda limpia de la mochila y se dejó caer en la cama; aunque estaba exhausto no pudo dormir: su cerebro echó a correr al momento.

Gwenny había desaparecido; Roffery, Wantage, Marapper y también Fermour, todos habían desaparecido; estaba solo. Se le ofrecía la perspectiva de un nuevo comienzo… y esa perspectiva era sobrecogedora. Sólo sintió alguna pena al pensar en el rostro de Marapper, reluciente de unción y simpatía.

Aún estaba pensando activamente cuando el maestre Scoyt asomó la cabeza.

—Ven a comer —dijo simplemente.

Mientras lo acompañaba, Complain observó atentamente al investigador, tratando de adivinar qué opinión tenía sobre él; pero Scoyt parecía demasiado preocupado como para prestarle atención. Al fin levantó la vista y sorprendió la mirada inquisidora de Complain.

—Bien —dijo—, tu amigo Fermour ha resultado ser Forastero. Cuando huía hacia los pónicos vio el cadáver del sacerdote y siguió corriendo. Nuestros centinelas lo aguardaban emboscados y lo atraparon con toda facilidad.

Y sacudió la cabeza con impaciencia al ver la desconcertada expresión de Complain.

—No es un ser humano común —explicó—, nacido en la nave; de lo contrario se habría detenido automáticamente para hacer las genuflexiones del temor ante el cadáver de su amigo; esa ceremonia es imbuida desde el nacimiento en el cerebro de cualquier niño normal. Fue tu modo de actuar el que nos convenció definitivamente de que eras humano.

Después de aquella explicación guardó silencio hasta llegar al comedor, saludando apenas a las personas con quienes se cruzó en el trayecto. En el salón había ya varios funcionarios cenando. Vyann esperaba sentada en una de las mesas. La expresión de Scoyt se iluminó instantáneamente al verla. Se acercó a ella y le puso una mano en el hombro.

—Mi querida Laur —dijo—, tu presencia es un bálsamo. Quiero tomar un poco de cerveza para celebrar la captura de otro Forastero… Y éste no se nos escapará.

Ella sonrió, diciendo:

—Supongo que también vas a comer, Roger.

—Ya sabes, mi estómago es caprichoso —fue la respuesta.

En cuanto hubo pedido la comida se dedicó a relatar la captura con lujo de detalles. Complain se sentó junto a ellos, no muy feliz; sentía celos del trato familiar que notaba entre Scoyt y Vyann, aunque el investigador la doblaba en edad. Trajeron la cerveza y la comida; era una carne blanca y extraña de sabor excelente. Además era magnífico cenar sin la molestia de los mosquitos, que en Rutas Muertas formaban el involuntario condimento de muchos bocados. Pero el cazador mostró por la comida tan poco entusiasmo como Scoyt.

—Pareces decaído —comentó Vyann dirigiéndose a él—. Deberías sentirte contento. Es mejor estar aquí que en una celda con Fermour, ¿verdad?

—Fermour era mi amigo —dijo Complam, utilizando la primera excusa que le vino a la mente.

—También era Forastero —observó Scoyt gravemente—. Presentaba todas las características. Era lento, bastante pesado, de pocas palabras… Estoy desarrollando la habilidad de reconocerlos en cuanto los veo.

—Eres genial, Roger —dijo Vyann, riendo—. ¿Por qué no comes tu pescado?

Y le acarició una mano con afecto. Tal vez fue eso lo que hizo estallar a Complain.

—¡Maldita sea tu genialidad! —dijo, arrojando el tenedor—. ¿Y Marapper? Él no era Forastero y también lo mataste. ¿Crees que puedo olvidarme de eso? ¿Con qué derecho buscas mi ayuda?

Notó que otros comensales se volvían para mirarlo y aguardó, con los nervios tensos, que empezara la batahola. Scoyt, abrió la boca como para hablar, pero enseguida volvió a cerrarla y se quedó mirando por encima del hombro de Complain, mientras una mano pesada se apoyaba precisamente allí.

—Lamentarse por mí no es sólo estúpido, sino también prematuro —dijo una voz familiar—. Sigues tratando de arreglar el mundo por tu cuenta, ¿eh, Roy?

Complain se volvió, pasmado. Allí estaba el sacerdote, reluciente, ceñudo, frotándose las manos. Tuvo que aferrarse a su brazo, lleno de incredulidad.

—Sí, Roy, soy yo, en persona. El gran inconsciente me rechazó… y me dejó horriblemente frío. Espero que sus planes hayan resultado, maestre Scoyt.

—Por cierto, sacerdote. Come un poco de este menú asqueroso mientras le explicas a tu amigo como fueron las cosas; así no nos mirará con tanta furia.

—¡Estabas muerto! —dijo Complain.

—Fue sólo un corto Viaje —replicó Marapper, mientras tomaba asiento y alargaba la mano hacia la jarra de cerveza—. Este médico brujo, el maestre Scoyt, tuvo la incómoda idea de poneros a prueba a ti y a Fermour a costa mía. Me pintó la cabeza con sangre de rata y me suministró alguna droga espantosa para montar una escena mortuoria.

—Sólo una pequeña sobredosis de hidrato de cloro —explicó Scoyt, con una sonrisa discreta.

—Pero yo te toqué… Estabas helado —protestó Complain.

—Aún lo estoy. Es el efecto de la droga. ¿Y qué fue ese horrendo antídoto que tus hombres me inyectaron?

—Creo que se llama estricnina —respondió Scoyt.

—Muy desagradable. Soy un héroe, nada menos, Roy; siempre he sido un santo, pero ahora soy también un héroe. Estos complotados condescendieron a darme también un café caliente cuando recobré los sentidos; nunca probé algo tan bueno en Cuarteles. Pero esta cerveza es mejor.

Por encima del borde de la jarra, sus ojos encontraron la mirada atónita de Complain. Le hizo un guiño y eructó con encantadora deliberación.

—No soy ningún espectro, Roy —dijo—. Los espectros no beben.

Antes de terminar la comida el maestre Scoyt. murmuró una disculpa y se retiró; tenía mala cara.

—Trabaja demasiado —dijo Vyann, siguiéndolo con la mirada—. Todos debemos trabajar mucho. Antes de irnos a dormir tenemos que daros un papel y contaros todos nuestros planes, pues mañana estaremos ocupados.

—¡Ah! —exclamó Marapper interesado, mientras limpiaba su cuenco—. Eso es lo que quería saber. Ya sabes que mi interés en este asunto es puramente teológico, pero lo que quiero saber es qué obtengo yo de todo esto.

—En primer término debemos exorcizar a los Forasteros —respondió ella sonriendo—. Fermour, debidamente interrogado, debería confesar cuál es el sitio secreto donde se ocultan. Iremos allí para matarlos. Después estaremos libres para ocuparnos de la nave y sus misterios. Dijo esto con mucha celeridad, como si deseara evitar más preguntas sobre el tema; enseguida los condujo de prisa por vanos corredores. Marapper, que había recuperado por completo su dominio, corrió el riesgo de informar a Complain sobre la vana búsqueda del Cuarto de Controles.

—Hay tantas cosas cambiadas… —se quejó Vyarin.

Estaban cruzando una escalera de cámara cuyas puertas dobles, ahora abiertas, permitían el ingreso de una a otra cubierta. Ella las señaló diciendo:

—Estas puertas, por ejemplo: en algunos sitios están abiertas; en otros, cerradas. A lo largo del Corredor Principal están todas clausuradas, lo cual es una suerte; de lo contrario todos los vagabundos de la nave entrarían directamente a Adelante. Pero no podemos abrir ni cerrar las puertas a voluntad, como seguramente hacían los Gigantes cuando eran dueños de la nave. Han de llevar generaciones enteras tal como están ahora. En algún sitio debe de haber una palanca que las controle. Estarnos indefensos; no tenemos poder.

La tenacidad de su mandíbula era más visible bajo aquella expresión tensa. Complain pensó, con un destello de intuición que lo sorprendió: «Está contrayendo una enfermedad profesional, como Scoyt, porque identifica su trabajo con él». Enseguida puso en duda sus propias percepciones; ante el terrorífico cuadro mental que representaba aquella nave lanzada en un viaje sin destino con todos ellos en su interior, se vio forzado a admitir que los hechos bastaban para preocupar a cualquiera. Sin embargo, aún con la idea de probar las reacciones de Vyann, le preguntó:

—¿Sólo tú y el maestre Scoyt estáis a cargo de este problema?

—¡No, por el amor de ejem! Somos apenas dos subordinados. Recientemente se ha constituido un grupo llamado Equipo de Supervivencia; hay otros funcionarios adelantinos dedicados al asunto, además de los oficiales de guardia. También se han abocado a su estudio dos de los cinco consejeros. Tú conoces a uno de ellos, sacerdote: al consejero Zac Deight, ese hombre alto y de pelo largo. En este momento vamos a ver al otro, el consejero Tregormin. Él se encargará de explicaros cómo es el mundo.

Así fue como Roy Complain y el sacerdote recibieron su primera lección de astronomía. Mientras les hablaba, el consejero Tregormin saltaba de un lado a otro del cuarto; era increíblemente menudo y nervioso. Aunque era limpio como una mujer, la habitación a su cargo estaba atestada de libros y curiosidades diversas, distribuidos al azar. Allí la confusión se había convertido en una de las bellas artes.

Tregormin comenzó por explicarles que hasta hacía poco tiempo los adelantinos, al igual que los cuartelenses, habían tenido la costumbre de destruir cualquier cosa similar a un libro o a una página impresa, ya fuera por superstición o por el deseo de conservar el poder de los gobernantes mediante la ignorancia de los gobernados.

—Sin duda fue así como se perdió el concepto de que estábamos en una nave —dijo Tregormin, contoneándose frente a ellos—. Y por eso todo lo que veis aquí representa casi todo el testimonio intacto hallado en la zona de Adelante. El resto ha sucumbido. Lo que resta nos permite reconstruir tan sólo un fragmento de la verdad.

Al avanzar el consejero en su narración Complain acabó por olvidar las extrañas gesticulaciones que la acompañaban. Lo olvidó todo, menos la maravilla del relato tal como había sido ensamblado, la poderosa historia reconstruida en esa pequeña habitación.

No era su mundo el único que se movía a través del espacio; había otras dos especies de mundos: una llamada sol, de la cual se desprendían luz y calor, y otra llamada planeta. Los planetas dependían de los soles, pues de éstos recibían iluminación y energía. En cierto punto había un sol a cuyo alrededor giraba un planeta llamado Tierra; en éste vivían los hombres, siempre sobre la superficie, pues el interior era sólido y oscuro.

—Los hombres no caían de él, a pesar de que a veces estaban cabeza abajo —explicó Tregormin—, porque habían descubierto una fuerza llamada gravedad. Es esa gravedad la que nos permite caminar en torno a una cubierta circular sin caer.

Los hombres descubrieron muchos otros secretos. Hallaron la forma de abandonar su planeta y visitar los otros mundos de ese sistema solar. Debió de ser un secreto muy difícil, pues les llevó mucho tiempo. Los otros planetas eran distintos del suyo; la luz y el calor eran insuficientes o excesivos, razón por la cual no había vida humana en ellos. Eso preocupó a los hombres de la Tierra.

Al fin decidieron visitar los planetas de otros soles para ver qué hallaban en ellos, pues la Tierra se estaba poblando en demasía. En ese punto los escasos datos reunidos por Tregormin se tornaban confusos, pues algunos decían que el espacio estaba muy vacío y otros afirmaban que contenía miles de soles, a veces llamados estrellas.

Por alguna razón desconocida, los hombres tardaron mucho tiempo en decidir qué sol visitarían; al fin, con la ayuda de instrumentos que manejaban con gran destreza, escogieron un sol brillante llamado Proción, que tenía un sistema planetario y estaba sólo a una distancia de once años-luz, según una unidad de medida humana. Cruzar esa distancia era un problema considerable, aun para aquella raza ingeniosa, pues el espacio no tenía aire ni luz y el viaje sería muy largo, tanto que pasarían muchas generaciones de hombres antes de que llegara a su fin.

Por lo tanto los hombres construyeron la nave en donde ellos vivían; constaba de ochenta y cuatro cubiertas hechas de metal imperecedero, provistas de cuanto podía hacer falta; pusieron en ella todo su conocimiento y la impulsaron con partículas cargadas llamadas iones.

Tregormin corrió hasta un rincón, exclamando:

—¡Ved! Aquí hay un modelo del planeta que dejaron nuestros antepasados hace mucho tiempo: ¡la Tierra!

Sostenía un globo por encima de la cabeza. Aunque descascarado por manos torpes y borroneado por el paso del tiempo, aún retenía en la superficie la imagen de mares y continentes. Complain, conmovido sin saber por qué, se volvió para observar a Marapper. Por las mejillas del anciano sacerdote corrían copiosas lágrimas.

—¡Qué… qué hermosa historia! —sollozó—. Eres un hombre sabio, consejero, y creo cuanto nos has contado, palabra por palabra. ¡Qué poder, el de aquellos hombres, qué poder! Ejem sabe que soy un pobre sacerdote provinciano; nada se, pero…

—Deja de dramatizar, hombre —ordenó Tregormin con inesperada severidad—. Aparta la mente de tu yo y concéntrate en lo que te estoy diciendo. Lo importante son los hechos. ¡Los hechos, no las emociones!

—Tú estás habituado a la magnificencia de esa historia —sollozó Marapper—. Para mí es nueva. De sólo pensar en tanto poder…

Tregormin depositó el globo en su sitio con mucho cuidado y se dirigió a Vyann en tono petulante:

—Inspectora, si este indeseable individuo no deja de sollozar tendrás que llevártelo. No soporto los lloriqueos, como bien sabes.

Complain, que no podía abandonar ese cuarto mientras no lo supiera todo, se apresuró a preguntar:

—¿Cuándo llegaremos a los planetas de Proción?

—Buena pregunta, joven —observó Tregormin, mirándolo quizá por primera vez—. Trataré de darte una buena respuesta. Según parece, el vuelo hasta los planetas de Proción perseguía dos objetivos principales. El enorme tamaño de la nave no se debía sólo a que un vehículo pequeño se tornaría insoportable en un viaje tan largo, sino también a que debía llevar a un grupo de personas llamadas colonos. Estos colonos debían descender en el nuevo planeta para vivir allí, creciendo y multiplicándose. La nave transportaba muchas máquinas para ellos; hemos encontrado inventarios que hablan de tractores, mezcladoras de cemento, martinetes… Son algunos de los términos que recuerdo.

»El segundo objetivo consistía en conseguir información y muestras del nuevo planeta para llevarlas a la Tierra, a fin de que fueran estudiadas allí.

El consejero Tregormin, con sus acostumbrados movimientos espasmódicos, abrió un armario y hurgó entre su contenido, para sacar un anaquel metálico que contenía doce envases redondos lo bastante pequeños como para caber en una mano. Abrió uno; de su interior cayeron unas hojas secas y quebradizas, similares a trocitos de uña.

—¡Microfilm! —indicó, barriendo los fragmentos con el pie para echarlos debajo de la mesa—. Me lo trajeron de un apartado rincón de Adelante. La humedad lo ha echado a perder, pero aunque estuviera intacto no podríamos servirnos de él; hace falta una máquina para leerlo.

—Pues no comprendo… —empezó Complain, intrigado.

El consejero lo interrumpió alzando una mano.

—Te leeré los rótulos de las cajitas —dijo—. Así comprenderás. Sólo han quedado esos rótulos. Éste dice: «FILM: Investigación de Nueva Tierra; área estratosférica, orbital. Pleno verano, hemisferio norte». Éste otro dice: «FILM: Flora y Fauna del continente A. Nueva Tierra». Y así sucesivamente.

Dejó los envases, hizo una pausa impresionante y agregó:

—Ya ves, joven, aquí está la respuesta a tu pregunta; por estos envases es evidente que la nave llegó sin inconvenientes a los planetas de Proción. Ahora viajamos de regreso a la Tierra.

Se hizo un profundo silencio en aquel cuarto desordenado, en tanto cada uno se debatía hasta los mismos límites de su imaginación. Al fin Vyann se levantó como si se arrancara de un embrujo, diciendo que debían marcharse.

—¡Un momento! —dijo Complain—. Nos has explicado muchas cosas, pero hay mucho por decir. Si estamos viajando hacia la Tierra, ¿cuándo llegaremos allí?, ¿cómo lo sabremos?

—Mi querido muchacho —empezó Tregormin.

Enseguida suspiró y pareció cambiar de idea con respecto a lo que estaba por decir.

—Querido mío, ¿no comprendes? Han sido destruidas tantas cosas… Las respuestas no son siempre claras. A veces se han perdido las mismas preguntas; no sé si me entiendes. Permíteme que te responda así: conocemos la distancia que separa a Nueva Tierra, como la llamaron los colonos, de la Tierra, es de once años-luz, tal como he dicho. Pero no hemos podido descubrir a qué velocidad viaja la nave.

—Pero al menos sabemos un detalle —intercaló Vyann—. Cuéntale lo del Pergamino de Adelante, consejero.

—Sí, a eso iba —replicó Tregormin, con un dejo de aspereza—. Hasta que el Consejo de los Cinco tomó el mando de Adelante, ésta fue regida por una sucesión de hombres llamados gobernadores. Ellos convirtieron a Adelante, una tribu lastimosa, en el poderoso estado que ahora ves. Esos gobernadores tomaron la precaución de entregar a sus sucesores un Pergamino o Testamento, que el último de ellos confió a mi cuidado antes de morir. Es apenas una lista de sus nombres, pero bajo la firma del primero se lee…

Cerró los ojos e hizo un ademán con la mano.

—… «Soy el cuarto capitán de esta nave desde que inicio el retorno a la Tierra, pero puesto que ese título se ha reducido a una burla, prefiero titularme gobernador, aunque no sea tan importante».

El consejero volvió a abrir los ojos y dijo:

—Ya ves, aunque se han perdido los nombres de los tres primeros capitanes, el Pergamino de Adelante nos ha permitido calcular cuántas generaciones han nacido a bordo desde que partió con rumbo a la Tierra. Son veintitrés.

Marapper llevaba largo rato sin hablar. En ese momento preguntó:

—Es mucho tiempo. ¿Cuándo llegaremos a la Tierra?

—Ésa es la pregunta que formuló tu amigo —dijo Tregormin—. Sólo puedo responder que sabemos cuántas generaciones nacieron durante el viaje. Pero nadie sabe cuándo ni cómo nos detendremos. En los días anteriores al primer gobernador se produjo la catástrofe, cualquiera que fuese, y desde entonces la nave sigue y sigue sin escalas por el espacio, sin capitán, sin destino. Casi podría decir «sin esperanzas».

Complain no logró dormir durante la mayor parte de aquel sueno, a pesar de su cansancio. Su mente se debatía entre imágenes aterradoras, consumiéndose entre conjeturas. Una y otra vez repasaba lo que el consejero le había dicho, tratando de asimilarlo.

Todo aquello era muy perturbador. Sin embargo en su visita a la biblioteca había notado un pequeño detalle que seguía volviendo a él como un dolor de muelas. En ese momento parecía carecer de importancia; Complain fue el único que reparó en él y prefirió no decir nada. Pero en su desvelo su importancia creció hasta eclipsar hasta la misma imagen de las estrellas.

Mientras Tregormin desarrollaba su conferencia, Complain había elevado la mirada al cielo raso. A través de la rejilla, alerta, asomaba una diminuta cara de rata, como si escuchara y comprendiera.