REORGANIZACIÓN
Semanas antes de acordarse la Operación Cromo, el máximo responsable de organización, Balmón, sucesor de Delgado, fue detenido por una mala casualidad y sometido a un durísimo maltrato. En el curso del «martillazo» grapense lo excarcelaron, pero no le sonsacaron pistas, pues las ignoraba. Le sustituyó Brotons en la comisión política.
Al día siguiente de conocerse la liberación de Oriol, nos citamos Pérez, Brotons y yo. Acudí presa de sentimientos opuestos. De camino me topé en el metro con un joven matrimonio de estudiantes que, trabajando para el Grapo, habían escapado por los pelos. Se sentaban en un extremo de los asientos corridos del vagón semivacío, como acurrucados, con semblante patético. Nos saludamos, y nos aliviamos cambiando impresiones del suceso increíble. Traían la moral por los suelos. Les comuniqué mi opinión de que habíamos incurrido en graves faltas, aunque, sacadas a la luz, las corregiríamos; la principal, hacer de la acción armada el eje y centro del trabajo político, sin ver que ella debía concebirse como auxiliar de esta última en la etapa actual. Habíamos desplazado la acción de masas. Les exhorté a elevar el ánimo, porque sólo acabábamos de empezar, y era normal que no sólo zurrásemos, sino que nos zurrasen, pero que así aprenderíamos. Quedaron con mejor cara. Meses más tarde, Montse afirmaría que yo los había desmoralizado, ¡por hablarles de errores!
Pérez llegó a la reunión con una elaborada explicación del desastre, el cual provenía, a su juicio, de dos errores: uno puramente técnico, el de los coches, los cuales la pasma había logrado seguir (ya teníamos indicios de tal fallo, muy a última hora), y un segundo, más grave, organizativo: la dedicación a la operación práctica de personas que debieran haberse limitado a misiones directivas. Lo de los automóviles sonaba a evidencia indiscutible. En cuanto a lo otro, era salirse por la tangente, pues una empresa de semejante calibre sólo podían acometerla los elementos más resueltos y experimentados, los pocos con que se contaba. Se hubieran pringado de todas formas y aún menos mal si las caídas no se habían propagado más.
Objeté que el problema de fondo partía de la desconexión entre lucha armada y labor política; «avanzábamos sobre una sola pierna», perdiendo el equilibrio a causa de la insuficiencia de la lucha política; y la concepción tupamara adoptada tan sin crítica debía ser revisada.
¡Más hablaría, de conocer los pormenores del derrumbe!
Contemplé al de los fallos técnicos, en busca de algún signo de autocrítica. Ni rastro. Se le notaba sinceramente dolido, casi sorbiéndose las lágrimas, pero resuelto a no indagar más allá de su trapacero análisis.
Con acento dramático repuso que mis críticas implicaban «revisar la línea política entera», que el Grapo «ha dado un ejemplo moral al mundo entero» y que si hacía falta seguiríamos por ahí «aunque fuésemos cayendo hasta el último». Concluyó con una llamada a mantenernos unidos en trance tan riguroso.
Su empecinamiento sugeriría una fe inquebrantable y hasta heroica, si no estuviese fuera de lugar. Nadie entre los presentes (asistía también la mujer de Brotons y puede que Montse) mostraba la menor veleidad de abandonar la lucha en ningún terreno. Yo sospechaba que con la arenga se pretendía liquidar por anticipado el examen en profundidad de la cuestión.
Como quiera que fuese, el horno no estaba para bollos, es decir, la situación no admitía disputas. Lo primero y más perentorio era reparar los organismos dañados. Convinimos en tratar exhaustivamente las discrepancias en cuanto tuviésemos todos los datos en la mano. Insistí en ocuparme de la reorganización. Resolví para mi capote que sólo con ese requisito seguiría en el partido.
Un segundo conflicto surgió al redactar la octavilla sobre el desenlace de la Cromo. Elaboré un esbozo reconociendo que el Grapo había sufrido una derrota, aunque ni de lejos una derrota decisiva; que seguiríamos adelante, aprendiendo de los errores, una vez demostrado que es posible golpear fuertemente al régimen, con fuerzas reducidas. Llamaba a la solidaridad, etc.
El esbozo contrarió a Pérez y Brotons, que lo calificaron de «desmoralizador». Me desentendí del negocio para evitar más discusiones. Salió al final un panfleto titulado «No es una derrota», según el cual había sido el fascismo el que «ha sufrido su más dura derrota desde que acabó la guerra», y si bien el final había significado «un duro golpe para los GRAPO, antes le hemos dado más de una docena, tan duros o más» en una «batalla como nunca antes había tenido el régimen que enfrentar».
Nada de ello respondía a la realidad. Si la Operación Cromo no había terminado en derrota, sin duda que desde Suárez a Conesa, pasando por Carrillo, estarían deseando al Grapo el mismo género de victoria en todas sus acciones. Si el Gobierno hubiera recibido una docena de golpes tan fuertes como el sufrido por el Grapo, a aquellas horas no quedarían ni los restos del régimen. Tampoco se trataba —y eso era precisamente lo peor— de la «mayor batalla», pues, entre otras cosas, no llegó a afectar directamente a la población.
Las rimbombancias del lenguaje me molestaban, pero transigí por considerarlas secundarias y porque urgía una primera respuesta a fin de mitigar el efecto negativo creado por el éxito policial.
Vinieron días difíciles. Nuestra seguridad e iniciativa se desvanecieron. Nos mudamos aprisa de casa (lo que no a todos resultaba sencillo) y constatamos que los estropicios en el entramado central del partido no eran irremediables, pero la situación se presentaba sombría.
En diversos comités, los militantes se disfrazaban estrafalariamente y, por evitar llamar la atención, conseguían lo contrario. Cualquier conocido que se los tropezase en la calle no dejaba de identificarles, boquiabierto ante las curiosas vestimentas, teñidos de pelo y aparatosas gafas de sol en pleno febrero, del supuesto irreconocible. A algunos no les llegaba la ropa al cuerpo. Un comité entero se refugió en un piso y apenas se atrevía a salir de él. En una habitación de una residencia universitaria permaneció varios días un círculo estudiantil, acrecentando con otros perseguidos y algún miembro del Grapo. Cubrir los puestos de responsabilidad se hacía complicado, pues casi nadie los aceptaba, y a veces quien aceptaba un día dimitía o desertaba al siguiente. Los detenidos y fichados sumaban una mayoría en las células de base y comité locales.
No obstante, fueron comparativamente pocos los que perdieron los nervios. Aun descorazonados, cumplían con disciplina, una vez se les convencía, discutiendo con ellos. Pronto conseguimos restablecer el mínimo de conexiones indispensables. Para poner remedios de urgencia nos movíamos lo imprescindible, que inevitablemente era mucho, sin saber por dónde recibiríamos el próximo mazazo, con la inquietud de vernos asaltados por una manada de perseguidores en el punto de contacto. Teníamos que hablar con militantes y responsables, alentarlos, recuperar o cortar hilos, mantener el alerta frente a incidentes, recabar medios económicos, pisos…
Pérez se había resguardado junto con Montse en una vivienda de las afueras, de la que prácticamente no salía. Allí se reunía la comisión. Cuál no fue mi desagrado cuando, a los dos días de admitir mi responsabilidad en la reorganización del partido, Pérez intentaba vetarme: él mismo se haría cargo. Me brotó un sudor frío. A medias rabioso y desesperado le hice ver que yo tenía más experiencia y que no tenía pies ni cabeza enmendar en tales momentos lo acordado. Le ofrecí carta blanca para revisar cada medida que yo tomase. Brotons me secundó con firmeza y el secretario, haciéndose el demócrata, acató por fin la decisión. No volvió a echar un vistazo a mi trabajo, lo que le sirvió posteriormente para encizañar a los militantes con la historia de que yo disponía las medidas por mi exclusiva cuenta.
No acabaron ahí las trabas. Presenté un plan de reorganización que incluía cometidos para las diversas ramas del partido y la puesta a salvo de la comisión política. Pérez advirtió que a su juicio no se destacaba lo suficiente este último punto, el decisivo. Él proponía que emigráramos a Argelia. Lo tenía meditado.
—¿A Argelia? ¡Allí estaríamos coartados! Tendríamos que vivir bajo la protección de los servicios secretos, porque ellos no van a consentir otra cosa, y además, de no ser así, nos expondríamos a que nos liquidase fácilmente quien quisiera. ¿Y cómo vamos a dirigir desde allá la labor en España? En el extranjero pierdes la perspectiva.
—Lo importante es situarnos lejos del alcance de la bofia. Yo no veo qué tiene de malo que nos protejan los servicios secretos. Seguramente son el sector políticamente más avanzado de Argelia. Y no vamos a llevar la vida típica del exiliado, subvencionados, en hoteles y demás. Les pediremos un trabajo, en la construcción o donde sea. Así seguimos en contacto con el pueblo y pagamos el favor que nos hacen, ayudamos al país. Los argelinos han sido los únicos que se han portado bien con nosotros, ¿verdad? No hay razones para desconfiar.
Un año después Pérez y los suyos acusarían frenéticamente a los servicios secretos argelinos de haber vendido a la policía española el comité central del PCE(r). Como se sabe, dicho comité en pleno fue arrestado en Benidorm en octubre del 77. ¿Hasta tal punto se habían entregado a los argelinos que éstos se hallaban en condiciones de vender la dirección del partido a Conesa? Increíble.
Bien, cuando se anunció el proyecto migratorio, me opuse a él, señalando que no dispondríamos de cobertura más indicada que la aglomeración de Madrid o, mejor todavía, de Barcelona. Cuanto más cavilaba, menos me resolvía al destierro. La permanencia en España y el encargarme de la reorganización eran las dos condiciones de mi permanencia en el partido, si bien no las exponía abiertamente —mientras no se cerraran las puertas— para evitar la impresión de ultimátum.
Como alternativa intermedia se sugirió refugiarnos en una ciudad donde no hubiera actuado nunca el partido y que fuese lo bastante grande y tranquila. Pensamos en Alicante… podría discutirse.
Sonó el timbre. Enmudecimos. Nuevos timbrazos. Pérez llamó en voz baja a Montse y le susurró que atisbara por la mirilla. En el rellano esperaban dos mujeres, una con un niño. Al no abrírseles, llamaron a la puerta de enfrente y preguntaron por un piso para alquilar.
—¡Sí, sí! ¡Un piso para alquilar! ¡Ésas andan detrás de otra cosa!
—Igual son mujeres de polis, que se ganan un sobresueldo husmeando de acá para allá.
—Seguro. Esos cabrones tratan de rematarnos. Es natural.
—La madre que los parió. Como nos pesquen ahora, no nos reponemos en quién sabe cuánto. ¿Veis como lo mejor es largarnos a Argelia?
Y dale. Cada uno seguía en sus trece. Dije luego a Brotons que, aunque el resto de la comisión se exiliara, yo me quedaba. No veía cómo dirigir la organización, si no. A Brotons tampoco le hacía gracia el plan del secretario. Yo imaginaba que la salida de España no resultaría fácil, y no me cerré en banda, a fin de evitar colisiones intempestivas.
Avisamos a Juan (Ares), nuestro hombre en París, para que realizara las gestiones, viajando de París a Argel. Ares asumía lo que pudiéramos denominar relaciones internacionales.
A este propósito conviene exponer nuestra relación con la única potestad «extraña» que atendió al PCE(r), aunque sin estar «detrás» del Grapo: el espionaje argelino. El partido hizo buenas migas con él a través de Cubillo y el MPAIAC[79]. Ares se entrevistó con su coronel, según el cual, si hubiésemos ejecutado a Oriol, la reforma se habría venido abajo, pues, de acuerdo con sus fuentes de información, un alto cargo de la Guardia Civil se aprestaba a lanzarse a un golpe de estado. El alto cargo en cuestión tenía ideología… ¡castrista! Desde que entre los claveles portugueses brotaron Saraiva de Carvalho y una plétora de militares de izquierda, uno ya no se sorprendía de nada, pero una cosa es no sorprenderse y otra creerse la novedad. Pensamos que los argelinos tendían a fiarse en exceso de la información secreta y de los enfoques políticos de los servicios de espionaje. Tenían gran interés en nuestro partido, y se alegraron al constatar que seguíamos en pie tras la paliza de la Cromo.
Pero querían salvar las formalidades. Mostraban buena disposición a acogernos, siempre y cuando viajásemos hasta Argelia con pasaportes. Como el partido no sabía aún falsificarlos adecuadamente, el designio de Pérez feneció de muerte natural. Me alegré. Nos iríamos a Alicante.
Un asunto de más trascendencia referido a Argelia consistía en la obtención de armas. También los servicios especiales de aquel país estaban de acuerdo en suministrarlas… respetando los buenos modales internacionales. Ellos facilitarían un cargamento al MPAIAC, en virtud de que la Organización para la Unidad Africana catalogaba a Canarias como nación africana para descolonizar, o cosa por el estilo. Con ese pretexto utilizaban a Cubillo y su espacio radiado. Pues bien, si nosotros nos agenciábamos una embarcación que transportase armas para las huestes cubillistas, el MPAIAC no pondría reparo a que una porción del alijo arribase a alguna playa goda. Y los argelinos no se entrometían en lo que decidiesen los legítimos representantes del pueblo guanche: ¡respetaban demasiado la soberanía e independencia ajenas como para inmiscuirse en los asuntos internos canarios!
El barco no hubo forma de conseguirlo, y el plan tampoco pasó a los hechos.
De la oferta de armas que presumimos de origen kagebeano, ya di noticia. Se produjo por las mismas fechas, hacia abril del 77.
Y esto es cuanto ha sucedido en materia de cias, kagebés y asimilados, al menos mientras pertenecí al partido. Conexiones con distintos grupos terroristas no llegamos a tenerlas, excepto, de cortesía, con ETA, y ligeramente más estrechas con los restos tupamaros que circulaban por Europa, acosados por los emisarios de muerte de Montevideo.
Retomemos el hilo del relato. A la semana, aproximadamente, de la liberación de Oriol y Villaescusa, volvía a funcionar, si bien en precario, la dirección. Se conocía el alcance del desastre. En cada comité local, excepto el de Vizcaya, nos quedaba un número de militantes inferior a la docena, incluso a la media docena, y no todos firmes. El de Vizcaya, extendido a Álava y con unos contactos en Guipúzcoa, se había hundido meses atrás, durante las redadas inmediatas a las bombas del 18 de julio. Enviamos entonces a reconstruirlo a Martín Luna, uno de los mejores organizadores, procedente del grupo de Cádiz e incluido ahora en la comisión de reorganización. Éste, con su decisión y ejemplo, arrastró a la militancia a los círculos de simpatizantes. Para diciembre del 76 ya se había convertido el de Vizcaya en el comité más nutrido del PCE(r), con unos treinta y cinco camaradas, aunque inexpertos e inseguros. Tras la Operación Cromo fue la única rama indemne, junto con la de Asturias, todavía embrionaria.
La recuperación básica de los comités corrió a cargo de la comisión de organización, que operaba con creciente impulso conforme mejoraban los métodos de trabajo. Yo tenía con ella reuniones mensuales o cuando se juzgaba necesario, y contacto frecuente por teléfono. Para esquivar eventuales controles telefónicos (los de Madrid ignoraban nuestro paradero alicantino), les telefoneaba a bares de la capital, donde se encontraba obligatoriamente uno de la comisión, en días y horas señalados. Explicaban a los del bar alguna historia y, como se hacían clientes de él, hablábamos sin engorros, utilizando un lenguaje figurado. Les enviaba además directrices muy desmenuzadas, con vistas a perfeccionar los hábitos de trabajo y establecer una coordinación más fluida con el Grapo. Unos extractos darán idea de las circunstancias que encarábamos y el ambiente que nos envolvía:
«Queridos camaradas:
»…Es casi seguro que será en Asturias donde golpeará la policía próximamente, y allí le van a ayudar a fondo los oportunistas. Discutid muy bien la situación y la manera de funcionar, la seguridad, etc., con los camaradas. La cuestión es asentar con rapidez lo que ya hemos logrado, a fin de que si el golpe de los fascistas nos llega nos haga el menor daño posible. No sacar a más gente de León, sino formar allí un comité…
»El informe mandado de Asturias sobre la población es excesivamente técnico, mientras que no nos suministran ninguna valoración ni apreciación sobre los datos que recogen… Hay que darle importancia a estos informes, aunque al principio resulte fastidioso. Es parte de la profesionalización, y es un hecho real que muchos responsables sólo tienen ideas muy vagas y parciales de la región o nacionalidad en que han de dirigir el trabajo…
»La principal labor de la comisión para el período que tenemos por delante será asegurar unos comités profesionalizados en los que basar la labor del partido. Ésta es la tarea principal, no la de coger más gente. Coger más gente es secundario, y depende de que los comités se profesionalicen y funcionen a la manera bolchevique. Si no, esa nueva gente será nuestra perdición… Hay que ver la causa de que en muchos sitios nos hallemos aislados o con continuas caídas, o con poca gente. La causa principal no está en que haya pocos para el trabajo de masas, sino en que se embrollan…
»Si transigimos en la cuestión de la profesionalización de los comités, estamos cavando literalmente nuestra tumba. De momento, con menos pero mejores reuniones, muchos se van a ver perdidos, sin nada que hacer. Pero si sustituyen aquella labor febril y absurda que les llevaba a tropezar con sus propios pies, no les va a sobrar tiempo…
»Hay que hacerse cargo de que si en Euskadi no se ponen los organismos en su sitio y se expanden con fuerza, estamos condenados a que la hostia que nos caerá en breve con toda probabilidad nos haga verdadero daño… Por orden de importancia hay: mandar gente a Pamplona, fortalecer lo que hay en Vitoria, y mantener los contactos en Guipúzcoa y Santander.
»Una cosa me preocupa: si ciertas personas han preferido dejar el partido antes que pasar a la clandestinidad, ¿será posible que ahora se escapen y cambien de trabajo y domicilio porque nosotros se lo exijamos? Lo dudo. Creo que sería muy conveniente insistir sobre la compañera de Ch y los otros, o algunos de ellos, que se han ido, explicándoles las cosas y procurando que la ruptura no sea completa. Es imprescindible también abandonar el sistema de buzones en Bilbao…
»La gente que sale ahora de la cárcel: estad muy atentos a ellos. De éstos habrá de tres tipos: los que acepten y nos convenga que pasen a la clandestinidad. Con ellos reforzaremos el aparato del partido y mandaremos nuevos enviados, sobre todo a montar algo en Zaragoza, por su situación… Salvo casos excepcionales no sustituiremos ni reorganizaremos con ellos los comités, ya que entonces sería el cuento de nunca acabar, porque están fichados. En segundo lugar, los que porque no quieren o no pueden, o no nos conviene, no pasan a la clandestinidad. Éstos pueden seguir haciendo una labor en su centro de trabajo con sus familiares y amigos, pero han de comprender que las condiciones de seguridad exigen una relación poco frecuente con el partido, y que se empeñen por sus medios en sacar gente nueva y contactos que pasarían a ser tratados directamente, al margen de ellos, por el comité. Verlos cada quince días, por ejemplo, para pasarles material e instrucciones. En tercer lugar están los que se hunden: romper con ellos y procurar cambiar lo que sepan, para que causen el menor daño. Pero tampoco debemos darle carácter ofensivo a la ruptura, salvo casos de verdaderos hijo-putas. Se rompe y ya está. Obrad según vuestro criterio, pero informad…
»Ha tenido que subir gente sin experiencia, con poco tiempo en el partido. No obstante, lo peor que se puede hacer es aplazar la formación de los organismos hasta que dispongamos de gente experimentada. Si bien más de uno flojeará o se irá, si establecemos los organismos y vigilamos que se centren como es debido, en relativamente poco tiempo tendremos una serie de elementos firmes y buenos. Basta empeñarse en la profesionalización: asegurar la división del trabajo según lo establecido, los medios materiales indispensables, y la planificación de las tareas e investigación…
»La hoja que se tire de Alonso Ribeiro[80] tiene un gran valor de denuncia y para poner al descubierto tanto a la policía como a los socialfascistas. Debe divulgarse todo lo ampliamente que se pueda.
»La tirada de hojas, pintadas, etc., conviene hacerlas en barrios y fábricas en que no centremos nuestro trabajo. En los sitios en que trabajamos debe agitarse lo menos espectacularmente posible: pasar hojas de mano en mano, darlas a la puerta de la fábrica, hacer buzonadas o repartirlas por los pisos hablando con la gente, etc.
»Cada comité ha de comprometerse a recoger entre la gente una cantidad de dinero que en ningún caso debe ser inferior a las 20 000 pesetas, ayudándose con la hoja de Alonso…».
Se pusieron de nuevo a flote las organizaciones locales. El proselitismo en la cantera de simpatizantes rendía frutos, por el ejemplo del partido al volver a la batalla. Tan bien marchaba el asunto que pronto se pensó en llevar a cabo un II Congreso del PCE(r).
Yo estaba contento por el progreso de la reorganización, calculando que antes de un año dispondríamos de un plantel de expertos, identificados con la línea, probados en la práctica y conocedores del terreno que pisaban. Los grupos locales colaborarían con el Grapo suministrándole información y capacitándose ellos mismos para acciones violentas que no requirieran mucha técnica. No sé si llegaríamos a ponernos en condiciones de dar un salto adelante, pues a los dos meses me vi relevado en el cargo, por vía anormal.
Pérez diseñó entre tanto un nuevo y agudo proyecto: formar una «comisión de enlace» entre el partido, el Grapo y las demás organizaciones de masas. Lo estimaba un paso fundamental, decisivo para el avance del frente de resistencia en ciernes. Con su habitual tenacidad, presionó sobre nosotros para que lo considerásemos como negocio principal, criticando sin desmayo nuestra falta de ilusión al respecto.
Parecía superfluo enlazar lo que ya estaba más que enlazado y dominado por el propio partido. Pues las restantes organizaciones no pasaban de satélites, integrados por un núcleo de militantes y un coro de simpatizantes del partido. Era impensable que ninguna de ellas aprobase medidas diferentes de las que la comisión política resolviera. La formalidad del enlace no cambiaría nada, ni aumentaría la eficacia: muy al contrario, en la apurada situación en que forcejeábamos. Al cabo de un tiempo, el enlace empezó a funcionar periódicamente, emitiendo comunicado tras comunicado, por igual solemnes, unánimes, combativos y altisonantes. ¿Se podía pedir más?
Pérez orientaba desde Alicante a la comisión de propaganda, y Brotons al Grapo, que recobró un empuje un tanto improvisado, apoyándose en el efecto inmediato del activismo y no en un programa pensado a largo plazo.
A los dos meses de la Operación Cromo fue puesto en libertad Balmón, el obrero cordobés mencionado en los primeros capítulos. No le había beneficiado la amnistía, sino un error burocrático. Tan pronto se vio fuera de la cárcel, se cercioró de no estar vigilado, escurrió el bulto y volvió a la comisión política, viniéndose a Alicante. Pero ¿de qué se ocuparía? Pérez insistió en que de organización, alegando que aquél carecía de formación para gobernar la propaganda. Me opuse: propaganda estaba al alcance de Balmón, previo un mínimo entrenamiento. Un obrero debía entender de tales asuntos, menos complejos ciertamente de lo que se creería a simple vista. Hice notar cómo la reorganización en marcha se resentiría de un cambio, innecesario además, en su dirección.
Como las disputas se prolongaban, decidieron por votación mi relevo, concediéndome asesorar a Balmón en los siguientes meses. Brotons votó la propuesta. No tuve más remedio que doblegarme, en un estado cercano a la desesperación.
Brotons era mi mejor amigo en el partido, y desde hacía poco notaba yo que evolucionaba en una dirección negativa. Perdía el sano sentido común que siempre le distinguiera, para enredarse en posiciones «de principio» hueras de principios claros. Una tarde examiné con él la puesta en marcha del Grapo. A mi juicio, éste debía enfocarse, desdeñando premuras de tiempo, a acciones en lo posible no sangrientas, ligadas a reivindicaciones populares concretas. Le propuse dar especial valor al desarrollo de un buen aparato de información, dado que el existente era una verdadera chapuza. Discrepó él al punto y sin ambages. Pretendía, conforme a un plan preestablecido, distribuir los militantes disponibles con vistas a operaciones inmediatas. Ni el plan ni la forma como lo expuso me gustaron un pelo. Coincidía con él en la urgencia de acciones inmediatas (la más importante, al poco de la Cromo, consistió en apoderarse de dos o tres quintales de dinamita en una mina leonesa, hecho que elevó los ánimos de cuantos simpatizaban con nuestros objetivos), pero no en embarcarse exclusivamente en tal actividad.