Capítulo VIII

CONFERENCIA EN GUADARRAMA

Otro preparativo de la conferencia fue el llamado «deslindamiento de campos con los oportunistas de izquierda», inspirado asimismo en la táctica de Lenin. Se trataba de romper radicalmente en la teoría y en los hechos con los «falsos» marxistas-leninistas, con cuantos no comulgaran con la doctrina según nuestro rito. Ningún partido leninista que se precie reconocerá como colegas a personas o colectivos discrepantes, por poco que lo sean. Consumada de años atrás la ruptura con el PCE, faltaba sólo ajustar cuentas con los demás grupos pro chinos o pro albaneses. No era tanto asunto de discrepancias generales como de matices; pero «de un matiz puede depender el futuro del movimiento», Lenin dixit.

Por lo tanto, se aplicaron etiquetas escogidas a las restantes cohortes maoístas. El PCE(m-l) quedó tachado de secta pequeño-burguesa republicana, debido a su empeño por crear un frente de estilo tercermundista contra la dominación yanqui, así como a su afición por los viejos portaestandartes (momias, les llamábamos) del republicanismo de antaño, cuyo influjo sobre el rumbo de la lucha en España era nulo. La ORT, a causa de su origen en un sindicato católico, recibió el mote de «clerical», y lo mismo el MCE, disgregado de la ETA. En Bandera Roja fulminábamos contra los «oportunistas de toda laya», de «todo pelaje», de «todo jaez».

—No estoy de acuerdo, eso del jaez es incorrecto, los obreros no lo entenderían.

—Sólo faltaría. ¡A ver si ahora no va a poder uno ser culto!

El factor clave para motejar de vendidos a muchos maoístas fue su creciente inclinación hacia el sindicato del PCE. En efecto, tras haber predicado el boicot a las elecciones sindicales y puesto en solfa toda la táctica de CCOO, más y más izquierdistas se iban uniendo a éstas. Lo hacían con la cándida finalidad de desbancar al PCE de la dirección e imponer al sindicato un giro revolucionario. Pero la OMLE decidió que el negocio era muy otro: ellos «fortalecen a CCOO, instrumento de cual se sirve la clase dominante para llevar a la clase obrera a la desorganización, la desmoralización y la conciliación»: buscaban salvar de la quiebra total al vil montaje revisionista, con el pretexto de modificar su línea.

La labor del «oportunismo de izquierda» (así calificado por su contraste aparente con el de derecha, más propio del PCE) se exponía en los siguientes términos: «tenemos que si el revisionismo es la avanzadilla ideológica del capitalismo financiero en la clase obrera, su complemento —el Izquierdismo’— forma la fuerza de choque de ese mismo capitalismo cuando ya las mentiras y la labor desorganizadora del revisionismo no son suficientes para desviar o contener la oleada revolucionaria de las masas del pueblo, encabezado por su vanguardia marxista-leninista proletaria…».

Se comprende que los oportunistas, ya sumidos en el pánico ante la marejada de la guerra clasista, debían bordear la locura al notar cómo el auténtico destacamento marxista-leninista se erigía en capitán del movimiento obrero. De ahí que, «desesperados», se conchabasen con Carrillo y terminasen obrando «sin gran diferencia con los fascistas». Su castigo sería «correr la misma suerte que éstos», a saber, ser precipitados de cabeza en el «basurero de la historia».

Si bien estas brillanteces fluían de caletres más privilegiados que el mío, no intentaré ocultar que era yo de los más entusiastas en sostenerlas y enriquecerlas: ¡qué le vamos a hacer! Andábamos creídos en la inminencia de la revolución, retrasar la cual era el objetivo de los «falsos revolucionarios», los que minaban desde dentro las energías populares. ¡No olvidar a Lenin!

Echaban leña al fuego de nuestro rencor las desavenencias y malentendidos que siempre fueron el pan de cada día entre partidos de extrema izquierda. Nosotros tomábamos aquellos choques por pruebas de la malevolencia de los agentes del capital hacia los auténticos revolucionarios.

En pago les disparábamos la munición fraseológica sacada de los remanentes de la Comintern o de las purgas antitrotskistas en la URSS: de socialfascistas en adelante.

A duras penas cabe concebir una línea de acción más esquemática y casi caricaturescamente copiada de la seguida en largos períodos por los bolcheviques y la III Internacional. Con ello adquiría la OMLE su perfil peculiar. En la izquierda maoísta, la OMLE compensaba con su necia unilateralidad el no menos necio eclecticismo de la mayoría de los clanes. La compensación no engendraba equilibrio, empero.

Esperábamos también que nuestras críticas a los «vendidos» impulsasen a los militantes «sanos» de aquellos grupos a romper con sus corruptos cabecillas. Pero, la verdad, era preciso estar ya de antemano con nosotros para comprender la razón que nos asistía: o los demás partidos eran tan correosos como el nuestro, o carecían de elementos «honrados», es decir, sensibles a las tesis omlianas. A nuestras insufribles diatribas respondían los atacados con un silencio despectivo o con maniobras para aislamos o difamamos en las fábricas donde había contacto mutuo.

Las críticas eran a menudo sagaces respecto a los errores ajenos, nunca a los propios. Los «oportunistas», por ejemplo, acertaban al considerarnos una secta aislada, y la OMLE al predecirles menguadas glorias en su línea comisionera o republicana.

En fin, con el «deslinde de campos» y la obtención de medios financieros, que ocuparon de mediados del 72 a mediados del 73, la conferencia pasó a los hechos.

Se procuró dar al tan preparado acontecimiento un aire democrático de masas, mediante previos debates de los documentos. Los camaradas recibieron la consigna de reunir amigos y simpatizantes para discutir con ellos varias ponencias. No fueron ricos los resultados. Los simpatizantes sentían poca inclinación por las pesadas lecturas y digresiones, y sus escuetos saberes políticos no daban pie a diálogos de interés. Por lo demás, la intolerancia ambiente impedía tener en cuenta cualquier crítica de fondo. No obstante, la campaña de discusión fue ensalzada como un éxito, demostrativo del hondo y proletario democratismo de la OMLE, y de su capacidad para llevar a buen fin tales campañas, en desafío a la represión.

Pérez había escrito tiempo atrás un estudio de los siglos XIX y XX de la historia de España. Se basaba en Tuñón de Lara, historiador popular entre la izquierda porque su noble intención de detectar los porqués de los sucesos y relacionarlos en una concepción totalizadora la realizaba mediante un marxismo ecléctico, de esquemas demostrativos simples hasta el exceso. Por eso y por su carácter tanto más ideológico cuanto más por científico aspira a pasar, el tuñonismo recibía y sigue recibiendo ferviente acogida en amplios medios, académicos y menos. Pérez extraía de Tuñón la línea que él tenía por más consecuentemente histórico-materialista. Su idea más original era la de que en el período franquista quedaron superados los restos feudales, habiéndose convertido España en país capitalista bastante desarrollado. Esto parecerá hoy de cajón a casi todo el mundo, pero el hallazgo resultaba entonces notable, habida cuenta del inextricable lío teórico en que se embarullaban los maoístas: el grueso de éstos se inclinaba por una «democracia popular» en consonancia con el carácter poco menos que tercermundista achacado a España, colonia de Estados Unidos, u otras divagaciones de ese género. No sé si el mismo PCE había desechado ya por completo su alternativa «antifeudal y antimonopolista», cuyo simple enunciado lo dice todo.

Los documentos para la conferencia partían del mencionado estudio histórico, y fueron también obra personal de Pérez, con modificaciones de detalle efectuadas por otros dirigentes. La línea política, muy definida, puede resumirse como sigue:

La sociedad española se encontraba «ante una profunda crisis revolucionaria, añadiendo a las agudas contradicciones existentes desde antes de la Guerra Nacional Revolucionaria (la guerra civil) y a las acumuladas tras estos años de salvaje explotación y terror fascista, una enorme carga revolucionaria que hace de nuestro país un volcán a punto de hacer erupción».

Para impedir tan dramático estallido y apuntalar al capital, Carrillo y los suyos se habían aliado con los fascistas, desviando por un corto tiempo la furia popular hacia la vía muerta del pacifismo, hacia la ilusión de un cambio del régimen, que sólo sería «de fachada». Pero el embate de las luchas masivas había destrozado el montaje: «En el transcurso de esta lucha se ha pasado de una situación de predominio absoluto de la línea contrarrevolucionaria (del PCE) en los últimos años, de gran difusión de la política conciliadora, pacifista y reformista burguesa dentro del movimiento obrero, y de gran confusión y desorganización, a otra en que las masas, desengañadas en parte por su propia experiencia y en parte por la labor de esclarecimiento y organización realizada por nuestro movimiento marxista-leninista sobre las mentiras, los sucios manejos y la actividad disgregadora del revisionismo, comienzan a orientar sus pasos de forma cada vez más decidida por la senda de la lucha de clases, caminando cada día más amplios sectores de ellas en pos de los objetivos que señala la Organización de vanguardia marxista-leninista, al tiempo que ésta esclarece, fortalece y ensancha sus filas».

Por tanto, «la bancarrota del revisionismo en nuestro país es ya un hecho irreversible y se están dando pasos agigantados en la tarea de Reconstruir el Partido y en el desarrollo de la lucha revolucionaria de masas…».

Ante el fracaso estruendoso de la maniobra revisionista-fascista, a la oligarquía «no le queda otra salida que hacer ella misma las reformas, dando participación a los otros grupos que intentarán de nuevo, por otras vías, aportar un apoyo lo más amplio posible al fascismo». De esta forma «LA COMBINACIÓN DE LA REPRESIÓN CON LA DEMAGOGIA FASCISTA LLENA DE PALABRAS ‘DEMOCRÁTICAS’ E ‘IZQUIERDISTAS’ SE VA A INTENSIFICAR EN LOS PRÓXIMOS AÑOS», con riesgo de desviar a la clase obrera hacia el reformismo. «Pero eso no sucederá. El movimiento revolucionario y democrático, encabezado por su vanguardia marxista-leninista proseguirá su lucha contra el fascismo y el monopolismo cada vez más firme y organizada, abarcando progresivamente a nuevos y más numerosos sectores de la población. Ante este avance impetuoso, a la oligarquía no le quedará otra salida (so pena de acelerar su caída) que hacer una concesión tras otra, en un vano intento de contener el movimiento revolucionario, rehabilitar a sus agentes revisionistas y reprimir a los verdaderos revolucionarios».

Al final venía el llamamiento a ponerse a la altura de tan alentadoras perspectivas: «A medida que avanza el logro de nuestro objetivo más importante en estos momentos —la Reconstrucción del Partido— debemos UNIR CADA VEZ MÁS A ESA ACTIVIDAD, HACIENDO TODOS LOS ESFUERZOS, LAS TAREAS DE LOGRAR LA UNIDAD DE TODA LA CLASE OBRERA Y EL PUEBLO EN LA LUCHA CONTRA EL FASCISMO Y SUS LACAYOS, POR EL MEJORAMIENTO DE LAS CONDICIONES DE VIDA Y LA CONQUISTA DE AUTÉNTICAS LIBERTADES».

Estos párrafos, que podrían alargarse mucho, pertenecen al Informe político de la conferencia, y no precisan comentario. Su tono era bastante común en la izquierda, y aún no alcanzaba, justo es señalarlo, la extravagancia de muchos textos de la Revolución Cultural china, en los cuales se inspiraba su aliento épico-burocrático. Sería un ejercicio instructivo, si bien algo traumatizante, recopilar citas de los partidos y personajes políticos —no sólo maoístas ni mucho menos— de la época. En la OMLE todos terminamos usando y abusando de ese lenguaje, como seña de identidad ideológica.

Aclararé, sin afán de excusa, que nunca conseguí identificarme íntimamente con estas grandiosas vaguedades. Me desazonaba el que rara vez se tradujesen en objetivos bien determinados y en planes susceptibles de control. Ante aquellos enunciados tan difusos o perogrullescos, los efectos prácticos, cualesquiera fuesen, podían ser siempre juzgados como avances.

Ultimadas las disposiciones, se celebró la conferencia, a principios del verano del 73, en un chalé de la sierra de Guadarrama, alquilado por unos recién casados para una imaginaria luna de miel[21].

Vinieron delegados de cada organismo, así como el comité de dirección y el de redacción en pleno; en total, cerca de treinta personas, acaso una por cada cinco militantes. Duraron las reuniones tres días, y tanto la llegada a la finca como la evacuación, organizadas, como el resto de la mecánica, por Cerdán, marcharon impecablemente. Los gastos, cuantiosos, se dieron por bien empleados.

La sala habilitada como local para las sesiones plenarias fue decorada con banderas rojas y retratos de José Díaz y de Marx, Engels, Lenin, Stalin y Mao. Sobre una gran mesa corrida, cubierta de paño rojo, descansaban carpetas rojas con los documentos para cada uno, así como bolígrafos y folios. Algo pretencioso, quizá, pero dentro del estilo que iba tomando la OMLE: se había hecho lo posible para causar impresión de solemnidad y eficiencia.

Pérez alcanzó el apogeo de su prestigio. El período anterior a su triunfo sobre Raúl fue etiquetado como oportunista e inmaduro. En una intervención, Cerdán observó que la clase obrera española demostraba su altura política al producir dirigentes del calibre de Pérez. Las apreciaciones de éste eran seguidas atentamente, y sus cambios de opinión hacían variar al unísono las ideas de casi toda la asamblea. Los delegados aludían con frecuencia a importantes logros obtenidos gracias a la adopción de la justa línea actual, a aquél debida. Tales efusiones se alentaban deliberadamente, a fin de reforzar el espíritu de cuerpo en torno a la dirección, y especialmente a la figura de quien salió de allí como Secretario General por votación unánime.

Los debates no alcanzaron mucha profundidad, centrándose en cuestiones de matiz. El desacuerdo más grave surgió en torno a la tesis de crear un «partido comunista de masas» bajo el fascismo. Recalcaba Pérez que la clase obrera en España tenía bastante experiencia política para que sus numerosos elementos avanzados formasen en las filas del partido. Yo hablé para destacar la necesidad del trabajo sindical, tanto por su propio peso como porque la mayoría de los obreros aprenden y se adentran en la política a través de la lucha económica. Bastantes de los presentes asentían, pues evidentemente cuadraba lo dicho con su experiencia directa. Pero alguien intervino contra los «planteamientos sindicaleros», y Pérez inmediatamente me lanzó un avinagrado ataque, desfigurando sin escrúpulos mis palabras. Según él, mi posición distinguía al intelectual deseoso de monopolizar la política y reducir a los obreros al sindicalismo; yo pretendería el absurdo de reconstruir el partido por medio de la lucha sindical. Las masas, remachó, tienen experiencia sobrada de la lucha económica, y por ello exigen el partido. Repuse que si se pensaba en un partido de masas, éste habría de rodearse de organizaciones de masas. Pero él, en tono aún más cáustico insistió en que bajo el fascismo no podía funcionar un sindicato amplio, pero sí un formidable partido. Los obreros lo pedían, porque eran conscientes de que sin él no harían la revolución.

Las frases de Pérez desataron una cascada de discursos por el mismo estilo aunque más imprecisos y sin la actitud extremada de aquél. Traslucían el deseo de probar adhesión a la línea del partido de masas, defendida por el jefe. Se puso en la picota lo sindicalero, y a mí con ello. Francamente asombrado, reconocí por fin, en actitud vacilante según las actas, que reconstruir el partido y crear organizaciones de masas no eran lo mismo.

El incidente me dio que cavilar, y hasta sentí la tentación de abandonar la OMLE. No me disgustaba tanto el disparate de un partido masivo apoyado en diminutas y, por tanto, innecesarias organizaciones de «masas», como la desvirtuación de las opiniones y la falta de honradez en la discusión. Pensé si no habría ocurrido algo similar en la purga de los veteranos. Pero decidí continuar y aclararme mejor. Tenía sentido, me dije, la opinión de Pérez, pues el franquismo volvía problemático el funcionamiento de organizaciones poco disciplinadas, como las sindicales. Las células partidistas afrontarían mejor la represión. Me sugestioné con que Pérez tenía plena convicción en unas ideas muy maduras, y por eso las manifestaba con tal mezcla de intransigencia y marrullería. ¿No exigía yo a los compañeros de célula reprimir su disgusto por mis modos a veces intemperantes, en función de la razón que supuestamente me asistía? Pues si Pérez estaba acertado, debía yo pasar por alto aspectos de procedimiento. Y cuanta más energía se volcara en la defensa de la línea justa, mejor.

Razoné que los fallos más evidentes procedían de la juventud del grupo. La marcha de los acontecimientos nos clarificaría las cosas. Y seguí contribuyendo empecinadamente al desarrollo de esta experiencia revolucionaria hasta después de que se agotara por sí sola.

Hubo otras disputas menores, y se prestó atención a una reciente contrariedad: un miembro de la dirección, llamado Marcial Fournier, se había despedido a la francesa. Ni que decir tiene que en cuanto se supo fue expulsado, fulminante e inútilmente, con todo los honores, o sea, con una salva de maldiciones, burlas y comadreos no muy nobles. Respondió Fournier intentando atraerse a un hermano suyo que continuaba en la organización, pero éste no hacía caso a Marcial.

La pelea con el Fournier anti-OMLE se agravaría en el futuro.

En las votaciones finales surgió un incidente cuando Bueno de Pablos recibió unos cuantos sufragios. Bueno había estado a punto de marcharse de la OMLE, y sólo in extremis había sido recuperado. Se resaltó que, aunque siguiera dentro, había dado prueba de titubeos pequeño-burgueses. Él mismo se autocriticó, emocionado, agradeciendo a Pérez su salvación para el movimiento revolucionario. ¿Qué le hubiera quedado de desertar? La degeneración, la droga… Pérez indicó que una vacilación pasajera no bastaba para descalificar a un camarada. Pero ya no fue votado.

Tuvo lugar la conferencia de la OMLE en junio del 73, como digo. Con ella culminaban cinco años de nerviosa carrera desde que unos inquietos simpatizantes españoles del Vietcong habían concluido que «el Partido no existe, y hay que reconstruirlo».

La participación de la OMLE en sucesos de cierta trascendencia, en particular las huelgas de Vigo, fue notable. También intervino en muchas actividades menores de la época, mano a mano con más partidos de la izquierda, o en oposición a ellos. Señalo esto porque, andando el tiempo, con ocasión del secuestro de Oriol y Villaescusa, los demás partidos negarían desvergonzadamente tener noticia clara de la existencia de la OMLE, y ha sido ésa la base principal de la «extrañeza» que luego rodearía al PCE(r)-Grapo. Sí era conocida la OMLE, que tuvo contactos con buena cantidad de partidos. Se le conocía asimismo por su intensa agitación panfletaria y sus publicaciones técnicamente superiores. Fue ella, también, la que puso de moda por una temporada el lema «reconstrucción del partido», adoptado por diversos grupos. Se conocía, en fin, su radicalismo, tan común. Sólo se ignoraba su disposición para saltar de las palabras a los actos.