Fue extraño el modo en que ese último acto capturó la imaginación del mundo. Andrew no había logrado conmover a la gente con todos sus esfuerzos, pero había aceptado la muerte para ser humano, y ese sacrificio fue demasiado grande para que lo rechazaran.
La ceremonia final se programó deliberadamente para el segundo centenario. El presidente mundial debía firmar el acta y darle carácter de ley, y la ceremonia se transmitiría por una red mundial de emisoras y se vería en el Estado de la Luna e incluso en la colonia marciana. Andrew iba en una silla de ruedas. Aún podía caminar, pero con gran esfuerzo.
Ante los ojos de la humanidad, el presidente mundial dijo:
—Hace cincuenta años, Andrew fue declarado el robot sesquicentenario —hizo una pausa y añadió solemnemente—: Hoy, el Señor Martin es declarado el hombre bicentenario.
Y Andrew, sonriendo, extendió la mano para estrechar la del presidente.