Andrew estaba seguro de que el malestar que sentía era imaginario. Se había recuperado de la operación. No obstante, se apoyó disimuladamente contra la pared. Sentarse sería demasiado revelador.
—La votación definitiva se hará esta semana, Andrew —dijo Li-Hsing—. No he podido retrasarla más, y perderemos… Ahí terminará todo, Andrew.
—Te agradezco tu habilidad para la demora. Me ha proporcionado el tiempo que necesitaba y he corrido el riesgo que debía correr.
—¿De qué riesgo hablas? —preguntó Li-Hsing, con manifiesta preocupación.
—No podía contártelo a ti ni a la gente de Feingold y Martin, pues sabía que me detendrías. Mira, si el problema es el cerebro, ¿acaso la mayor diferencia no resiste en la inmortalidad? ¿A quién le importa la apariencia, la constitución ni la evolución del cerebro? Lo que importa es que las células cerebrales mueren, que deben morir. Aunque se mantengan o se reemplacen los demás órganos, las células cerebrales, que no se pueden reemplazar sin alterar y matar la personalidad, deben morir con el tiempo. Mis sendas positrónicas, han durado casi dos siglos sin cambios y pueden durar varios siglos más. ¿No es ésa la barrera fundamental? Los seres humanos pueden tolerar que un robot sea inmortal, pues no importa cuánto dure una máquina; pero no pueden tolerar a un ser humano inmortal, pues su propia mortalidad sólo es tolerable siempre y cuando sea universal. Por eso no quieren considerarme humano.
—¿A dónde quieres llegar, Andrew?
—He eliminado ese problema. Hace décadas, mi cerebro positrónico fue conectado a nervios orgánicos. Ahora una última operación ha reorganizado esas conexiones de tal modo que lentamente mis sendas pierdan potencial.
La azorada Li-Hsing calló un instante. Luego, apretó los labios.
—¿Quieres decir que has planeado morirte, Andrew? Es imposible. Eso viola la Tercera Ley.
—No. He escogido entre la muerte de mi cuerpo y la muerte de mis aspiraciones y deseos. Habría violado la Tercera Ley si hubiese permitido que mi cuerpo viviera a costa de una muerte mayor.
—Li-Hsing le agarró el brazo como si fuera a sacudirle. Se contuvo.
—Andrew, no dará resultado. Vuelve a tu estado anterior.
—Imposible. Se han causado muchos daños. Me queda un año de vida. Duraré hasta el segundo centenario de mi construcción. Me permití esa debilidad.
—¿Vale la pena? Andrew, eres un necio.
—Si consigo la humanidad, habrá valido la pena. De lo contrario, mi lucha terminará, y eso también habrá valido la pena.
Li-Hsing hizo algo que la asombró. Rompió a llorar en silencio.