17

La protesiología le permitió a Andrew abandonar la Tierra. En las décadas que siguieron a la celebración del sesquicentenario, la Luna se convirtió en un mundo más terrícola que la Tierra en todos los aspectos menos en el de la gravedad, un mundo que albergaba una densa población en sus ciudades subterráneas.

Allí, las prótesis debían tener en cuenta la menor gravedad, y Andrew pasó cinco años en la Luna trabajando con especialistas locales para introducir las necesarias adaptaciones. Cuando no se encontraba trabajando, deambulaba entre los robots, que lo trataban con cortesía robótica debida a un hombre.

Regresó a la Tierra, que era monótona y apacible en comparación, y fue a las oficinas de Feingold y Martin para anunciar su vuelta.

El entonces director de la firma, Simon DeLong, se quedó sorprendido.

—Nos habían anunciado que regresabas, Andrew —dijo, aunque estuvo a punto de llamarlo “señor Martin”—, pero no te esperábamos hasta la semana entrante.

—Me impacienté —contestó bruscamente Andrew, que ansiaba ir al grano—. En la Luna, Simon, estuve al mando de un equipo de investigación de veinte científicos humanos. Les daba órdenes que nadie cuestionaba. Los robots lunares me trataban como a un ser humano. ¿Entonces por qué no soy un ser humano?

DeLong adoptó una expresión cautelosa.

—Querido Andrew, como acabas de explicar, tanto los robots como los humanos te tratan como si fueras un ser humano. Por consiguiente, eres un ser humano de facto.

—No me basta con ser un ser humano de facto. Quiero que no sólo me traten como tal, sino que me identifiquen legalmente como tal. Quiero ser un ser humano de jure.

—Eso es distinto. Ahí tropezaríamos con los prejuicios humanos y con el hecho indudable de que, por mucho que parezcas un ser humano, no lo eres.

—¿En qué sentido? Tengo la forma de un ser humano y órganos equivalentes a los de los humanos. Mis órganos son idénticos a los que tiene un ser humano con prótesis. He realizado aportaciones artísticas, literarias y científicas a la cultura humana, tanto como cualquier ser humano vivo. ¿Qué más se puede pedir?

—Yo no pediría nada. El problema es que se necesitaría una Ley de la Legislatura Mundial para definirte como ser humano. Francamente, no creo que sea posible.

—¿Con quién debo hablar en la Legislatura?

—Con la presidencia de la Comisión para la Ciencia y la Tecnología, tal vez.

—¿Puedes pedir una reunión?

—Pero no necesitas un intermediario. Con tu prestigio…

—No. Encárgate tú. —Andrew ni siquiera pensó que estaba dándole una orden a un ser humano. En la Luna se habían acostumbrado a ello—. Quiero que sepan que Feingold y Martin me apoya plenamente en esto.

—Pues bien…

—Plenamente, Simon. En ciento setenta y tres años he aportado muchísimo a esta firma. En el pasado estuve obligado para con otros miembros de esta firma. Ahora no.

Es a la inversa, y estoy reclamando mi deuda.

—Veré qué puedo hacer —dijo DeLong.