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Fue sólo un tiempo razonable, y la operación resultó todo un éxito.

—Yo me oponía a esta operación, Andrew —le dijo Magdescu—, pero no por lo que tú piensas. No estaba en contra del experimento, de haberse tratado de otro. Detestaba poner en peligro tu cerebro positrónico. Ahora que tienes sendas positrónicas que actúan recíprocamente con sendas nerviosas simuladas, podría resultar difícil rescatar el cerebro intacto si el cuerpo se deteriorase.

—Yo tenía confianza en la capacidad personal de la empresa. Y ahora puedo comer.

—Bueno, puedes sorber aceite de oliva. Eso significa que habrá que hacer de vez en cuando limpieza de la cámara de combustión, como ya te hemos explicado. Es un factor incómodo, diría yo.

—Quizá, si yo no pensara seguir adelante. La auto limpieza no es imposible. Estoy trabajando en un dispositivo que se encargará de los alimentos sólidos que incluyan parte no combustible; la materia indigerible, por así decirlo, que habrá que desechar.

—Entonces, necesitarás un ano.

—Su equivalente.

—¿Qué más, Andrew?

—Todo lo demás.

—¿También genitales?

—En la medida en que concuerden con mis planes. Mi cuerpo es un lienzo donde pienso dibujar…

Magdescu aguardó a que concluyera la frase, pero como la pausa se prolongaba decidió redondearla él mismo:

—¿Un hombre?

—Ya veremos —se limitó a decir Andrew.

—Es una ambición contradictoria, Andrew. Tú eres mucho mejor que un hombre. Has ido cuesta abajo desde que optaste por ser orgánico.

—Mi cerebro no se ha dañado.

—No, claro que no. Pero, Andrew, los nuevos hallazgos protésicos que han posibilitado tus patentes se comercializan bajo tu nombre. Eres reconocido como el gran inventor y se te honra por ello… tal como eres. ¿Por qué quieres arriesgar más tu cuerpo?

Andrew no respondió.

Los honores llegaron. Aceptó el nombramiento en varias instituciones culturales, entre ellas una consagrada a la nueva ciencia que él había creado; la que él llamó robobiología, pero que se denominaba protesiología.

En el ciento cincuenta aniversario de su fabricación, se celebró una cena de homenaje en Robots y Hombres Mecánicos. Si Andrew vio en ello alguna ironía, no lo mencionó.

Alvin Magdescu, ya jubilado, presidió la cena. Tenía noventa y cuatro años y aún vivía porque tenía prótesis que, entre otras cosas, cumplían las funciones del hígado y de los riñones. La cena alcanzó su momento culminante cuando Magdescu, al cabo de un discurso breve y emotivo, alzó la copa para brindar por “el robot sesquicentenario”.

Andrew se había hecho remodelar los tendones del rostro hasta el punto de que podía expresar una gama de emociones, pero se comportó de un modo pasivo durante toda la ceremonia. No le agradaba ser un robot sesquicentenario.