8

El Señor seguía disgustado y su áspero tono de voz hacía que Andrew se sintiera como si tuviese un cortocircuito.

—No quiero tu maldito dinero, Andrew. Lo tomaré sólo porque de lo contrario no te sentirás libre. A partir de ahora, puedes elegir tus tareas y hacerlas como te plazca. No te daré órdenes, excepto ésta: que hagas lo que se te plazca. Pero sigo siendo responsable de ti. Esa forma parte de la sentencia del juez. Espero que lo entiendas.

—No seas irascible, papá —interrumpió la Niña—. La responsabilidad no es una gran carga. Sabes que no tendrás que hacer nada. Las Tres Leyes siguieron vigentes.

—Entonces, ¿en qué sentido es libre?

—¿Acaso los seres humanos no están obligados por sus leyes, Señor?

—No voy a discutir —dijo el Señor.

Se marchó, y a partir de entonces Andrew lo vio con poca frecuencia.

La Niña iba a verlo a menudo a la casita que le habían construido y entregado. No disponía de cocina ni cuarto de baño. Sólo tenía dos habitaciones. Una era una biblioteca y la otra servía de depósito y taller. Andrew aceptó muchos encargos y como robot libre trabajó más que antes, hasta que pagó el costo de la casa y el edificio se transfirió legalmente.

Un día, fue a verlo el Señorito…, no, ¡George! El Señorito había insistido en eso después de la sentencia del juez.

—Un robot libre no llama Señorito a nadie —le había dicho George—. Yo te llamo Andrew. Tú debes llamarme George.

El día en que George fue a verlo a solas le informó de que el Señor estaba agonizando. La Niña se encontraba junto al lecho, pero el Señor también quería estuviese Andrew.

El Señor habló con voz potente, aunque parecía incapaz de moverse. Se esforzó en levantar la mano.

—Andrew —dijo—, Andrew… No me ayudes, George. Me estoy muriendo, eso es todo, no estoy impedido… Andrew, me alegra que seas libre. Sólo quería decirte eso.

Andrew no supo qué decir. Nunca había estado frente a un moribundo, pero sabía que era el modo humano de dejar de funcionar. Era como ser desmontado de una manera involuntaria e irreversible, y Andrew no sabía qué era lo apropiado decir en ese momento. Sólo pudo quedarse en pie, callado e inmóvil.

Cuando todo terminó, la Niña le dijo:

—Tal vez te haya parecido huraño hacia el final, Andrew, pero estaba viejo y le dolió que quisieras ser libre.

Y entonces Andrew halló las palabras adecuadas:

—Nunca habría sido libre sin él, Niña.