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El tribunal también podía pensar que la libertad no tenía precio y decidir que un robot no podía comprarla por mucho que pagase, por alto que fuese el precio.

La declaración del abogado regional, que representaba a quienes habían entablado un pleito conjunto para oponerse a la libertad de Andrew, fue ésta: La palabra “libertad” no significaba nada cuando se aplicaba a un robot, pues sólo un ser humano podía ser libre.

Lo repitió varias veces, siempre que le parecía apropiado; lentamente, moviendo las manos al son de las palabras.

La Niña pidió permiso para hablar en nombre de Andrew.

La llamaron por su nombre completo, el cual Andrew nunca había oído antes:

—Amanda Laura Martin Charney puede acercarse al estrado.

—Gracias, señoría. No soy abogada y no sé hablar con propiedad, pero espero que todos presten atención al significado e ignoren las palabras. Comprendamos qué significa ser libre en el caso de Andrew. En algunos sentidos, ya lo es. Lleva por lo menos veinte años sin que un miembro de la familia Martin le ordene hacer algo que él no hubiera hecho por propia voluntad. Pero si lo deseamos, podemos ordenarle cualquier cosa y expresarlo con la mayor rudeza posible, porque es una máquina y nos pertenece. ¿Porqué ha de seguir en esa situación, cuando nos ha servido durante tanto tiempo y tan lealmente y ha ganado tanto dinero para nosotros? No nos debe nada más; los deudores somos nosotros. Aunque se nos prohibiera legalmente someter a Andrew a una servidumbre involuntaria, él nos serviría voluntariamente. Concederle la libertad será sólo una triquiñuela verbal, pero significaría muchísimo para él. Le daría todo y no nos costaría nada.

Por un momento pareció que el juez contenía una sonrisa.

—Entiendo su argumentación, señora Charney. Lo cierto es que a este respecto no existe una ley obligatoria ni un precedente. Sin embargo, existe el supuesto tácito de que sólo el ser humano puede gozar de libertad. Puedo establecer una nueva ley, o someterme a la decisión de un tribunal superior; pero no puedo fallar en contra de ese supuesto. Permítame interpelar al robot. ¡Andrew!

—Sí, señoría.

Era la primera vez que Andrew hablaba ante el tribunal y el juez se asombró de la modulación humana de aquella voz.

—¿Porqué quieres ser libre, Andrew? ¿En qué sentido es importante para ti?

—¿Desearía usted ser esclavo, señoría?

—Pero no eres esclavo. Eres un buen robot, un robot genial, por lo que me han dicho, capaz de expresiones artísticas sin parangón. ¿Qué más podrías hacer si fueras libre?

—Quizá no pudiera hacer más de lo que hago ahora, señoría, pero lo haría con mayor alegría. Creo que sólo alguien que desea la libertad puede ser libre. Yo deseo la libertad.

Y eso le proporcionó al juez un fundamento. El argumento central de su sentencia fue: “No hay derecho a negar la libertad a ningún objeto que posea una mente tan avanzada como para entender y desear ese estado”.

Más adelante, el Tribunal Mundial ratificó la sentencia.