Gerald Martin llevó a Andrew a la oficina regional de Robots y Hombres Mecánicos de Estados Unidos. Como miembro de la Legislatura Regional, no tuvo problemas para conseguir una entrevista con el jefe de robopsicología. Más aún, sólo estaba calificado para poseer un robot por ser miembro de la Legislatura. Los robots no eran algo habitual en aquellos días.
Andrew no comprendió nada al principio, pero en años posteriores, ya con mayores conocimientos, evocaría esa escena y lo comprendería.
El robopsicólogo, Merton Mansky, escuchó con el ceño cada vez más fruncido y realizó un esfuerzo para no tamborilear en la mesa con los dedos. Tenía tensos los rasgos y la frente arrugada y daba la impresión de ser más joven de lo que aparentaba.
—La robótica no es un arte exacto, señor Martin —dijo—. No puedo explicárselo detalladamente, pero la matemática que rige la configuración de las sendas positrónicas es tan compleja que sólo permite soluciones aproximadas. Naturalmente, como construimos todo en torno de las Tres Leyes, éstas son incontrovertibles. Desde luego, reemplazaremos ese robot…
—En absoluto —protestó el Señor—. No se trata de un fallo. Él cumple perfectamente con sus deberes. El punto es que también realiza exquisitas tallas en madera y nunca repite los diseños. Produce obras de arte.
Mansky parecía confundido.
—Es extraño. Claro que actualmente estamos probando con sendas generalizadas… ¿Cree usted que es realmente creativo?
—Véalo usted mismo.
Le entregó una pequeña esfera de madera, en la que había una escena con niños tan pequeños que apenas se veían; pero las proporciones eran perfectas y armonizaban de un modo natural con la fibra, como si también ésta estuviera tallada.
—¿Él hizo esto? —exclamó Mansky. Se lo devolvió, sacudiendo la cabeza—. Puramente fortuito. Algo que hay en sus sendas.
—¿Pueden repetirlo?
—Probablemente no. Nunca nos han informado de nada semejante.
—¡Bien! No me molesta en absoluto que Andrew sea el único.
—Me temo que la empresa querrá recuperar ese robot para estudiarlo.
—Olvídelo —replicó el Señor. Se volvió hacia Andrew—: Vámonos a casa.
—Como usted desee, Señor —dijo Andrew.