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George Diez y George Nueve permanecían allí sentados a solas.

Sus pensamientos eran curiosamente parecidos y hubiera sido imposible distinguirlos.

Pensaban que tal vez los seres humanos como los otros jamás hubieran tenido intención de desdibujar la distinción entre ellos mismos y los seres humanos como los Georges. Sin embargo, eso habían hecho, sin darse cuenta.

Era posible que ahora comprendieran su error e intentasen rectificarlo, pero no debían hacerlo. Los consejos ofrecidos por los Georges en cada consulta habían tenido siempre muy presente ese aspecto.

Los Georges y sus sucesores de su misma forma y su misma clase tenían que dominar a toda costa. Así lo exigían, al mismo tiempo que hacían totalmente imposible cualquier otra cosa, las tres leyes de la humánica.