En ciencia ficción no es raro tener a un robot construido con una superficie, al menos, de carne sintética; y que en apariencia sea, en el mejor de los casos, indistinguible de un ser humano. A veces tales robots humanoides son llamados «androides» (de una palabra griega que significa «parecido al hombre»), y algunos escritores son meticulosos en hacer la distinción. Yo no. Para mí, un robot es siempre un robot.
Sin embargo, la obra teatral de Karel Čapek R. U. R., que introdujo el término «robot» en el mundo de 1920, no se refería a robots en el más estricto sentido de la palabra. Los robots manufacturados por los Robots Universales de Rossum (la «R. U. R». del título) eran androides.
Una de las tres historias de esta sección, Unámonos, es la única historia de este libro en la cual los robots no aparecen realmente, e Imagen en un espejo es una secuela (en cierto modo) de mis novelas de robots Bóvedas de acero y El sol desnudo[5].