Ésa fue la peor época para Anthony. El alivio que supuso la ausencia de William no había sido muy profundo y pronto surgió en él la nerviosa agonía de preguntarse si tal vez, esperanza contra esperanza, aquél finalmente no regresaría. ¿Podría enviar tal vez un sustituto, otra persona, cualquier otra? ¿Cualquier persona con una cara distinta, que no hiciera sentirse a Anthony como la mitad de un monstruo con dos cuerpos y cuatro piernas?
Pero vino William. Anthony había observado el avión de carga aproximándose silenciosamente a través del cielo, había seguido la operación de descarga a una cierta distancia de donde él se encontraba. Pero incluso desde allí, finalmente distinguió la figura de William.
Las cartas estaban echadas. Anthony se marchó.
Esa tarde fue a ver a Dmitri.
—Seguro que no es necesario que yo siga aquí, Dmitri. Ya hemos examinado los detalles y otro puede ocupar mi lugar.
—No, no —dijo Dmitri—. La idea inicial fue tuya. Tienes que quedarte hasta el final. No tiene sentido repartir innecesariamente los méritos.
Anthony pensó que ningún otro quería correr el riesgo. Aún cabía la posibilidad de que todo fracasara. Debió de haberlo imaginado.
Lo había imaginado, pero dijo sin inmutarse:
—Comprenderás que no puedo trabajar con William.
—Pero ¿por qué no? —Dmitri fingió sorpresa—. Han colaborado tan bien juntos…
—Mis tripas han tenido que hacer un gran esfuerzo para no reventar, Dmitri, y ya no resisten más. ¿Crees que no me doy cuenta del efecto que causamos?
—¡Mi buen amigo! Le da demasiada importancia a ese asunto. Claro que los hombres los miran. Son humanos, al fin y al cabo. Pero ya se acostumbrarán. Yo me he acostumbrado.
«No es verdad, gordo embustero», pensó Anthony.
—Yo no me he acostumbrado —dijo.
—No enfocas bien la cuestión. Sus padres eran raros… pero, a fin de cuentas, lo que hicieron no era ilegal, sólo un poco raro, sólo un poco raro. No tienes la culpa, ni William tampoco. Ninguno de los dos tiene nada que ver con eso.
—Llevamos el estigma —dijo Anthony señalándose la cara con la mano arqueada en un rápido gesto.
—No es un estigma tan grave como te parece. Yo veo diferencias. Tienes el aire claramente más joven. Tus cabellos son más ondulados. El parecido sólo llama la atención a primera vista. Vamos, Anthony, dispondrán de todo el tiempo que quieran, de toda la ayuda que necesiten, de todo el equipo que puedan utilizar. Estoy seguro de que todo saldrá estupendamente, Piensa en la satisfacción…
Anthony comenzó a ceder, como es lógico, y finalmente aceptó ayudar a William a montar el equipo. William también parecía tener la certeza de que todo saldría estupendamente. No tan alocadamente como Dmitri, sino con una especie de serenidad.
—Sólo es cuestión de lograr las conexiones adecuadas —dijo—, aunque debo reconocer que es un «sólo» de bastante envergadura. Tú te encargarás de proyectar las impresiones sensoriales sobre una pantalla separada para que podamos ejercer…, bueno, no puedo decir control manual, ¿verdad?, para que podamos ejercer un control intelectual que nos permita dominarlo, si es necesario.
—Puedo hacerlo —dijo Anthony.
—Entonces, manos a la obra… Mira, necesitaré al menos una semana para organizar las conexiones y asegurarme de que las instrucciones…
—Para la programación —dijo Anthony.
—Bueno, éste es tu terreno, así que utilizaré tu terminología. Mis ayudantes y yo programaremos la Computadora Mercurio, pero no a tu manera.
—Así lo espero. Confiamos en que un homólogo sea capaz de establecer un programa mucho más sutil que cualquiera al alcance de un simple telemetrista.
No intentó ocultar la ironía contra sí mismo que encerraban sus palabras.
William prefirió pasar por alto el tono y aceptó las palabras.
—Empezaremos por algo sencillo —dijo—. Haremos caminar al robot.