William lo había intentado, y como había vaticinado Anthony, les habían dejado trabajar a solas los dos. Al principio, se topaban de vez en cuando con otras personas y William intentó recurrir al efecto sorpresa del hecho de anunciar que eran hermanos, puesto que de nada les hubiera servido negarlo. Pero, al fin, todo eso se acabó y se acordó que no se producirían interferencias. Cuando William se acercaba a hablarle a Anthony, o Anthony se acercaba a hablarle a William, todas las demás personas casualmente presentes en ese momento se esfumaban silenciosamente detrás de las paredes.
Incluso comenzaron a habituarse en cierto modo a su mutua compañía y a veces los dos charlaban casi como si no existiera absolutamente ningún parecido entre ellos y no tuvieran ningún recuerdo común de su infancia.
Anthony expuso los requisitos de la computadora en un lenguaje lo menos técnico posible y, después de pensárselo mucho, William le explicó de qué manera le parecía que una computadora podría cumplir, aproximadamente, las funciones de un cerebro.
—¿Sería posible lograrlo? —preguntó Anthony.
—No lo sé —dijo William—. Y no tengo muchas ganas de probarlo. Puede que no funcione. Pero también puede que sí.
—Tendremos que hablar con Dmitri Large.
—Discutámoslo nosotros primero y veamos cuál es la situación. Podemos ir a verle y exponerle la propuesta más razonable que logremos concebir. O bien, podemos no decirle nada.
Anthony titubeó:
—¿Iremos a verle los dos? —preguntó.
—Tú serás mi portavoz —tuvo la delicadeza de decir William—. Nada nos obliga a presentarnos juntos en público.
—Gracias, William. Si la cosa resulta, reconoceré toda la parte de mérito que te corresponda.
—Eso no me preocupa —dijo William—. Si la cosa resulta, yo seré el único capaz de hacer que marche, supongo.
Lo examinaron todo en el curso de cuatro o cinco reuniones, y si Anthony no hubiera sido pariente suyo y de no haber existido esa molesta situación emocional entre los dos, William se hubiera sentido orgulloso del joven hermano, sin más complicaciones, por la rapidez con que había logrado asimilar una materia ajena a su especialidad.
Luego siguieron largas entrevistas con Dmitri Large. De hecho, hubo entrevistas con todo el mundo. Anthony pasó un sinfín de días hablando con ellos, y luego se entrevistaron por separado con William. Y, al fin, tras una agotadora gestación, quedó autorizado lo que acabarían bautizando como Computadora Mercurio.
William regresó entonces a Nueva York, no sin un cierto alivio. No tenía intención de permanecer en Nueva York (¿hubiera podido creerlo posible dos meses atrás?), pero debía resolver muchas cosas en el Instituto Homológico.
Lógicamente, tendría que celebrar nuevas entrevistas, para explicar la situación a su propio equipo de laboratorio y las razones que le obligaban a solicitar la excedencia y cómo debían llevar adelante sus propios proyectos en su ausencia. Luego siguió una llegada mucho más elaborada a Dallas con el equipo esencial y dos jóvenes ayudantes, para una estancia de duración ilimitada.
Y William ni siquiera volvió la mirada atrás, hablando en sentido figurado. Su propio laboratorio y las necesidades del mismo se habían desvanecido de sus pensamientos. Se había entregado por completo a su nueva tarea.