Para Anthony no fue un gran consuelo que William se quedara bastante compungido cuando comprendió lo que había hecho.
Esa noche se sentaron a charlar después de cenar y William dijo:
—Debo excusarme. Me pareció que la mejor manera de enterrar el asunto sería declarar en seguida lo peor. Pero no parece haber sido así. No he firmado ningún papel, no he contraído ningún compromiso formal. Me marcharé.
—¿De qué serviría? —dijo Anthony sin el menor amago de cortesía—. Todo el mundo lo sabe ya. Dos cuerpos y una cara. Como para vomitar.
—Si me marcho…
—No puedes marcharte. Todo este asunto ha sido idea mía.
—¿Traerme a mí, aquí? —William arqueó las espesas cejas tanto como pudo y sus pestañas se levantaron.
—No, claro que no. Traer a un homólogo. ¿Cómo iba a saber que te mandarían a ti?
—Pero si me marcho…
—No. Lo único que podemos hacer ahora es resolver el problema, suponiendo que sea posible. Luego… ya no tendrá importancia.
«A los que triunfan se les perdona todo», pensó.
—No sé si sabré…
—Tendremos que intentarlo. Dmitri nos obligará a hacerlo. Es una oportunidad demasiado buena. Sois dos hermanos —dijo Anthony, imitando la voz de tenor de Dmitri— y os entendéis. ¿Por qué no trabajar juntos? —Luego continuó enfadado, con su propia voz—: Así que tendremos que hacerlo. Para empezar, ¿en qué consiste tu trabajo, William? Quiero decir, más concretamente de lo que es capaz de expresar la palabra «homología» en sí.
William suspiró.
—Bueno, acepta mis excusas, por favor… Trabajo con niños autistas.
—Temo no saber lo que eso significa.
—Sin entrar en una larga disertación, me ocupo de niños que no tienen contacto con el mundo, que no se comunican con los demás, sino que se hunden en sí mismos y viven tras una muralla de piel, inaccesibles en cierto modo. Espero ser capaz de curar ese estado algún día.
—¿Por eso te haces llamar Anti-Aut?
—En realidad, sí.
Anthony soltó una breve risita, pero la cosa no le divertía realmente.
William adoptó un aire un poco frío.
—Es un nombre sincero.
—No lo dudo —murmuró precipitadamente Anthony, y no fue capaz de disculparse de un modo más específico. Con un esfuerzo, logró volver al tema—: ¿Y has logrado algún progreso?
—¿Hacia la curación? No, no de momento. Pero he avanzado en la comprensión de ese estado. Y cuanto mejor lo comprenda…
A medida que William iba hablando, su voz se fue haciendo más cálida y su mirada más distante. Anthony reconoció el verdadero significado de ese cambio: era efecto de la satisfacción de hablar de lo que uno lleva en el corazón y en la mente, desplazando prácticamente a todo lo demás. También él sentía lo mismo con bastante frecuencia.
Escuchó todo lo atentamente que pudo, aunque se trataba de algo que en realidad no comprendía, pues eso era lo que debía hacer. Él también hubiera esperado otro tanto de William.
¡Con qué nitidez lo recordaba todo! En aquel momento había creído que no lo recordaría pero entonces, naturalmente, no era consciente de lo que estaba sucediendo. Al rememorarlo, con la perspectiva de todo lo ocurrido, se encontraba recordando frases enteras, prácticamente palabra por palabra.
—Y pensamos —dijo William— que no se trataba de que el niño autista no recibiera las impresiones, ni tan sólo de que no las interpretara con la suficiente elaboración. Lo que ocurría, más bien, era que las desaprobaba y las rechazaba, sin perder por eso la potencialidad de comunicarse plenamente en el supuesto de que se lograra descubrir alguna impresión capaz de suscitar su aprobación.
—Ah —dijo Anthony, articulando un leve sonido, lo justo para indicar que le escuchaba.
—Y tampoco es posible persuadirle de que abandone su autismo por ninguno de los medios corrientes, pues nos desaprueba tanto como al resto del mundo. Pero si le ponemos en arresto consciente…
—¿En qué?
—Es una técnica que poseemos, en virtud de la cual el cerebro se disocia efectivamente del cuerpo y puede ejecutar sus funciones independientemente del cuerpo. Es una técnica bastante sofisticada que hemos desarrollado en nuestro propio laboratorio; en realidad… —Hizo una pausa.
—¿Tú mismo la inventaste? —preguntó amablemente Anthony.
—En realidad, sí —dijo William, ruborizándose un poco, pero evidentemente complacido—. En estado de arresto consciente podemos suministrar al cuerpo fantasías especialmente programadas y observar el cerebro por medio de electroencefalogramas diferenciales. Al mismo tiempo que aprendemos más sobre el individuo autista y sobre el tipo de impresiones sensoriales que responden mejor a sus deseos; también ampliamos nuestros conocimientos acerca del cerebro en general.
—Ah —dijo Anthony, y esta vez fue una verdadera exclamación—. Y todo eso que has aprendido sobre los cerebros, ¿no podrías adaptarlo al mecanismo de una computadora?
—No —dijo William—. Imposible. Ya se lo expliqué a Dmitri. No entiendo nada de computadoras y tampoco sé lo suficiente sobre cerebros.
—Y si yo te enseñara el funcionamiento de las computadoras y te explicara detalladamente lo que necesitamos, ¿qué dirías?
—No puede ser. Yo…
—Hermano —dijo Anthony, y trató de darle un tono solemne a la palabra—. Estás en deuda conmigo. Por favor, intenta pensar seriamente en nuestro problema. Lo que sepas sobre el cerebro…, adáptalo a nuestras computadoras, por favor.
William se agitó incómodo en su silla y dijo:
—Comprendo tu punto de vista. Lo intentaré. Lo intentaré seriamente.