Capítulo 9

¡Buenos días, princesa!

He soñado toda la noche contigo, íbamos al cine y tú llevabas aquel vestido rosa que me gusta tanto. Sólo pienso en ti, princesa, pienso siempre en ti, y ahora…

La vida es bella, de ROBERTO BENIGNI

Una semana antes, en el bar Piccolino

Silvia se ha reunido con las Princess en el Piccolino. Es el bar donde quedaban cuando iban al insti, un lugar que les inspira confianza a todas. Si, por el motivo que sea, no se puede hacer una RPU, este bar es el lugar ideal. Y como este año no les coinciden los horarios, quedar a comer es un buen plan.

—Venga, cuenta. ¿Qué es eso de que has cortado con Sergio? ¿Va en serio? —pregunta Estela, ansiosa, antes de que a Silvia le dé tiempo de quitarse la chaqueta.

—Sí, va en serio, y voy a necesitar vuestra ayuda. —Contesta muy seria.

—Lo que quieras —dice Ana.

—Fue una noche terrible… Él durmió en el sofá, y yo no pude parar de llorar…

—Pero ¿reconoció lo de Valeria, sí o no? —la corta Estela.

—¡Un momento! Déjala hablar —le reconviene Ana.

—¡Es que se explica fatal! —exclama Estela, nerviosa.

—¡Ay! Es que es muy difícil. No sé cómo hacerlo. A ver, por partes. Le dije lo de Valeria, se enfadó mucho porque había traicionado su confianza y…

—¿Y te pidió perdón? —completa Ana, muy seria.

—Te dijo que era mentira —aventura Estela.

—¡¡¡ME DEJÓ!!! —grita la pobre Silvia.

—¡¿Cómo?! —exclaman las dos Princess a la vez.

—Pues si os calláis de una vez os lo explico, ¿vale? —Las chicas permanecen en silencio, Silvia respira hondo y continúa—. Se enfadó muchísimo por lo de Facebook. Luego dijo que lo de chatear con otras no significaba nada. Discutimos mucho y él acabó durmiendo en el sofá. Luego me abrazó y me dijo algo como: «No tengas prisa. Puedo dormir en el sofá mientras encuentras un sitio adonde irte a vivir».

—¿En serio? Me has matado, Silvia. —Estela no sale de su asombro—. ¿Y qué has hecho?

—¿Te quedaste allí? —pregunta Ana, sin darle tiempo a responder.

Silvia hace una pausa. Traga saliva y decide que es mejor no decirles nada. Ahora que vuelve a contar con el apoyo de sus amigas, de sus Princess, no quiere que Estela se enfade con ella por no haberle dicho que se quedaba en casa de Marcos o, peor aún, ¡que Marcos tenga problemas con Estela por su culpa!

—En casa de mis padres —miente Silvia—. Tendría que ir a recoger las cosas a casa de Sergio, pero he pensado que es mejor esperar un poco… a ver si da señales de vida. ¡Y no sabéis lo que me cuesta no llamarlo! Aunque me haya roto el corazón, sigo enamorada de él y mataría por un abrazo suyo.

—Te entiendo. ¡El amor es un asco!

A Estela le repatea lo que está pasando. Se ha dejado llevar por sus vísceras y no le gusta nada ver cómo tratan así a su amiga.

—Tiene que ser él quien dé el primer paso, ¿no? —pregunta Silvia—. Ahora mismo, no tengo claros sus sentimientos. No sé si me quiere, ni si quiere estar con otras chicas. No entiendo muy bien qué ha pasado.

—¿Podemos hacer algo para ayudarte? —pregunta la dulce Ana.

—Sí. No me dejéis llamarlo, por favor. Aunque me vuelva loca.

—Claro. Eso está hecho. ¿Algo más? —pregunta Estela.

—Bueno, aunque me duela… ¿Me podéis contar qué tal es esa Valeria?

Las chicas se quedan calladas. La verdad es que les cae bien y la encuentran bastante maja, pero saben que no le pueden decir esto a Silvia. Entonces Ana recuerda lo que le dijo la segunda vez que fueron a la tienda. Es duro, pero Silvia lo tiene que saber.

—Cuando llegamos a la tienda… —dice Ana obviando que fueron dos veces.

—Sí…

—Ella estaba con el ordenador encendido y vimos que estaba conectada al Facebook.

—¿Estaba chateando con Sergio? —pregunta Silvia, fuera de sus cabales—. ¡La odio, la odio y la odio! ¡Maldita Valeria! Si no se hubiera entrometido en nuestra relación, no habría pasado nada de esto.

Es evidente que Silvia está exagerando; pero, a estas alturas, nadie la va a juzgar. Ana la mira y le dice la verdad:

—Me dijo que hacía un día que no sabía nada de él, pero que llevaban bastante tiempo chateando a diario.

Las lágrimas afloran a los ojos de Silvia y, antes de que pueda decir nada, Estela se acerca a ella y la abraza:

—No te preocupes, princesa. Dejaremos que pase una semana antes de volver a la acción, ¿de acuerdo?

Silvia teme por cómo pueda reaccionar Estela, pero se siente más tranquila, aunque sigue sin saber dónde pasará la noche. Entonces, como si le hubieran leído la mente, las chicas preguntan a la vez:

—¿Dónde vas a dormir hoy?

—No lo sé. Esta noche ha sido terrible.

—Pues te vienes a mi casa —zanja Estela, muy seria.

—¿Seguro? ¿Y a tu madre no…?

—Seguro. No se hable más. ¡En mi casa tienes ropa de sobra!

—Gracias —contesta Silvia. No sabe cuándo se pasará por casa de Sergio a buscar sus cosas, y la ropa atrevida de su amiga le irá bien. La visita a casa de sus padres puede esperar, y todavía no se siente preparada para contarle la verdad a su familia.

Una semana después, en el teatro La Amistad

El patio de butacas está lleno a reventar. En el escenario sólo hay cuatro atriles iluminados con una luz tenue. Marcos está sentado junto a Silvia en una esquina.

—Pero ¿van a dar un concierto? —pregunta Marcos mientras mira hacia los atriles.

—No. Lo que pasa es que van a colocar allí los textos de la obra —responde Silvia.

—¿Van a leer una obra de teatro?

—¡Pues claro! Es una lectura dramatizada. ¿No has visto ninguna?

—No —responde incrédulo el chico—. ¿Dónde está la gracia? —Silvia le da un coscorrón a Marcos, quien le devuelve una sonrisa—. Supongo que por eso han ensayado tan poco.

—Eso está mejor —responde Silvia mientras le hace un gesto a Ana, que entra en la sala, despistada.

Las luces se van difuminando, y los tres actores y Estela salen serios y vestidos de negro. El público enmudece, y Ana se sienta en el sitio que le ha reservado Silvia. Al cabo de unos segundos aparece Leo en escena para decir unas palabras. Marcos está flipando. Estela no le había dicho que fuera el director, y un relámpago le retuerce el estómago.

Leo presenta la obra titulada Cuando los besos molestan. Sin explayarse demasiado, cuenta que la obra es suya y que les agradece a los actores su gran trabajo. Marcos se tapa los ojos con las manos. Si aborrece el teatro es porque propicia situaciones como esta. Sabe a la perfección que apenas han ensayado un par de veces, y le parece una pedantería que el director apele al esfuerzo de unos actores que van a limitarse a leer un texto.

Poco después, los actores empiezan a interpretar el texto bajo los oídos atentos de los espectadores. La obra transcurre poco a poco, frase a frase. Entre el público se oye alguna tos, señal de que alguien se está aburriendo. Silvia bosteza sin querer.

—No te duermas —le dice Ana muy bajito.

—Sí, mejor duérmete… Ya te despertaremos cuando acabe —añade Marcos.

—¡Que no me estoy durmiendo! —susurra Silvia.

Unos minutos después, el público está soñoliento en las butacas. No hay por dónde coger la obra. Cuando los besos molestan trata de tres chicos que van a la psicóloga porque no saben dar besos. El primero besa como en las películas antiguas, con un beso estático, y no sabe hacerlo si no lleva puesto un sombrero. El segundo no sabe besar con lengua, y el tercero besa como un pajarito. Estela interpreta el papel de psicóloga, y les hace una terapia de grupo para solucionar sus problemas. Al final, Estela se convierte en su maestra cuando los actores practican los besos con arreglo a las indicaciones que ella les va dando.

La obra intenta ser cómica, pero la gente no se ríe. Tan sólo mira y se aburre. Un móvil suena en la sala, y dos personas que están sentadas en las últimas filas se levantan y se van. En un momento dado, Estela pronuncia una frase lapidaria:

—Escuchad el silencio del aire, el silencio de los besos…

Durante unos instantes, los actores fingen que escuchan mientras miran de frente a los espectadores. En este momento, a Marcos le da la risa tonta. Contagia a Silvia y esta, a su vez, a Ana. No pueden parar de reír en silencio y, cuantas más ganas tienen de parar, más se ríen por la frase de Estela. Por suerte, los actores siguen leyendo el texto y, de alguna manera, las risas de los chicos pasan desapercibidas.

—¡Qué tostón, por Dios! —susurra Marcos sin parar de reír.

—¡Shhh! ¡Cállate, que vamos a aprender a besar! —le dice Silvia.

Hora y media más tarde, cuando el público ya no puede más, la obra termina con los pacientes encima de la psicóloga porque esta se ha enamorado de los tres. El público se despierta entre aplausos. Los actores saludan con una leve inclinación. Marcos hace ademán de levantarse. Los actores salen a saludar hasta tres veces. Marcos no entiende nada. Después de lo que han visto, el mundo del teatro le parece más pedante aún.

Las luces de la sala se encienden y el público se levanta por fin. Ana, Silvia y Marcos deciden esperar a Estela en la calle.

—¡Vaya rollazo! ¿Qué le decimos a Estela? —pregunta Ana.

Marcos se lleva las manos al estómago porque se está tronchando de risa.

—¿Estáis de broma? Pues la verdad: ¡que es un coñazo!

Las chicas no pueden esconderse. Marcos tiene toda la razón. La obra ha sido aburrida hasta decir basta.

—Sí, la verdad es que el argumento está un poco traído por los pelos —concede Ana.

—Pero la interpretación no ha estado mal —añade Silvia, por salvar algo.

De pronto Estela surge de entre el público, sonriente y maquillada como una diva. Se detiene a saludar a todas las personas a quienes conoce. Parece una estrella de cine. Las Princess y Marcos la miran. Están acostumbrados a esta pose.

—¡Hola, Princess! —saluda Estela, y obvia a Marcos sin querer.

—Estoy aquí, ¿eh?

Estela le da un beso rápido que a Marcos no le sienta nada bien.

—¿Os ha gustado?

Ana y Silvia se deshacen en halagos y Marcos observa la situación. Sabe que sus amigas no piensan decirle que la obra es terrible, porque tienen miedo a herir a Estela. Pero en su fuero interno cree que le harían un favor si se lo dijeran en confianza.

De pronto, una mano se apoya en el hombro de la actriz. La chica se vuelve y le da un abrazo a una muchacha de pelo largo y rizado. Lo tiene alborotado y de color rojizo.

—¿Quién es? —le pregunta Silvia a Marcos.

—No lo sé.

Cuando deshacen el abrazo, la muchacha le da dos besos a Ana.

—¡Valeria! —la saluda Ana, sorprendida de verla allí. Es evidente que, aparte de echar las cartas, Valeria es muy lista y tiene mucha memoria. Nadie la había invitado al acontecimiento, pero memorizó el día y la hora de la obra, y aquí está.

Silvia oye el nombre. Por unos instantes, cree que va a perder el conocimiento. Tiene ante sí a su peor enemiga, que abraza y les da besos a sus mejores amigas. El mundo entero se le viene abajo, junto con todas las estrellas del universo y todos los planetas. ¡Es la Valeria de Sergio! La chica se retira lentamente. Aprovecha que Valeria está piropeando a Estela y se marcha indignadísima. Sus amigas no reparan en su ausencia. Silvia callejea de aquí para allá, con los ojos velados en lágrimas. Ya no puede confiar ni en las Princess. Esta noche va a ser dura.

Dos horas después, en la radio

—Llegas tarde —le dice el portero, sin poder ocultar su preocupación.

—Buenas noches. No, no llego tarde. He asistido a una obra de teatro, pero ya había venido antes para adelantar trabajo —contesta Ana, sonriente.

—Pues andan todos con un mosqueo…

—¿Qué ha pasado?

—Víctor se ha reunido hoy con los de arriba, y parece que la cosa no ha ido muy bien.

Ana no pierde tiempo y sube en ascensor a la tercera planta. Todo el equipo está reunido, y Víctor les está dando una charla.

—¿Dónde estabas? ¿Sabes la hora que es? —le pregunta el jefe con tono autoritario cuando la ve entrar por la puerta.

Ana mira a Lidia, extrañada. Esta finge que escribe concentrada en una libreta.

—He venido antes a adelantar trabajo porque tenía que ir a…

—Eso ahora da igual. No tenemos tiempo —le corta—. Pero que sepas que, si algún día llegas tarde, me tienes que avisar con antelación —resopla Víctor.

Hoy parece más nervioso de lo habitual. Escribe su número de teléfono en un post-it, y se lo pega en la chaqueta.

—Me han llamado de arriba y me han dicho que vamos mal. Muy mal. Es cierto que empezamos hace poco. Pero les prometí un programa diferente, y estamos haciendo lo mismo que hacen todos. ¿Alguien más tiene alguna idea? ¿Ana?

—Sí —contesta la chica mientras abre su carpeta en el ordenador—. Un momento… —Para su asombro, el archivo en el que había estado trabajando por la tarde está en blanco. Ana busca en el desplegable de documentos recientes, y nada. Recordaba haberlo grabado, porque ya había perdido algunas entradas de su blog por no hacerlo, y le da mucha rabia que le pase. De todos modos, decide improvisar, pues aún tiene las ideas frescas en la mente—. Se me ha ocurrido que podríamos hacer un consultorio sentimental.

—¿Un consultorio sentimental en el que le des consejos a la gente y esta se pueda declarar? —pregunta Víctor.

—Sí —responde Ana con timidez.

—¿Más ideas? Eso ya lo había propuesto Lidia.

—Bueno… La verdad es que no…

Víctor se dirige a Lidia:

—Hoy vas a salir en antena. Ana, tú te quedarás en producción mientras se emite el consultorio sentimental.

Ana no entiende lo que está pasando.

—Nos vemos dentro de veinte minutos en el estudio. Ana…, ponte las pilas, por favor.

Lidia mira con cara de besugo a Ana, quien aún no ha terminado de entender lo que está pasando. Primero el archivo en blanco, y después, que le hayan robado la idea.

—Ana, perdóname, por favor —le suplica Lidia—. No he tenido tiempo de decirle a Víctor lo del teatro. En cuanto ha llegado de la reunión con los de arriba se ha puesto a gritarnos a todos.

—¿Y eso del consultorio sentimental? —le pregunta Ana, que no da crédito.

—Pues lo que hemos comentado antes de que te marcharas. Bueno, en la radio ya está todo inventado, pero he pensado que eso podría darle frescura al programa.

Ana está profundamente desconcertada. ¡El documento que se ha borrado se titulaba «El consultorio sentimental de las Princess»! ¿Cómo puede decir que fue idea suya? El programa está a punto de empezar, y chivarse al jefe no le parece profesional. Así pues, decide guardar silencio.

«¿No querías micro? ¡Pues ya tienes el micro! A mí no se me caen los anillos por estar en producción», piensa Ana para sus adentros.

En el mismo instante, en casa de los padres de Silvia

La dulce Princess pulsa el timbre de la casa de sus padres, no sin antes limpiarse bien los ojos y respirar hondo. Cuando uno está tan mal, lo único que puede hacer es ir a casa. Y la casa de los padres siempre será la casa de una. Aunque se fuera a vivir a Malasia, su casa seguiría siendo esta. Tiene llaves, pero como no ha dicho nada, no le parece muy bien presentarse sin avisar. Su madre abre la puerta y grita emocionada al verla:

—¡Cariño! ¡Qué alegría! ¿Qué haces aquí?

—Estaba cerquita, y he pensado que podría quedarme a cenar con vosotros. Si no os importa, claro —dice Silvia, con una sonrisa de oreja a oreja que lleva rato ensayando para disimular su enorme tristeza.

—¡Cómo nos va a importar! ¡Nosotros, encantados! —grita su madre, para que el padre se acerque—. Hay tortilla de patatas y ensaladilla rusa.

Silvia ha tenido el estómago cerrado durante la cena. Su madre no se ha dado cuenta de nada, no ha visto que ella estaba mal. Se ha alegrado tanto por ver a la familia reunida que no ha reparado en los ojos tristes de su niña. Esta le ha hecho creer que tenía mono de familia. A sus padres les ha parecido genial y muy normal que al final decidiera quedarse a dormir en su antigua habitación.

Cuando entra en ella le invade una enorme sensación de soledad y de rabia. Lo de Valeria le ha sentado tan mal que no sabe cómo calificarlo, pero no tiene con quién hablar de ello. Siente que debería decirle algo a Estela, pero ¿por qué tiene que ser ella tan considerada con los sentimientos de los demás? ¿Acaso las Princess lo han sido al hacerse amigas de Valeria? Silvia se tumba en su cama, abre el blog desde la carpeta de notas del móvil y escribe:

Te odio.

Eres la otra.

La que me ha quitado el amor.

La que me lo ha arrancado.

De golpe.

Te odio.

Eres la otra.

Tengo tanta rabia y estoy tan enfadada que soy incapaz de mirar donde realmente importa.

A tus ojos, tus ojos que me han abandonado.

Tu mirada ya no está, y ahora miras a la otra.

Abrazas a la otra.

Quieres a la otra.

Hasta que llegue un día en que dejes a la otra por otra. Pensándolo bien, no envidio a la otra. Sé perfectamente el futuro que le espera, y no es muy bonito. Pero mientras este no llega, yo envidio su presente.

Silvia se echa a llorar. Tiene el móvil en la mano. Cree que lo correcto es decirle algo a Estela. Hoy ha sido su estreno. La verdad es que, por enfadada que esté, Silvia no se sentiría bien si no le dijera algo. El mensaje es claro, corto y conciso:

Al final duermo en casa de mis padres.

Dos horas más tarde, en el aire

El programa sale mejor de lo habitual. Se nota que Víctor está más fresco y espontáneo, y parece que la audiencia está respondiendo en las redes sociales. Puede que Ana no salga hoy, pero ayuda al técnico y a Lidia en la cabina de realización.

Por fin llega el momento del consultorio sentimental. Víctor le hace un señal a Lidia para que entre, y Ana ocupa su lugar para coger los teléfonos.

—Queridos oyentes, hoy tenemos una sorpresa. Sé que estáis esperando a nuestra Princess y su nueva entrada, pero eso vendrá después. Os presentamos a Lidia, que va a conducir una nueva sección llamada… —Víctor hace una pausa para que Lidia diga el nombre de la sección.

Lidia se queda cortadísima, porque cuando contó la idea de Ana con pelos y señales se olvidó de cambiar el nombre. Y claro, no puede leer en voz alta lo que pone en el papel: «El consultorio sentimental de las Princess».

Una música supersensual apaga la voz de Víctor. Ana ve desde la cabina cómo Lidia habla con el director y este empieza a poner caras raras. A continuación, Víctor le hace una señal al técnico para que baje el volumen de la música y por el micro interno le indica a Ana que entre. Acto seguido, continúa con su locución:

—Bien… Disculpad, he tenido un pequeño lapsus. Ana, adelante con «El consultorio sentimental de las Princess».

Ana no entiende nada. Parece que Lidia ha reconocido su error, o Víctor se ha dado cuenta, o lo que sea. El caso es que esa es su sección, que lleva su nombre. Si no empieza a hablar de inmediato, la cosa va a quedar fatal.

—Buenas noches a todos. Víctor, no te preocupes: un lapsus lo tiene cualquiera. Y de lapsus, precisamente, va esta sección. —El director cabecea en señal de afirmación. Le gusta mucho lo que está diciendo Ana. De hecho, le ha salvado la papeleta—. ¿Qué es el amor sino un lapsus de nuestro corazón? ¿A quién no le ha sucedido alguna vez que, de un momento a otro, los sentimientos le cambian? Algunos científicos sostienen que, para bien o para mal, nuestro corazón tiene varios lapsus a lo largo de nuestra vida, y uno de los mayores lapsus viene causado por el amor.

»En “El consultorio sentimental de las Princess” haremos operaciones a corazón abierto. Diremos aquellas cosas que nos gustan oír, y también aquellas cosas que nos hacen sufrir. No tengáis miedo y llamad al programa. Son casi las cinco de la mañana, y os aseguro que no nos oye nadie.

El técnico sube el volumen.

—¡Estás increíble! ¡Sigue así! —exclama Víctor a micro cerrado.

—¡Buenas noches! ¿Con quién hablo? —Ana está lanzada y realmente lúcida. Durante los siguientes veinte minutos, la centralita de teléfonos está colapsada de gente que quiere declararse o simplemente contar sus sentimientos en antena. Víctor la apoya con pequeños comentarios.

Cuando acaba el programa, Víctor resopla y Ana no puede evitar preguntar:

—Pero ¿qué ha pasado?

Antes de que el jefe pueda abrir la boca, Lidia entra corriendo y gritando:

—¡Menudo lío! Lo siento, Ana. En el mismo momento en que Víctor me ha preguntado cómo se llamaba la sección, me ha entrado un ataque de pánico. He pensado que el nombre de «El consultorio sentimental de las Princess» era genial, pero claro, lo tenías que hacer tú.

—Has sido muy generosa, Lidia —le dice Víctor—. Y tú, Ana, has estado genial. Hoy habéis demostrado que sabemos trabajar en equipo.

—Bueno, pues… ¡todo aclarado! —zanja Lidia, y se marcha, no sin antes decirle a Ana—: Será chulo vivir juntas, ya verás. Nos lo pasaremos muy bien.

Ana se queda sola en el estudio. No entiende nada, ni sabe muy bien qué es lo que ha pasado. Además, está que se cae de sueño y le da pereza irse a casa. Entonces entra José. Ha escuchado el programa en la portería. Como hace todas las noches después de la última transmisión, espera a que todo el mundo se haya marchado para apagar las luces. Ve a la pobre Princess que no se mueve de la mesa, y le dice:

—Te lo dije.

—¿El qué? —pregunta Ana, que se desvela.

—Que anduvieras con cuidado.

—¡Lo sé! —exclama Ana, que está alucinando—. Me ha robado la sección, pero no entiendo por qué se ha arrepentido en el último momento.

—No se ha arrepentido. Ha pasado algo, seguro, que la ha hecho cambiar de opinión.

Frustrada, Ana da una patada a la papelera. Caen un par de papeles al suelo. La chica suspira y dice:

—Lo siento, ya lo recojo.

Ana coge uno de los papeles y no puede evitar leer: «El consultorio sentimental de las Princess». Es su archivo borrado.

—¡Es mi archivo! Ella lo había robado. ¡LO SABÍA! —grita, indignada.

—Y ha aprovechado para apuntarse un tanto con Víctor. Fíjate lo bien que ha quedado, la muy… —dice José, que muestra su apoyo a Ana y su odio hacia Lidia.

—¡Y ahora se supone que vamos a vivir juntas! Yo paso.

—¿Quieres un consejo? —Ana asiente en silencio—. No pases. Vete a vivir con ella. Tiene un piso enorme, y está aquí al lado. Ya sabes lo que dicen…

—¿Qué dicen?

—Si no puedes con tu enemigo…, únete a él.