Amar significa no tener que decir nunca «lo siento».
Love Story, de ARTHUR HILLER
Al día siguiente, en casa de Marcos
Son las ocho de la mañana y, aunque a Marcos le guste mucho dormir, sabe que se tiene que poner las pilas. El otro día, cuando salió de la escuela de música, decidió que no iba a volver. Pensó que no tenía por qué aguantar a profesores con humos. Además, en la escuela no podría aprender nada que no aprendiese en casa de manera autodidacta.
Hoy no lo ha despertado la alarma del móvil sino su ansiedad. No le resulta agradable levantarse y no tener nada que hacer en todo el día, mientras que todo el mundo va a la uni o está trabajando. En cuanto abre un ojo, ya tiene a su perro Atreyu lamiéndole la cara.
El paseo con Atreyu es lo primero que hace cuando se levanta, aparte de mirar el móvil para ver si tiene algún mensaje de Estela, que acostumbra a sorprenderle con poemas románticos a las tantas de la madrugada. Ni siquiera se ducha. Se pone la misma ropa del día anterior y baja corriendo a la calle. Lo primero es lo primero.
Baja la escalera a toda prisa, y es entonces cuando se da cuenta de que el WhatsApp que ha visto justo al levantarse no era de Estela.
Silvia
En línea
Amigo, te necesito. Llámame cuando te despiertes y quedamos please :-(
Marcos no duda ni un segundo en llamar a Silvia. Pone su nombre en el buscador y pulsa la tecla de llamada. La chica contesta al primer tono.
—Hoooola.
—Silvia, soy Marcos. ¿Qué te pasa?
—Es difícil de contar por teléfono. ¿Podemos quedar, o tienes clase? —pregunta ella con voz temblorosa.
—Tú eres lo primero.
—¿Dónde estás?
—Voy al parque con Atreyu. ¿Quedamos en el bar que hay en la parte de arriba? Hay una terracita y se está bien.
—Perfecto. Gracias, Marcos.
—Hasta ahora.
Marcos cuelga el teléfono, preocupado. El tono de voz de Silvia muestra una tristeza indisimulable. Y el otro día, en la RPU de las chicas, tampoco parecía ella.
Le tira la pelota a Atreyu en dirección al bar.
—¡A por ella, Atreyu! —le grita mientras el perro corre como un loco.
Una hora más tarde, en El Mundo de los Sueños
—Esto no está bien —dice Ana, bostezando.
—¿El quéeeeee? —pregunta Estela, que está a punto de entrar en la tienda.
—Primero, que me hagas venir aquí tan pronto. ¿Tengo que recordarte que trabajo de noche? Y segundo, que no le digamos nada a Silvia.
—¡Ana, no seas plasta! Bastante tiene ya la pobre con lo suyo. Antes de llamarla y saber si ha cortado con el maldito Sergio, quiero conocer más a fondo a esa Valeria. Y venimos pronto porque yo también trabajo y no puedo llegar tarde otra vez.
—Sí, seguro… Lo que tú quieres es comprar algo, que ya nos conocemos… —le rebate Ana con una sonrisa cómplice.
—Eso también. ¿Sabes que la semana que viene es el cumple de Marcos? No sabía qué comprarle, y como esto es una tienda tan…
—¡Que síiii! Venga, entremos antes de que me duerma —contesta Ana.
Abren la puerta de la tienda. Valeria está en el mostrador. Habla sola. No hay ningún cliente, acaba de abrir y no se ha percatado de que las chicas ya han entrado. Parece muy concentrada.
—¿Qué estará haciendo? —pregunta Estela con voz queda y un tono misterioso.
—Ni idea, pero da un poco de miedo —contesta Ana, que camina a cámara lenta para no hacer ruido.
Las chicas se acercan lentamente y observan a Valeria. Está como en trance, y mira algo que tiene encima de la mesa. Las Princess están prácticamente delante de Valeria, quien, sin pestañear siquiera, les dice:
—¿Queréis algo, u hoy venís sólo a mirar?
—¡Ahhh! —gritan, asustadas. Les ha dado un susto de muerte.
—Perdona. Pensábamos que no nos habías visto —responde Ana con la respiración entrecortada.
—Yo lo veo todo —contesta Valeria, ordenando las cartas que estaba mirando.
—¿Son cartas del tarot? —pregunta Estela muy emocionada, ya que le encanta todo lo relacionado con el esoterismo.
—Bingo —contesta Valeria.
—¿Te las estabas echando a ti misma? Eso no se puede hacer, ¿no? —pregunta Estela, haciéndose la enterada.
—¿Ah, no? ¿Y eso quién te lo ha dicho?
—Nadie. Yo pensaba…
—No pasa nada —la corta—. ¿Quieres que te las eche?
—Porfa, porfa —suplica la chica.
—Vale, pero una tirada corta, ¿de acuerdo?
Valeria mezcla las cartas, enciende una vela, pone un poco de incienso y le dice a Estela:
—Corta con la izquierda.
Estela sonríe pizpireta y mira a Ana de reojo. Suspira, cierra los ojos como si estuviera pidiendo un deseo y corta.
Valeria la mira fijamente y, sin decir nada, pone tres cartas encima de la mesa. La mira con atención y dice:
—La Templanza, el Diablo y el Mago.
—¿Y eso qué significa? —pregunta Estela, impaciente.
—¡Shhh! —la hace callar Valeria, que parece que se está concentrando—. La Templanza significa que trabajas en el sector de la comunicación, el Diablo es un fantasma que volverá del pasado. ¡Muy peligroso! —Recalca esas dos palabras—. Te va a proponer algún juego. Los demonios son personajes un pelín malos, pero muy seductores. Si sabes tratarlos, molan. A mí me gustan. Y por último, el Mago.
—¿Qué significa el Mago?
—Que puedes hacer lo que quieras en esta vida, Estela. Que, por cierto, pronto dará un giro enorme. Tienes talento y todas las herramientas necesarias para conseguir lo que te propongas. Pero a veces te faltan las recetas. Si tuvieras una buena receta serías una excelente cocinera. ¿Entiendes lo que te digo?
—Sí, claro, claro —contesta Estela. No ha entendido demasiado, pero le ha gustado lo que ha oído. Siempre sabe cómo encajar la palabra «talento».
De pronto, suena su móvil. Lo abre y resulta que es un WhatsApp del mismísimo Leo, su examante y profesor de teatro. Hacía mucho que no sabía nada de él, y Estela se sorprende al ver el mensaje.
—¡Es el diablo, es el diablo! ¡Qué fuerte! —grita—. Me pregunta si quiero hacer una lectura dramatizada la semana que viene en el teatro Amistad. Qué fuerte. Valeria, eres un crac. Ese es el juego que propone: ¡la lectura!
—Bueno, chicas, supongo que no habéis venido a que os eche las cartas, ¿o sí? —dice Valeria, restándole importancia al asunto.
—La semana que viene es el cumple de mi chico y le quería comprar algo —dice Estela, guardando el móvil en el bolso—. ¿Qué me aconsejas?
—¿Qué idea tienes?
—No sé… —responde Estela—. ¿Sorprenderle?
Valeria sonríe con esa sonrisa suya tan habitual.
—Los disfraces están al fondo del pasillo, a la derecha —dice, guiñándole un ojo.
Emocionada, Estela se dirige al fondo, y deja a Ana con Valeria.
—¿Sabes algo del chico de Facebook? —pregunta Ana sin pensar. Quiere conseguir un poco de información para Silvia.
—¿Qué chico? —pregunta Valeria, intrigada.
—Bueno, dijiste que estabas chateando por Internet… —responde Ana, consciente de hasta qué punto ha metido la pata—. Yo… he supuesto que… como tienes el Facebook abierto… y el otro día también…, pues que chateabas con un chico… ¡o con varios! —Ana se ríe, nerviosa.
—Eres muy observadora, capricornio. —Valeria está claramente impactada—. Sí hay un chico, pero la verdad es que llevo un día sin saber nada de él, y es extraño, porque llevamos casi un mes hablando dos horas al día…
—¡¿Dos horas al día?!
Ana no se lo puede creer.
—Me gusta —trata de justificarse Valeria—. Es profesor de dibujo. Me ha dicho que un día me pintará desnuda.
—¡Qué cabrón! —suelta Ana, sin querer.
—¿Cómo?
—Al carbón —contesta Ana, haciéndose la loca—. Supongo que el esbozo será al carbón.
En el parque
Silvia ha hablado largo y tendido con su amigo Marcos, y le ha puesto al corriente de todo. Le gusta hablar con él, porque a diferencia de las Princess, jamás le dice lo que tiene que hacer. Sólo lo hace si ella le pregunta directamente. Si no es así, la escucha, la respeta y le presta todo su apoyo. Y al ser un chico, siempre le va bien su punto de vista. Al menos es diferente. Pero hoy Marcos se ha saltado esta norma. Se ha puesto duro, ya que tiene claro que cortar es la mejor solución.
—Lo siento, Silvia, pero no puedes permitirle que haga una cosa así. Chatear con otra está mal, se mire por donde se mire.
—Lo sé. Yo pienso igual. Pero Sergio dice que no significa nada…
—Signifique lo que signifique, tendría que haberte pedido perdón y suplicarte que te quedaras. Te mereces algo mejor, Silvia. Eres una tía increíble. Si fueras mi chica, no te dejaría escapar jamás. Te ataría con una cometa si hiciera falta. Con un lazo transparente, y así, aunque volaras muy lejos, siempre estarías conectada a mí.
A Silvia se le hace un nudo en la garganta. Se lleva genial con Marcos, pero nunca le había dicho nada tan bonito hasta ahora. Hoy parece que el chico no se corta ni un pelo, y demuestra sin tapujos cuánto quiere y valora a su amiga.
—Ya… Es como si la bronca le hubiera ido genial para poder pasar de mí —se lamenta Silvia.
—Lo difícil va a ser que tú pases de él —responde Marcos con la mirada triste.
—Pero ¡si me ha dejado ÉL! No puedo hacer nada, porque es él quien pasa de mí —contesta Silvia.
—No seas ingenua, amiga. Sergio es un tío, y tarde o temprano seguro que llamará y te dirá cuatro palabras bonitas. Y en ese punto es donde tendrás que ser fuerte y aguantar.
—¡Ay! ¡Qué duro es esto! Jamás había cortado con nadie —se lamenta Silvia.
—Es que jamás habías salido en serio con nadie.
—¿Sabes lo que me da más pereza? —pregunta Silvia, y se contesta a sí misma—. Volver a casa de mis padres.
—No te precipites. No todo está perdido.
—Pero ¿no me acabas de decir que lo que ha hecho es intolerable? —pregunta Silvia, que hoy está muy desconcertada con la actitud de Marcos.
—Sí, pero también pienso que hay que darle un par de días de margen para que se arrepienta y te pida perdón. Los tíos somos más lentos en todo…, ¿verdad, Atreyu? —le dice al perro al tiempo que le tira una pelota.
—¿Y qué se supone que tengo que hacer?
—Estate un par de días sin hablar con él, sin pasarte por casa. Debería reaccionar. Si te llama, no le contestes al teléfono.
—Muy bien, doctor Amor. Y mientras tanto, ¿dónde duermo? —pregunta la chica.
—¿Conmigo? —le propone Marcos, con un susurro apenas audible—. En mi casa, quiero decir —aclara—. Ni Florencio ni mi madre entran en mi cuarto. Lo tienen prohibido. No te preocupes, que tú te quedas con la cama. No me importa dormir en el suelo.
Silvia se queda pensativa durante unos instantes, sin decir nada. Mira a su amigo, le coge de la mano y le dice, tajante:
—Llévame contigo.
Unas horas más tarde, en El Mundo de los Sueños
Estela sigue probándose todo tipo de disfraces, y Valeria ha decidido pasar el rato echándole las cartas a Ana. Esta es muy reacia a ese tipo de juegos, pero un pelín de gracia le hace y se deja hacer. Siguiendo el mismo ritual de la vela y el incienso, Valeria pone tres cartas encima de la mesa. Esta vez salen los Enamorados, la Luna y el Demonio.
—¡Aaay! —exclama la chica como si se tratara de algo malísimo.
—¿Otro demonio? —pregunta Ana, que no se puede creer la casualidad.
—Sí, pero aquí representa otra cosa.
—¿Y qué representa?
—El deseo.
Ana se queda muda. Es un asunto del cual no le gusta hablar demasiado, y mucho menos con una desconocida.
—¿Llevas mucho tiempo sin hacerlo, verdad?
La pequeña Princess sigue sin decir nada. Tiene un nudo en la garganta, y escucha con atención.
—El Demonio representa el deseo; los Enamorados, las dudas, y la Luna…
—¿Qué le pasa a la Luna? —pregunta, angustiada.
—Que estás superagobiada —afirma Valeria mientras comienza a recoger las cartas.
A Ana se le ponen los pelos de punta y los ojos llorosos. Nunca ha hablado de esto con nadie y, de repente, una desconocida parece saber más sobre ella que ella misma. Entonces la chica se suelta y le cuenta su historia, la historia que no se ha atrevido a contarle a nadie. Ni siquiera a las Princess. Como si estuviera poseída por su subconsciente, abre la boca y empieza a hablar:
—Fui la última de mis amigas en perder la virginidad. Lo hice en Inglaterra, con mi chico. Me fui allí superenamorada de él porque era el hombre perfecto para mí. Maduro, algunos años mayor… él sí lo había hecho antes, y esto me hacía sentir algo insegura. Todo era mágico y perfecto hasta el día en que lo hicimos por primera vez. —Ana hace una pausa y coge fuerzas para continuar sin ponerse a llorar—. Fue un auténtico desastre. Es que no sentí… nada. Me dio la sensación de que él iba muy al grano, ¿me entiendes? Y yo necesitaba que la cosa fuera más despacio. Pero claro, es que yo no tengo ni idea y me puse muy nerviosa… y… ¡Que fue un desastre, vaya! No se pareció ni por asomo a lo que yo esperaba. Pero al final él dijo que estaba tan feliz y que había disfrutado tanto que me dio mucha vergüenza decirle que yo no.
—El mayor error que puede cometer una chica —sentencia Valeria—. Continúa, por favor.
—No hay mucho más que contar… Lo hicimos más veces, claro, y yo esperaba sentir algo… que no sentía nunca. Y empecé a comerme el tarro. No sabía si era normal y se trataba sólo de una cuestión de tiempo, de coger experiencia, de relajarme más, o si en realidad no estaba enamorada de él, o… si yo tenía un problema. Al final, él notó que algo no iba bien, porque tarde o temprano estas cosas se notan, supongo, y acabé contándoselo.
—¿Que le dijiste? —pregunta Valeria con gesto grave.
—Que no… me gustaba.
—¡Uuuuh!
—Sí, se lo tomó fatal. Me dijo que él jamás había tenido ninguna queja.
—Los tíos son muy sensibles con eso.
—Y ya está. Aquí me tienes, un par de meses más tarde. Sin él. ¿Sabes? Lo paso peor cuando la gente me pregunta por qué lo dejé, si resulta que todavía lo quiero. Sí, lo quiero, pero no lo deseo. —Ana calla un momento. Cierra los ojos y suspira. Luego los abre y mira a Valeria, y le pregunta con voz quebrada y susurrante—: ¿Tú crees que es culpa mía, que soy inexperta?
—No sé… No creo. No te conozco de nada, pero no es la primera vez que sucede. A veces estamos con alguien y le queremos mucho porque es una persona maravillosa, pero no le amamos. A veces simplemente es que ¡no hay química!, sin que sea culpa de nadie. ¡Es tan complicado! Ha sido tu primer chico, ¿no? Tu único chico. Pues no vas a descubrir si es porque en realidad no estás tan enamorada de él o porque necesitas más experiencia… ¡o porque él es un desastre!, hasta que no estés con otra persona. Quizá lo que necesites sea eso: estar con alguien más, y de ese modo podrás ver cómo te sientes, y comparar. Ponte guapa, sal de fiesta… ¡y liga! Quizá te imponía demasiado, porque era tu primer amor. Tal vez seas capaz de soltarte si sales con un tío que no te importa nada. Pero eso no quiere decir que si no te apetece, o te sale de dentro, tengas que acostarte con cualquiera, ¿eh? Confía en ti y en tu cuerpo. Mira, te voy a hacer un regalo que te vendrá muy bien. —Valeria sale del mostrador, se acerca a la zona de los juguetes y le entrega a Ana un paquete con un aceite de coco—. Pon un par de gotas de este aceite en la bañera, enciende un par de velas, apaga la luz y… relájate. Estar relajada es muy importante para dejarse llevar.
Ana se apresura para guardar el aceite en el bolso sin que la vea Estela, que se está acercando.
—¿Qué es lo que os habéis pasado tanto rato cuchicheando, cotorras? —pregunta Estela, vestida de Catwoman.
—¡Te queda genial! ¿Verdad, Ana?
—A Marcos le va a quitar el hipo —contesta Estela por su amiga, que la mira arqueando las cejas.
En el mismo instante, llegando a casa de Marcos
—Muy bien, ¿cuál es el plan? —pregunta Silvia—. Te recuerdo que mis padres viven en la misma finca.
—Bueno, ahora están trabajando, ¿no?
—Sí, es verdad.
—Pues te encierro en mi cuarto con Atreyu y preparamos el secuestro.
Los dos amigos se tronchan de la risa cuando entran en la portería y ven a unos hombres que están sacando cajas del trastero.
—¿Cuántas cosas caben en el trastero? —pregunta él.
—Esto no es un trastero. Dentro de nada será una vivienda —le contesta un señor trajeado que dirige a los dos hombres. Estos no paran de sacar cosas, como si fuera el bolso de Mary Poppins.
—¿Una vivienda? —pregunta Silvia, incrédula.
—Sí. Era la antigua portería. Antes, vivían así, en treinta metros cuadrados. Luego nos hicimos todos ricos, y decidieron que esto sería un trastero. Ahora lo he comprado, y lo voy a alquilar por trescientos cincuenta euros al mes. ¿Sabes de alguien? El piso está amueblado, y listo para entrar a vivir.
—Por doscientos me lo quedo ahora mismo —contesta Marcos, sin pensárselo ni un momento—. Mi madre vive en el segundo. Es la señora Soler. Puede pedir referencias.
—Doscientos cincuenta —contesta el hombre.
—¡Hecho! —zanja Marcos, que le estrecha la mano y cierra el trato.
—¡Marcos! —le susurra Silvia cuando el propietario se aleja para darles indicaciones a los que cargan cajas—. Pero ¿qué has hecho?
—No lo sé… ¡Una locuraaa! —grita Marcos. Luego baja la voz—: Piensa en ello, Silvia. Es genial. Yo me lo quedo, y si al final lo tuyo con Sergio no funciona…, ¡por ciento veinticinco euros cada uno tendremos una casa! Y en nuestra finca de toda la vida. ¡Y no tendrás que volver a casa de tus padres más que para buscar tuppers!
Silvia lo mira, triste. Marcos es su mejor amigo, y le encantaría vivir con él, pero eso significaría que las cosas con Sergio… habrían acabado definitivamente.
—¡Me pido el sofá!
Marcos entra en el pequeño piso, todavía excitado, y ajeno a lo que piensa ella.