Capítulo 6

Soy conservador.

No me gustan las relaciones extramaritales.

Creo que la gente debería estar junta de por vida, como las palomas o los católicos.

Manhattan, de WOODY ALLEN

Una hora más tarde, en casa de Sergio

Silvia se ha ido a casa caminando. Camina cuando está agobiada y no sabe qué hacer. Camina sin rumbo, para poder aclarar las ideas. Tiene claro que debe hablar con Sergio y descubrir hasta qué punto la engaña. Necesita saber si tiene muchas amantes, o si sólo se trata de Valeria, si eso del Badoo es cierto como dicen sus amigas, y lo más importante, si ha dejado de quererla.

Los ojos se le encharcan al introducir la llave en la cerradura. Respira hondo y entra.

—¡Hola! —saluda Sergio, que por suerte (o por desgracia) no está encerrado en el despacho con Manu jugando a la Play Station.

—Buenas —contesta Silvia. Deja el bolso encima de la silla de la entrada y se quita la chaqueta.

Parece que Sergio trama alguna cosa, porque la casa está superlimpia y no para de ordenar cosas. El comedor huele a lavanda, y hay más velas de lo habitual.

—¿Y Manu? —pregunta ella, intrigada, sin dejar de mirar a su alrededor.

—Hoy le he dado fiesta —bromea—. Le he pedido que nos deje la noche para nosotros —le confiesa, y le da un piquito.

Silvia está superdesconcertada. Parece que el destino le está jugando una mala pasada. El día en que decide poner todas las cartas sobre la mesa, a su novio le da por ponerse romántico.

«¿Y si es una señal? ¿Y si hoy no es el día más indicado para decirle nada?», piensa.

Sergio la invita a sentarse a la mesa, que está puesta y muy bien decorada.

—No te muevas. Hoy vas a tener la mejor cena de tu vida.

Se dirige a la cocina y vuelve con platos llenos de cosas ricas. Cuscús, hummus, un poco de sushi… A Silvia le encanta la comida exótica, y a su novio le ha dado por hacerle un mix.

—¿Qué te parece? —pregunta Sergio, expectante.

Silvia, que tiene más ganas de devolver que de comer, responde sin pensar lo primero que le acude a la mente. Se ha quedado sin fuerzas para razonar o meditar qué es lo correcto.

—¿Que qué me parece? Pues que te sientes culpable. Eso es lo que me parece.

—¿Perdona? —pregunta el chico, sin dar crédito.

—Pues eso. Lo he visto en las películas. Cuando el marido vuelve de la cita con la otra, siempre lo hace con un ramo de flores o un anillo de diamantes. Ya sabes. Por el sentimiento de culpa —suelta Silvia, casi sin respirar.

—¿Culpa? ¿Qué otra? ¿De qué me hablas? —Sergio no entiende por qué Silvia le sale con esas—. ¿De qué narices me estás hablando? ¿Qué me estoy perdiendo? Llevo toda la tarde preparándote una cena romántica para arreglar lo de ayer ¿y es así como me lo agradeces?

—Ya.

—Pero ¿qué te pasa?

—Que lo sé todo.

—¿El qué?

—Si no lo sabes tú… —le reprocha Silvia sin pestañear.

—Pues no.

—Entra en tu cuenta de Facebook y mira si tienes algún mensaje de VA-LE-RIA…

—¿Cómo…? ¿Tú? ¿Valer…? ¡Mierda!

—O no. Mejor aún: entra en tu perfil de Badoo. ¿Qué nick utilizas, Sergio? ¿Machote_27… o Sinergio? Sí. Sinergio te pega un montón. Lo utilizas desde que ligaste con Bea y luego la dejaste por mí, ¿verdad? Si en el fondo nunca has dejado de ser quien eres. Ya lo dicen en las pelis. Si tu marido dejó a otra por ti, un día te dejará a ti por otra.

A Silvia se le corta la respiración y le entran unas ganas enormes de llorar. Sergio se queda mudo. Se sienta en el sofá. Está devanándose los sesos. Se levanta, va hacia el despacho y vuelve con su ordenador portátil. Quiere enseñarle las conversaciones para que vea que no la conoce en persona, que nunca ha quedado con ella. Lo abre, se conecta a Facebook y descubre su falsa conversación con Valeria.

—¡Silvia, dime que no has escrito esto!

—¿Y qué más da? —contesta Silvia, desafiante.

—¿Que qué más da? Pero ¡¿tú de qué vas?! —Se levanta del sofá superalterado. Silvia nunca lo había oído gritar así—. ¿Cómo te has atrevido a entrar en mi Facebook con mi clave y suplantar mi identidad?

—Oye, no vayas de bueno por la vida, que me la estás pegando con otra —contesta Silvia, que también ha elevado el tono de voz.

—Pero ¿qué otra? ¡Si ni siquiera la conozco! —grita, y cierra el portátil rabioso perdido.

—¿Y qué? ¿A ti te parece normal tener novia y chatear con otras chicas?

—Sólo estábamos hablando. No he hecho nada con ellas. Además, no es asunto tuyo. No tienes derecho a suplantar mi identidad. Eso es muy fuerte y está penado por la ley, ¿lo sabías?

—Estudio derecho, ¿lo recuerdas? —contesta Silvia, indignada—. Qué pena que partirle el corazón a alguien no esté penado, porque te caería una condena bien gorda.

—¡No sé si puedo vivir con alguien que ha traicionado mi confianza de esta forma!

—¡No me lo puedo creer! Pero si ahora va a resultar que la mala soy yo… Y eso del Badoo, ¿qué? ¿No me lo vas a explicar?

—Me jode tener que darte explicaciones como si fueras mi madre. —Sergio se sienta y le agarra de la mano. Baja el tono y habla con más dulzura—. Sabes que te quiero, y que haría cualquier cosa por ti, pero esto no… No puedes andar espiándome. Y lo de Internet… ¡no es nada! Me divierte conocer gente nueva. A veces son chicas, y a veces, chicos. No le hago daño a nadie.

—¿Ah, no? —dice Silvia, soltándole la mano—. ¿Se te ha ocurrido pensar que quizá esa tal Valeria se haya hecho ilusiones contigo?

—¡Qué va! —Se levanta otra vez—. Es como un juego. Además, seguro que tiene novio.

—¿Y si no lo tiene? ¿Y si una de esas chicas te pide algo más? ¿Cómo puedo estar segura de que no caerás?

—Tendrás que confiar en mí, Silvia.

—Pues no sé si voy a poder.

Entre ellos se alza un silencio muy incómodo. Silvia se levanta de la mesa y se encierra en la habitación. Se siente muy rara tumbada sola en la cama. Sabe que si corta con Sergio será ella quien tenga que marcharse, y le da mucha pena. Ha invertido todas sus energías en esta relación que tanto costó empezar.

«Tal vez sea ese es el problema —piensa, mientras recapitula acerca de lo suyo con Sergio—. Las relaciones amorosas tienen que ser fáciles. Si la cosa empieza mal, apaga y vámonos».

No cabe duda de que la relación de Silvia y Sergio tardó mucho en arrancar.

Ahora, seis meses después, la Princess se siente muy triste. No sólo porque su príncipe la ha engañado, sino porque nunca creyó que él pudiera decepcionarla de esta forma.

«Se ha puesto histérico y me ha gritado. Y ahora tendría que estar aquí suplicando mil perdones, pero no lo hace», solloza la chica en su lecho.

La pareja se queda separada más de una hora. Cada uno en su espacio, sumido en sus propios pensamientos. Están en la misma casa, pero más lejos que nunca.

Una hora más tarde

Parece que a Sergio ni se le pasa por la cabeza acercarse a su habitación, y Silvia no puede parar de llorar. Tiene una angustia tan grande y tantas dudas que cree que lo mejor que puede hacer es hablar con las chicas. No para preguntar qué hacer con Sergio, sino para saber algo de la tienda y de la famosa Valeria.

Crea un grupo de WhatsApp y decide llamarlo «Valeria en la caja».

Las Princess tienen una idea que surgió hace unos años: coger a la persona a quien más odias y encerrarla en una caja. Esa persona que te amarga la vida, te saca de quicio o simplemente desearías que no existiera. Lo que es existir, existe, pues la «encierras» en una caja. Ana encerró en su momento a Nerea, una chica mayor que le hacía la vida imposible y le quería robar a su novio. Bea encerró a un profesor de fitness llamado Ernesto, que se pasaba las clases machacándola y dejándola en ridículo ante todo el gimnasio. Hace años que Estela tiene encerrada en su caja a Mónica. Es una compañera de teatro, que canta como los ángeles y que le gustaba a todo el mundo. No es mala persona, pero Estela le tiene tanta envidia que desearía que no existiera. Esta noche, Silvia saca de su caja a Sonia, una alumna de derecho que copia siempre todos los trabajos, y coloca a VALERIA.

Por infantil que resulte, las Princess siguen llamándose en WhatsApp como los personajes de Disney a los que se parecen físicamente. Bella Durmiente es Estela; Yasmin, Silvia; Blancancieves, Ana, y la rubia Cenicienta, Bea.

GRUPO: VALERIA EN LA CAJA

Integrantes: 4

Yasmin

En línea

¿Hola? ¿Hay alguien?

Blancanieves

En línea

Sí, princesa. ¿Cómo estás? xq te has marchado sin decir nada?

Silvia respira aliviada. Realmente necesita esta conversación.

Bella Durmiente

En línea

Sí. ¡Eso, princesa!

Cenicienta

Última visita ayer a las 00.43

Yasmin

En línea

¿Qué tal Valeria? ¿Habéis descubierto algo?

Me he pirado xq necesitaba estar sola. :-(

Blancanieves

En línea

Nos dijo que ligaba mucho por Internet.

Bella durmiente

En línea

Bueno, tampoco dijo eso exactamente. Parecía guay.

Silvia alucina con la respuesta de Estela.

Yasmin

En línea

¿Es guapa?

Blancanieves

En línea

Normal.

Silvia empieza a odiar esa conversación de WhatsApp, y de repente le vienen ganas de meterlas a todas en la caja. Decide despedirse soltando una bomba:

Yasmin

En línea

Pues yo creo que he cortado con Sergio. Os dejo. Mañana hablamos.

Silvia apaga el móvil a toda prisa, antes de que ninguna Princess decida hacer comentarios al respecto. Se siente muy sola. Esta conversación ha empeorado las cosas, si cabe. Ha aumentado sus dudas y piensa que quizá tendría que ser más valiente y haber entrado en la tienda para ver las cosas por sí misma.

Meses antes

Silvia llega de la uni destrozada. Hoy ha sido uno de esos días de migraña en los que cree que el mundo entero va a explotar. El ambiente está cargado, hace mucho calor y no echan nada en la tele. Abre la puerta y se lleva una sorpresa mayúscula al ver a Sergio. Suele llegar más tarde que ella.

—¡Cariño, qué alegría! —Silvia le da un fuerte abrazo—. Necesito un masaje de los tuyos.

Se tumba en el sofá y deja que su chico le masajee la cabeza. Se le da muy bien. No sólo consigue que se le pase el dolor sino que también le arranca la angustia y el mal rollo. Es como un don.

—¡Huuummm! —suspira—. Qué bien. Qué suerte tengo de que seas mi novio —sonríe—. ¡Cuánto echaré de menos tus masajes cuando te canses de mí! —bromea.

—Nunca me cansaré de ti. Te lo prometo —le susurra él.

—Me gusta que seas así.

—¿Así? ¿Cómo?

—Pues… No sé… ¿Conservador? —Silvia no parece encontrar la palabra correcta para definirlo.

—¡Yo no soy conservador!

—Bueno, pero crees en la fidelidad, y eso me gusta.

—¿Cómo? Y yo que pensaba que teníamos una relación abierta —bromea él—. Creo que si un hombre necesita fijarse en otras chicas, eso es que la cosa no va bien.

—Opino lo mismo. Si algún día te cansas de mí, ¿me lo dirás?

—Eso no va a pasar.

Meses después

Silvia sale de su habitación para ir al lavabo y observa a Sergio. Está durmiendo en el sofá. La imagen le da pena. «¿Cómo hemos llegado hasta aquí?», piensa. Siente que la cabeza le va a reventar. El ruido de la puerta despierta al chico, que la mira de reojo.

—¿Estás bien? —le pregunta.

—Me duele la cabeza —contesta ella.

—Ven aquí, anda… —le suplica Sergio en tono dulce y medio dormido.

Silvia se acerca, temerosa. Sabe que no tendría que hacerlo. Pero ¿qué haces cuando estás tan triste y la persona a quien más quieres te pide que te acerques? Tiene unas ganas enormes de abrazarlo. Es una terrible contradicción, porque el daño te lo ha provocado él, pero sabes que no hay nada como sus abrazos. Silvia, que se siente totalmente desvalida, se acerca y se sienta en el sofá. Sergio la rodea con un brazo y le da un enorme achuchón. Ella no puede evitar ponerse a llorar. El abrazo la reconforta, pero al mismo tiempo hace que se sienta más triste. Se da cuenta de lo enganchada que está a Sergio. Se da cuenta de lo que puede provocar el amor: que alguien te engañe, te haga daño, te grite y, después de todo eso, le supliques un abrazo porque sientes que, si no lo haces, morirás.

Silvia sabe que tiene que cortar con Sergio. Se lo dice la cabeza, pero el corazón no puede. Es entonces cuando el chico rompe el silencio con unas crudas palabras:

—Te puedes quedar todo el tiempo que haga falta. Ya he hablado con Manu. Yo dormiré en el sofá. No me importa.

—¿Qué quieres decir? —pregunta Silvia, muerta de miedo.

—Esto no va —contesta Sergio.

A Silvia se le rompe el corazón en mil pedazos.

Se levanta como una zombi y, sin decir nada, enciende otra vez el móvil y le envía un WhatsApp a la única persona con quien le apetece hablar. Siente que su vida está a punto de dar un giro de ciento ochenta grados.