Capítulo 5

Empecé a quererte exactamente cuando me llamaste para decir que me dejabas. De hecho, fue en ese preciso momento cuando olvidé el amor que sentía antes, me olvidé de la ternura y del sexo, de tu lengua. Me di cuenta de que lo que había sentido antes no era más que el simple reflejo de lo que era el amor. Descubrí que no te había querido nunca. De repente pensé en aquella tortura que practicaban en Francia. ¿Sabes qué hacían? Ataban las extremidades de una persona a cuatro caballos y los azuzaban en direcciones diferentes. Pues así es como me sentí. Así es como me siento. Ahora ya sé lo que es amar. Te amo con esa clase de amor que había rezado por sentir cuando era una adolescente, y que ahora rezo por no volver a sentir nunca más.

Cosas que nunca te dije, de ISABEL COIXET

A media tarde, en el centro de la ciudad

Las chicas rodean a Ana mientras miran su móvil. Han puesto la dirección de la tienda El Mundo de los Sueños en Google Maps. Aun así están un poco desorientadas.

A Silvia el corazón le va a mil por hora. La idea de conocer a un posible ligue de Sergio es demasiado para ella. Tiene sudores fríos y está pálida. De las tres Princess es la que menos habla. Se deja llevar por una situación que salta a la vista que no le gusta ni un pelo.

Estela, en cambio, parece una niña el día de Reyes. Quiere saber la verdad a toda costa, como si le fuera la vida en ello. Ana es la que se muestra más tranquila y la que está más cerca de Silvia.

—Si no quieres, no tenemos por qué hacerlo —comenta.

—Lo tenemos que hacer, ¿no? —Silvia aparenta tener coraje.

—Bien dicho —confirma Estela—. Primero, vamos a investigar. No sabemos quién es en realidad, y necesitamos hechos.

Las otras dos la siguen, agarradas de la mano. Silvia necesita todo el apoyo del mundo.

Pasan diez minutos eternos hasta que consiguen encontrar la tienda. Está en un callejón escondido que Google Maps no encuentra. Silvia cree de veras que es una tarada. ¿Cómo no se lo había imaginado antes? Al poco tiempo de irse a vivir con Segio notó que la pasión bajaba de intensidad. Ella creía que era normal. Se acabaron los besos en el parque. Puede que en casa él se acostumbrase demasiado pronto a su presencia, su olor y su sonrisa.

Tiene un inmenso sentimiento de engaño. Tal vez por eso se está dejando llevar por las chicas. Quiere conocer la verdad, aunque le duela, e ir a la tienda se ha convertido en un reto. Es la primera vez que se siente traicionada. Por contradictorio que parezca, en cierto modo hoy también se siente un poco más madura.

—Ana… Estela… No sé si puedo —confiesa Silvia.

La tienda se encuentra sólo a unos veinticinco metros, y la chica está parada en el otro lado de la acera sin poder cruzar. Sus amigas la habían dejado atrás y vuelven con ella en cuanto la oyen.

—Te entendemos perfectamente —dice Ana, acariciándole la espalda.

—¡No, no y no! —Estela está agitada—. ¡Debes hacerlo, Silvia! ¡Te lo debes a ti misma! ¡No es momento de hacerse la víctima!

—¡Oye, no te pases! —la frena Ana. Pero Estela hace caso omiso y sigue hablándole.

—Lo sabía… Siempre te rajas a la hora de la verdad.

—¡Estela! —Ana se impone.

—No, no… Tiene razón. Puede que todo esto me venga un poco grande, chicas. —Los dedos de Silvia juegan con su jersey. Es un gesto que suele repetir cuando se bloquea—. Si ahora entro ahí… Creo que no me apetece ver a esa chica. Sobre todo, porque descubriré… ¿el qué? Ya hemos entrado en su cuenta de Facebook, he mirado su móvil, y sabemos que tiene un perfil en el maldito Badoo. No entiendo qué estoy haciendo aquí. —Los ojos se le encharcan—. Bueno…, o puede que sí. Supongo que estoy aquí porque estoy enamorada de él, y eso duele, chicas. ¡Duele mucho!

Ana la abraza con ternura y las lágrimas de Silvia se deslizan hasta dejarse absorber por su jersey. Estela mira la escena inquieta. Si ella estuviera en esta situación, otro gallo cantaría. Pero de alguna manera siente que debe respetar la decisión de su amiga, aunque le pueda la curiosidad.

—Silvia, voy yo. ¡Tienes que saberlo! No quiero que te vayas a casa a luchar con fantasmas. ¡Debes saber quién es tu enemiga para poder medirte con ella! —intenta convencerla Estela.

—¿Por qué quieres tener siempre la razón en todo? —Ana se enfrenta a Estela—. Si ha dicho que no quiere seguir con esto es que no quiere seguir con esto. No le está resultando nada fácil, ¿no lo ves? No es en absoluto divertido.

Estela agacha la cabeza. Ana siempre ha sabido pararle los pies.

—No os enfadéis. Todo esto es por mi culpa. —Las Princess se quedan en silencio y los sonidos de la ciudad les llegan cada vez con más intensidad—. Pero…, porque siempre hay un pero, ¿no, Estela?, yo no he dicho que no vayáis vosotras. Sólo digo que me quedo aquí. Os espero. —Estela y Ana se miran sorprendidas. No contaban con esto—. Venga, chicas, ¿a qué estáis esperando? Después me lo contáis todo, ¿vale? —Silvia les ofrece una sonrisa y Estela agarra el brazo de Ana.

—No te defraudaremos. Espera aquí y te lo contaremos todo con pelos y señales —le dice Estela.

—¿Estás segura? —comenta Ana mientras se deja arrastrar.

—Sí, no te preocupes. Prefiero que me lo contéis.

En el mismo instante, en clase de música

Marcos ha llegado puntual a clase de lenguaje musical. Ha preferido ir en lugar de quedarse en el parque tocando los cuatro acordes de siempre. Además, Estela lo ha echado sin querer justo a la hora en que debía salir de casa. Si por Marcos fuera, aún estaría allí con ella echándose la siesta.

Hoy sólo han ido tres alumnos a clase. Están el gordo melenudo con perilla larga y camiseta de un grupo de heavy, un hombre canoso de unos cincuenta años de esos a quienes les encantan la música clásica y el jazz, y una pequeña de unos diez años que tiene toda la pinta de ser una niña prodigio, con dos coletas que recogen su pelo de color oro y unas gafas de pasta rosa.

Marcos observa a los tres alumnos desde el fondo del aula, donde por lo menos sobran una docena de sillas de esas que tienen la mesa incorporada. El muchacho suspira algo agobiado: es su tercera clase. A decir verdad, sólo asistió a las dos primeras y se ha saltado las siguientes, porque le parecen un palo. La teoría musical es muy pesada, y no tiene la sensación de estar en una clase. Él está acostumbrado al bullicio del instituto, a los comentarios de sus compañeros cuando el profesor los hace callar y, sobre todo, a tener algún amigo con quien compartir las bromas. El silencio de esa aula lo inquieta, y además no siente que las lecciones le puedan aportar nada. Él considera que la música, la verdadera música, nace de sus dedos y florece en su guitarra. Por eso le cuesta entender que pueda aprender algo en una pizarra.

El profesor llega y los minutos pasan lentamente. Marcos atiende al principio, y finge que está interesado. El aburrimiento se apodera de él poco a poco. Pasa de la lección del profesor y se pone a garabatear algo en su libreta.

—Eh, tú… —le llama la atención el profesor.

—¿Yo? —responde Marcos haciéndose el inocente.

—Sí. Tú. El rebelde sin causa. —Marcos hace una mueca. Nunca le ha gustado que lo etiqueten—. ¿Sabrías decirme cuál es la relativa menor de do?

La niña levanta la mano, excitada.

—Ella lo sabe… —contesta Marcos señalando a la niña con un gesto algo chulito.

—Ya sé que lo sabe. La pregunta es si lo sabes tú.

La niña baja el brazo y todos esperan a que Marcos responda.

—No —zanja el chico, mirando malhumorado a su profesor.

—¿Y qué estás escribiendo? Porque lo acabo de decir hace un rato.

Marcos mira la libreta repleta de garabatos.

—Una canción.

—Ah… Y tu canción, ¿en qué tono está? Porque es tu canción, ¿no?

—Es sólo la letra. Primero escribo la letra, y después le pongo los acordes. Este es mi lenguaje musical. Sencillo, simple y fácil de entender. —Marcos mira desafiante al profesor.

—Pues entonces, ¿qué haces aquí si ya lo tienes claro? —le pregunta el profesor sin dar crédito.

—Será que me aburría en casa y no echaban nada en la tele —responde. No se suele comportar así, pero le da rabia que el profesor se meta con él. Además, no le gusta parecer el tonto de la clase.

El chico de la perilla se vuelve sonriente.

—Eres un capullo —suelta.

Marcos se siente como si le hubieran dado una patada en el estómago. Ni por asomo se esperaba una respuesta así de un compañero, porque en el insti la guerra estaba clara: eran profesores contra alumnos. Siempre ha sido así. Al menos para él, que no está acostumbrado a ser el marginado de la clase.

«En menudo pollo me acabo de meter», piensa sin saber qué decir.

El profesor, que seguía mirándole, se vuelve hacia la pizarra. ¿Es posible que no haya oído al otro insultarle? ¿O acaso piensa lo mismo, y por eso no le ha reprendido? Marcos se estremece. Él no es así, y nunca lo ha sido. No es ningún capullo. Y tampoco pasa de la música: ¡al contrario! Quizá sea lo que más ama.

En la tienda El Mundo de los Sueños

Estela y Ana abren la puerta con timidez. La diferencia con el exterior es notable. Huele a vainilla y sólo hay luces de color rojo y azul que le dan un ambiente verdoso a toda la tienda. También hay un hilo musical con una música relajante, de la que se utiliza para practicar yoga, que apaga los sonidos procedentes de la calle.

Si alucinaron cuando vieron la página web y descubrieron que en esa tienda se vendían objetos muy místicos y algunos un pelín atrevidos, la sensación al verlo en directo es mucho más impactante. Hay cartas del tarot, libros de horóscopos y gemas energéticas, pero también incienso de diferentes olores, velas de colores y demás parafernalia para citas «románticas».

«Qué mágico es todo», piensa Estela, que jamás había entrado en un lugar así. Ana está fascinada y no se atreve ni a abrir la boca, pero su amiga rompe el silencio al pasar por un pasillo lleno de aceites.

—¿Has visto ese aceite de mandarina estimulante? —pregunta con voz queda.

—No. ¿Y ese otro? ¡Es aceite de plátano!

Las dos Princess se ríen de su tontería para calmar los nervios.

—¿Estáis buscando algo para alegraros la noche? —les pregunta la dependienta.

—Bueno… Quizá —responde Estela.

—Sois pareja y es la primera vez que venís a un sitio como este, ¿verdad? —pregunta la dependienta con tono pícaro.

—Pues… sí… ¡Sí! ¡Lo somos! —Estela coge la mano de su amiga y la acaricia. Ana se sonroja y se queda muda.

—¿Tú tienes pareja? Lo digo porque así nos podrás recomendar el mejor aceite. —Estela le sigue el juego.

La dependienta sonríe.

—¿Por qué no os dais primero una vuelta por la tienda? No os cortéis: seguro que hay muchas más cosas que os pueden interesar. Si necesitáis algo estaré en el mostrador. Me llamo Valeria.

Cuando esta se vuelve, las chicas se cogen de las manos, excitadas.

—¡Qué fuerte, Estela! ¡Es ella! Y ahora, ¿qué hacemos? —pregunta Ana.

—¡Disimular! Curioseemos… No sé, a lo mejor le compro algo a Marcos.

—Pero ¿cómo puedes pensar en comprar ahora? —responde Ana sin estar muy segura de lo que dice. Estela sostiene un amuleto de madera que se supone que ahuyenta los malos espíritus y que no es muy caro.

Mientras tanto, en la calle

Silvia recoge una hoja seca del suelo y le da vueltas, agarrándola del tallo. Está nerviosa. Le cuesta resignarse y pensar que su relación con Sergio pueda acabar así: descubriendo que su novio se ha ligado a otra por Internet.

Una brisa fresca le acaricia la cara y, en un acto inconsciente, sus dedos dejan ir la hoja a merced del aire, como si en cierto modo representase el amor que siente por Sergio. «Seguro que ella es más experimentada que yo y ha tenido un montón de novios», piensa, y suspira. El amor no está hecho para sufrir ni para aguantar las chiquilladas de la otra persona. Si existe el amor verdadero, es para gozarlo en plenitud y respeto, dos conceptos fundamentales para que una relación funcione. Pero la Princess no se siente ni plena ni respetada. No sabe muy bien cuál será el siguiente paso, pero tiene clara una cosa: lo decidirá ella sola. Está bien que sus amigas le digan lo que piensan, pero es ELLA y sólo ELLA la que tiene que tomar una de las decisiones más difíciles que ha tomado en sus dieciocho años de vida: dejar o no dejar a Sergio. Él ha sido, hasta la fecha, el amor de su vida.

Veinte minutos más tarde, en la escuela de música

Marcos está dolido. No se ha marchado a media clase porque no quería liarla. Ahora está llamando a la puerta del director. Es la primera vez en su vida que hace algo así. Quiere quejarse, cree que tiene el derecho, puesto que está pagando un montón de dinero por el curso; pero también duda, porque no se puede decir que él haya actuado de la manera correcta.

El director lo hace pasar con amabilidad, y Marcos le expone su punto de vista sobre lo que ha sucedido. El director lo escucha atentamente. Está serio, y no le gusta lo que le cuenta Marcos. En ese instante llaman a la puerta y, sin esperar a oír la respuesta del director, entran en el despacho. ¡Es el profesor!

«Lo que me faltaba», piensa Marcos.

—¡Julio! Pasa, pasa, justo ahora hablábamos de ti. —El director le estrecha la mano y le dedica una gran sonrisa—. ¡Me han dicho que estuviste increíble en el concierto del conservatorio!

Marcos se siente como el hombre menguante. El profesor sigue haciéndole caso omiso, y parece que el director y él son amigos. El chico aguarda sentado, sabedor de que en algún momento hablarán de lo suyo.

—¿Qué, has venido a por la hoja de reclamación? —le pregunta el profesor a quemarropa.

—No —espeta Marcos—. A que me devuelvan el dinero.

—Eso no lo podemos hacer, porque la matrícula no se puede devolver una vez la has pagado —tercia el director.

—La música es algo increíble, chico, pero hace falta tener actitud y constancia, dos cosas de las que careces y que te podemos enseñar aquí —le reprocha el profesor, tajante—. Ponte a estudiar, que es lo que hemos hecho todos en algún momento, y serás músico sin darte cuenta.

—¡YO YA SOY MÚSICO!

Marcos se levanta y recoge el estuche de la guitarra.

—Recuerda que has pagado la matrícula para un trimestre entero, y sólo acabas de empezar. Puedes volver cuando quieras —le dice el profesor a Marcos antes de que este salga por la puerta.

En el mismo instante, en El Mundo de los Sueños

Las chicas se dirigen a caja. Han decidido comprar un aceite, porque era lo más barato que había en la tienda. Valeria las atiende y envuelve el aceite en un papel granate. Ana se fija en que, en el ordenador, la chica tiene abierto el Facebook. Le da un codazo a su amiga.

—Perdona… —Estela le llama la atención—. ¿Tú has probado el aceite que hemos comprado con tu… novio? ¿Nos lo recomiendas?

Valeria sonríe.

—Novio, novio…, ahora no tengo, pero el aceite os va a encantar.

Ana sonríe nerviosa.

—¡Qué bien! Y bueno, si quieres que te presentemos a alguien… Chico, ¿eh?, que aunque nosotras seamos…, bueno, ya sabes…, pues también tenemos muchos amigos. Claro que a ti no te deben de faltar… Quiero decir que, teniendo la tienda, pues… —Estela le hace la pelota, con la intención de sonsacarle algo.

—Pues mira, los chicos me tienen algo de miedo. Creo que tal vez se deba a que trabajo aquí. Eso les hace creer que soy una devorahombres o algo así. ¡No sé!

Estela asiente. Ese comentario le ha gustado. Ella ha experimentado esa sensación a veces. Como tiene tanto desparpajo y hace teatro, algunos chicos se creen lo que no es.

—Prueba por Internet: ¡así sólo sabrán lo que tú quieras que sepan! —añade Ana, que intenta sonsacarle algo más.

—Bueno, sí. Eso ayuda. Son ocho con cincuenta, por favor.

Estela saca su monedero.

—Internet es un arma de doble filo —comenta, como si respondiera a Ana, siguiéndole el juego.

—Gracias —dice Valeria mientras coge los diez euros—. ¿Por qué lo dices?

—Pues justo por lo que ha dicho ella. Mucha gente dice cosas que son medias mentiras, o simplemente no dice la verdad.

—Y también hay mucha gente que podría tener noooviaaaa… —Estela mira a Ana, que está orgullosa de su comentario, como si le quisiera decir: «¡No la fastidies ahora!».

—Tenéis razón, chicas: hay gente para todo. Nunca está de más andarse con ojo. Pero es divertido. Por eso soy una gran aficionada al horóscopo. Nunca me falla —sentencia Valeria—. Os dejo una tarjeta de la tienda. Pasaos por aquí cuando queráis.

Estela recoge la bolsita con el aceite y Ana la sigue hasta la puerta.

—¡Oye! —La voz de Valeria, apoyada en el mostrador, las detiene—. No sois pareja, ¿verdad?

Estela se vuelve, sonriente.

—¿Tú qué crees?

Valeria sonríe y arquea las cejas.

—No, no lo somos —se sincera Ana.

—¿Qué horóscopo sois?

—Yo soy tauro, y ella, capricornio —responde Estela.

Valeria vuelve a sonreírles.

—Lo sabía. La tozuda con carácter que le hace creer a todo el mundo que sabe más que nadie, y la responsable y tímida que es mucho más que lo que deja ver.

Las dos Princess se van de la tienda alucinadas. La chica ha dado en el clavo. No podían imaginarse que iban a salir de ahí con más curiosidad que cuando entraron.

La sorpresa va en aumento cuando salen a la calle y descubren que no hay ni rastro de Silvia.