Capítulo 4

¿Sabes lo que te pasa? No tienes valor. Tienes miedo, miedo de enfrentarte contigo misma y decir: «Está bien, la vida es una realidad, las personas se pertenecen las unas a las otras porque es la única forma de conseguir la verdadera felicidad». Tú te consideras un espíritu libre, un ser salvaje, y te asusta la idea de que alguien pueda meterte en una jaula. Bueno, nena, ya estás en una jaula, tú misma la has construido y en ella seguirás vayas a donde vayas, porque no importa adónde huyas, siempre acabarás tropezando contigo misma.

Desayuno con diamantes, de BLAKE EDWARDS

A media tarde, en casa de Estela

Estela está enfadada consigo misma. ¿Cómo ha podido maquillar a la señora sin asegurarse antes de lo que quería? Sabe que en algún momento la van a llamar y la van a despedir. La chica no ha podido aguantar la tensión cuando ha quedado en evidencia en la peluquería y ha huido como una ladrona. «Debo aprender a reconocer mis errores», se dice a sí misma. Está tumbada en el sofá junto a Marcos. Los dos están esperando que les llegue el sueño para echarse una siesta. Estela duda si contárselo o no. De pronto suena su móvil. Estela lo mira. Es un número largo. ¡Es la pelu! Estela se levanta y se va al pequeño balcón para hablar. «Ahora es el momento de afrontar la verdad».

—¿Sí? —contesta Estela, perfectamente consciente de lo que le espera.

—¿No tienes nada que decir? —Es su jefa, y su tono es seco.

—Sí, la verdad es que no sé lo que me ha pasado… Lo siento muchísimo.

Estela se calla. No hace falta decir nada más.

—Lo que más duele es que te hayas marchado sin decir nada y me hayas hecho quedar mal delante de las clientas.

—Lo siento. ¿Se ha podido arreglar?

—No. —Contesta su jefa, tajante. Sobreviene un largo silencio—. Si te hubieras quedado…, quizá. —Estela se toma este comentario como si fuera una reprimenda—. Después de irte, le hemos pedido disculpas todo cuanto hemos podido y más. Pero, para nuestra sorpresa, a la clienta le ha gustado cuando se ha mirado al espejo… y todas han querido maquillarse igual. ¡Ha sido surrealista! —grita. Estela tiene los ojos anegados de lágrimas. ¿Puede un error convertirse en una tendencia o en una moda?—. Sí, sí… —continúa la jefa—. La mujer ha dicho que se sentía más joven, y todas las invitadas a la boda han querido hacerse lo mismo. —Hay una pausa al otro lado de la línea telefónica. Estela no sabe si su (¿ex?) jefa espera a que ella diga algo, pero no le sale nada—. ¿Por qué te has marchado?

—¡Porque yo no sirvo para esto! —exclama la chica.

—Estás comenzando, Estela. Yo misma, cuando empecé, le corté las uñas a una mujer que sólo quería que se las pintaran. Y eso sí que fue un error, pero yo no me fui. Me quedé.

—Supongo que estoy despedida —dice la chica, poniéndose en el peor de los casos.

—¿Qué vamos a hacer contigo, Estela? —Su jefa deja un silencio para pensárselo—. Te espero mañana. Sé puntual. No me falles. Tienes que enseñarme cómo consigues difuminar tanto el amarillo en la sombra de ojos…

Estela cuelga el teléfono y no sabe muy bien cómo encajar lo que acaba de suceder. Por una parte se alegra, pero por otra no. «Una actriz de verdad no debería trabajar como auxiliar de peluquera», se dice a sí misma. Vuelve hacia el sofá y se sienta junto a Marcos. Le encantaría contárselo todo, pero ahora la historia es demasiado larga y está algo cansada. Ahora toca relajarse un rato y prepararse para la RPU. Las chicas van a acudir a su casa y quiere tenerlo todo dispuesto. Sólo espera que Marcos se vaya a su clase de música para empezar los preparativos.

—¿No es hora de ir a clase, príncipe?

—No. No voy a ir. Allí me aburro. Todos los profes son unos pedantes, y los alumnos se creen que van a ser los Beatles. Hoy no estoy de humor para aguantarlos. Prefiero estar aquí contigo. —Y aprovecha para acercarse a ella y abrazarla.

—¿Ah, sí? ¿Y qué es lo que te gustaría hacer?

—No lo sé… Dímelo tú. —Marcos le acaricia la barriga con suavidad.

—Pues va a ser que no, porque dentro de nada llegan las chicas —le corta Estela y le aparta la mano.

—¿Cómo? ¿No me puedo quedar?

—¡Ni de coña! Si no quieres ir a clase, vete a tu casa.

—¡Nooo! Mi casa es peor que la escuela. El plasta del Florencio se ha instalado allí, y no hay quien lo aguante.

—No seas egoísta, Marcos. Me parece genial que tu madre haya rehecho su vida.

Marcos le sonríe, y luego le pone cara de pena.

—Déjame quedarme, anda. ¡Por favor!

—Ni hablar, Marcos. ¡Una RPU es una RPU! Nada de chicos. Así que ya te estás vistiendo.

—Creo que me voy a ir a tocar al parque.

—Me parece muy bien. ¡Hala! Fuera de aquí.

Estela lo acompaña a la puerta y, justo cuando la están abriendo, aparece Silvia al otro lado. Va vestida con un chándal y lleva el pelo recogido con una goma de color rosa. Marcos la conoce muy bien, y por eso se da cuenta enseguida de dos cosas: esta RPU es importante y Silvia tiene un problemón.

—Silvia… —Marcos se muerde los labios, preocupado al ver el estado de su vecina. Posa una mano en el hombro de la chica y le pregunta—: ¿Todo bien?

—Pues no, la verdad.

—Pásate un día y vamos a pasear a Atreyu, como en los viejos tiempos, ¿vale? Así me cuentas. Me gustaría.

Silvia asiente.

—Sí, echo mucho de menos nuestras conversaciones a través de la ventana.

Estela, que se muere por que Silvia le cuente qué le pasa, corta la conversación en seco:

—Venga, príncipe, ya os veréis otro día. Lárgate, que las Princess tenemos mucho de que hablar.

—Valeeeeeeee… De acuerdooooo… —dice Marcos mientras coge la guitarra con desgana—. El día en que aceptéis a príncipes en vuestras reuniones me llamaréis a mí el primero, ¿vale?

—Pues claro que sí, tonto —le dice Estela, y le da un dulce beso en la mejilla.

Las dos amigas entran en la habitación. Se ponen a arreglarla mientras esperan a Ana. Estela se muere de ganas por saber qué narices habrá encontrado Silvia en el móvil de Sergio, pero se muerde la lengua y no se lo pregunta. Respeta el código de las Princess: «Cuando hay una RPU, no se puede hablar, ni antes ni después, de las cosas que se van a sacar a colación en la RPU».

Las chicas se ponen manos a la obra. Bajan las persianas, dejan velas desperdigadas por toda la habitación, y Estela coloca una alfombra roja entre la cama y su escritorio. Es la primera que pone su máscara de teatro en el centro. Silvia la secunda dejando su osito de peluche. La RPU de hoy es un poco diferente porque falta una Princess. Pero Silvia ha quedado con Bea y se ha llevado su ordenador, que es más potente que el de Estela, para escucharla y verla bien. Estela ayuda a Silvia a conectar el ordenador a la red. Suena el timbre. Por fin ha llegado Ana.

Las tres chicas se funden en un gran abrazo. Llevaban más de seis meses sin ver a Ana, que todavía tiene cara de dormida. Ayer empezó el programa de radio y después, como estaba muy nerviosa, le costó mucho conciliar el sueño.

—¡Estás preciosa, Ana! ¡Cómo te ha crecido el pelo! —exclama Estela, que observa a su amiga mientras le agarra las manos.

—Qué dices… Estoy hecha una piltrafilla. ¡He dormido poquísimo! —comenta Ana—. Ayer estuve en la radio… —La chica esboza una sonrisa. Llegó de Cambridge hace apenas dos días, y ya está trabajando. Las Princess no lo sabían y se quedan sorprendidas. Sabían que había hecho una entrevista, pero no tenían ni idea de que hubiera empezado a trabajar.

—¡Esa es una gran noticia, Ana! —exclama Silvia.

—¡Ya! Siento no habéroslo contado, pero es que ¡todo ha ido tan rápido…! —se disculpa mientras pone su libreta en la alfombra junto al osito de peluche y la máscara de teatro—. ¿Ha pasado algo grave? —pregunta, refiriéndose al motivo de la RPU.

—¡Shhh! —Estela hace el gesto de silencio—. Las cosas de una RPU son de una RPU.

Silvia respira aliviada. Cada vez que alguien hace alguna referencia a su TEMA se le saltan las lágrimas.

Diez minutos después

Todo está dispuesto. Estela ha preparado una gran jarra de infusión caliente y unas pastas. Silvia está llamando a Bea por el Skype. En Bangkok son las nueve en punto de la noche, y la chica se halla en la recepción de un hotel que parece muy viejo, a juzgar por lo agrietadas que están las paredes.

—¿Nos oyes bien? —pregunta Silvia.

—Perfectamente —contesta Bea, quien coloca bien la cámara—. Aquí hay un WiFi superpotente. Imaginaos que estoy sentada a vuestro lado, ¿vale?

—¡HOLA, BEA! —exclaman Estela y Ana, excitadas. Mueven las manos como si Bea no las pudiera oír.

—¡Hola, Princess! ¡Os quierooooo! —Bea les manda un enorme beso.

—Genial. Ya estamos todas. ¿Alguien tiene la pulsera de Bea? ¡Falta la pulsera de Bea en el centro! —grita Estela.

Silvia se levanta y busca en su bolso. Antes del verano, Bea le dio a Silvia su pulsera de la suerte para que estuviera presente en las RPU. Estos objetos son muy importantes para las Princess, pues simbolizan lo que más aman y lo que son. Cuando los dejan en el centro delante de sus amigas, eso significa que no sólo dirán la verdad sino que además, de una manera metafórica, se desnudarán ante sus amigas como gesto de confianza. No en vano, otra de las reglas es: «Todo lo que se habla en una RPU se queda en una RPU».

—¿Empezamos?

Todas las Princess asienten con la cabeza. A continuación miran a Silvia, aguardando a que esta empiece a hablar. La pobre está hecha un lío y no sabe por dónde empezar, pero Estela le echa un cable.

—A ver, voy a hacer un resumen rápido para poner un poco de orden. Si no, a la pobre Silvia le dará un patatús. Ante todo, quiero decir que estoy muy contenta de volver a veros. El final de año ha sido largo, y estoy segura de que han pasado muchas cosas que queremos contar. Ana, tú has estado en Inglaterra y has cortado con David. Tú, Bea, has estado viajando y seguro que tienes mil historias… Yo tengo lo mío… y Silvia… —Estela hace una breve pausa—. Y Silvia tiene un problema, chicas.

Silvia agradece que sus amigas estén pendientes de ella.

—Propongo que nos centremos en ella porque creo que es importante. Pero si alguien quiere decir algo que sea urgente, también será bienvenido.

Las Princess aceptan la petición de Estela. Se ha creado un bonito ambiente de misterio. La RPU acaba de empezar, y Estela prosigue.

—El tema es el siguiente: Hace días que Silvia sospecha que Sergio se la está pegando con otra. Después de mucho insistir, conseguí que le robase el móvil un momento. Lo hizo, y encontró algo que desconozco. —Mira a Silvia, esperando que por fin cuente lo que vio.

—Una conversación de WhatsApp con una tal… Valeria —dice Silvia, muy seria.

—¿Que decía el WhatsApp? —pregunta Bea.

—Es muy raro —suspira Silvia—. Hablaban como si se conocieran, pero no se conocían.

—¿Cómo?

—Sí, pude leer el último WhatsApp que escribía ella, y decía algo así como: «Tengo ganas de verte en persona».

—¡Uy! ¡Eso me suena a chat! —comenta Bea, alterada—. No quiero poner el dedo en la llaga, pero así fue como conocí a Sergio.

—Pero eso no tiene por qué significar nada, ¿no? Quiero decir… —se justifica Silvia—. Si no se han visto, no me está engañando, ¿no? No me está poniendo los cuernos.

—Bueno, eso suponiendo que sea la única —contesta Ana, que lleva mucho rato callada.

—¿Cómo dices? —pregunta Silvia.

—Bueno…, no sé… Quizá Bea tenga razón. No es la primera vez que chatea con chicas.

—Pero ¿chatear es poner los cuernos o no? —pregunta Silvia, preocupada.

—Para mí sí, porque te ha engañado. No está siendo sincero. ¿Sabías de la existencia de esa tal Valeria? ¿Te ha hablado alguna vez de ella? —la interroga Estela.

—No.

—Chicas —interrumpe Bea—. ¿Y si cotilleamos en su Facebook o su correo electrónico? No todo está en el móvil.

—Yo digo que sí —afirma Estela sin pensárselo dos veces—. ¿Tú qué dices, Ana?

—Que también.

Silvia se queda alucinada con la respuesta de Ana. No es propio de ella: es la más responsable y juiciosa de todas. Ahora la ve como más decidida. ¿Cómo es que ha cambiado tanto? ¿Habrá sido por el viaje a Inglaterra, o acaso por lo que le pasó con David? Ana aún no les ha contado por qué lo dejó con él, pero está claro que tendrán que hablarlo en otra RPU.

—Está bien —se rinde finalmente la Princess—. ¿Cómo lo hacemos?

—Pues muy fácil —dice Estela, que se levanta y se sienta a la mesa donde está el ordenador grande.

—¡Eeeh! —grita Bea—. ¡Que no veo!

Silvia coge el portátil y lo pone encima de la mesa para que Bea pueda ver la pantalla. Todas se sientan alrededor y Estela pregunta:

—¿Cuál es la contraseña de Sergio en Facebook?

—¡Y yo qué sé! —exclama Silvia.

—Pues vamos bien. Sin contraseña no hay nada.

—A ver —dice Ana—. ¿No se te ocurre nada? ¡Tenemos que probar!

Silvia se levanta y empieza a morderse las uñas mientras piensa en voz alta.

—A Sergio le gustan… las motos…, la pintura…

Estela va poniendo nombres a lo loco en la contraseña: «Alonso», «Van Gogh»…

—¿Qué haces? A este paso vamos a perder las oportunidades y nos van a bloquear la cuenta. ¿Alonso? ¿Quién narices es Alonso?

—El de las motos, ¿no?

—Ese es Fernando Alonso. ¡El de los coches!

—¡Un momento! —grita Bea.

»¿Os acordáis cuando conocí a Sergio por el Messenger?

—¡Ay, el Messenger! Qué fuerte. Suena a la Edad Media —comenta Estela.

—Sí, pero allí tenía un nick muy curioso. Puede que sea su contraseña.

—A ver, canta.

—Sinergio.

—¿Sinergio? Venga… ¡Probemos!

Estela pone ese nombre en la contraseña, cruza los dedos y… ¡Bingo! Ahí está.

—Muy bien —dice Silvia, aunque debe reconocer que se siente algo decepcionada por el descubrimiento—. ¿Y ahora qué? Es que no quiero ni mirar.

—Lo primero, vamos a entrar en el chat y a buscar a esa tal Valeria.

¡Está conectada!

—¡Aaahhh! —gritan todas las Princess a la vez.

—¡Estela! —ordena Bea—. Hazte pasar por Sergio, a ver qué pasa.

—Eso está hecho. ¿Silvia? —pregunta como si buscara su aprobación.

—Adelante —contesta Silvia con seguridad. Sabe que lo que hacen no está bien, pero llegados a este punto le parecería demasiado duro quedarse con la duda.

—¿Cómo empezamos? —susurra Silvia.

—Pues diciendo: «¡Hola!». Un clásico.

Estela coge las riendas y se pone a chatear con esa tal Valeria. Las Princess no pueden despegar la mirada de la pantalla.

Sergio: Hola, guapa. :-)

Valeria: Hola.

Sergio: ¿Cómo estás?

Valeria: Con ganas de conocerte de una vez.

Sergio: ¿Cómo te imaginas que soy?

Valeria: Pues como en las fotos que me has pasado por Badoo, ¿no? Muy guapetón :-)

Las chicas se quedan heladas. Bea grita desde la pantalla del ordenador.

—¡¿Ha dicho Badoo?!

—Sí —contesta Estela. La cosa le gusta cada vez menos.

—¿Qué narices es eso del Badoo? —pregunta la inocente Silvia.

Estela la mira sorprendida, se da cuenta que explicarlo requerirá unos minutos y le dice a Valeria:

Sergio: Un momento. Teléfono.

—A ver, princesa, que pareces del siglo pasado… ¡Es imposible que no conozcas Badoo! Es una aplicación para buscar pareja. Te creas un perfil y la gente te aparece por proximidad. Si Sergio ha conocido a esta tipa a través de Badoo, es que no está demasiado lejos.

De repente, Silvia no puede evitar ponerse a llorar. Entre sollozos y gritos, balbucea:

—¡No entiendo nada! ¿Qué necesidad tiene de conocer a tías por Internet? ¿Ahora qué se supone que tengo que hacer?

Estela se levanta para abrazarla, y Ana la secunda. Silvia no puede parar de llorar. Bea las interrumpe con una idea loca.

—¡Chicas, lo tengo!

—¿El qué? —contesta Silvia mientras se limpia la cara con las manos.

—Vamos a quedar con ella.

—¿Cómo?

—Bueno, haremos ver que Sergio quiere quedar con ella y nos presentaremos nosotras. Para sacarle información.

—Me encanta —dice Estela, y se sienta al ordenador para continuar la conversación.

Sergio: Perdona. Ya estoy.

Valeria: Tranqui, hoy la tienda está muy aburrida.

—Chicas, ya sabemos algo. ¡Trabaja en una tienda!

Sergio: Me gustaría ir algún día y conocerte.

Valeria: Cuando quieras… ;)

Sergio: ¿Cómo se llama la tienda?

Valeria: El Mundo de los Sueños.

Sergio: ¿En serio? No me estarás vacilando, ¿no?

Valeria: Si no me crees, busca por Internet. Te tengo que dejar, que entra un cliente.

—¡Madre mía! —dice Estela mientras sale de Facebook—. ¡Tenemos que encontrar esa tienda!

Entra en Google y escribe: «El Mundo de los Sueños». Se abre una página, y las chicas no se pueden creer lo que ven sus ojos: El Mundo de los Sueños es, efectivamente, una tienda, y está más cerca de lo que pensaban.