Todos esos momentos se perderán en el tiempo como lágrimas en la lluvia.
Blade Runner, de RIDLEY SCOTT
Más tarde, en la redacción
El programa ha terminado hace cinco minutos, y Víctor ha huido como alma que lleva el diablo. Se siente avergonzado y, si se tiene en cuenta que Ana ha desaparecido, está convencido de que su amor no es correspondido. Pero no sabe que la pequeña Princess está tan avergonzada como él, o más. Entra en la redacción empapada y, al ver que su jefe no está, respira aliviada a la par que inquieta. Sus sentimientos son muy contradictorios. Su corazón se muere de ganas de verle, pero su cuerpo desea huir.
—¿De dónde vienes así de mojada? —pregunta Lidia, intrigada.
—¿Y Víctor? —pregunta ella a su vez, sin la menor intención de contestar.
—Se ha marchado.
Valeria mira con gesto cómplice a su amiga y, sin decir ni una palabra, Ana entiende que tiene que salir pitando y perseguir al hombre a quien ama. Sale de la redacción y decide correr escalera abajo en lugar de coger el ascensor. No sabe muy bien adónde va ni qué hace, pero una energía muy fuerte se ha adueñado de su cuerpo y la hace correr.
—¡Oye, ¿adónde vas?! —grita José al verla bajar toda acelerada.
—¿Has visto salir a Víctor? Es muy importante —le pregunta, ansiosa.
—Sí, ha salido calle abajo. ¿Quieres un paraguas? Creo que tengo uno por aquí que…
Antes de que José haya acabado la frase, la Princess ha salido de la radio y ya está corriendo bajo la lluvia.
Corre tanto que cree que se le va a salir el corazón del pecho. Llega un momento en que tiene que pararse para respirar. Lo hace, y de pronto se da cuenta de que no sabría qué decirle a Víctor en el caso de que consiga encontrarlo. Es como cuando un ladrón te roba el bolso y corres detrás de él sin pensar en las consecuencias. ¿Qué harás si llegas a cogerlo?
Mira a su alrededor. No hay ni rastro de Víctor… ni de nadie. La calle está desierta, y la lluvia lo tiñe todo de un extraño toque decadente. Un pánico innombrable le sube desde el estómago hasta la garganta. El único sonido que puede oír es el de la lluvia cayendo contra el suelo mezclado con sus fuertes jadeos.
Saca el móvil del bolsillo con manos frías y temblorosas, dispuesta a llamar a Valeria. «Ella sabrá lo que hay que hacer», piensa. Entonces se da cuenta de que tiene un mensaje. Lo mira dos veces y casi le da un infarto cuando ve que el mensaje es… ¡de Víctor! Se resguarda debajo de un balcón para que no se le moje el teléfono, y lee con atención:
Lo siento, Ana, no he querido incomodarte. He sido un tonto al pensar que me seguirías el juego. Me he portado como un chiquillo, y te pido disculpas. No he sido nada profesional. Confío en que mañana vengas a la radio y hagas como si nada de esto hubiera pasado. Lo siento.
—¡¿Quéee?! —Ana suelta un grito de desesperación en medio de la calle desierta. Sólo ella puede oírlo. Por una parte se alegra de tener noticias de Víctor; por otra, entiende que ahora es ella quien tiene que mover ficha. Y no sabe qué hacer. Podría no hacer nada y presentarse al día siguiente en la radio, como le ha dicho Víctor. Está segura de que así no sufrirá ningún daño. Pero ahora que sabe lo que siente su jefe por ella, se da cuenta de que tiene que ser valiente. Víctor vale la pena. Le puede romper el corazón, la cosa quizá salga mal, o puede no ser lo que ella se espera o imagina; pero, si no hace nada, nunca lo sabrá. Ahora mismo, bajo la lluvia, la pequeña Princess no tiene ni la más remota idea de cómo debe actuar. No sabe si contestar el mensaje, seguir calle abajo, mandarle un e-mail, llamar a Valeria… Entonces, mira el teléfono y se le ocurre que lo más práctico, sencillo y adulto que puede hacer es… LLAMAR A VÍCTOR.
Marca el número del contacto de Víctor. Los dedos le tiemblan mientras trata de escribir en el móvil. Escucha, nerviosa, el tono de llamada.
«Por favor, contesta, contesta…»
Cinco segundos más tarde escucha la dulce voz del hombre a quien ama:
—¿Ana?
—Sí. Sí, soy yo. He salido a buscarte, pero ya te habías marchado. ¿Dónde estás?
—En la calle de la radio, más abajo. ¿Y tú?
—Más arriba.
Los dos permanecen en silencio durante unos instantes, hasta que Víctor da con la solución:
—Sigue bajando. Yo subiré, y así nos encontraremos a medio camino, ¿de acuerdo?
—Vale —contesta Ana, que ya camina calle abajo.
La chica está tan nerviosa que cada vez va más rápido. Está empapada por la lluvia. A lo lejos divisa una silueta que se acerca a paso rápido. «Es él», piensa. Cada vez camina más deprisa, y ella también. Las mariposas en el estómago van en aumento y le entran unas tremendas ganas de llorar de emoción. Siente que algo grande está a punto de ocurrir. Ni en el mejor de sus sueños pudo imaginar una situación más romántica que esta. Le recuerda a una película que le encanta a su madre, Desayuno con diamantes. Corre cada vez más deprisa, sin importarle que esté llorando de la emoción. Corre hasta que se topa con Víctor frente a frente. Los dos frenan en el mismo instante, respiran rápido y no dicen nada. Víctor sonríe, sonríe de oreja a oreja. Entonces se acerca a ella y susurra:
—Pensé que…
—Y yo que te gustaba Valeria, y que el poema era de José —dice tímidamente la Princess.
—No, era mío —confiesa como avergonzado, mientras se sonroja igual que haría un adolescente.
—¿Es verdad lo que dices en él?
—Es verdad. El día más feliz de la semana para mí es el lunes por la noche. Llego a la radio, y el mero hecho de verte la cara me colma de felicidad. Hacía mucho tiempo que no me sentía así, y la verdad es que es maravilloso. Me gusta cómo eres, me gusta cómo escribes y, a pesar de tu edad, todos los días aprendo algo de ti. Si no me hubiera animado Valeria, jamás me habría atrevido.
—¿Y no te molesta que sea unos cuantos años más joven que tú?
—Como dice Valeria, tu edad sólo significa que tienes más tiempo para estar conmigo —contesta sin pestañear.
Entonces Víctor se quita la chaqueta y la coloca encima de los hombros de Ana. Con las prisas, esta se ha dejado el abrigo en la radio y está tiritando, ahora que la lluvia le ha calado hasta los huesos. El agua le cae por las mejillas, y tiene todo el pelo mojado. Ella se acurruca debajo de la capucha de la chaqueta como si fuera un paraguas. Víctor la mira sonriente.
—No sé qué decir —contesta ella.
—No tienes por qué decir nada. —Y acerca sus labios mojados por la lluvia a los de ella. Se dan un beso tierno y maravilloso con sabor a lluvia. Escondidos debajo de la prenda y con el sonido de las gotas chocando en la capucha, tienen la sensación de que están en una cabaña de amor, un lugar del que no desean salir jamás. Sienten que el amor es como ese sonido, ese viento. No pueden verlo, pero sí sentirlo. Entonces les sorprende un trueno. Asustados, se abrazan con fuerza. Ambos pueden asegurar, sin ningún tipo de duda, que ese es el momento más bonito que han vivido en sus vidas.
Minutos más tarde, en casa de Víctor
Los dos han llegado empapados y muertos de frío. Ana está en medio del comedor. No sabe qué hacer. Víctor abre la puerta del lavabo y la invita a entrar.
—Aquí tienes toallas y un secador —le dice, mientras saca cosas de los armarios.
—Gracias —contesta Ana. Lo primero que hace es secarse el pelo con una toalla y dejar la chaqueta de Víctor encima de la silla. Tiene la ropa chorreando, pero le da mucha vergüenza quitársela delante de Víctor. Además, no está en su casa y no tiene ropa de repuesto. Víctor, que también está tiritando de frío y sigue calado con su ropa mojada, la mira y dice:
—Vamos a ducharnos.
La cara de la Princess es todo un poema. Se muere de ganas de estar con Víctor, pero… ¿no está yendo un poco rápido? Piensa en David, su exnovio, en todo lo que pasó con él, y en que quiere hacer las cosas bien. Está algo asustada por lo que pueda pasar a partir de ahora. No obstante, permanece en silencio porque aún no tiene la confianza suficiente con Víctor como para abrirse a él y contarle sus dudas. Ana prefiere ir despacio. Víctor la mira, y se da cuenta de que ella ha malinterpretado sus palabras.
—Quería decir que si nos duchamos, pero ¡no juntos! —aclara—. Mira, hay dos baños. Tú dúchate en este, y yo iré al otro.
—De acuerdo —contesta Ana, con timidez.
—Voy a traerte una camiseta para que te la pongas cuando salgas, ¿vale? Casi te servirá de vestido.
—Sí —susurra Ana, que sigue cohibida. Y añade—: Gracias.
Ana entra en el baño, se quita por fin toda la ropa mojada y se relaja con una ducha de agua muy caliente. Mientras el agua le cae por el cuerpo y el vapor inunda el cuarto de baño, piensa en la situación que está viviendo. Piensa que le gustaría pasar la noche con él, pero también se siente insegura.
A la mañana siguiente
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Amor imposible
Buenos días. Hoy os escribo desde un lugar mágico. No hay nada como dormir con el chico de tus sueños para cargarte de felicidad. Tengo la necesidad de comunicarle al mundo que, aunque no es la primera vez que estoy enamorada, me siento como si lo fuera. Y aunque no era la primera vez que estaba con un chico… he sentido como si lo fuera. Hacer el amor es cosa de dos. A veces la gente dice frases como «Este es bueno en la cama» o «Esta es muy mala». Esta noche he descubierto que eso es mentira. Nadie es ni bueno ni malo. Sólo es cuestión de encajar y de que haya conexión. Te puedes enamorar locamente de alguien, amarlo con toda el alma y que luego vuestros cuerpos no encajen. Es un rollazo y, a menudo, muchas chicas tendemos a creer que estamos haciendo algo mal, pero no es así. Sólo tienes que encontrar la pieza que encaje contigo.
Me parece importante escribir esta entrada, pero no sólo para mí. Sé que hay muchas chicas que se pueden encontrar en la misma situación que yo. Les recomiendo que no dejen de buscar. Que es muy difícil saber quién es el amor de tu vida, y que la vida es muy larga. Podemos tener uno, dos o incluso tres, y cada amor es distinto. Yo nunca olvidaré a mi primer amor. Él me enseñó lo que era amar y me cuidó como no lo ha hecho nadie. El primer amor no se olvida nunca, pero a veces lo tenemos tan idealizado que, cuando se materializa, no acaba de encajar… o no es como esperábamos.
Luego están los amores imposibles. Nuestra falta de autoestima nos hace creer que jamás enamoraremos a ese príncipe. Pero de pronto descubres que está loco por ti y te hace sentir que estás en el cielo. Chicas, se puede. El amor imposible está al alcance de tu mano. Sólo tienes que hacer una cosa para conseguirlo: creer en él.
Firmado:
Blancanieves