Capítulo 31

—¿Puedo besarte?

—Tal vez no sepa hacerlo…

—Eso es imposible.

Un paseo para recordar, de ADAM SHANKMAN

Por la noche, en Radio Bimba

El jueves es el último día de la semana laboral en la radio. Ana está nerviosa porque se acerca la Gran RPU de despedida de Estela y de bienvenida de Bea. Parece que se tenga que marchar una Princess para que pueda volver otra. Y también da la sensación de que al destino no le gusta que las Princess sean cinco.

«Pues se va a fastidiar el destino —piensa Ana—, porque esta RPU será memorable y seremos cinco: Silvia, Bea, Estela, Valeria y yo».

Se encamina hacia la impresora a sacar su guión mientras canturrea una melodía. Se nota que está más contenta de lo habitual.

—¿Y Valeria? —pregunta Lidia, a quien parece que el buen humor de Ana le saque de sus casillas—. Tu amiguita siempre llega tarde, ¿no?

—¿No eres tú la productora? Pues llámala —le suelta Ana, con un tono más brusco del habitual.

En ese mismo instante aparece Valeria, sonriente, como si fuera un ángel caído del cielo. Está con un subidón increíble. Desde que sale con Damián parece imposible bajarla de la nube. Viste un peto de color rosa monísimo, y lleva el pelo más rizado que nunca, recogido con un palo de madera africano.

—Que no cunda el pánico. ¡Ya estoy aquí! —grita, y deja una caja de bombones encima de la mesa.

—Hummm… Bombones. ¿Y eso? —pregunta Víctor, que coge uno y se lo lleva a la boca.

—Es una tontería, para agradeceros que me hayáis adoptado en vuestro equipo. Estoy muy contenta, eso es todo —contesta, sin dejar de sonreír.

—Vaya, parece que hoy es el día mundial de la felicidad —añade Víctor mientras mira de reojo a Ana y le regala una sonrisa.

Lo cierto es que la pequeña Princess ha dejado de canturrear desde el mismo instante en que Valeria ha entrado en la redacción. Aunque sabe que su amiga bebe los vientos por su escritor, piensa que eso no significa que a Víctor no le siga gustando Valeria. «Seguro que Víctor la encuentra más bonita que yo». Para colmo, sucede algo que no hace sino acrecentar sus sospechas.

—Valeria, ven conmigo a la sala de edición, que te quiero comentar algo —le ordena Víctor mientras coge otro bombón y sale por la puerta.

—¡A sus órdenes, jefe! —bromea Valeria, saludándolo con un gesto militar con la mano.

Los dos salen de la redacción y dejan a Ana a solas con Lidia. Esta no tarda ni un segundo en meter cizaña:

—No, si al final resultará que la mosquita muerta esta se los lleva a todos de calle… ¡Y parecía tonta!

—¡Cállate, Lidia! —contesta Ana, enfadada—. Valeria tiene novio, ¿vale? ¿O es que no estabas el día en que se declaró en directo en la radio?

Lidia se calla, pero Ana no puede evitar pensar que tal vez lleve algo de razón. Se acaba de rallar mucho con este asunto, de modo que decide bajar a la portería para airearse un poco y hablar con José.

En el exterior de Radio Bimba

—¿Adónde vas tan alterada, Princess? —pregunta José al ver llegar a Ana, que baja la escalera a toda prisa.

—Vamos afuera. Necesito aire.

—¿Qué ocurre? Lidia otra vez, ¿no?

—¡Es que me odia, José! Me habla de una forma que es… ¡No la aguanto más!

Ana se siente impotente porque le gustaría comentarle lo de Víctor, pero no puede. Es demasiado fuerte, y no tiene tanta confianza con José.

—¡No sabes lo que es vivir con ella! —le dice.

—¿Perdona? —pregunta José un tanto indignado—. ¿Te recuerdo que fuimos novios?

—Es verdad, disculpa. No entiendo cómo pudiste enamorarte de ella.

—Lo que no entiendo es cómo se enamoró ella de mí —confiesa José con timidez.

—¿Por qué dices eso? Pero ¡si tú vales mil veces más que ella! —le anima Ana.

—¿Lo crees de verdad? —pregunta el portero, entusiasmado.

—¡Pues claro que sí! —exclama.

—Oye. Mi casa no es demasiado grande, pero cualquier cosa que necesites, no te cortes y pégame un toque, ¿vale? —dice tímidamente el chico. Hace una larga pausa y añade—: Tú también eres especial.

Ana se queda callada y le mira. A juzgar por la manera en que la mira José, este ha malinterpretado su piropo. ¿Sentirá algo por ella y se habrá hecho ilusiones? Decide hacerse la loca y subir a la redacción para seguir trabajando. Aunque lo cierto es que tendría que empezar a pensar en adónde irse a vivir. Lidia está en un plan tan borde que el día menos pensado se encuentra las maletas en la puerta.

Unas horas más tarde, en el aire

Víctor empieza el programa con una energía increíble.

—Buenas noches, queridos oyentes. Hoy se respira un ambiente muy divertido en la radio. Parece que todos estamos de buen humor: las tarotistas llegan a la redacción repartiendo bombones, las blogueras canturrean, y he visto a alguna productora gruñona sonreír pegada al teléfono. En vista de lo cual he creído oportuno que la pregunta de la noche sea la siguiente:

»¿Qué es lo más bonito que te ha pasado en la vida?

En ese mismo instante, Mario pone la canción de La Oreja de Van Gogh que tenía preparada para este momento:

Te voy a escribir la canción más bonita del mundo,

voy a capturar nuestra historia tan sólo un segundo

y un día verás que este loco de poco se olvida

por mucho que pasen los años de largo su vida.

—Me encanta esta canción —dice Ana.

—Sí. Perfecta para la ocasión —contesta Mario, orgulloso.

—En cierta ocasión —tercia Lidia—, un novio que tuve me sorprendió llenando mi casa de rosas por todos lados: encima de la cama, en la entrada… ¡e incluso en el baño! Olía a rosa casi desde la calle. Esa ha sido la cosa más bonita que me ha pasado en la vida.

—A mí me gustaría pensar que la cosa más bonita que me ha pasado en la vida todavía está por llegar —contesta Ana, que sueña en secreto con el día en que la bese Víctor.

—¡Atención! ¡Vaya pedazo de poema nos acaban de mandar por e-mail! —la interrumpe Lidia, como si no la hubiera escuchado.

La productora imprime la hoja y, sin decir ni una palabra, se la entrega a Víctor. Este la mira y dice:

—Parece que nuestra pregunta ha inspirado a más de uno. Acabamos de recibir un poema que os voy a leer a continuación. Mario, por favor, ¿tienes alguna música de piano?

Mario obedece casi de inmediato, y crea un clima muy romántico. Víctor empieza a leer:

Lo más bonito que me ha pasado en la vida

es levantarme y verte cada día.

Tu sonrisa, tus ojos, tu voz…

Cuando no estoy contigo

entro en tu blog e imagino que me hablas.

Con tu dulce voz me haces la espera más dulce.

Todos los presentes en el control de sonido miran a Ana. Es evidente que el poema va dedicado a ella. La pequeña Princess siente que la sangre le sube a la cabeza y que esta le va a explotar en cualquier momento.

«¡Dios! ¡Qué vergüenza, qué vergüenza!», piensa mientras Víctor sigue leyendo:

A la espera de que aparezca un nuevo lunes

y me reencuentre contigo aquí,

Por favor Ana, dime que sí

abrázame fuerte

y llévame contigo.

Tu eres lo más bonito.

Víctor da paso a los informativos sin decir nada, y Ana huye corriendo a la máquina de café para coger un té. Teme que le vaya a dar un infarto en cualquier momento. No quiere quedarse en la redacción ni en la sala de sonido, y que Lidia vuelva a reírse de ella. Lo del poema ha sido tan fuerte que nadie se ha atrevido a hacer ningún comentario. Está claro que el enamorado de Ana trabaja en la radio con ella. Y en la radio sólo hay tres chicos: Mario, José y Víctor. Uno de los tres la ama en secreto.

Y por si no hubiera sido suficiente con el poema, cuando llega a la máquina se encuentra con un post-it pegado que dice:

¿Quieres que sea tu momento bonito?

La Princess está en estado de shock. «Está clarísimo que detrás de todo esto está José», piensa. Hasta la cosa más bonita puede convertirse en un horror si te la dice alguien a quien no quieres. Un detalle romántico puede parecer de lo más cursi, y un chico a quien encontrabas alegre y divertido, un pesado. Los detalles románticos siempre dependen de quien los envía y de quien los recibe. Y a Ana no le sienta bien nada de lo que le está pasando. Coge el post-it, lo arruga y se lo guarda en el bolsillo.

«Si esto lo pensara Víctor, sería maravilloso, pero no. A Víctor le gusta Valeria aunque no tenga ninguna posibilidad con ella», se repite una y otra vez. Necesita aire fresco, pero le da muchísima vergüenza bajar y encontrarse con su supuesto enamorado. Entonces decide subir al tejado. Suelen frecuentarlo los fumadores de la radio, pero a estas horas está más que desierto.

Una vez arriba, se apoya en la cornisa e intenta relajarse mirando la ciudad iluminada de noche. No deja de torturarse preguntándose qué es lo que está haciendo mal. ¿Por qué atrae a chicos que no le gustan, pero los que le gustan no le hacen ni caso? ¿Por qué perseguimos siempre a quien no nos quiere y no queremos a quien nos persigue? ¿Por qué el destino nos complica tanto la vida?

Minutos más tarde, aparece Valeria, que llevaba un buen rato buscándola por la radio.

—¡Por fin! ¡Estás aquí! ¿Se puede saber qué te pasa?

—¡A mí, nada! —miente Ana.

—¿Cómo que nada? ¡Te he visto rompiendo el post-it! ¡Pero si es precioso!

—¿Y tú cómo sabes eso? —pregunta, intrigada.

—Ana, te voy a confesar algo. Llevo unos días haciendo de celestina. Si veo a dos personas que están hechas la una para la otra, no me puedo quedar quieta. Os eché las cartas en secreto y lo vi clarísimo. ¡Sois tal para cual! Me salió el Sol con los enamorados, y eso significa…

—¡Para! —la corta Ana—. ¡NO ME GUSTA ESE CHICO! —grita.

Valeria está desconcertada.

—¿Cómo que no? Pero si es un encanto y está loco por ti… Y aquella noche en la discoteca me confesaste que estabas enamorada. Y luego en la RP…

—¡Que José no me gusta! —grita Ana desesperada, sin escuchar a su amiga.

—¿Qué José? —pregunta Valeria.

—El de seguridad —contesta Ana, sorprendida por la pregunta.

—¿Qué pinta José en todo esto? —se extraña la otra.

—¡Valeria, que me estas liando! ¿No estamos hablando de José? ¡Es el que ha mandado el maldito e-mail y me ha dejado la notita en la máquina!

—¡Noooo! —grita Valeria—. El e-mail y la nota los he mandado yo —confiesa, por fin.

—¿Túuu?

Valeria la mira y suspira. Hace demasiado tiempo que guarda un secreto que la está quemando por dentro. Llegados a este punto, cree que lo mejor que puede hacer es contarle toda la verdad a Ana.

—Sí. Lo he hecho como favor a una persona. A una persona a quien gustas muchísimo. Pero no es José. —Valeria toma aire—. A ver cómo te explico esto. Todo empezó hace unos días. ¿Te acuerdas de aquella madrugada en que fuimos todos a desayunar al Bar Manolo y yo me quedé hablando con Víctor?

Ana asiente con la cabeza. ¿Cómo olvidarse de aquella madrugada?

—Pues si me das dos minutos, te lo explico todo y verás como lo entiendes a la perfección —dice Valeria antes de empezar a narrar la historia.

Unos días antes, en el Bar Manolo

Ana se marcha. Deja solos a Víctor y a Valeria, convencida de que se gustan.

—Me voy. Es tarde… Quiero decir… es temprano… Bueno… Tengo sueño.

La Princess se ríe sola de su trabalenguas.

—De acuerdo. Nos vemos mañana —contesta Víctor.

—Adiós, Valeria —dice Ana con tono neutro.

—Adiós, ¡y gracias por todo!

—¡Por cierto! —exclama Víctor antes de que Ana alcance la puerta del bar—. No te lo había dicho, pero… tus entradas del blog son mejores cada día que pasa.

Víctor y Valeria observan cómo se marcha la pequeña Princess. Justo cuando se cierra la puerta del bar, Valeria no duda en piropear a su amiga:

—Es tan bonita…

—Sí que lo es —contesta Víctor, con la mirada clavada en la puerta, como si Ana todavía estuviese allí—. Por dentro y por fuera.

—Te gusta, ¿verdad?

—¿Cómo? —pregunta él, escandalizado por la pregunta.

«Esta no lleva ni una jornada trabajando conmigo y ya me ha calado. ¡Qué vergüenza! —piensa—. Será verdad que es buena adivina».

—Perdona que sea tan directa, pero soy muy intuitiva para esta cosas. He visto cómo la miras, y he visto cómo te mira ella a ti.

—¿Tanto se me nota? —confiesa Víctor, avergonzado, aunque en el fondo se muere de ganas de hablar con alguien del asunto—. Nunca jamás me había fijado en nadie del trabajo —se justifica—. Siempre he pensado que no era nada profesional y, de hecho, no tengo ninguna intención de hacer nada con ella. Me moriría si supiera lo que siento por ella…

—Pues yo creo que a Ana le iría genial contigo. Si se entera de que te he dicho esto, me mata —aclara, antes de continuar—. No ha tenido suerte en el amor, y necesita a su lado alguien como tú.

—¿Cómo que como yo? —pregunta intrigado Víctor, que no sabe a qué se refiere exactamente.

—Alguien con experiencia.

—Bueno, tampoco creas… Soy bastante tímido.

—Puedo ayudarte, si me dejas.

—¿Cómo?

—Pues con mucha paciencia y mucho romanticismo.

—No lo tengo claro, Valeria —dice, confuso—. Te prohíbo que le digas que hemos hablado, ¿vale? Tú y yo nunca hemos tenido esta conversación, ¿de acuerdo? Quiero saber si le gusto de verdad sin que le digas nada.

—Ya encontraremos la manera…

En el tejado de la radio

Ana se ha quedado de piedra al escuchar el relato de Valeria. Por lo visto, fue ella quien tuvo la idea del poema, mandó el e-mail que había escrito Víctor y pegó el post-it en la máquina de café. Lo había hecho todo con la mejor de sus intenciones, y nunca se habría imaginado que Ana estaría celosa de ella.

—¿Cómo pudiste pensar que yo le gustaba a Víctor?

—No lo sé, Valeria: ese día en el bar, con vuestros secretitos… Y tú eres más echada para adelante que yo, y yo soy tan baby que jamás pensé que pudiera gustarle… —le aclara Ana, quien, entre el frío y los nervios, no para de temblar.

—Bueno, y ahora que lo sabes… ¿qué piensas hacer?

—¡No lo sé! Estoy que me muero de vergüenza.

En ese mismo instante, el cielo se vuelve blanco y un enorme rayo ilumina la cara de las Princess. Las dos amigas se abrazan asustadas mientras empiezan a caer gotas de lluvia en sus cabezas.

—¿Eso es una señal? —se pregunta Valeria.