Capítulo 30

—Acabo de descubrir que hoy ha sido el día más feliz de mi vida.

—¿Lo dices en serio?

—Nunca lo he pasado mejor.

—Pero si has estado conmigo, David.

—Precisamente por eso.

La fiera de mi niña, de HOWARD HAWKS

Jueves siguiente, en la portería de Marcos

Esta ha sido una semana llena de cambios para todos. Silvia ha tomado una decisión muy importante, una de las más importantes que se pueda tomar en la vida: independizarse.

Ella puso mucha ilusión al irse a vivir con Sergio, y la perdió al romper con él y no tener más remedio que regresar a casa de sus padres. Tenía la sensación de depender siempre de los demás. Por ese motivo, aunque no ha dejado de darle vueltas a la cabeza, ha decidido instalarse en la portería de Marcos. El hecho de irse a vivir con un amigo la hace sentir como si recuperase esa independencia que, en realidad, nunca había tenido cuando se fue a vivir con su ex. Además, Silvia sabe que Marcos es un buen amigo y una buena compañía. Juntos pueden compartir el silencio, y eso es muy importante. Se respetan, y la verdad es que conectan a la perfección desde el día en que se conocieron. Silvia tiene claro que ha tomado la decisión correcta.

En el mismo instante, en El Mundo de los Sueños

Valeria también ha tomado una decisión acertada al reconocer abiertamente que está enamoradísima de Damián y que no le teme al amor. Es muy feliz, y eso es lo más importante. Ahora mismo se encuentra en la típica nube del principio de las relaciones. Una nube llena de nervios y de cosquillas en el estómago, una sonrisa que le dura todo el día, y magia por todos lados.

En ese mismo instante

La pequeña Ana ha decidido sacar el carácter que tiene, no dejarse pisar y, si es necesario, gritar. Tal vez no lo haga como los demás, con su voz. Ella es más sutil y lo hace a través de las palabras. Esta última semana ha escrito un montón en su blog. A raíz del incidente del beso se ha vuelto más creativa, más valiente y más madura. Ha ganado muchos seguidores en Twitter. Sólo le falta una cosa para ser feliz del todo, pero el amor requiere tiempo.

En la portería, días después

Marcos y Silvia desayunan mientras Atreyu ladra para que la chica le dé un trozo de pan con mermelada.

—¡Atreyu, no! —grita Marcos—. Desde que vives aquí, este perro está muy pero que muy mal educado —bromea, guiñándole un ojo.

—Sí, claro, al final será culpa mía. ¡Qué cara! —dice Silvia, mientras le da un trozo de pan al perro. Este lo coge y se lo lleva corriendo a su camita, que Silvia ha colocado estratégicamente en una esquina. La verdad es que lleva pocos días instalada, pero le da la sensación de que ha estado toda la vida compartiendo piso con Marcos. Ha comprado un biombo para que la parte donde duerme él quede separada del comedor. También ha puesto una cortina nueva en el baño, y velas y barras de incienso por todos los lugares posibles. Marcos es muy femenino en ese aspecto. Le gustan los aromas. «Me inspiran para tocar», dice siempre. Silvia está muy a gusto, tiene la independencia que desea, y a sus padres a dos pisos de distancia. Si necesita concentrarse porque Marcos está tocando algún instrumento nuevo (ahora le ha dado por tocar el trombón y la trompeta), siempre tiene la posibilidad de subir a su vieja habitación para estudiar.

El biombo ha dejado el comedor muy chiquitín y sin sofá, pero han improvisado unos cojines en el suelo delante de la tele, estilo chill out, que es perfecto para ver una serie o una película antes de acostarse.

Silvia le da un sorbo al té y piensa en lo afortunada que es por tener a Marcos y poder vivir allí. Es un lugar pequeño, pero muy mágico. Lleno de energía positiva.

—¿En qué piensas? —le pregunta el chico al verla tan ensimismada.

—En lo mal que me caíste la primera vez que te vi. ¿Te acuerdas?

—¡Cómo olvidarlo! —exclama el chico—. Estábamos a oscuras y chocamos.

—No chocamos, Marcos. ¡Tú te abalanzaste sobre mí!

—Es verdad. Salí disparado y chocamos en el portal, y tú me llamaste…

—¡Maleducado! —grita ella.

Los dos amigos rompen a reír al recordar el día en que se conocieron. Parece mentira la manera en que el tiempo lo cura todo y pone las cosas en su sitio. En aquel entonces, Marcos salía llorando de casa de su madre porque se acababan de mudar y a él no le gustaba nada: ni el piso, ni el barrio, ni nada. La muerte de su padre estaba muy reciente, y el muchacho pensaba que jamás lo superaría. Pero ahora su madre ha rehecho su vida con otro hombre, y parece que Marcos lleva toda la vida viviendo en la portería. Se ha hecho el rey del barrio con su guitarra. Todo el mundo le conoce, y está integrado a la perfección.

—¿De dónde venías, que no te acordaste ni de encender la luz del portal? —pregunta él.

—Acababa de conocer a Sergio. Fui a la cita en lugar de Bea, y así fue como nos conocimos. ¡Qué fuerte! ¡Parece que hace un millón de años!

—Así que nos conociste el mismo día, ¿eh? Llego a aparecer un día antes, y lo mismo te enamoras de mí… —se ríe él.

Silvia no contesta nada y se pone colorada. ¿Será boba? ¡Con la confianza que tienen el uno con el otro, y se ruboriza con esa broma!

—¡Pero qué tonterías dices! —dice, para quitarle hierro al asunto—. Fíjate: hemos acabado viviendo en el mismo lugar donde nos habíamos conocido.

—Es verdad, vecina. Todo empezó aquí… Es el destino.

—No vuelvas a llamarme vecina. No me gusta.

Marcos sonríe. Silvia se levanta, se pone el abrigo y se marcha hacia la uni. Está algo inquieta por la manera en que ha reaccionado ante el tonto comentario de su compañero de piso.

En el mismo instante, en la casa de Estela

De todas las Princess, la que ha tenido que hacer el cambio y tomar la decisión más importante ha sido Estela. No es fácil elegir dejarlo todo atrás y cambiar de residencia, de país y muchos menos de continente. Pero Estela es una chica fuerte que no abandona sus sueños, aunque ello implique superar algún miedo que otro.

Encerrada en su cuarto, no para de hacer bolsas y más bolsas. Tiene la habitación llena de ropa tirada, y los armarios prácticamente vacíos. Parece que ha utilizado su viaje a Argentina para hacer un poco de limpieza. Se sienta en la cama, saca una libreta y hace una pequeña lista:

– Pasaporte

– Billetes de avión

– Maleta con ropa de verano

– Guía de viaje de Buenos Aires

– Neceser con maquillaje

– Cajita con piercings y pendientes

– Libros para el avión

– Pastillas para el avión

Estela deja de escribir: le da pánico volar. Es muy importante que no se olvide sus valerianas para los nervios, ni de las pastillas del mareo. Sólo de pensarlo ya tiene miedo. «No se puede ser actriz y tener miedo a volar», se dice siempre. Pero no lo puede evitar. Cuando está pensando que se deja en su lista algo muy importante, su madre llama la puerta:

—¿Se puede?

—Pasa, mamá.

—¡Hija, que follón! —exclama al ver las bolsas tiradas por el suelo—. ¿Todo esto te vas a llevar?

—No. Esto va a la basura: ya va siendo hora que renueve el vestuario, ¿no? ¡Aquí hay ropa de cuando tenía doce años!

La madre de Estela abre una de las bolsas y saca un jersey de lana:

—Este jersey te lo hice cuando eras pequeña. Cómo te gustaba mirarme cuando hacia media. ¿Te acuerdas? Me relajaba yo y te relajabas tú.

—Es verdad, mamá. Perdona, pero este no lo tiro. Me lo llevaré a Argentina para que me dé suerte —le dice, y lo añade a la maleta de viaje.

La mujer no dice nada, pero, a juzgar por la cara que ha puesto, parece que se ha teletransportado al pasado. Se siente triste y le da pena separarse de su niñita.

—¡Venga, mamá! —la anima Estela, que percibe con claridad la nostalgia que atenaza a su madre—. Que será poco tiempo, ya lo verás… —miente la chica, que en el fondo desea que la serie dure diez temporadas como mínimo.

—Y si no es así, ¿qué? Argentina está muy, lejos hija. No sé si voy a soportar vivir separada de ti tanto tiempo.

Las lágrimas afloran a los ojos de Estela.

—Mamá, hagamos un trato. Si la serie dura más de seis meses y me tengo que instalar allá de manera definitiva, te pago un billete y te vienes a vivir conmigo. ¿Qué te parece?

La mujer le responde con una sonrisa. Sabe que si tuvieran dinero, ella la acompañaría encantada ahora mismo. Como hacen las famosas cantantes que llevan a sus madres y hermanos de gira.

—Gracias, hija. Te echaré mucho de menos.

—Te quiero, mamá —le dice Estela, dándole un buen achuchón.

—Pero no quiero que tires nada de todo esto. Deja en la entrada las bolsas de ropa que ya no usas, y yo misma las repartiré por el barrio. Seguro que me las cogen en el centro social.

Estela mira a su madre y se siente orgullosa. ¡Es tan buena! A veces se pregunta de dónde habrá salido ella, con ese pronto y ese mal carácter que tiene a veces. Supone que es de su padre, pero hace tanto tiempo que no saben de él, que no quiere ni pensarlo. Su madre es un ejemplo de bondad. «Si en el mundo hubiera más gente como mamá, todo iría mejor», piensa siempre Estela.

Minutos más tarde

Silvia camina calle abajo en busca del autobús que la lleva a la uni. Entonces repara en el hecho de que se ha dejado los apuntes de derecho civil. Podría pasar de todo y apañárselas sin ellos, pero no quiere. Prefiere llegar diez minutos tarde antes que pasarse un día entero pidiendo apuntes o preguntando a los compañeros. Da marcha atrás y vuelve corriendo hacia la portería. Desde fuera del portal ya se oye el sonido de trompeta. Ahora a Marcos le ha dado por tocar la trompeta. Parece que sabe lo mal que lo hace, y espera a que Silvia esté fuera para ensayar. Para él es uno de los mejores momentos del día. Tocar antes de salir de casa a pasear a Atreyu. Le gusta imaginar que todo está parado hasta que empieza a tocar algo. Es como si encendiera el día con su música.

Silvia llega y se queda un rato detrás de la puerta. Sonríe al escuchar las notas chirriantes de la trompeta. Le sabe mal cortarle el rollo y, la verdad, también le gusta espiarlo. Entonces la trompeta deja de sonar y aparece la guitarra, esta vez acompañada de su voz. Silvia escucha la voz de Marcos que canta:

La niña del pijama

yo no sé si es buena o es mala.

Parece la guardiana de los sueños,

que mientras duermo me acompañan.

Será porque me protege desde la ventana.

Silvia, mi amiga y mi guardiana.

Silvia se queda de piedra al escuchar la canción. La compuso cuando se conocieron, y ya se había olvidado completamente de ella. Algo le dice que no es el momento más indicado para entrar en casa. Se le ha hecho un nudo en el estomago que le sería difícil de explicar a Marcos. No sabe si es pena, nostalgia, añoranza por un tiempo pasado… u otra cosa.

La canción la ha emocionado de tal manera que ya no le parece tan raro ir a la uni sin apuntes. Da media vuelta y sale del portal, calle abajo, pensando en las implicaciones que pueda tener todo esto.

Más tarde, en la uni

Silvia llega y va directa a la biblioteca. No sabe muy bien por qué, pero tiene la necesidad de despedirse de Sergio. Cortar es complicado a veces, y requiere de muchas despedidas. Cada vez que habla con él o recibe un mensaje suyo, Silvia se pone muy triste y siente que no avanza. No han acabado mal, y el chico está empeñado en que sean amigos, pero eso es algo que a Silvia le cuesta mucho. Demasiado. Mientras escuchaba la canción de Marcos, se ha dado cuenta de que Sergio no era su amigo. ¡Era su novio! Si hubieran sido amigos antes, ahora tal vez podrían volver a serlo, pero es que no lo han sido nunca. Se sienta a la última mesa, abre su portátil y se pone a escribir su e-mail de despedida:

Querido Sergio:

Te escribo porque necesito decirte algo importante, y siento que si te llamo vamos a volver a liarla. Has sido muy importante para mí, te he querido con todas mis fuerzas y siento que todavía lo hago. Quiero creer que mi corazón es suficientemente grande como para que este amor no desaparezca jamás. Me niego a tachar lo nuestro de fracaso sólo porque haya terminado. No me da la gana. Lo siento si al final resulta que es cierto, pero ahora mismo me tengo que desintoxicar de ti. Lo sé, suena fatal, pero es así. Supongo que tú estarás igual. Si seguimos hablando, comentando lo mal que estamos o intentando salvar lo insalvable, jamás lo superaremos. Ahora mismo no estoy preparada para ser tu amiga, no puedo llamarte como si no hubiera pasado nada, siento que si lo hago estaré traicionando a nuestro amor, le estaré restando valor, y no quiero. Precisamente por eso te suplico que no me llames más, que me dejes tiempo, tiempo para curarme las heridas y para superar todo esto. El tiempo todo lo cura, y estoy segura de que cuando esto haya pasado, entonces sí podremos ser amigos. Espero que lo entiendas.

Te quiero, te he querido y siempre te llevaré en el corazón.

Un abrazo muy fuerte,

Silvia