Capítulo 3

—¿Cómo está tu novia?

—Ya no es mi novia.

—Me alegro. No sé si sabías que se la tiraba la mitad del grupo.

—Ahora es mi mujer.

Cuatro bodas y un funeral, de MIKE NEWELL

Al día siguiente

Estela se ha vuelto a dormir. Siempre le pasa lo mismo: no oye el despertador cuando tiene algo importante. Parece que ha interiorizado de verdad eso de llegar tarde, igual que pedir las típicas disculpas con las marcas de las sábanas aún en la cara.

Hoy será la primera vez que llegue tarde a su nuevo trabajo de maquilladora en una peluquería del centro comercial. Mira la hora sin dejar de caminar. Llegará treinta y cinco minutos tarde, y sabe perfectamente que a partir de los treinta minutos no hay excusa que valga.

Cierto, no es el mejor trabajo del mundo, pero es lo único que ha encontrado después de haber hecho un cursillo de maquillaje profesional este verano. Le pareció que sería un buen complemento para su formación como actriz. Saber maquillarse es muy importante. Además, pensaba que gracias al curso podría entrar en contacto con el mundo de la tele y del cine. Pero la realidad ha sido otra.

Una vez acabado el curso, Estela necesitaba trabajar y la peluquería del centro comercial era la única oferta que tenía a su alcance. Al principio le pareció buena idea. Podría adquirir experiencia mientras esperaba una nueva oportunidad como actriz. ¡Qué engañada estaba! La peluquería siempre está llena de mujeres mayores que hablan de sus perros y de sus gatos. Todas tienen unos nietos superpreciosos, lindos e inteligentes. Además, ella ha entrado como auxiliar de maquillaje, lo que significa que le corresponden las tareas más ingratas: barrer el suelo, limpiar los espejos o hacer pedicuras.

Pero a Estela nunca se le han caído los anillos por nada. Ha trabajado en sitios peores, pero le inquieta tener que aguantar a las abuelitas porque no hay obras de teatro ni castings a la vista. Cuando por fin está llegando y mira el reloj, se da cuenta de que el retraso es de ¡cuarenta minutos! Ve a lo lejos a unas quince abuelas que están entrando en el local. Estela aprieta el paso y entra en la peluquería como si hubiera que apagar un fuego.

—¿Dónde estabas? —le pregunta su jefa con bastante mala leche.

—Me he dormido —se disculpa Estela, y pone cara de buena niña.

Su jefa no dice nada más y sigue trabajando. Estela se queda parada unos instantes. Lo que más le molesta es que la dejen con la palabra en la boca. Ella esperaba un: «Que no se repita» o, mejor aún: «Tú tranquila, esto le puede pasar a cualquiera», pero, en su lugar, la jefa la mira y le dice:

—¿Qué haces parada? ¡Vamos con retraso por tu culpa!

—Perdón —se excusa Estela.

—Pero ¿qué perdón ni que…? ¡Ponte a trabajar, vamos!

No le da tiempo a responder, porque ha notado una pequeña vibración en el bolsillo de la chaqueta. Lo abre con disimulo y le echa un vistazo rápido. Es un WhatsApp de Silvia.

Silvia

En línea

Estoy hecha polvo. RPU en tu casa esta tarde?

No le da tiempo ni de contestar un simple «OK». Pero en cuanto pueda les reenviará el mensaje a las otras Princess.

La noche anterior, en casa de Silvia

Estela acaba de llegar con Manu y tres pizzas. Sergio está viendo la tele y los recibe con un saludo desde el sofá. Deja la comida en la cocina y se va en busca de Silvia, que se encuentra en su habitación.

Nunca pensó que vería a su amiga en esta tesitura. Está en una punta de la cama y mira fijamente un portarretratos que tiene entre las manos. Su cara está pálida. Parece una estatua.

—Silvia, ¿estás bien? —Estela se acerca con lentitud. Es como si la Princess hubiera visto un fantasma—. Silvia, ¿estás bien? —vuelve a preguntar.

La chica no responde a su pregunta. Estela busca con la mano el hombro de su amiga. Esta mira una foto en la que Sergio la está besando. Cuando Estela toca a Silvia, esta suspira como si volviera a la tierra. De sus ojos brotan dos lagrimones brillantes.

—Mi princesa… ¿Qué ha pasado? —le pregunta cariñosamente, abrazándola por detrás.

—No digas nada. No quiero que nos oigan —contesta Silvia con la voz entrecortada.

—Vale… Vale… —Estela habla cada vez más bajito.

Las dos chicas se quedan en silencio. Silvia está llorando tanto que no puede ni hablar. Se funden en un abrazo y Estela no sabe qué decir. Si supiera lo que ha pasado le podría dar algún consejo o, por lo menos, entender por qué está abrazando a su amiga.

—¿Me puedes hacer un favor? —Silvia está muy conmovida—. No te enfades conmigo, pero… ¿te importaría dejarme sola?

Estela guarda silencio. No le gusta ver así a su amiga, y menos aún sin saber lo que ha pasado.

—¿Estás segura?

—Sí. Por favor. Sé que cuesta entenderlo. Pero te llamo mañana y te lo cuento, ¿vale?

—¿Y los chicos? ¿Y las pizzas? —Estela quiere quedarse a toda costa.

—Eso ahora da igual, Estela. Márchate, por favor te lo pido. Acabo de ver el móvil de Sergio…

Silvia acaba la frase y Estela se queda estupefacta. Se pregunta cómo lo habrá hecho, qué habrá leído. A juzgar por la cara de Silvia, es evidente que las cosas no van bien. Y si su amiga le ha pedido que se marche, por algo será. Estela coge el abrigo. Decide respetar su decisión, aunque a su modo de entender no sea la más correcta. Acto seguido, le ofrece un achuchón de despedida.

—No te preocupes por nada, cariño. Me voy, pero que sepas que no estás sola.

—Gracias, Estela.

—Y no te preocupes por los chicos. Les diré que te has quedado dormida, y que yo debo irme porque mañana tengo un casting.

Estela le guiña el ojo y Silvia hace un esfuerzo por ofrecerle una sonrisa de despedida.

A la mañana siguiente, en casa de Silvia

Hace rato que Sergio se ha ido a trabajar, y Manu sigue durmiendo. Silvia ha decidido que hoy no irá a la facultad. Es la primera vez que se permite hacer novillos durante todo el día, pero no precisamente para ir a la playa. Se siente realmente desconcertada. Ha invertido las primeras energías del día en enviarle un mensaje de socorro a Estela, pero esta no responde.

Ayer recibió un duro golpe cuando vio el móvil de Sergio. Nunca pensó que pudiera ocurrirle nada semejante. Siente una pena tan grande dentro del corazón que es incapaz de levantarse de la cama. Además, ha pasado una noche horrible con Sergio. Cuando él se metió en la cama quiso abrazarla, pero Silvia se apartó. Eso no le sentó nada bien a Sergio, que se volvió para dormir de espaldas a ella. A Silvia le dolió ese gesto, y tuvo que contener el llanto para que él no sospechara nada.

Silvia está desbordada y se siente como si fuera a explotar. Quiere confiarle sus sentimientos a alguien, pero no le sirve cualquier persona. Estela sigue sin responder su WhatsApp, y se queda en la cama pensando y pensando. La cabeza le da vueltas. No se puede creer que esto le esté pasando.

Al cabo de un buen rato se dice a sí misma que tiene que ser fuerte. Ese pensamiento le infunde los ánimos necesarios para levantarse de la cama, ir a la cocina y preparase un té.

—Buenos días, Silvia —dice Manu mientras saca magdalenas de una alacena—. He dicho buenos días…

—¿Eh? Sí, sí. Buenos días.

—¿No tienes clase hoy?

—Sí, pero no me encuentro muy bien. Ya sabes…, cosas de mujeres… —miente Silvia para quitárselo de encima.

—Ya… Yo tampoco he ido a trabajar.

—¿Qué te ha pasado? —pregunta Silvia con cierta curiosidad.

—Cosas de hombres —comenta Manu con ironía.

—Cosas de hombres… —repite Silvia en voz baja.

—Bueno, entro a trabajar por la tarde.

Manu se ríe de su propia tontería y se marcha hacia el baño con una magdalena en la boca. Silvia se sirve el té con parsimonia. La frase de Manu la ha hecho reflexionar.

«Cosas de hombres, cosas de hombres… Hombres… Hombres. ¿Por qué me está pasando esto a mí? ¿He hecho algo mal?»

En el mismo instante, en la peluquería

Está siendo un día especialmente duro. Un matrimonio quiere celebrar sus bodas de oro volviendo a casarse, y lo van a hacer en el centro comercial. La peluquería no da abasto. Peinados, maquillaje y manicura. Las clientas hacen cola hasta para leerse las revistas del corazón, y Estela trabaja en silencio. Intenta ser lo más eficiente posible.

—¡Ayyy! ¡Me has hecho daño, niña! —exclama una clienta mientras Estela le depila un pelo del entrecejo antes de proseguir con el maquillaje.

—Perdón… Intentaré ser más cuidadosa —responde la chica, apurada—. Cierre de nuevo los ojos, por favor.

—Eres nueva, ¿no?

—Sí. —Estela deja las pinzas y prosigue con la sombra de ojos.

—¿Y a qué te gustaría dedicarte?

—¿Cómo?

—Ay, niña, eres un poco manazas. Te pareces a mí cuando era joven. —Estela permanece callada e intenta ser más suave—. ¿Te gusta este trabajo?

—Bueno… —responde, sin saber qué decir.

—¿A qué te quieres dedicar?

—Quiero ser actriz.

—Me recuerdas tanto a mí… Yo quería ser cantante, y al final me casé.

La mujer se ríe, y la secundan tres amigas que han oído el comentario.

—¿Y qué tal le fue? —pregunta Estela.

—Pues ya ves. A cantar no me he dedicado, pero ¡cumplo cincuenta años de casada! —Estela se queda muda. No sabe qué decir. Por suerte, una mujer de la peluquería grita: «¡VIVA LA NOVIA!», y todas las clientas aplauden sonrientes. Estela se deja llevar y también aplaude sonriente. Es entonces cuando su jefa se acerca a ella y le grita:

—¡¿Qué has hecho?! —No puede creer cómo ha maquillado a la señora.

—¿Qué pasa? —pregunta la mujer mientras mira a través del espejo.

Estela se ha dejado llevar y ha maquillado a la clienta con colores muy llamativos. A ella le gusta, pero es evidente que ha metido la pata. El mundo se le cae encima. «¡Tierra, trágame!», piensa la Princess. No se lo piensa dos veces: huye desesperada de la peluquería antes de que su jefa empiece a gritar y la despida.

Una hora más tarde, en casa de Silvia

La chica ha ordenado los deberes de la universidad y está pasando a limpio unos apuntes de derecho mercantil. La verdad es que se está obligando a hacer algo para distraerse. Recibe una llamada inesperada de Skype. ¡Es Bea! Hace tiempo que se fue a viajar por el mundo, y las Princess le han perdido la pista. Tal vez sea lo que Silvia estaba necesitando.

—¡¡¡SILVIA!!! ¿CÓMO ESTÁS? —Bea aparece preciosa. Está morena, tiene los dientes superblancos y lleva un biquini rosa. Da la impresión de que está en un país cálido.

—Espera, que no te veo… ¡AHORA! ¡HOLA! ¿Cómo te va? ¡Por aquí te echamos de menos! —Silvia se siente aliviada. Ver a su amiga es todo un regalo para ella; sobre todo, en un día tan triste.

—¡Bien muy…! ¡MUY BIEN! No tengo mucho tiempo, pero… ¡ADIVINA! ¿DÓNDE ESTOY?

—No sé… Dímelo tú.

A Silvia no deja de maravillarle su amiga. Daría lo que fuera por estar en su lugar.

—En ¡Bangkok! Llegamos ayer de la India y hace mucho calor. ¡Y nos ha pasado de todo!

—¿Y estás bien? —pregunta Silvia.

—Bien es poco, Silvia. ¡Este viaje está siendo mágico! Todo el mundo debería tener un año sabático. Si no tienes claro qué quieres ser de mayor, lo mejor es no hacer nada.

—¿Y Toni? ¿Cómo está Toni?

—¡Para comérselo! ¡Estoy tan enamorada! El otro día fue increíble. Estábamos viajando en un tren que iba hacia Delhi. El atardecer era de ensueño y el tren se paró en medio de la nada. Las vistas eran espectaculares y él me cogió la mano y…

—¡¿Te ha pedido que te cases con él?!

—¡Qué va! —se ríe Bea—. Pero es todo tan romántico…

—¡Qué bien, Bea! Me alegro muchísimo por ti —susurra Silvia.

—¿Y qué tal por allí? —pregunta la viajera, sonriente.

—Bien… Ejem… Bien… —A Silvia se le saltan las lágrimas cuando la conexión se interrumpe.

—¡No te veo, Silvia! ¿Me oyes? —La imagen se ha perdido y Silvia aprovecha para enjugarse las lágrimas—. Allí no hay buena conexión.

—No te preocupes, Bea. Oye, antes que se corte: esta tarde tenemos una RPU urgente.

—¿A qué hora?

—Conéctate a las cuatro, ¿de acuerdo?

—Bueno, vale, lo intentaré. Piensa que aquí son cinco horas más, pero Bangkok nunca duerme. ¿Va todo bien?

A Silvia se le hace un nudo en la garganta.

—Sí… Bueno… Ya te lo contaré, ¿vale?

—De acuerdo. Buscaré un sitio donde la conexión vaya mejor. Ahora tengo que irme. Toni me está esperando para comer. ¡Un besote, Silvia!

La conexión se corta antes de que Silvia pueda decir nada. De todos modos no sabe si habría podido despedirse de su amiga porque rompe a llorar de nuevo. Silvia no se merece nada de lo que le está pasando.