Odio cómo me hablas, y también tu aspecto. No soporto que conduzcas mi coche ni que me mires así. Aborrezco esas botas que llevas, y que me leas el pensamiento. Me repugna tanto lo que siento que hasta me salen las rimas. Odio, odio que me mientas, y que tengas razón. Odio que alegres mi corazón. Pero odio aún más que me hagas llorar. Odio no tenerte cerca y que no me hayas llamado. Pero sobre todo, odio no poder odiarte, porque no te odio, ni siquiera un poco. Nada en absoluto.
Diez razones para odiarte, de GIL JUNGER
Sábado por la mañana, en casa de Estela
Marcos se ha presentado en casa de su chica con unos cruasanes antes de entrar a trabajar. Le apetece estar un poco con Estela, porque la noticia de que se marchaba a Argentina lo dejó muy tocado. Desde que recibió la noticia tiene la sensación de que está muy lejos desde hace mucho tiempo.
La madre de Estela le ha abierto la puerta, y Marcos ha entrado en su cuarto cuando aún estaba dormida. La ha despertado con cosquillas y, aunque primero se ha puesto de mal humor, la Princess ha acabado riéndose a carcajadas.
—¿Y esta sorpresa? —le pregunta Estela cuando descubre el desayuno.
—Cruasanes de chocolate. Sé que te gustan —escurre el bulto Marcos.
—Sí, ya sé que me gustan. Me refiero a lo de venir a casa y despertarme… ¿No tienes que ir a trabajar?
—Sí, me quedan diez minutos —sonríe él.
Estela ve en sus ojos que algo no anda bien. Marcos sólo habla claro cuando está cantando. En la vida real prefiere actuar, y si está en su casa y la ha despertado es por algo.
—Dime… —Estela le intenta tirar de la lengua, pero Marcos sigue sin decir nada—. Es lo de Argentina, ¿verdad que sí?
—Sí —responde Marcos en voz baja.
—¿Quieres venirte conmigo? —le pregunta Estela sin tapujos.
Marcos calla durante un momento.
—No sé… ¿Tú quieres?
Estela no se esperaba esa pregunta, y ahora es ella la que tarda en responder:
—No sé. Tampoco.
En este instante se abre un abismo entre la pareja. Los minutos pasan en un silencio implacable. Es como si les costara encontrar las palabras con las que decir lo que sienten. Estela mira el reloj. Sabe que a su chico se le está acabando el tiempo, pero su silencio no es un silencio cualquiera. Debe averiguar lo que piensa antes de que se vaya y quedarse con las dudas.
—Dime algo, Marcos. Por favor.
El chico cierra los ojos y dice:
—Creo que yo no quiero ir. —Era lo que le decía el corazón, y no se lo ha pensado dos veces—. Me gusta la vida que llevo aquí y ahora.
—Lo sé… No te preocupes —dice Estela, triste.
—No es fácil tomar esta decisión.
—Tampoco lo fue para mí la de irme a Argentina y dejar aquí a mi madre…
—¿Y yo, qué?
La pregunta del chico abre otro silencio interminable. Y Marcos debería haber salido hacia la tienda de música hace más de cinco minutos.
—Tienes que irte —comenta Estela.
—No. El trabajo puede esperar. No me puedo ir así —sentencia el chico, sentado en su cama.
—Te quiero mucho, Marcos. Para mí, esta experiencia de Argentina supone cumplir mi sueño. Eso ya lo sabes. Y quiero vivir esta experiencia yo sola. No quiero dejar nada atrás, ni tener que pensar en nada, ni preocuparme de nada que no sea conseguir eso… —susurra Estela.
Marcos se acerca a ella y la abraza.
—Entonces… —dice Estela, enganchada a su hombro.
—Entonces.
Marcos y Estela están presenciando lo que se llama una ruptura por amor verdadero. Esta clase de rupturas se da cuando los amantes no pueden dejar de quererse, pero por circunstancias de la vida les es imposible continuar con su amor. Es un corte muy extraño, porque ambos se llevarán un grato recuerdo de la relación, sin rencores ni traiciones. Nunca sabrán lo que habría pasado de no haberse separado.
A partir de hoy, Estela y Marcos deberán vivir con esta sensación durante el resto de sus vidas. Cada vez que se recuerden en el futuro, sólo podrán sonreír y revivir con alegría los mejores momentos que han pasado juntos. No obstante, el presente es doloroso.
Marcos y Estela lloran juntos. Él decide llamar al trabajo pretextando una enfermedad. No le cuesta mucho poner voz de enfermo. Ha llorado tanto que su voz ya está rasgada.
Los chicos se pasan la mañana en la cama. Hablando y en silencio. A decir verdad, aún no se creen que hayan cortado. De hecho, no lo parece en absoluto. Las rupturas por amor verdadero no parecen rupturas. Entre las sábanas, deciden atesorar este sentimiento hasta que Estela coja el avión con destino a Argentina. Ese será el momento definitivo, el adiós para siempre.
Los dos están de acuerdo en que para amar a alguien, para que perdure el amor, también hay que dejarlo ir. Estela se marchará a Argentina para conquistar su sueño de ser actriz, y Marcos se quedará construyendo el suyo de ser músico. Y gracias a ese respeto por los sueños del otro, el cariño que se profesan seguirá intacto.
Estela y Marcos viven esta situación como si fuera algo extraño, ya que los dos están acostumbrados a ver películas en las que las parejas cortan y se odian. En la vida real sucede otro tanto, pero en su caso es distinto. ¡Se quieren más!
Este es el gran misterio del amor verdadero: cuando dejas a la persona a quien más quieres, se da la paradoja de que sólo puedes desearle lo mejor. El cariño es entonces tan grande que sobrepasa incluso tu propia persona y todo lo que hayas podido vivir con ella. Esos «te quiero» y esos «te amo», que parecían eternos en su momento, no se irán a la basura, ni quedarán sumidos en el olvido, sino que se irán a un arca más grande e inabarcable que la cajita de los remordimientos. Todo eso se va al corazón en forma de combustible inacabable. Sin duda, el combustible que da sentido a las vidas de la gente.
Por la tarde, en El Mundo de los Sueños
Faltan menos de diez minutos para que la tienda cierre las puertas al público. Ha sido una tarde muy activa, y Valeria no ha parado. Merece la pena trabajar en días como estos, aunque sea sábado. Pero lo mejor aún no ha llegado.
Son las ocho en punto. Valeria se acerca a la puerta para echar el cerrojo, y entonces aparece Damián, que con sus ojitos y una sonrisa le pide entrar. Ha acudido puntual a su cita.
El otro día, en la radio, después de descubrir que él era su escritor favorito, desayunaron juntos en el bar Manolo y hablaron largo y tendido hasta las diez de la mañana. Cuando él la acompañó hasta la puerta de su casa la besó con ternura. Fue uno de esos besos que te dejan con un sabor de boca tan dulce que quieres volver a probar. Como si sus labios estuvieran hechos de moras silvestres, sabrosas y maduras.
Al ver a Damián, Valeria ha sentido como si le recorriera la espalda una corriente eléctrica de esas que te ponen los pelos de punta. A continuación le ha dejado entrar con amabilidad. Damián se ha acercado a ella lo suficiente como para darle un beso, pero al final no se ha atrevido. Valeria ha actuado como si no hubiera pasado nada, y ha empezado a ordenar el mostrador.
—Pasaba por aquí, y he pensado…
—¿Que te apetecía comprar otro de tus libros para regalármelo? —le sonríe Valeria.
—Más bien pensaba en escribir un libro para ti. Un libro del que sólo hubiera una copia. Entonces te lo regalaría.
—Ese libro costaría mucho dinero… —le sigue el juego Valeria.
—Tanto que no habría suficiente dinero para pagarlo —dice él, hojeando uno de los libros expuestos.
A Valeria se le suben los colores, y entra con la directa pero bromeando.
—¿Y has venido a verme a mí o a hacerte el chulo como en los anuncios de colonia?
—Nunca se me ha dado bien ligar. Quizá por eso lo escribo, ya lo sabes —se excusa él.
—Pues que sepas que conmigo lo estás haciendo la mar de bien.
Valeria se acerca a Damián y repiten el beso que se dieron en el portal.
—Nadie me había besado nunca delante de mis libros —dice él tímidamente.
—¡Por fin sale tu ego de escritor! —Valeria se ríe entre sus brazos y vuelve a besarlo.
—¿Te apetece un helado? —propone el chico—. ¡Te invito!
Valeria pone cara de extrañeza.
—¿Un helado? Pero ¡si estamos en invierno!
—Ya… Pero después de este beso tengo un calor…
Los dos se ríen. Valeria coge el abrigo. La idea le ha parecido genial.
A continuación la pareja sale de la tienda. Intentan decidir en qué heladería se tomarán su helado invernal. No tardan mucho en ponerse de acuerdo. Irán a una heladería en el centro, donde también hacen gofres y churros con chocolate caliente. Aunque hace mucho frío y tienen una oferta infinita de tomar algo dulce y empalagoso, los dos se obstinan en pedir un helado. Valeria elige un cucurucho de limón, y Damián, uno de nata.
Los dos pasean con los helados en la mano, buscando un sitio para degustarlos. La imagen es cómica, porque se dan cuenta de que todo el mundo va muy abrigado y son los únicos que están tomando helados en invierno. Entonces se sientan en un banco. Valeria le deja probar su helado y Damián hace lo mismo.
—Te parecerá una tontería, pero se me acaba de ocurrir que tú y yo somos como estos helados —dice Valeria mientras le da un lametón al suyo.
—A ver, dime. Me encantan las tonterías.
—Los dos somos dulces. —Valeria le sonríe.
—¡Y nos encanta el invierno porque no nos derretimos!
—¡Así se habla! —exclama Valeria.
—¿Y te has dado cuenta de una cosa? —pregunta él cariñosamente.
—¿Qué?
—Tu helado es de limón y el mío de nata. Ambos son blancos. ¿Podría tratarse de una señal? —Valeria suelta una carcajada, y Damián añade—: ¡Eso sí que es una tontería!
—No, no lo es… —Valeria se ríe y se acerca cada vez más a él—. Ya sabes: blanco, nieve, invierno, helado… ¡Todo cobra sentido!
Y entonces el banco donde se han sentado se convierte en testigo de algo superbonito que ha surgido entre los dos.
Pero no olvidemos que la pareja está en la calle.
En ese momento, Marcos y Estela también están saliendo a dar una vuelta por el centro y pasan justo delante de ellos. Estela no puede evitar saludar.
—¿Ariel? —Le ha salido el nombre que le han dado las Princess.
Esta no se da por aludida, porque no está acostumbrada a que la llamen así, pero Damián, que ve a Estela plantada delante de ellos y la ha oído, deshace el beso a toda prisa. Valeria ve entonces a su amiga, le lanza una sonrisa, se levanta y se acerca a ella para darle un abrazo.
—Te presento a Damián —dice Valeria con amabilidad.
—Él es Marcos.
Los cuatro comparten el instante de presentaciones. Las chicas se miran. Les brillan los ojos. Si no fuera porque están con ellos, Valeria le contaría a Estela que se encuentra muy a gusto con Damián, que es el primer helado que comen juntos y que está algo nerviosa porque está improvisando y no sabe cómo acabará la noche. Por otro lado, Estela le comentaría qué raro es sentir que lo estás dejando con alguien de quien no te puedes despegar. Pero las dos están acompañadas, así que sólo pueden mirarse, y esperar que el brillo de los ojos les cuente todo lo que les gustaría decirse.
Las dos Princess se dedican una gran sonrisa con la que celebran el haberse encontrado, porque por fin Valeria le ha puesto cara a Marcos, y Estela a Damián. Y así, felices por el encuentro, se despiden.
Al cabo de unos segundos, Damián le hace una pregunta a quien espera que sea ya su chica:
—¿Te llamas Ariel?
Ella se ríe:
—Estás hablando con una auténtica Princess. Mucho gusto. Me llamo Ariel.
Valeria le da la mano para que el chico la bese con mucha elegancia.
—Encantado. Yo me llamo Diego de Noche —le sigue él el juego.
—¿Tiene usted nombre de planta? —pregunta Valeria.
—¿Y usted tiene el mismo nombre que un personaje de dibujos animados de Disney?
La pareja ríe. Están viviendo el primer estadio del amor, en el que la cosa más absurda te hace gracia, todos los detalles importan, y cualquier cosa que hagas no hace sino aumentar tus ganas de compartir lo que sientes. Es el período en el que los amantes pueden hablar de sí mismos con un gran cariño porque nada es más importante que su amor.
—Dime la verdad. ¿En qué momento te fijaste en mí por primera vez? —pregunta Valeria, acercándose a él con cariño.
—No te lo voy a decir —le sonríe el chico—, porque me tomarías por loco.
Valeria le da un golpecito en el hombro.
—Déjate de secretos y cuéntame.
—Está bien. Tú lo has querido. ¿Estás preparada? Es que lo que te voy a decir es muy fuerte…
—¡Que sí! —exclama la chica, impaciente.
—Es que no sé si decírtelo porque me vas a tomar por loco, y ya me veo en el banco solo, y tú corriendo atemorizada de camino a casa… —Damián intenta crear suspense.
—¡DILO!
—¿Segura? —El chico le devuelve la sonrisa.
—¡QUE SÍ! —grita Valeria.
—¿Estás segura, segurísima, segura?
—Damián… ¡Para ya! —Valeria se muestra coqueta.
—Está bien. Lo que vas a escuchar ahora te parecerá muy poco romántico, puede que incluso algo sencillo y burdo…
Valeria frunce el ceño. Está claro que él le está dando coba.
—Oye, que si no me lo quieres contar no pasa nada. Para mí es mucho más fácil de explicar: te vi en la tienda y me fijé en ti desde el primer instante. Después, cuando comprabas tus libros, empecé a sentirme nerviosa. Te acercabas al mostrador, tan tímido, y yo no sabía qué decirte. Es como si me gustaras desde el principio…, no sé…, ¡hasta hoy!
La chica se ríe porque no se puede expresar mejor.
Entonces Damián se pone algo más serio y la mira fijamente y le dice:
—Yo te vi y lo supe. Así de sencillo. No me preguntes por qué entré en la tienda. De hecho sólo entré para echar una hojeada. El nombre de la tienda me gustó, y pensé que me daría ideas para escribir. Entonces hubo un momento en que intercambiamos las miradas. Es normal que no lo recuerdes, porque estabas atendiendo a otro cliente. Ese día me fui a mi casa y me sorprendí escribiendo en mi agenda que te había visto. Así, tal y como oyes. Al día siguiente sentí el impulso irrefrenable de volver a la tienda. Por eso me quedaba delante de la estantería de libros sin hacer apenas nada. Te estaba escuchando, porque quería conocerte, pero no sabía cómo acercarme a ti.
—Hasta que un día me quisiste regalar un libro tuyo —añade Valeria.
—¡Exacto! Pensarás que estoy loco, ¿verdad?
La chica responde a la inseguridad del chico con un beso directo, con sabor a limón. Se abrazan fuerte, como si de una despedida se tratase. La única diferencia es que se trata del comienzo, no del final.
Son las nueve y cuarenta y siete de la noche del sábado. Hoy el mundo suma dos corazones más en su libro de registros del amor, y la luna es su único testigo.