Un amor se olvida en dos días; un amor grande, en dos semanas…, pero un amor enorme…, un amor enorme te cambia la vida.
El chico de tu vida, de ROBERT LUKETIC
Por la mañana, en casa de Marcos
Dicen que la suerte no hay que buscarla: es ella la que te debe encontrar a ti. Marcos ha recibido una llamada a eso de las diez de la mañana. Era de la tienda de música. Le han dicho que se acerque lo antes posible para mostrarle cómo funciona la tienda y hablar de las condiciones laborales. ¡Le han dado el trabajo! Eso quiere decir que ya no tendrá que preocuparse por el alquiler. Ahora, cuando toque en la calle, ¡será porque realmente le apetece! ¡Eso hay que celebrarlo!
En cuanto ha recibido la noticia, el chico se ha puesto a tocar la guitarra. Ha escrito unos pequeños versos en tono roquero:
Hoy tengo suerte, no sólo de tenerte.
Hoy tengo suerte, el martes me sonríe.
Hoy tengo suerte porque me la gané.
Hoy tengo suerte y reparto suerte…
¡Cómo mola levantarte un martes y que te den trabajo antes de la hora del desayuno! El chico canturrea los versos y se ríe de sí mismo: son malísimos. Pero está tan emocionado que le da igual. ¡Tiene que contárselo a alguien! Coge el teléfono, presa de la excitación, y llama a Estela.
—¡Buenos días! —dice Marcos con alegría.
—¡Buenos días! Te noto muy contento.
—¡Es que lo estoy! ¡Tengo algo que contarte!
—Dime.
—¡Es una sorpresa! Prefiero contártelo en persona.
—Yo también tengo algo que contarte —dice su chica en un tono más serio.
—¿Pasa algo?
—Bueno, también es una sorpresa.
—¿Te parece si quedamos en el Piccolino y… nos «sorprendemos»?
La pareja queda sobre las doce. Marcos está entusiasmado, se viste a toda prisa con su camisa negra favorita, su vieja chaqueta y su sombrero de la suerte. Una vez haya salido de la tienda, quiere ser el primero en llegar y sorprender a Estela tocando la guitarra en la terraza del Piccolino.
En el bar de la Facultad de Derecho
Silvia está desayunando con Laura y María. Laura ha sacado una hoja en blanco para calificar a todos los chicos que hay en el bar. Como no saben sus nombres les van poniendo motes graciosos y los van puntuando del uno al diez.
Justin Bieber 9
Michael Jackson 7
Superman 10
Snoopy 5
Las chicas se ríen de los motes y de las puntuaciones. Silvia se mantiene un poco al margen, porque le parece frívolo, aunque no ha podido evitar reírse con el mote de Snoopy.
—Por fin sonríes un poco, hija —le dice Laura.
—No es que no me guste este juego, es que…
—¿Estás triste otra vez? —la interrumpe Laura.
—Estoy algo inquieta —se disculpa Silvia—, y creo que Snoopy se merece por lo menos un diez.
—¿Un diez? ¿Por? —pregunta María.
—Porque aunque no sea el chico más guapo, por lo menos es el que nos ha hecho reír más —contesta Silvia.
—Muy bien… De acuerdo —accede Laura—. ¿Qué te pasa hoy?
—¿Por qué lo dices? —se sorprende Silvia.
—Venga, cuenta —añade María—, que para eso estamos.
Las dos amigas miran a Silvia esperando que les dé una respuesta convincente.
—Estoy pensando en ir a casa de Sergio…
—Pero ¿no habíais vuelto? —pregunta María.
—No, no. Cortamos.
Silvia no puede contener el llanto.
—Entonces, ¿estás pensando en volver con él? —pregunta Laura mientras la coge de la mano.
—Estoy pensando en volver a mi casa y quiero hacer la mudanza. Pero ¡no sé cómo!
A Silvia se la nota preocupada.
—Yo lo haría rápido. Estas cosas es mejor hacerlas cuanto antes —le aconseja Laura.
—Ya. —Silvia extrae el móvil del bolsillo—. Voy a avisar a mis amigas.
—¿Quieres que te echemos una mano? —se ofrece María acariciándole el hombro.
Silvia niega con un gesto. Sabe que las Princess la apoyarán. Crea un grupo en WhatsApp y lo llama Mudanza. Invita a todas las Princess para poner punto y final a su relación con Sergio.
Chicas, me he decidido. El domingo corté con Sergio definitivamente. Estoy bien… Quiero hacer la mudanza hoy. ¿Quedamos a las ocho de la tarde enfrente de su casa? Necesito vuestra ayuda.
En la terraza del bar Piccolino
Marcos corre de la tienda al bar. Va dando saltitos, como si de un duende se tratara. Le han ofrecido un contrato a media jornada todas las mañanas de lunes a sábado. Le van a pagar lo suficiente como para liquidar el alquiler y costearse la escuela de música. El chico se siente radiante y lleno de energía, y capaz de hacer todo lo que se le ponga por delante. Su vida va tomando forma poco a poco. Cuando Estela se entere, seguro que se va a alegrar un montón.
Llega a la terraza del Piccolino. Elige la mesa más próxima a la estufa exterior. Se toma su tiempo para desenfundar la guitarra, pero entonces ve a su princesa, que se acerca. Marcos se pone las pilas y se coloca el instrumento y empieza a tocar unos acordes improvisados, para darle una sorpresa. Estela llega y le sonríe. Aunque parezca mentira, está acostumbrada a que su chico le haga este tipo de cosas.
—¡Buenos días! ¿Has pedido ya? —pregunta ella mientras deja el bolso en la silla y su chico continúa improvisando.
Marcos le responde cantando:
—No, no he pedido porque te quería pedir un beso a ti…
—Venga, en serio. ¿Has pedido o voy yo? —pregunta Estela mientras señala la puerta del Piccolino.
—No, no he pedido. —Marcos deja de cantar. Está un poco molesto. Estela se ha sentado sin más preámbulos—. Oye, un beso por lo menos, ¿no?
Olvidarte de darle un beso a tu chico cuando has quedado con él no es delito, pero puede ser el preludio de una muerte anunciada. Al menos, esa impresión le da a Marcos cuando Estela rectifica y le da un beso rápido en los labios.
—¿Estás bien? —le pregunta, dejando la guitarra de lado.
—Sí, sí. Estoy un poco nerviosa. Eso es todo. —Estela le ofrece una media sonrisa—. Cuéntame, ¿cuál es la sorpresa?
—Empieza tú, anda… También tienes una, ¿no?
—Sí —responde Estela, con timidez—. Pero primero tú.
—No, tú —dice Marcos, haciendo el payasete. Al ver que su chica no le sigue el juego, añade—: ¿Lo decimos los dos a la vez?
—¿Cómo?
—Pues eso, tú dices tu sorpresa en una frase y yo la mía. Empiezo la cuenta atrás, ¿sí?
Estela suspira.
—De acuerdo.
—A la de tres: una, dos, y… ¡tres!
La pareja toma aire, pero ninguno de los dos dice nada. Rompen a reír.
—¡Eso no vale! —exclama Marcos.
—En serio, déjate de juegos y dime.
El chico no puede aguantar más y exclama:
—¡Me han dado trabajo en la tienda de música!
—¿La que tanto te gusta?
—¡Sí! Justo ahora vengo de ahí.
Estela le da un fuerte abrazo, y a continuación el chico le resume cómo consiguió el trabajo y cómo ha sido el primer contacto con la tienda.
—Ahora te toca a ti… —observa Marcos, cambiando de tema.
La Princess se toma su tiempo y dice:
—¿Te acuerdas del papel de la serie que te conté?
—Sí, cómo no… —responde Marcos, un poco celoso.
—Pues es en Argentina.
Marcos no sabe dónde meterse.
—¿Qué quiere decir Argentina?
—Pues que me voy a Argentina, Marcos. —Estela mira fijamente a su chico.
—Pero tu papel es corto… Quiero decir que estarás un mes allí como mucho, ¿no?
—No lo sé, pero creo que va para largo. —Estela espera a que Marcos termine de asimilar la noticia—. No te lo he dicho, porque ni yo misma me lo creo. Esta es mi sorpresa: me voy a Argentina.
—Llévame contigo. —A Marcos le acaba de dar un vuelco el corazón.
—¿Y tu trabajo? ¿Y la escuela? ¿Y qué pasaría con tu nuevo piso? ¿Lo dejarías por mí?
Ocho de la tarde, frente al portal de Sergio
Con tres bolsas grandes dentro de una maleta trolley gigante puede que no le alcance para llevarse toda la ropa y algunos libros. Ana y Estela le han dicho que llevarán algunas mochilas o maletas para ayudarla.
Silvia está nerviosa e impaciente, porque las Princess aún no han llegado y ella quiere acabar cuanto antes.
La primera en llegar es Estela, que lleva consigo una maleta supergrande. Justo después ven llegar a Ana, que lleva unos cartones de esos que se convierten en cajas.
—¿Cómo estás? —le pregunta Estela a Silvia.
—Pues ya ves. Aquí… Nunca pensé que haría esto —solloza Silvia.
Ana acaba de llegar y deja los cartones en el suelo.
—He traído estas cajas. Espero que sirvan. Te he enviado algunos mensajes. ¿Estás bien?
—Lamento no haberos contestado —se disculpa Silvia abrazando a sus amigas.
—No te preocupes, mi niña, que todo va a ir bien —la consuela Ana.
De pronto se oye una bocina en mitad de la calle y una voz que sale del interior de una furgoneta de color lila.
—¡Valeriamóvil al rescate!
Silvia no da crédito a lo que ven sus ojos. ¡Ha acudido Valeria! La chica baja de su vehículo a toda prisa. Se acerca a Silvia y le da dos besos.
—Cuando me lo ha dicho Ana no he dudado ni un segundo en venir. ¿Cómo pensabas hacer la mudanza, en taxi?
Silvia sonríe.
—Ya, pero después de lo que ha pasado, no quería…
—No voy a subir. Sólo me encargaré de llevarlo todo hasta tu casa. No te preocupes. Estamos aquí para ayudarte.
—¿Lo sabe tu madre? —pregunta Estela.
—Sí. Cómo no. Os tengo a todas pendientes de mí, ¿eh?
Las tres amigas le dan a la Princess un intenso abrazo, como para darle las energías que le faltan para dar el último paso.
—¿Qué hago? ¿Llamo o entro? Tengo la llave —se pregunta Silvia.
—¿Está en casa? —inquiere Valeria.
—Pues no lo sé. —Silvia aprieta el botón del interfono. Todas las chicas esperan una respuesta, pero no contesta nadie—. ¡Qué raro! Como mínimo, debería estar Manu…
—Mejor —comenta Estela—. Abre y te ayudamos.
Las Princess se pasan la siguiente media hora en el piso de Sergio. Empiezan a llenar las bolsas y las maletas. Estela se encarga de la ropa, Ana de los libros y Silvia de otros objetos, como las fotos, los productos de cosmética y el ordenador portátil.
—Espero no coger ningún libro suyo… —comenta Ana.
—Si tienes alguna duda, me lo preguntas, ¿vale? —dice Silvia desde el baño.
Mientras Valeria espera fuera del coche, le llega un mensaje de texto de Damián:
He leído tu relato. ¿Te apetece quedar para tomar algo y escuchar mi opinión de por qué me ha gustado?
La chica mira el cielo con una enorme sonrisa. Escribió ese relato hace mucho tiempo. No se lo ha dado a nadie, porque creía que era una tontería.
—¿Me puedes abrir?
Ana acaba de llegar con la primera caja de libros y ve a Valeria mirando las nubes.
—¿Eh? Sí, perdona.
Valeria abre el capó.
—Te brillan los ojos… ¿Estabas chateando en Badoo o qué? —observa Ana mientras coloca la caja.
—¿Te acuerdas del chico misterioso?
—Sí.
—Pues el otro día quedé con él para cenar. Se llama Damián, le encanta leer tanto como a mí y me acaba de enviar un mensaje.
—Está enamorado —sentencia Ana, y regresa hacia la portería.
Valeria se queda pasmada. ¿Tendrá razón Ana? Vuelve a sonreír y mira el móvil con la intención de responderle.
—Déjate de mensajitos y ayúdame. —Esta vez es Estela, que carga una gran maleta repleta de ropa. La pone directamente dentro del coche—. Ana me acaba de decir que estás enamorada del chico misterioso.
—¡Se llama Damián! —le grita Valeria a Estela, que está entrando en la portería.
En casa de Sergio, Silvia está terminando de hacer algunas maletas y comprobando que no se olvida de nada. Los armarios están vacíos, así como las estanterías de la habitación. La Princess se da cuenta del hueco irreparable que dejará tras de sí. Sólo queda una foto que la muestra besándose con Sergio en la playa el verano pasado. Es la única prueba de que ella ha estado allí. Cuando cierra la última maleta le caen dos lagrimones. Ana se le acerca por detrás y le da un abrazo para consolarla. Estela observa la escena y ayuda a su amiga a cerrar la maleta. Las Princess saben que es un momento difícil, pero no tienen ni idea de que lo más duro está por llegar. Sergio y Manu suben por el ascensor. Valeria no ha podido avisar a las chicas, porque estaba escribiéndose con Damián y no los ha visto llegar.
—¿Hola? —pregunta Manu al ver la puerta abierta.
—¿Hay alguien? —lo secunda Sergio, entrando en el piso.
Las Princess se ponen en estado de alerta.
—¿Qué hacemos? —se alarma Ana.
—¿Qué dices, Silvia? —pregunta Estela.
—Marchaos. Ahora vuelvo. Supongo que tengo que hablar con él.
En ese momento, Sergio entra en la habitación y ve a las tres amigas. Mira la maleta y suspira.
—Hola… —dice Sergio mientras se acerca—. Si me hubieras avisado, te habríamos echado una mano.
—No, no hace falta —responde Silvia.
—Silvia, por favor. Déjame que te ayude —le suplica Sergio mirándola fijamente a los ojos.
El aire de la habitación se vuelve espeso. La situación es muy extraña. Cualquier otro ex habría montado un escándalo, o se habría mantenido al margen, pero Sergio no. Cogen la última maleta, dispuestos a bajarla. Ana y Estela suben al ascensor. Silvia y Sergio se quedan esperando.
El tiempo se les hace eterno, y cuando por fin llega el ascensor, les resulta imposible no mirarse.
—Supongo que ya está —comenta Sergio.
—Sí, ya está… —responde Silvia—. Gracias por ayudarme. Lo siento si no te he llamado para avisarte.
—Da igual. Lo entiendo. Ahora venía con Manu de dar una vuelta. Hemos estado hablando de lo sucedido, y él también se siente un poco mal… Ya sabes.
—Claro. Pero ya está hecho. —Silvia guarda silencio por unos instantes y añade—: Ya no quiero hablar de eso, ¿vale?
—Claro. ¿Adónde vas a ir?
—A casa de mis padres.
—¿Te podré llamar?
En ese momento, el ascensor se detiene y las puertas se abren. Silvia le contesta con un beso en la mejilla, coge la maleta de la mano de quien ha sido su primer amor y se encamina hacia la furgoneta de Valeria. Cuando abre la puerta del copiloto mira hacia atrás en un acto instintivo. No hay nadie en el portal. Sergio ya no está.