Capítulo 25

¿Sabe? Un corazón puede estar roto, pero, aun así, sigue latiendo.

Tomates verdes fritos, de JON AVNET

El lunes siguiente

Aunque el sábado por la mañana se sentía animada a pesar del dolor de cabeza, al final la resaca pudo con ella, y Ana se ha pasado el resto del fin de semana tirada en el sofá viendo la tele. No le gusta nada perder el tiempo de esta forma, pero por vaguear un poco de vez en cuando no se va a acabar el mundo. Llega a la radio muy cansada. «¡Y sólo es lunes!», se dice a sí misma sorprendida por su cansancio. Le espera una larga noche, y piensa que hoy es uno de esos días en los que es mejor llegar cinco minutos tarde pero con un café bien cargado en el cuerpo. Ella es más de tés y de poleos, pero hoy necesita algo fuerte para aguantar. Entra en el Bar Manolo, y va directa hacia la mesa del rincón. De pronto oye una voz que proviene de la otra punta:

—¡Nena, estoy aquí! —grita José, el chico de seguridad, a quien le quedan diez minutos para empezar turno.

—¡Hola! —contesta Ana mientras se acerca a su mesa—. ¿Qué tal?

—Aquí, haciendo tiempo y relajándome un poco antes de entrar. ¿Cómo va todo?

—¡Buf! Hoy tengo un muermo encima… ¡Estoy hecha polvo! —Se quita la chaqueta y se sienta a su lado—. Llevo todo el finde tirada en el sofá sin hacer nada. Y cuantas menos cosas hago, más cansada estoy. ¿A ti no te pasa? Cuanto más duermes, más sueño tienes.

—Pues claro que me pasa. Sobre todo cuando salgo un viernes y me monto una juerga que me dura hasta hoy —le suelta José, irónico.

Ana alucina con lo que acaba de oír. ¿Es una indirecta? Porque no es del todo cierto. Sí, bebió un poco más de la cuenta, pero ¿qué son dos gin-tonics comparados con una verdadera juerga? Además, no entiende cómo José puede saber que el viernes salió de marcha.

«Seguro que Lidia tiene algo que ver con esto. ¿No podría tener la boca cerrada?», se pregunta.

—Te lo ha dicho Lidia, ¿no?

—Pues claro. Vive contigo, y parece que todavía no la conozcas. Ha pasado antes por aquí y me lo ha contado todo con pelos y señales. Me ha dicho que… —José le da un sorbo a su café y hace una pausa misteriosa que pone de los nervios a Ana.

—¿Que te ha dicho? —pregunta, intrigada.

—¡Que ligaste! —exclama excitado.

—¿Qué?

—¿Qué pasa? —pregunta José, sorprendido por la reacción de Ana.

—¡Pues que no es verdad! Lidia es una exagerada.

—Entonces… —pregunta José—. ¿Ese chico y tú no os besasteis?

Ana traga saliva. Parece que José sabe más de lo que ella querría. Es cierto que besó a Álex, pero no significó nada. Sólo fue un piquito.

«Maldita Lidia, debió de verlo escondida detrás de la barra», piensa.

—No fue nada… Una vez que me dejo llevar… No significó nada… —se justifica Ana delante de José, como si fuera su novio o su padre.

—Ana, que no pasa nada. A mí no me tienes que dar explicaciones. Es normal que beses a chicos. Eres una chica muy guapa y tienes mucho éxito en el programa. Lo dice todo el mundo. Cualquiera desearía que le besaras.

A José se le suben los colores cuando lo dice.

—¡Tengo que irme! —se apresura Ana, que ni siquiera ha pedido su café.

—No te enfades conmigo, Ana. ¡Ya sabes cómo es Lidia de cotillaaaaaa! —le grita mientras la chica se aleja sin decir nada.

Ana sale corriendo del bar, enfurruñada y deseando de corazón que ese cotilleo haya quedado entre José y Lidia. «Todo el finde en casa con ella, y la tía sin decir ni mu», piensa mientras llama al ascensor con rabia. Con los nervios, le da al segundo piso en lugar del tercero. La chica no se da cuenta hasta que se abre la puerta y ve a los compañeros de informativos que sueltan unas risas muy extrañas al verla. Ana se mira la chaqueta por si estuviera manchada, y luego en el espejo del ascensor por si se ha maquillado mal o le hubiera salido algún grano enorme. Se abre la puerta, esta vez en el piso correcto y, cuando llega a la redacción, ve que no hay nadie. Está totalmente vacía. «Qué día más raro», piensa. Entonces oye unas risas que provienen de la sala de sonido. Supone que deben de estar riéndose de algún corte de audio o del último vídeo de YouTube que se ha bajado el técnico. Abre la puerta sin llamar y se lleva una sorpresa enorme cuando ve a Lidia enseñándole algo a Mario en el ordenador. Ana mira la pantalla sin moverse de la puerta y, cuando observa la foto, se queda sin habla. La peor de sus pesadillas no ha hecho más que empezar.

En el mismo instante, en el parque

Marcos está en el parque, paseando a Atreyu. Mientras arroja piedras al viejo lago, se pregunta cuánta gente habrá hecho eso mismo. Saca su libreta y lo apunta. Tal vez sea una idea para una nueva canción.

¿En qué piensa la gente cuando tira piedras al río?

Unos piden deseos, y otros aprovechan para relajarse y no pensar; Marcos piensa en Estela. No es que tenga celos de Leo, que los tiene, aunque sabe que son totalmente injustificados ahora. Más bien, no soporta la idea de que el profesor vuelva a hacer daño a su chica. Sigue tirando piedras hasta que nota la presencia de Silvia, que acaba de regresar de la uni.

—¿Qué tal, vecina? ¿Cómo lo llevas? —le pregunta mientras arroja una piedra lo más lejos posible.

—Pues no muy bien, la verdad —responde Silvia, que se sienta en el suelo y se apoya en el árbol más cercano.

Marcos no sabe qué hacer con Silvia. No quiere que siga hablando de Sergio, sino que se anime. Por otra parte, Silvia es su amiga y está hecha polvo. Necesita desahogarse. ¿Para qué están los amigos si no? Cuando cortas con alguien, lo mejor es que no vuelvas a verlo ni a hablar con nadie del tema. Pero eso es muy difícil, por no decir que imposible. Silvia no es tan drástica, Sergio no es mal chico y realmente han estado enamorados. Pero el amor se ha acabado. «¿Adónde ha ido ese amor?», se pregunta Silvia todas las noches, abrazada a su almohada.

Marcos no soporta ver a su amiga en ese estado. Muy a su pesar, decide darle un buen consejo. Se sienta a su lado y le dice:

—Silvia, creo que no levantarás cabeza hasta que te hayas llevado todas tus cosas de casa de Sergio.

—Lo sé —contesta, con la mirada perdida en el lago y sin dejar de acariciar a Atreyu.

—Sabes que las puedes dejar en la portería…

—Lo sé.

—Lo siento si te estoy agobiando —se disculpa Marcos cuando se da cuenta de que su amiga apenas habla—. Pero creo que es lo que debes hacer.

—Lo pensaré —contesta—. ¿Y tú qué tal vas? —pregunta para cambiar de tema.

—Rayado.

—¿Por lo de Estela?

Marcos no contesta. Silvia suspira y se da cuenta de que ahora es a ella a quien le toca animar a su amigo.

—Marcos, no tienes nada que temer. Estela adora su profesión, y lo de Leo es agua pasada. Le hizo mucho daño, pero tienes que entender que es un profesional como la copa de un pino. Para Estela, esta es la oportunidad de su vida. ¡Es su sueño!

—Sí, sí —contesta Marcos, triste—. Si yo me alegro, pero…

—Pero ¿qué?

—A ti te lo puedo contar porque sé que me vas a entender. —Marcos pone su mirada más triste y le confía—: Me gustaría que su sueño fuera yo.

—Marcos, no puedes estar celoso de la vida profesional de Estela —lo reconviene, con un tono muy maternal.

—¡Lo sé, lo sé! ¡Es horrible! —Se levanta y le arroja una pelota a Atreyu para que vaya tras ella—. Me siento fatal, aunque no son celos exactamente, sino otra cosa.

—Sientes que ella avanza y tú no.

—¡Exacto! —exclama, sorprendido por lo bien que Silvia le entiende y le conoce—. Me gustaría que avanzáramos juntos. El año pasado teníamos sueños, y nuestro grupo, e hicimos una maqueta. Siento que todo se está desvaneciendo.

—Sólo estamos creciendo, Marcos. Sólo es eso.

En la radio

Ana se ha quedado sin palabras cuando ha visto lo que le enseñaba Lidia a Mario: una foto que alguien ha colgado en el muro de Facebook del programa, y que la muestra a ELLA… ¡besándose con ÁLEX el viernes por la noche!

Sólo le dio un beso, pero alguien fue lo suficientemente rápido como para hacer la foto, y lo suficientemente mala persona como para colgarla en Internet. Ana se quiere morir, y no sólo porque aspira a ser una gran profesional y no soporta la idea de quedar como una frívola delante de sus fans y de la gente de la radio, sino porque tiene miedo de que Víctor la vea.

—Alguien ligó el viernes, ¿no? —ironiza Lidia mientras se recrea en la cara de pasmo que ha puesto Ana al abrir la puerta y verse en esa foto.

—No me hace ninguna gracia. Ya la estás borrando —contesta Ana furiosa, sin dejar de mirar a la pantalla y sin moverse de la puerta.

—¿Yooo? ¡A mí qué me cuentas, niña! —grita Lidia haciéndose la ofendida—. La única bloguera de éxito que hay aquí eres tú. Ya lo dicen: esto de ser famoso es un rollo. A mí no me pasan estas cosas, como yo no soy nadie… ¿Verdad, Mario?

El técnico no quiere ser cómplice de Lidia y permanece en silencio. Una cosa es reírse de la que ha liado la foto, y otra bien diferente es humillar a la pobre Ana. Si esta tenía alguna duda de que ha sido Lidia quien ha colgado la foto, ahora le ha quedado más que claro.

«No se puede ser más mala —piensa—. ¡Mala y envidiosa!»

—No la vas a quitar, ¿verdad? —pregunta dolida y tratando de no perder los papeles.

—Que te digo que no la he colgado yo —vuelve a mentir. Los ojos de la pobre Ana están inyectados en sangre. Lo único que podría resultarle más humillante que esta escena es ponerse a llorar delante de Lidia. Ana huye de la sala a toda prisa y se esconde en el servicio. Entra, cierra la puerta y se sienta en la taza del váter. Un millón de pensamientos negativos le entran en la cabeza.

«Mierda, mierda, Víctor verá esto y se creerá que tengo novio. O peor aún, ¡pensará que soy una fresca y que me lío con cualquiera! ¡Qué injusto, qué injusto!»

Abre el móvil, entra en Facebook y se tortura viendo la foto otra vez.

«¡Qué vergüenza! ¿Cómo voy a solucionar esto?»

Entonces Ana se da cuenta de que hay cosas en la vida que no tienen solución. Pasan, y punto. Lo que hay que hacer ahora es gestionar bien el problema, pero la pregunta es cómo.

Media hora más tarde, en la redacción

Víctor está haciendo la escaleta del programa y decidiendo temas para la reunión de contenidos que celebrarán más tarde. De repente se da cuenta de que el resto del equipo está más alborotado que de costumbre. Lidia entra corriendo, dando risotadas entre dientes, como si fuera una chiquilla de diez años.

—¿Se puede saber qué os pasa hoy?

—Nada, nada. Tonterías —responde Lidia mientras enciende el ordenador.

—¿Y Ana? ¿Dónde está?

—Ni idea —miente Lidia, y se ríe.

Víctor, que empieza a conocer un poco a su productora, la mira fijamente.

—¿Me podéis contar qué demonios pasa? —pregunta.

Lidia se levanta, se dirige hacia su mesa, le coge de la mano y lo atrae hasta su ordenador, le da la vuelta a la pantalla y le enseña el Facebook del programa.

—¡Esto es lo que pasa! —dice, soltando otra risotada.

—¡Tenemos cuatrocientos treinta y cinco seguidores más! Muy bien. ¿Esto es lo que te hace tanta gracia?

Lidia no se esperaba eso ni por asomo. Al parecer, la foto ha corrido como un reguero de pólvora, y gracias a ello ¡se han multiplicado los amigos de Facebook del programa y los seguidores del Twitter de las Princess!

—¡No! ¡La foto! —le grita Lidia, y se la señala con el dedo.

—¿Qué foto es esta? —pregunta. Sigue sin identificar a la protagonista.

—¡Es Ana morreándose con un chico!

Víctor se queda alucinado mientras ve la foto, como si le pareciera imposible que Ana sea la chica que aparece en ella. No se ríe; más bien lo contrario. Mira a Lidia, que le devuelve la mirada con la cabeza ladeada y una sonrisa maliciosa. Víctor mira a Mario, quien le señala con un gesto el baño de las chicas. El locutor abandona la sala en silencio y se encamina al servicio de mujeres. Entra como si fuera la cosa más normal del mundo. A esas horas, las únicas chicas que hay en esa planta son Lidia y Ana. Va directamente a la puerta cerrada y llama.

—¡Está ocupado!

—Soy Víctor. Sal, que quiero hablar contigo.

A Ana casi le da algo cuando oye la voz de su jefe.

«¿Qué demonios estará haciendo aquí? ¡Dios mío, seguro que ha visto la foto! ¡Nooooo!»

—Ahora no puedo —contesta ella, tratando de ganar tiempo.

—Ana, no me seas cría. No pensarás quedarte encerrada aquí para siempre, ¿no?

Al cabo de unos treinta segundos, Ana abre la puerta. Está sonándose la nariz y sigue con el abrigo puesto.

—Perdona, es que no me encuentro bien —le dice a Víctor.

—Vamos abajo a tomar un café. Quiero hablar contigo.

Minutos más tarde, en el bar

Sentados a la mesa del rincón, Ana permanece en silencio mientras Víctor pide un cortado y un poleo. Ana está aterrorizada. Víctor es el hombre que le gusta, pero también su jefe. ¿Por qué la habrá llevado al bar? ¿Para despedirla? Ana deduce que ha visto la foto. No aguanta más y explota:

—¡No es lo que parece! Si me conocieras, sabrías que odio este tipo de cosas. Salgo poco de marcha… ¡y no bebo nunca!

—Tranquila —le corta Víctor—. No te he traído aquí para echarte la bronca. Sólo quiero saber cómo estás.

Ana se queda descolocadísima. Parece que Víctor se comporta más como un amigo que como un jefe.

—¿De verdad te importa cómo me siento?

—Pues claro. Somos un equipo de cuatro. Si una pieza se cae, todo se derrumba. Y no quiero que te caigas por una tontería.

—¿Te parece una tontería?

—Bueno, no… —se excusa Víctor, consciente de que ha metido la pata—. Quiero decir que, aunque lo consideres importante y lo estés pasando mal, seguro que no es tan importante. Es normal que te beses con chicos o con tu novio. ¿Era tu novio?

—¡Noooo! —responde a toda prisa Ana, que ve una oportunidad de oro para explicarse bien con Víctor y abandonar la imagen de frívola que pueda haberse formado a raíz del incidente—. No me van los rollos, pero desde que corté con mi novio estoy un poco perdida.

«¡Noooo! Pero ¿qué estoy diciendo? “Perdida” suena fatal», se dice Ana a sí misma.

—Te entiendo. No es fácil superar una ruptura. Yo llevo más de tres años sin pareja. Tampoco es fácil volver a enamorarse, volver a confiar y volver a querer.

Ana se alegra de lo que oye. Víctor está disponible, cosa que aún no tenía clara. Es un chico tan misterioso e introvertido y habla tan poco de sí mismo que incluso han llegado a correr rumores de que era homosexual.

—No pasa nada, Ana. Eres joven, y es normal hacer locuras de vez en cuando. Y bueno, si te gusta ese chico…

—¡No me gusta! ¡No me gusta! —le aclara—. Sólo necesitaba que alguien me besara.

Víctor se queda callado y la mira fijamente, sin decir nada. Una media sonrisa se le dibuja en la cara. Una sonrisa que Ana no sabe interpretar demasiado bien, pero que recibe con calidez.

—Bueno, ya basta de confesiones por hoy —le dice Víctor—. Sólo quiero que sepas que estoy de tu lado, y que no todo es malo: hemos ganado un montón de seguidores.

—¿De verdad?

—La gente te quiere, Ana. Aunque Lidia se empeñe en evitarlo. La gente te quiere más de lo que crees.

La Princess respira, aliviada. Ha podido dejar claras las cosas delante de Víctor y, sin decir nada, parece que él se ha dado cuenta de que todo ha sido una artimaña de Lidia.

Horas más tarde, en el aire

Después de aguantar mil horas de risitas y de comentarios en Facebook, la mayoría de ellos positivos, todo hay que decirlo, le toca el turno a la pequeña de las Princess. Le agradece a Víctor que no haya sacado el tema por antena, y a Lidia que no haya filtrado ninguna llamada malintencionada.

«Si alguien tiene que hablar de este tema, soy yo», piensa, mientras se pone los cascos y se coloca bien el micro. Víctor le da paso y ella, sin vacilar, empieza:

Nueva entrada:

Eritrofobia

Para los que no lo sepan, diré que la eritrofobia es una enfermedad que consiste en ponerse rojo sin que uno quiera. Yo la sufro continuamente. Me pongo roja cuando:

Alguien me reconoce por la calle

Me mira el chico que me gusta

Me dicen algo bonito

Me enfado

O si veo mi foto colgada en el muro de Facebook del programa. Saben de lo que les estoy hablando, ¿no?

Esto me ha puesto más que roja. Cuando he visto la foto, por un momento he temido que me fuera a explotar la cabeza.

Todos los presentes en el estudio se ríen. Todos menos Lidia, que está rabiosa por el giro inesperado de los acontecimientos. Los teléfonos no paran de sonar para apoyar a la Princess, y Víctor alucina con la capacidad que ha demostrado Ana para dar la vuelta a las cosas y reírse de sí misma. La escucha con atención mientras ella continúa:

Después de un encierro de media hora en el servicio y de una conversación con una buena persona, he decidido que una tiene que ser responsable de sus actos. He besado a un chico, ¿y qué? Tampoco pasa nada. Esto no debería darme vergüenza. A nadie debería darle vergüenza nada, a menos que haga daño a alguien. Yo no le hice daño a ese chico. Me limité a besarlo. Alguien sí intentó hacerme daño colgando esa foto, pero ¿saben qué? Esa persona sí que debería sentir vergüenza… Él o ELLA lo han hecho sólo para provocarme dolor, pero no lo han conseguido. Gracias a esta TONTERÍA nuestro Facebook ha ganado muchos seguidores, y la mayoría de los mensajes que hemos recibido son bonitos. Así que… Si mi cuerpo va por un lado poniéndome la cara más roja que un tomate, mi mente va por otro.

Lo importante en esta vida no es LO QUE PASA, sino CÓMO AFRONTAMOS LO QUE PASA.

Ana se quita los cascos, Mario sube la música y Víctor se acerca y le da un beso en la mejilla de lo más sonoro.

—Pequeña Princess, tu fichaje es una de las mejores cosas que he hecho en mi vida.

Al oír su comentario, Ana no puede evitar ponerse colorada otra vez.