Vamos a durar. ¿Sabes cómo lo sé?
Porque aún despierto cada mañana y lo primero que quiero hacer es ver tu rostro.
Posdata: Te quiero, de RICHARD LAGRAVENESE
Domingo noche, en el parque
Hace un frío que pela y Silvia acaba de llegar al banco del parque, el mismo banco donde empezó su amor con un simple y sencillo beso. La Princess lleva una bufanda de lana de color verde, que sólo deja entrever su nariz y un gorro rojo que le tapa hasta las cejas. En su anorak lleva un paquete de pañuelos preparados para lo que se avecina: la Princess se conoce bien, y sabe que de un momento a otro se va a echar a llorar.
El parque está vacío, no hay ni palomas ni paseantes, son las nueve en punto, y Sergio debe de estar al caer. Junto al banco hay una pequeña farola que desprende una luz que lo tiñe todo de color naranja. La Princess suspira de tristeza. Ha pasado todo el domingo en casa, esperando que llegara este momento tan lastimoso.
Las Princess se han pasado todo el día enviándole mensajes, e incluso la han llamado para saber cómo está. Pero Silvia no ha contestado, porque no le apetece darles más explicaciones a sus amigas. Lo que pasó en la discoteca fue la gota que colmó el vaso, y ahora, por fin y muy a su pesar, va a acabar con la historia de amor por la que tanto ha luchado.
El día anterior desayunó con Marcos y, acto seguido, subió a casa de sus padres. Necesitaba hablar con su madre, pedirle consejo de nuevo. Silvia le contó todo lo sucedido en la discoteca. Su madre la estuvo escuchando durante un buen rato y, aunque no acabó de entender la historia de Badoo, dejó que su hija se desahogase.
—Hija, eso no puede continuar así. Tienes una vida por delante y, aunque el amor es muy fuerte, debes entender que tú eres lo más importante.
Dicho esto, la Princess abrazó a su madre y sintió su apoyo en un momento tan difícil como ese.
Una vez en su habitación le envió un WhatsApp a Sergio y lo citó en el banco del parque. Él tardó un rato en responder y, cuando lo hizo, le envió un simple «OK». Una respuesta tan pobre como esa no hizo sino aumentar su desazón.
Ahora Silvia se encuentra bajo la luz de la farola, sentada en el banco, esperando a una de las personas más importantes de su vida. No tiene ni idea de lo que le va a decir, y le resulta muy difícil encontrar las palabras para expresar todo lo que siente. Aunque le duela, aún está enamorada de Sergio. Aunque le fastidie lo que va a hacer, debe continuar antes de hacerse más daño a sí misma. El amor no significa estar enganchada a la otra persona, y mucho menos vivir con el miedo de que te pueda traicionar. El amor es la confianza incondicional hacia la persona a quien has decidido amar, y la Princess ya no la puede dar.
—Hola, Silvia. —Sergio ha aparecido sin que ella se dé cuenta. La Princess no responde. Un silencio interminable se cierne entre los dos. Sergio aprovecha para sentarse a su lado—. ¿No vas a decir nada?
—¿Y tú? ¿No tienes nada que decir? —le contesta Silvia, cabizbaja.
—No sé… Hace días que te noto rara, y la otra noche sólo quería salir con mi primo.
Silvia no se puede creer lo que está oyendo. No quiere enredarse en la típica conversación en la que él no parará de excusarse, ni tampoco tiene ganas de escuchar medias verdades, ni de liarse explicando cómo empezó todo. Puede que esté equivocada, pero su corazón ya no aguanta más.
—Sergio… Tengo dudas. —El chico enmudece y Silvia toma la palabra—. Siento que lo nuestro ha sido muy bonito…
—¿«Ha sido»? ¿Estás cortando conmigo?
Silvia no responde a su pregunta y sigue hablando, pues salta a la vista que han quedado para eso.
—Durante esta última temporada he visto otra faceta tuya, y siento que te quito la libertad que necesitas. Sé que no puedo cambiarte, y para mí eres una persona muy especial…
La Princess no puede aguantar más y se pone a llorar. Sergio la abraza, Silvia le corresponde con ímpetu y habla con el corazón:
—Necesitas tu propio espacio y, por mucho que me duela, yo no puedo quitarte eso. No sabes lo que me cuesta decir esto.
El chico cierra los ojos y las lágrimas se le enfrían en las mejillas. A él también le duele todo lo que ha pasado. Lo poco que ha dicho ha sido suficiente. Silvia tiene toda la razón del mundo.
Se dice que cuando los amantes lloran, el ochenta por ciento de sus lágrimas se deben a la lástima que les produce el fin de un sentimiento que les parecía eterno; el diecinueve por ciento, por las cosas que podrían haber ido de otra manera, y el uno por ciento restante, por el vacío que provoca decirle adiós al sentimiento más fuerte del mundo, el mismo que hace unir a la gente y que se merece, por lo menos, una lágrima de despedida.
En el mismo instante, enfrente de un restaurante japonés
Valeria ha llegado a su cita a las nueve y media en punto. Lleva un gorrito de terciopelo negro a juego con una chaqueta gris brillante que le llega hasta las rodillas. Debajo viste una falda y unas medias grises con unos botines altos y relucientes.
El chico le dijo por mensaje que había reservado una mesa en un restaurante japonés, porque ahí hacen el mejor sushi de la ciudad. Valeria está algo nerviosa. Llevaba mucho tiempo sin experimentar esta sensación. Además, en su bolso lleva una pequeña sorpresa, para la que se ha dejado guiar por su instinto. Piensa regalársela, si encuentra la ocasión propicia.
Delante de la puerta del restaurante, parece una modelo. A pesar de los nervios, se obliga a aparentar tranquilidad. Pero pasan los minutos y Valeria empieza a inquietarse. Busca entre los transeúntes, esperando reconocer su rostro, pero no aparece. Ya han pasado veinte minutos, y su cita sigue sin llegar. Decide enviarle un mensaje:
¿Dónde estás?
La chica espera su respuesta durante cinco minutos y, cuando oye las campanas que tocan las diez de la noche, se dice a sí misma: «Basta de aguantar tonterías… Eso me pasa por confiar en desconocidos». Se ajusta la chaqueta y se aleja del restaurante japonés en dirección a su casa.
—¡Valeria! ¡Valeria! —oye de repente la chica a sus espaldas.
El chico misterioso sale del restaurante con una camisa de flores y se acerca hacia ella corriendo.
—¿Dónde estabas?
—Pues esperándote en la puerta. Acabo de enviarte un mensaje —responde Valeria en tono serio.
—¡Perdona! Creía que habíamos quedado dentro. Como me impacientaba, he salido afuera para comprobar si estabas… —Se oyen dos pequeños timbrazos de su móvil. El chico lo mira—. ¡Acabo de recibirlos!
Valeria le lanza una sonrisa cordial. Al fin y al cabo, ha sido un malentendido.
—¡Pues ya me iba a casa!
—¿No quieres entrar? —pregunta el chico mientras extiende la mano hacia el restaurante.
—Primero me gustaría saber cómo te llamas. Perdona, pero no te conozco, y puede que esté hablando con un asesino en serie… Ya me entiendes.
El chico sonríe con timidez.
—Tienes razón. Me llamo… Damián. Y me gustaría mucho que cenaras conmigo. ¿Quieres?
Valeria acepta y desanda el camino hacia el restaurante. Una vez dentro, un camarero los acompaña hacia un pequeño comedor reservado para parejas. Tienen que dejar los zapatos fuera de una puerta corrediza. Valeria ve una mesa baja, de madera marrón oscuro, y unos cojines blancos en el suelo. Le sorprende comprobar que la comida ya está humeante en la mesa.
—Mientras te esperaba he pedido un surtido de sushi, sopa de miso y arroz tres delicias.
Valeria suelta una carcajada.
—Pero ¿el arroz tres delicias no es una especialidad china?
—Creo que sí. Pero estaba en la carta, y a mí me encanta.
—¡A mí también! —exclama la chica mientras se arrodilla para comer.
Una fina banda sonora de música tradicional japonesa le da ambiente al pequeño comedor. Valeria se siente muy a gusto cenando con Damián. La verdad es que parece otra persona si lo compara con las visitas que hacía a la tienda. Todavía es tímido, pero habla de una manera pausada e ininterrumpida mientras come.
—¿Te puedo hacer una pregunta? —inquiere Valeria, llena de curiosidad.
—Dispara.
—Me gustó mucho tu relato…
—Eso no es una pregunta —contesta Damián con cariño.
—Ya… ¿Por qué te inspiraste en mí?
Damián se pone rojo de golpe.
—¿No te ha sucedido que a veces te fijas en alguien y no puedes dejar de mirarlo?
—En el metro, a todas horas —contesta Valeria, sonriendo—. Y en la tienda, a veces.
—Pues yo creo que cuando te pasa eso, significa que esa persona te tiene que contar algo.
—Pero ¡tú acabaste escribiendo un relato! En todo caso eres tú quien me cuenta algo a mí, ¿no?
—No exactamente. Ahora estás aquí conmigo, ¿no? —Damián le sonríe.
Valeria guarda silencio un rato y dice:
—A decir la verdad, yo también me fijé en ti. Así que… ¡tú también me tienes que contar algo!
El chico no se esperaba semejante respuesta. Aprovecha para coger un poco de arroz con los palillos, pero se le cae en los pantalones antes de llegar a la boca. Valeria se da cuenta de que no es la única que está nerviosa, y cree que es buen momento para entregarle su sorpresa. Se levanta hasta su bolso y coge una pequeña carpeta repleta de hojas.
—Toma. También es un cuento, como el tuyo. Lo escribí hace tiempo, y me hace ilusión que te lo leas. Son tonterías, pero quizá esto es lo que querías que te contara… No sé…
Damián acepta su regalo, sorprendido. Descubren que a ambos les gusta leer y escribir, y aprovechan esa pasión compartida. Se pasan el resto de la comida hablando de eso. Él le cuenta que trabaja en una editorial.
Terminan la cena y salen a la calle. Valeria sabe que se acerca el típico momento en el cual una no sabe qué hacer, si dar un beso en la mejilla o un beso en los labios. En todo caso, la despedida es el momento en el que se verán las intenciones de Damián.
Hace mucho frío en la calle. Ambos caminan en la misma dirección cuando, de pronto, Damián se detiene, señala el portal y dice:
—Aquí es donde vivo.
Valeria se queda callada.
«¿Querrá que suba a su casa?»
—Qué bien. Yo vivo en la otra dirección. ¿Me acompañas un rato? —responde ella.
Damián asiente, y los dos caminan sin prisas. Pero Valeria se ha puesto muy nerviosa de repente, no ha entendido a qué se refería él cuando le ha dicho que vivía allí y, como no sabía qué contestarle, le ha pedido que le acompañara a casa.
La pareja pasea hasta que llega a un edificio de correos. Él le está contando su trabajo en la editorial y le habla de las aventuras de uno de sus escritores favoritos, pero hace un buen rato que ella no lo escucha. Está nerviosa, anticipando el momento en que tendrán que despedirse. Le pone muy tensa pensar en un beso de despedida. No sabe si quiere besarlo en la primera cita, así que decide que es hora de separarse.
—Perdona, Damián. Hasta aquí —indica Valeria, quizá demasiado cortante debido a los nervios.
—Hasta aquí, ¿qué? —responde él, inocente.
—Que me acompañas hasta aquí. —Valeria pone cara de circunstancias.
—Aaah… De acuerdo, me parece bien. Pues que sepas que me ha encantado conocerte.
—A mí también. —Valeria le ofrece la mejilla y se despiden con dos besos.
Durante el resto del camino hacia casa, a Valeria no se le quita la sonrisa de los labios. Piensa en Damián, que aparte de tener carisma la ha respetado. Ella se veía a sí misma esquivando un beso en la boca. En vez de eso ha recibido un agradecimiento por el mero hecho de haberla conocido. Ella valora un montón este tipo de situaciones.
Poco después, en la portería de casa de Silvia
La Princess se ha despedido de Sergio y está superdolida. De hecho, no recuerda haber llorado tanto en su vida. Al fin y al cabo era evidente que él también albergaba dudas sobre su relación. De otro modo, no le habría mentido.
Hoy es un día negro para la Princess, y sus lágrimas la delatan. Cuando está a punto de entrar en el portal aparece Atreyu, tan alegre como siempre. Silvia se agacha y le hace algunas carantoñas. Sabe perfectamente que su dueño no tardará en llegar.
—¿Atreyu? ¡Atreyu! —Oye a Marcos, que busca su perro.
—¡Está aquí, en la portería! —le responde Silvia para que Marcos la oiga. Este aparece corriendo. Le lanza una enorme sonrisa, que se difumina cuando ve el estado de la Princess.
—¿Estás bien?
—No… —Silvia se pone a llorar, y Marcos la abraza de inmediato—. ¡He cortado con Sergio!
Marcos la consuela, la ayuda a entrar en el portal y la acompaña hasta la portería.
—No, Marcos, no voy a entrar.
—¿No te quieres quedar, aunque sea un ratito? —pregunta el chico, preocupado.
—No quiero molestarte más… —La Princess se seca las lágrimas.
Entonces Marcos se acerca a ella, todo inocencia, y le coge la mano.
—Ni hablar de quedarte sola en este estado. Entra y te preparo una infusión, ¿vale? —La Princess agradece mucho su gesto e intenta esbozar una sonrisa—. Déjate querer.
Nada más llegar al piso, Silvia se desploma en el sofá, sin quitarse el abrigo. Mientras tanto, Marcos la observa con dulzura y le quita el collar a Atreyu.
—Así me gusta, como si estuvieras en tu casa —comenta el muchacho.
Silvia se ríe y se quita el abrigo con torpeza, sin levantarse del sofá.
—¡Te has reído! ¡Esa es una buena señal! —exclama Marcos para animar a su amiga—. Quédate aquí, que ahora vengo con una infusión.
Marcos se va a la cocina, no sin antes arropar a su amiga rápidamente con una mantita. A continuación Silvia se quita los zapatos con los pies y se acurruca en el sofá. Son tan buenos amigos que este tipo de gestos demuestra hasta qué punto confían el uno en el otro.
Marcos prepara un cazo con agua caliente y busca los sobres para las infusiones. A decir verdad, esta situación es nueva para él: nunca ha ayudado a ninguna de sus mejores amigas cuando estas cortaban con sus novios y no sabe muy bien cómo afrontar la situación. Sólo sabe que intentará cuidarla lo mejor que pueda porque sabe que estos momentos son horribles.
—Marchando unas infusiones… —dice Marcos mientras llega al sofá—. ¿Silvia? ¿Silvia?
La chica no responde. Está sumida en un profundo sueño.
—Nuestra princesa está agotada —le dice Marcos a Atreyu. Deja la bandeja con las infusiones en una mesita y le pone otra mantita para que Silvia no tenga frío.
Silvia, que nota cómo la arropa Marcos, saca el brazo de debajo de la manta y busca la mano de su amigo, que aprieta levemente.
—Quédate aquí un rato conmigo, por favor —susurra, sin poder evitar dejar caer unas lágrimas. Marcos se sienta en el suelo y la observa.
—Anda, duérmete —le conmina. Tras un rato de silencio, Silvia respira de manera acompasada. Los sollozos desaparecen por fin: la Princess se ha dormido—. ¿Sabes, Atreyu? No entiendo por qué Sergio ha dejado escapar a esta chica.