Algún día decidirás abrir tu corazón y tocar el piano, y no lo harás para que tu madre sea feliz, ni tampoco para que yo sea feliz. Lo harás para ti, porque la música y el amor te colmarán de alegría.
La última canción, de JULIE ANNE ROBINSON
Sábado por la mañana
Marcos se ha despertado con los lengüetazos de Atreyu, que le pide salir a dar un paseo. El chico está en el sofá enfundado en su saco de dormir. Silvia sigue durmiendo en la cama.
Marcos salió anoche a pasear a Atreyu y, cuando regresaba a casa, se encontró a la Princess en la portería. Silvia lo inundó con un torrente de palabras y de lágrimas. No podía entender de qué había servido la reconciliación si Sergio la engañaba diciéndole que iba a una cena de la escuela cuando en realidad quería salir con su primo para sentirse más libre.
Marcos la cuidó lo mejor que pudo, la escuchó y le arrancó alguna que otra sonrisa. Estuvieron hablando hasta bien entrada la madrugada de las fuertes emociones que provoca el amor. Los dos amigos llegaron a dos conclusiones. La primera, que no tienes celos por lo que ves sino por lo que te imaginas. Y la segunda, que estar celoso es consustancial al amor, aunque a veces duela.
Silvia se dejó llevar por la amabilidad de Marcos, que le demostró que es un verdadero amigo. La Princess olvidó todas sus penas cuando él sacó la guitarra y llenó la noche de magia musical.
Antes de quedarse dormida, Silvia se acordó de lo bien que se sintió el día que pasaron juntos, cuando cortó con Sergio por primera vez. A pesar de su tristeza, pudo compartir unos momentos divertidos; por ejemplo, recordando cuando se escondió en la casa de Marcos y ambos se pusieron a fantasear sobre cómo sería irse a vivir juntos. Vivieron aquel día como un pequeño secreto. No obstante, no cree que hubiera pasado nada si Estela se hubiera enterado, pues ambos sólo son muy buenos amigos.
Al poco rato
Son casi las diez de la mañana y Marcos se levanta intentando hacer el menor ruido posible.
—Tranquilo, ¡ahora salimos! —le susurra a Atreyu.
El chico sale de casa con la intención de pasear al perro y comprar algo para desayunar con Silvia. Al mirar en la cartera repara en que sólo le quedan dos euros. Con eso bastará para comprar unos cruasanes.
Unos diez minutos después pasa frente a su tienda de música preferida. El escaparate está lleno de instrumentos, desde guitarras, contrabajos y ukeleles hasta trompetas y saxofones. Marcos se deja maravillar como un niño por una guitarra negra y brillante. De pronto se fija en un cartelito con el siguiente texto: «Se necesita dependiente con experiencia».
«¿Y si lo intento?», se dice a sí mismo. No tiene nada que perder: ya le conocen en la tienda. Seguro de sí mismo, entra por la puerta de madera de caoba y se dirige hacia el mostrador, donde está Javier, el dueño del negocio.
—Hola, Marcos. ¿Has vuelto a romper las cuerdas?
El chico se ríe y se acerca.
—No, no… En realidad, quería preguntarte dos cosas. ¿Cuánto cuesta la guitarra negra del escaparate?
—Unos ochocientos euros. Es preciosa… y no apta para todos los bolsillos. ¿Qué más quieres?
—He visto que necesitáis un dependiente.
Javier suelta una carcajada.
—¿Tú, dependiente? ¡Tú eres músico! Necesito alguien con experiencia y con presencia. Eso lo puedes tener en un escenario, pero ¿en la vida real? ¡No! ¡Me espantarías a los clientes!
—Pero necesitáis un dependiente, ¿sí o no? —pregunta Marcos, a quien el abuso de confianza de Javier le ha ofendido un poco.
—Sí, sí… Lo necesitamos.
—¿Y quién lo selecciona? —continúa Marcos.
—Yo. ¿Algún problema?
—No. Sólo que no lo sabía. Gracias por la información. —Marcos hace ademán de marcharse—. Ah… Una cosa, Javier.
—Dime —responde el aludido, con desgana.
—La guitarra que tienes en el mostrador es una Alhambra. No es acústica, como pone en el cartel, sino electroacústica.
—¿Algo más?
—Sí: es una guitarra para zurdos.
—¿Cómo lo sabes?
—Por la posición de las cuerdas. Están al revés. Por cierto, es el primer modelo de esta marca que sale en negro.
Marcos abre la puerta y, cuando está a punto de salir, Javier se dirige a él:
—Anda, déjame tu teléfono. Pero no te hagas ilusiones.
En el mismo instante, en El Mundo de los Sueños
Valeria está que se cae de sueño. Apenas ha dormido tres horas y se ha tomado dos tés con leche para despejarse, pero sus párpados parecen dos sacos terreros. Los sábados por la mañana suelen ser muy tranquilos, y eso no ayuda. Ha mirado el reloj unas tres veces. Sólo han pasado diez minutos, y aún le quedan cinco horas antes de terminar su jornada laboral. Ojalá le hubieran mandado hacer inventario, aunque sea un tostón. Por lo menos tendría algo que hacer.
La chica bosteza tres veces de camino al mostrador, enciende el ordenador y se despereza. «Es la última vez que salgo hasta tan tarde», se dice a sí misma mientras abre el correo electrónico para distraer el sueño. De pronto se acuerda del manuscrito que le regaló el chico misterioso. Lo tiene en el bolso y todavía no ha encontrado un momento para leérselo.
Lo abre. Sonríe al ver escrito un número de teléfono, y acto seguido empieza a leer. La protagonista es una chica experta en darle consejos a la gente, porque sabe leer las cartas del destino. Sólo hay un problema: cuando ella quiere saber su futuro, todas las cartas le salen de color blanco, como por arte de magia.
Valeria alucina, levanta la mirada del manuscrito y se pregunta: «¿Cómo sabe que echo las cartas del tarot? ¿Y cómo sabe que no lo hago conmigo misma?». Sigue leyendo y se adentra en una historia maravillosa que le quita el sueño definitivamente. Cuando termina, Valeria siente aún más curiosidad por conocer al autor, del cual no sabe ni siquiera el nombre. Sólo tiene su teléfono y, aunque podría llamarle, decide enviarle un mensaje.
Se pasa los siguientes cuarenta minutos pensando en cuál sería la mejor manera de decirle algo, pero… ¿el qué? Se siente muy atraída por él, pero en realidad no lo conoce de nada. Por ello debe escribir un mensaje que lo diga todo y no diga nada. Un mensaje que rezume alegría y ganas de efectuar un acercamiento amistoso, y que no sea superficial. Después de múltiples intentos, que acaba borrando, escribe el siguiente SMS:
Soy Valeria, la chica de la tienda. ¡El cuento es precioso! ¡Enhorabuena!
Puede que no sea el mejor mensaje del mundo, pero está bien para romper el hielo. Ahora sólo queda esperar su respuesta. Pasan los minutos y esta no llega. Lo malo de los mensajes de texto es que no sabes si el destinatario los ha leído o recibido. Así pues, lo único que puedes hacer es esperar y confiar.
Son casi las doce, y apenas habrán entrado unos cinco clientes en la tienda. El tiempo transcurre lentamente, y Valeria se dispone a navegar un rato por Internet. Se sienta frente al ordenador y abre tres ventanas: la del e-mail, la de Facebook y la de Badoo. Después de borrar algunos mensajes de correo basura, revisa las noticias de Facebook. Está comenzando a escribir los tres primeros dígitos de la contraseña de Badoo, pero algo la detiene.
La noche anterior fue un poco dura. Descubrió que Manu había chateado con ella valiéndose de la identidad de Sergio. También fue testigo de cómo la pobre Silvia se iba llorando, víctima de una larga historia de malentendidos que no habrían existido de no haber sido por esa página web. Eso la induce a reflexionar. Por primera vez, se imagina cómo se sentiría si supiera que su novio está chateando con otras.
En un acto casi instintivo, Valeria entra en Badoo y se da de baja. Llevaba un año y medio en esta comunidad. Al principio se lo pasaba muy bien, pero ahora no le hace ninguna gracia: sólo le ha servido para verse metida en líos, y no deja de acordarse de cuánto está sufriendo Silvia. Al fin y al cabo, lo único que buscaba cada vez que chateaba era el amor: alguien con quien compartir afinidades y gustos, y que fuera capaz de llenar el gran vacío que provoca la soledad algunas veces.
Se siente más aliviada, e incluso publica un comentario en su muro de Facebook: «Cuando las relaciones de verdad están por encima de las redes sociales… eso quiere decir que son auténticas amistades». Al cabo de pocos minutos tiene una decena de «me gusta» y tres comentarios de contactos que le dan la razón.
De pronto le vibra el móvil. Tiene un mensaje:
¿Te apetece quedar mañana para cenar?
A Valeria se le suben los colores. Ha sido darse de baja de Badoo y conectarse de nuevo a la vida real.
Antes de la hora de comer, en casa de Ana
La Princess sigue en su cama. Está tomándose un zumo de naranja y, aunque le duele un poco la cabeza debido a la resaca, pasa a limpio algunas ideas que ha tenido para sus intervenciones en la radio. Le encanta estar en la cama los sábados por la mañana. Así puede escribir sin prisas. Tiene todo el día por delante y no acusa la presión que le supone prepararse el programa justo antes de ir a la radio. Además, da la casualidad de que Lidia no está en casa y puede entrar en el baño cuando le plazca.
Aunque no se encuentre muy bien, hoy tiene motivos para estar contenta. El día anterior se le acercó un chico a hablarle en la discoteca. Hacía mucho tiempo que nadie le entraba de esa manera. Fue la primera vez que se lio con alguien a quien acababa de conocer, y la verdad es que le sentó la mar de bien, aunque la cosa se limitó a unos cuantos besos. Fue una suerte que Valeria la ayudara, porque no está acostumbrada a beber y así se ahorró la despedida: dado el estado en que se hallaba, podría haber pasado algo más, y está segura de que se habría despertado arrepentida.
Pero ahora deja de pensar en sí misma y se centra en Silvia. Desde que volvió a Inglaterra, sólo ha visto a su amiga sufriendo por culpa de una historia de amor que la hizo muy feliz al principio, pero que ahora no se sabe cómo podrá evolucionar. Lo único que le importa es que Silvia vuelva a estar bien y se encuentre a sí misma.
La Princess apunta unas ideas en su ordenador, que tal vez le sirvan en su nueva sección. Todas ellas están inspiradas en lo que le ha ocurrido a Silvia. Le gustaría generar un debate a través de la red, para aclarar lo que está pasando. Abre un documento de Word y escribe:
1. ¿Por qué nos pasamos toda la vida buscando el amor y, cuando por fin lo encontramos, resulta tan difícil conservarlo?
2. ¿Se puede encontrar el amor en las redes sociales?
3. ¿Es WhatsApp una buena herramienta para ligar?
4. ¿Muestra Facebook una verdad disfrazada de lo que somos?
5. Si coqueteas por chat y tienes pareja, ¿le estás poniendo los cuernos?
Está a punto de escribir el sexto punto, pero recibe una llamada por Skype. ¡Es Bea!
—¡Hola, Ana!
—¡Pero qué guapa estás! —le sonríe Ana.
—¡Eso tú! —exclama Bea—. ¿Qué pasó ayer?
Ana se echa a reír:
—¿Cómo lo sabes?
—¿Es el chico de la radio?
—¡Noooooooo! ¡Era otro! Víctor ya no… Bueno, ya me entiendes… Es mi jefe. Ya te contaré. ¿Y a ti qué tal te va?
Bea se queda un segundo observando a Ana y se sincera:
—Os echo de menos, ¿sabes?
—¿Estás bien?
Las dos Princess se ponen al día de todo lo que ha ido sucediendo. Por un lado, Bea le cuenta que el viaje con Toni está yendo bien, pero le comenta que está un poco cansada de ir de hotel en hotel y que está pensando en regresar. Los dos están de acuerdo, aunque no saben cuándo llegarán. También le confiesa que echa de menos el barrio, la ciudad, hablar el mismo idioma y, sobre todo, el estar con ellas. Ana se alegra de oírle decir eso. Todas las Princess la echan de menos desde el primer día.
Por otro lado, Ana la pone al día de todo lo que ha sucedido entre Silvia y Sergio. Bea no estaba al tanto de los detalles, y Ana intenta no dejarse ni un cabo suelto. Bea la escucha con atención, y se siente un poco celosa al saber que hicieron una RPU en la que invitaron a Valeria y se olvidaron de ella por completo.
—Y esta Valeria ¿es una nueva Princess? —le pregunta Bea.
—No, pero creo que acabará siéndolo.
—¿De verdad? ¿Tan especial es?
—Celosilla, ¿eh?
Bea sonríe. Ana la ha pillado.
—Celosa, celosa, no… Bueno, ¡un poco, sí! Pero no de ella, entiéndeme. Llevo mucho tiempo fuera, y me decís que tenéis una nueva amiga, y se me ha pasado por la cabeza que es mi sustituta y…
—¡No digas eso, Bea! ¡Eres insustituible! —la interrumpe Ana—. Siento si nos olvidamos de ti en la última reunión. En realidad no fue del todo una RPU, sólo una reunión de amigas que tenían que decirse la verdad. —Ana miente un poco.
—Ya…, pero me siento un poco mal…
—Lo siento mucho si te hemos decepcionado. Creo que deberíamos celebrar otra reunión con Valeria para que la conozcas. ¡UNA RPU DE LAS CINCO!
—De acuerdo, me gusta la idea. Ya me diréis algo. Tengo que colgarte: hemos quedado con un guía que nos va a enseñar unas cuevas subacuáticas.
Las Princess se despiden y Ana siente que Bea tiene razón. Su amiga se encuentra muy lejos y no está al día de lo que les está pasando. Entonces decide escribirles un e-mail a todas las Princess, porque ha llegado el momento de celebrar una Reunión de Princess Urgente.
Hola a todas,
Propongo una RPU. Tenemos que hablar, sí o sí, de lo que pasó ayer. ¡Silvia, estamos contigo! Hoy he estado hablando con Bea, y me he dado cuenta de que en la última RPU que celebramos… ¡no contamos con ella! ¡Podemos aprovechar la ocasión para que Bea y Valeria se conozcan y para convertir a Valeria oficialmente en una auténtica Princess!
¿Os apetece?
Un abrazo de vuestra Blancanieves.