Puedes borrar a una persona de tu mente.
Sacarla de tu corazón es otra historia.
Olvídate de mí, de MICHEL GONDRY
Más tarde, en la zona VIP
Ana lleva dos gin-tonics y, como suele decir, está un poco «mareada». Le cuesta reconocer que va piripi, pero no se siente nada mal. Por el contrario, la compañía de Álex es muy agradable. Es un chico muy guapo y, aunque muestra un interés un poco exagerado y descarado hacia la pequeña de las Princess, a esta le sienta bien. Aunque de momento se limitan a hablar, Ana nota que él la desea, y eso le gusta. Lo necesitaba. Ana jamás ha ligado con un desconocido en una discoteca y siente un gusanillo extraño en la barriga, pero de momento se limitan a hablar.
Entre sorbo y sorbo, recuerda la conversación que tuvo con Valeria la primera vez que estuvieron en la tienda y los consejos relativos al sexo y al amor que le dio en la RPU. «Si el destino me ha puesto a este chico aquí delante, por algo será…», piensa Ana mientras el joven programador no deja de hablar y de mirarla a los ojos. Los del chico son azules y preciosos. Álex tiene una labia increíble, podría ser un tertuliano de televisión o un escritor de columnas de opinión, ya que parece que los temas no se le acaben nunca. Habla de moda, de amor, de nuevas tendencias, de la vida… y la joven Princess está como poseída por su magnetismo. El alcohol se le ha subido tanto que llega un momento en que el chico habla y habla, y ella no entiende nada de lo que le dice. Sólo piensa en besarle. Y eso es lo que hace: se acerca a él y lo besa en la boca. Sonríe por su atrevimiento, se aleja unos centímetros para ver su reacción, y entonces lo ve como si estuviera desenfocado, y el sonido de la sala retumba en su cabeza. Decide levantarse para ir un momento al baño a lavarse la cara. Cuando lo hace, siente que está en un parque de atracciones donde todo se mueve. Álex se levanta rápidamente de forma muy caballerosa para sostenerla, porque parece que se va a caer en cualquier momento. Ella está como aturdida, le mira a los ojos, le agarra de la chaqueta y, en un arrebato nada propio de ella, le planta un beso en los morros y le dice:
—Ahora vengo… No te marches, ¿eh?
El chico le responde con una sonrisa mientras observa cómo se aleja hacia la cola de muchachas que quieren entrar en el baño.
Momentos antes, en la pista
Silvia siente tanta furia en su interior que no sabe muy bien cómo reaccionar. Observa cómo Sergio busca a Manu con la mirada, ajeno al hecho de que ella está allí. Entonces respira hondo y, sin que Estela pueda detenerla, va directa hacia él.
Se abalanza encima de Sergio y, antes de que pueda decirle nada, le empieza a dar golpes en el pecho y a gritarle entre sollozos:
—¿Adónde vas, eh? ¡Adónde vas! ¡Maldito embustero!
—Silvia, yo… ¿Qué haces tú aquí? —se sorprende al verla.
—¿Que qué hago yo aquí? ¿Que qué hago yo aquí?
—En serio, no es lo que piensas —se justifica.
—¿Y tu cena de profesores? Ahora me dirás que están aquí, ¿no?
—Vamos afuera. Estás muy alterada.
—¿Que estoy muy alterada? —Silvia está indignada—. Pero ¿cómo quieres que esté? Me has vuelto a mentir, y encima utilizando a Manu, lo que todavía es más patético.
—A ver, Silvia: ¡si me dejas, te lo explico! —Alza la voz un poco porque parece que Silvia está fuera de sus cabales.
—No hay nada que explicar. SergioMolon ha quedado con otra chica por Internet, y tú me dijiste que tenías una cena de profesores y estás aquí.
—¿Vamos afuera y te lo cuento? —la conmina, poniéndole la mano en el hombro con un gesto cariñoso e intentando disimular ante las miradas de la gente.
Silvia accede, hecha un mar de lágrimas, mientras Manu y Valeria lo observan todo desde la barra sin atreverse a participar.
Minutos más tarde, en la zona VIP
Valeria llega a la zona VIP. Ve a Álex en la mesa de Ana. Ella no está, pero ve su libreta y su abrigo. Sorprendida, le pregunta al chico:
—¿Dónde está Ana? —dice, mirando a su alrededor como si estuviera buscándola.
—En el baño, pero ahora vuelve —le sonríe el chico.
Valeria corre al lavabo de mujeres como alma que lleva el demonio. Se muere de ganas de contarle el numerito de Sergio y de saber qué hacía ese chico tan guapo en su mesa. Hay una cola de escándalo, como suele suceder en todas las discotecas, pero se cuela descaradamente y sin hacer caso de los gritos airados.
—Lo siento, tengo una amiga que… ¡Ana! —grita, y aporrea las puertas en busca de la pequeña Princess.
—¡Aquí! —oye a lo lejos.
Es Ana, que abre la puerta lo justo para que Valeria pueda entrar mientras las otras chicas la increpan. Una vez dentro, la ve sentada en la taza del váter con la cabeza apoyada en la pared, como si esperase a que se le pasara el mareo.
—¿Estás bien? —le pregunta Valeria, preocupada.
—Sí, pero un pelín borracha —contesta Ana con toda sinceridad.
—¿Quién era el chico que estaba en nuestra mesa? Es muy guapo.
—Se llama Álex y es propra…, prpogra… —A Ana no le salen las palabras— programador informático.
—¿Te ha invitado a otra copa?
—Sí. Y también le he… he… ¡besado!
—Pero ¡qué dices! ¡Has ligado! ¡Biennn! —se alegra Valeria.
—Sí, pero ya está. No quiero nada con él. Me ha gustado besarle, me he sentido atrevida y deseada, pero… —Ana hace una pausa y, bajando el tono de voz, le susurra—: No estoy enamorada de él.
—¿Cómo vas a estar enamorada de un chico a quien conoces desde hace media hora? Dale tiempo, ¿no? A lo mejor es el principio de una bonita historia. Nunca se sabe —la anima.
Ana se pone seria. En los servicios de mujeres se efectúan grandes confesiones a altas horas de la madrugada, y hoy no podía ser menos.
—Me siento feliz porque nunca había hecho una locura como esta, pero lo cierto es que estoy enamorada de otro. Lo he sabido en el mismo instante en que he besado a ese chico. He cerrado los ojos… —Ana los cierra mientras se sincera con Valeria—, me he imaginado que era él y me he sentido muy feliz.
Valeria sonríe. Cree adivinar de quién se trata.
En ese mismo instante, en el exterior
Silvia corre calle abajo, inconsolable. Sergio está muy desconcertado. Silvia nunca le había hablado de esa manera, con tanta furia. «La he cagado», piensa Sergio mientras intenta detenerla. Al final lo consigue y trata de calmarla.
—¡No llores, por favor! Te lo suplico. Lo siento mucho —dice para aplacar su dolor con un abrazo.
—¿Qué es lo que sientes, eh? ¡¿Qué es lo que sientes?! —exclama ella entre sollozos.
—No me grites más, por favor —le dice Sergio con los ojos rojos y a punto de romper a llorar él también.
Silvia se sienta en un banco cercano y se queda callada. Respira muy fuerte y, aunque ya no solloza, los lagrimones no paran de caerle en toda la cara. Decide dejar de gritar, pero no por falta de ganas, sino porque ya no le quedan fuerzas.
—A ver cómo te lo explico —comienza Sergio—. Desde que salgo contigo, casi no veo a mis amigos. Echo de menos un poco de juerga, pero de buen rollo, Silvia, sin chicas. Salir con los amigotes a ver el fútbol, o a tomarme unas cervecitas… Y como acabábamos de volver, me sabía mal decirte que el viernes quería salir con Manu. ¡Con Manu! No con ninguna chica. Te lo juro.
—¿Y la conversación y la cita de Badoo? —pregunta ella, más calmada.
—¿Qué cita? El único que tenía una cita hoy era Manu. Por eso hemos venido aquí.
—No sé si creerte —dice ella, mientras saca un pañuelo del bolsillo para limpiarse las lágrimas.
Sergio se saca el móvil del bolsillo y se lo enseña.
—¡Mira! He desinstalado la aplicación de Badoo, ¿lo ves?
—Quizá seas sincero pero… está claro que hay algo que no va entre nosotros —confiesa Silvia.
—Lo siento. No debí haberte mentido.
—No —admite ella.
—Pero te juro que lo hice porque después de todo lo sucedido no quería más problemas… ¡y mira lo que he conseguido! —se lamenta—. Soy gilipollas.
Silvia se enjuga las lágrimas y decide que lo mejor será que esta noche duerma en casa de sus padres. Está muy confusa y muy triste, y no quiere pasarse otra noche en una punta de la cama llorando e intentando que él no la oiga.
—Hoy dormiré en casa de mis padres.
—Silvia, no…
—Tengo que pensar en lo que me has dicho. Si tienes más ganas de salir con tus amigos que conmigo…
—No es eso, Silvia… —la corta el chico—. Sólo que a veces me siento un poco agobiado.
—Tal vez hayamos ido demasiado rápido —apunta ella.
—Tal vez.
La afirmación de Sergio le duele como si le hubieran clavado un cuchillo en el corazón. Una cosa es que lo diga ella, y otra muy distinta que él le dé la razón. Son esas cosas que se dicen esperando la respuesta contraria. «No, nada de eso. Me gusta vivir contigo…» Pero no. Sergio ha contestado: «TAL VEZ».
Silvia le da un beso de despedida en la mejilla, se levanta y camina calle abajo, llorando y deseando, muy en el fondo, que Sergio vaya y la detenga. Tiene un presentimiento: «Si me voy y él no me detiene, todo se habrá acabado». Entonces aparece un taxi como surgido de la nada. Silvia lo coge y huye mientras oye los gritos de Sergio:
—¡Lo sientoooo!
Más tarde, en la zona VIP
Valeria termina de contarle a Ana el espectáculo que se ha montado con Sergio. Después se dirige a la mesa a recoger sus cosas y, además, la libreta y el abrigo de su amiga. Álex, consciente de que Ana no va a regresar, le pregunta:
—¿Y Ana? ¿Está bien?
—Sí. Te pide disculpas —la excusa Valeria—. Le gustas mucho, pero no es un buen momento.
—Bueno, quizá otro día —dice el chico, ilusionado.
—Quizá en otra vida —contesta Valeria, que se marcha para reunirse con Ana en la barra de abajo.
—¿Qué te ha dicho? ¿Se ha enfadado? —pregunta Ana, preocupada.
—¡No, mujer! ¡Cómo se va a enfadar…!
Entonces aparecen Estela y Manu, que se habían quedado en la barra comentando la jugada.
—¡Menudo pollo! —exclama Estela—. ¡Te lo has perdido, Ana!
—Allí viene Sergio —observa Manu—. Pero sin Silvia.
—¡Glups! —suelta Valeria.
El chico llega destrozado. Los ojos delatan que ha llorado mucho, y tiene el pelo alborotado. Se sienta a la barra y se pide una cerveza. Todos permanecen en silencio por miedo a decir algo inadecuado, pero Estela no aguanta la presión. Aunque Manu le ha contado que la culpa era suya, ella no puede evitar pensar: «Han hecho daño a una Princess, y eso es intolerable».
—¿Donde está Silvia? ¿La has dejado sola?
—No. Ha cogido un taxi y se ha marchado a casa de sus padres. Creo que hemos cortado.
En ese mismo instante aparece Lidia. La que faltaba. Con una copa en la mano y relajadísima.
—Nena, ¿qué haces tú por aquí? —le pregunta a Ana como si ese lugar no fuera digno de ella.
—¿Y tú? —le pregunta la Princess, parpadeando. La borrachera le hace creer que está viendo visiones.
—Hace mucho rato que ando por aquí. Más de lo que piensas…
Todos la miran como queriendo decir: «¿Y esta? ¿Por qué dice eso?».
—Estoy un poco borracha… —responde Ana, que no ha percibido el deje malévolo en la voz de su compañera—. ¿Vas a casa? ¿Compartimos taxi?
—¡Huy, no! ¡Pero si sólo son las tres! A mí me queda mucha noche por delante. He conocido a un chico monísimo en la zona VIP. ¿Conocéis la zona VIP? Bueno, para eso hay que ser un poco VIP, ¿no? Como tengo el carnet de prensa de la radio… Bueno, ¡os dejo! ¡Hasta luego, Ana!
—¡Adiós! —contesta la pequeña, confusa.
En el portal de la finca de los padres de Silvia
Silvia baja del taxi aturdida y se queda plantada delante del portal. Son las tres de la madrugada y no le apetece nada despertar a sus padres. Sabe que se preocuparán, y que le empezarán a preguntar qué le pasa. Desesperada, se sienta en el suelo por si se produce algún milagro. Le parece que le va a explotar la cabeza, y no se siente con fuerzas para subir. «Esperaré un rato a ver si se me pasa», se dice a sí misma. No quiere que sus padres la vean en ese estado. Sumida en estos pensamientos, oye unos ladridos que llegan de lejos. A Silvia le alegra pensar en la posibilidad de que sea Atreyu. Es bastante difícil, porque es muy tarde, pero no se le ocurre nada que pudiera alegrarla más. Antes siquiera de gritar su nombre, ya tiene al perro encima, lamiéndole la cara. Los perros tienen un sexto sentido y saben cuándo alguien está enfermo o triste.
—Atreyu, cariño, qué alegría —le dice la chica, llorando y abrazándolo.
Marcos corre a su encuentro cuando la ve.
—¡Silvia! ¡Silvia! ¿Qué te pasa? ¿Qué haces en el suelo? ¿Por qué lloras?
—¡Marcos, ha sido horrible! —exclama la chica mientras Atreyu le lame las lágrimas.
—Pero ¿qué ha pasado? ¿Te han hecho daño? —pregunta, asustado.
—No… Sólo que Sergio… —hipa la chica.
—¿Qué haces en el suelo? Venga, levántate. ¿Vas a casa de tus padres?
—Es muy tarde y… ¿Se puede saber qué haces a estas horas de paseo?
—Llevo toda la noche componiendo, y me gusta pasear antes de irme a dormir… Me relaja. ¡Y mira lo que me he encontrado! —intenta bromear el chico refiriéndose a ella.
Silvia arranca otra vez a llorar, está totalmente hundida. Entonces Marcos se da cuenta de que no va a ser fácil animarla. La coge de la mano para levantarla del suelo, la abraza fuerte y le dice:
—No te preocupes, todo saldrá bien. ¿Te vienes a dormir a la portería?
—Me sabe mal: no quiero molestar.
—Tú nunca molestas.