No me acuerdo de olvidarte.
Memento, de CHRISTOPHER NOLAN
Viernes noche, en la puerta de la discoteca La Cúpula
En la zona alta se encuentra una de las discotecas más top y de más categoría de la ciudad. Un lugar que las Princess jamás habrían pisado si no fuera porque el SergioMolon de Badoo ha quedado con Valeria. En la entrada hay dos chicos enormes como armarios que deciden quién entra y quién se queda, como si fueran el mismísimo san Pedro en las puertas del cielo decidiendo quién pasa o quién va al infierno. En vez de una llave tienen una cinta de color dorado que abren y cierran para que puedan entrar los elegidos.
Las Princess alucinan al ver coches de lujo, chicas con aspecto de modelo y algún que otro famoso entrando por la puerta. Si el chico de Badoo es Sergio, está claro que no lo conocen de nada… o tiene una doble vida con doble personalidad incluida.
—Este sitio es horroroso —se lamenta Silvia, que no puede creerse lo que ven sus ojos—. Esto está lleno de pijos. ¿Cómo ha podido citarte aquí Sergio? —pregunta alucinada, sin dejar de mirar a la fauna que va entrando en el local.
—Tal vez no sea Sergio. Este sitio no le pega nada —trata de animarla Ana.
—A lo mejor me propuso que quedáramos aquí porque sabía que era imposible que se encontrara a Silvia —interviene Valeria.
Silvia vuelva a hundirse en la miseria.
—Estoy contigo, Valeria —la secunda Estela—. Pero tendremos que entrar, ¿no?
—¿Tú crees que nos van a dejar, con las pintas que traemos? —dice Silvia preocupada, con la mirada clavada en la puerta de la disco.
—Habla por ti, bonita: yo estoy divina —afirma Estela con su seguridad habitual. Da una vuelta sobre sí misma e imita a las modelos que entran en el local.
Las Princess se ríen y la miran de arriba abajo. Está claro que no va vestida para la ocasión. Lleva una minifalda negra con unas mallas medio rotas y unas botas que le llegan hasta las rodillas. Estaría divina para el estreno de una obra de teatro o de una película de cine alternativa, pero no para entrar en La Cúpula.
—Si te quitas el piercing de la ceja, a lo mejor tienes suerte y no te prohíben entrar. ¡Porfa, quítatelo! —le suplica Ana.
—Mira, lo hago por ti, ¿vale, Silvia? Porque a mí nadie me dice cómo me tengo que vestir, ¿de acuerdo? —Se quita el piercing, se coloca bien la falda y se recoge el pelo alborotado con una cola.
—Gracias —contesta Silvia, que es la que va más modosita de la tres. Esta noche no ha salido ni a bailar ni a hacer amigos: se ha puesto unos vaqueros y una camiseta de color verde botella, como si fuera a la uni. En cambio, Ana está deliciosamente linda. Se ha recogido el pelo con un moño que le da un aire mucho más adulto, y lleva un vestido lila y unos tacones negros muy altos que la estilizan un montón.
Pero lo cierto es que quien va más acorde con el local es Valeria, que va muy elegante, con un vestido largo y un abrigo de ante rojo.
Las cuatro están plantadas delante de La Cúpula, al otro lado de la calle, como si esperasen una señal para atreverse a entrar. Les da mucho miedo hacer el ridículo y que los gorilas de la puerta las echen de mala manera.
—A ver, ¿alguna tiene un plan? Porque yo no pienso pagar el pastón que debe de costar la entrada en este lugar —afirma Estela con rotundidad.
—Creo que en este tipo de sitios, las chicas no pagan, ¿no? —pregunta Valeria.
—¡El problema no es pagar, sino que nos dejen entrar! —aclara Silvia. No las tiene todas consigo. Sigue sin entender cómo es posible que alguien como su chico se cite con una desconocida en un lugar de tan difícil acceso.
Entonces Ana se ilumina al ver a un grupo de chicos famosetes que tocan temas para adolescentes. La chica abre el bolso, saca su carnet de la radio y les dice a sus amigas mientras cruza la calle, decidida:
—Vamos, chicas, creo que tengo la solución.
Las Princess, asombradas por la actitud de Ana, no dudan en seguirla.
Llegan a la puerta y, como si fuera la cosa más natural del mundo, Ana saluda a uno de los famosetes:
—Hola, ¿qué tal?
—¡Eh! ¡La de «Llévame contigo»! —dice emocionado uno de los chicos.
—Sí, ¿cómo estás? —pregunta otro.
—¡Muy bien! ¿Sabíais que después de vuestra intervención en el programa ganamos más de quinientos seguidores en Twitter?
—¡Genial!
Ana está dispuesta a enseñar el carnet de prensa, pero no le hace falta. El guardia de seguridad observa la conversación frívola de Ana con los músicos y, cuando llegan ellas, sólo tienen que contestar a una pregunta:
—¿Cuántas sois?
—¡Cuatro! —responde Ana.
—Cuatro para la sala VIP —dice el guardia de seguridad por el micro—. Déjalas subir.
Otro compañero les abre otra puerta y las conduce hasta la escalera que lleva al piso de arriba.
Una vez dentro, las chicas suben la escalera a gritos. Están muy excitadas y, por un momento, se han olvidado de lo que han ido a hacer.
—¡Qué guay, Ana! Tengo que salir más contigo. ¡Cómo mola! —grita Valeria.
Ana le devuelve la sonrisa, aunque es un pelín forzada. Desde el jueves por la noche en que su amiga se quedó hablando con Víctor, tiene como un runrún que la reconcome por dentro. Se ha dado cuenta de que le gusta su jefe, pero también está convencida de que a este le gusta Valeria más que ella. No puede quitarse de la cabeza la imagen de los dos solos hablando en el bar.
«Cómo se miraban. Cómo hablaban. Qué complicidad tenían», piensa Ana torturándose.
Las chicas suben la escalera a toda prisa hasta llegar al último piso. Allí les marcan la mano con un sello para que puedan entrar y salir cuando quieran. La zona VIP es como una sala de discoteca normal, pero con menos gente. Hay sitio de sobra para sentarse, y unos camareros guapísimos repartidos por cuatro barras que están preparando gin-tonics especiales y también cócteles de todo tipo. Al fondo del todo hay una cristalera donde se puede ver el piso de abajo, donde se encuentra la gente normal y donde se supone que tiene que estar Sergio esperando a su cita.
—Este rincón es ideal —dice Valeria, que pilla sitio en una mesa situada al lado del ventanal—. Desde aquí lo veremos todo.
Antes de que las cuatro se sienten y dejen sus chaquetas, un hermoso camarero se acerca para tomarles nota. Las chicas están cortadísimas. No saben el dineral que puede costar una copa en un lugar como este, pero seguro que no es nada barato. Valeria toma las riendas de la situación y, sin pensárselo dos veces, dice:
—¡Cuatro gin-tonics! Invito yo.
—¡No, Valeria, que es mucha pasta! —le susurra Ana para que el camarero no la oiga.
—No sé si me apetece beber —aclara Silvia, que está tan ansiosa que no puede ni respirar.
—Chicas —les corta el camarero—, aquí no se paga. Estáis en la zona VIP y podéis pedir todas las copas que queráis… con una condición: no os las podéis llevar al piso de abajo. ¿De acuerdo?
—De acuerdo —contestan las cuatro a la vez.
—¿Cuatro gin-tonics, entonces? —pregunta, sin saber que las Princess son más de vodka con naranja o de whisky barato con Coca-Cola.
—¡Adelante! —exclama Estela como si bebiera ginebra todos los días.
Media hora más tarde
Las chicas están más relajadas. Se han bebido casi todas las consumiciones, y creen que ha llegado la hora de bajar a buscar a Sergio. Valeria se levanta, saca un clavel rojo del bolso y le dice a Silvia:
—¿Cómo lo hacemos? ¿Voy yo sola o te vienes conmigo?
—¡Vamos todas! —grita Estela apurando con la pajita el poco gin-tonic que le queda. Ni por todo el oro del mundo se perdería el espectáculo.
—Yo me quedo aquí a mirar —dice Ana, sacando su libretita.
—¿Te vas a quedar aquí a escribir? —pregunta Valeria, sorprendida.
—Ana es así —le explica Estela—. Aprovecha la menor ocasión para inspirarse. Y, por lo visto, el gin-tonic le ha inspirado bastante, ¿verdad, Anita? —bromea, haciéndole cosquillas.
—¡Noooo! Quita. ¡Déjame!
Ana emite unos balbuceos.
Todas se ríen. Ana no suele beber y, cuando lo hace, se le sube a la cabeza casi de inmediato. Está monísima sentada en la esquina con su libretita dándole sorbitos al gin-tonic.
Las otras Princess bajan la escalera a paso ligero. Estela le coloca el clavel rojo en medio del escote a Valeria mientras Silvia lo mira con desprecio.
—Eso del clavel es absurdo. ¡Pero si Sergio ya te conoce!
—Bueno, es para que le quede claro que soy la de la cita, y que no estoy en la disco por casualidad —se explica Valeria.
Una vez abajo, y escondidas detrás de una columna, parece que no hay ni rastro de Sergio. Silvia está cada vez más ansiosa, y reza a los dioses para que su chico no aparezca.
—¡Dios, qué nervios! —exclama mientras mira la hora en el móvil. Hace veinte minutos que la cita de Valeria, sea quien sea, tendría que estar en la barra.
«¿Y si no se presenta? Eso sí que sería un horror, quedarme otra vez con la maldita duda. Pero ¿y si aparece? ¿Qué hago entonces?», piensa Silvia, y luego añade en voz alta:
—¡Me va a dar un infarto!
—Y a mí —bromea Estela—. ¿Has visto la de tíos buenos que hay por aquí?
Valeria se ríe, y a Silvia se le esfuman de golpe la ansiedad, el sudor y los nervios. Mira a la barra, respira aliviada y dice:
—¡Buff! ¡Salvada!
—¿Perdona? —pregunta Valeria.
—Que SergioMolon no es Sergio. Mira delante. ¿Ves a aquel chico bajito que viste un polo naranja? Pues esa es tu cita.
Estela y Valeria no entienden nada.
—Pero ¿qué dices? ¿Quién es ese tío? —pregunta Estela, que frunce el ceño mientras intenta enfocar para ver algo.
—¿No lo reconoces? —le pregunta Silvia, que la agarra del brazo y se esconde detrás de la columna para que no la descubran—. Míralo bien.
Entonces Estela se da cuenta y suelta un grito:
—¡MANU! —Silvia le tapa la boca a toda prisa: no quiere que las vean allí. Valeria está totalmente desconcertada.
—Pero ¿quién es ese Manu?
—El primo de Sergio. Es un pringado que está loco por ligar…, y no es Sergio. ¡No es Sergio! —exclama dando saltitos y sin soltar a Estela—. Está claro que Manu utiliza el perfil de Sergio en Badoo para ligar.
—¡Qué fuerte! —exclama Estela—. Y ahora, ¿qué hacemos?
—Bueno. Pues ya que estamos aquí, vamos a reírnos un poco, ¿no? —sugiere Valeria con tono picarón, mientras se coloca bien el clavel entre los pechos.
—Pero ¿qué vas a hacer? —pregunta Silvia, nerviosa y harta de esa pesadilla que parece no tener fin.
—¡Allá voy!
Valeria sale de detrás de la columna como si fuera una cantante a punto de comenzar un concierto.
En ese mismo instante, en la zona VIP
Ana está sorbiendo con la pajita los restos del gin-tonic como si no hubiera un mañana. De repente se sienta a su lado un chico muy bien vestido que lleva dos copas. Es alto y delgado, con el pelo rubio un poco rizado y unos enormes ojos azules.
—Álex —se presenta mientras le coloca la bebida en la mesa.
Ana se sonroja, deja su vaso vacío, agarra la nueva copa y responde:
—Gracias. Yo soy Ana.
—Ana la Princess —añade el joven guapetón obsequiándola con una preciosa sonrisa.
—¿Cómo lo sabes?
—Suelo seguirte con mucha frecuencia. Soy programador de páginas web y tengo controladas a toooodas las blogueras como tú.
—¿Como yo? —pregunta Ana, que parece haberse quedado sin habla debido al alcohol… y a lo guapo que es Álex.
—En esta sala, ahora mismo, hay como cuatro o cinco. —Álex mira a su alrededor—. Aquella rubia de las botas rojas es una bloguera de moda. En su blog te cuenta dónde puedes comprarte a mitad de precio los modelos que llevan las presentadoras de tele. Le va francamente bien. —Le da un sorbo a su copa y continúa—. ¿Ves a aquella otra que bebe un cóctel rojo? Pues que sepas que lo que bebe no es nada más que una tónica coloreada con grosella. Porque esta chica no bebe ni una gota de alcohol. Es una crack en lo relativo a la comida sana y las dietas. Y por aquí pulula también una especialista en maquillaje… Pero ¿sabes qué?
—¿Qué? —contesta Ana con gesto tímido y sin dejar de prestarle atención.
El chico acerca la silla para estar más cerca de ella y le susurra al oído:
—Especialistas en emociones… sólo estás tú.
Ana se sonroja y no dice nada. El chico prosigue:
—Me gusta tu estilo. Es muy… —Hace una pausa mientras trata de encontrar las palabras exactas—. Muy de verdad. ¡Eso es! Muy natural.
—Gracias —le contesta la pequeña Princess—. Gracias por la copa… y por el piropo.
Alza la copa para brindar con él.
—De nada —responde Álex. Luego pregunta—: ¿Y qué hace una chica como tú solita en este rincón?
—Pues lo mismo que tú, supongo.
—¿Ligar conmigo? Porque si estás haciendo lo mismo que yo… —le susurra.
Ana le da un manotazo, suelta una risita picarona y lo reprende:
—¡Qué descarado! Esas no son maneras de tratar a una princesa.
El chico le da un sorbo a su copa y le guiña un ojo. Ana le responde con una media sonrisa. Por una vez en su vida, la pequeña de las Princess se está dejando llevar y comienza a coquetear con Álex.
Minutos más tarde, en la barra
Como Manu no ha visto nunca a Valeria, esta se presenta como si nada. Se las arregla para que el clavel rojo destaque en medio del escote, se sitúa cerca de él en la barra y le pide una cerveza al camarero para disimular.
La mirada de Manu se pierde en el escote de Valeria. Sorprendido por la belleza de la chica, la mira a los ojos y acto seguido vuelve a mirar al escote, como si no se creyera la suerte que ha tenido. Tarda unos segundos en decidirse a hablar:
—Hola, ¿buscas a alguien?
—Puede. ¿Y tú?
—¿Eres…?
—Creo que sí…, si tú eres SergioMolon.
—El mismo. Puedes llamarme Sergio —le contesta Manu sin dejar pasar la oportunidad de darle dos besos—. Eres muy guapa.
—Gracias. Tú tampoco estás mal.
Al cabo de dos minutos de charla superficial, Valeria está más que aburrida. La gente como Manu no le interesa en absoluto, y la verdad es que tampoco está allí para ligar con él. Su misión consiste en descubrir qué pinta Sergio en todo ese asunto. Mientras, Silvia y Estela siguen escondidas detrás de la columna.
—Eras artista, ¿no? ¿Cómo era? ¿Pintor? —pregunta Valeria.
—Sí. Si quieres, te pinto desnuda.
—¡Madre mía! ¡Qué atrevido eres!
—Bueno. Por eso hemos quedado, ¿no?
Manu es muy descarado, va demasiado a saco y no tiene ningún arte para el ligoteo.
—Puede que esperara a otro Sergio —lo corta Valeria, harta de escuchar tonterías.
—¿A otro? —pregunta Manu desconcertado y cambiando totalmente el tono de voz.
—¿De verdad te llamas Sergio?
Las chicas están intentando escuchar la conversación. Les resulta imposible debido al volumen de la música. Pero a veces no es necesario escuchar nada para entenderlo todo: Manu ha utilizado el perfil de Sergio para ligar. Cuando Silvia pensaba que ya estaba todo el pescado vendido, y la historia ya finiquitada, observa cómo surge de detrás de la cortina del baño y como si fuera un fantasma caminando a cámara lenta, la única persona a quien no desea ver en estos momentos. El mundo se le viene abajo en un instante, y un enorme escalofrío le recorre todo el espinazo. Siente un sofoco repentino, y nota que le falta el aire. Estela, que no ha visto nada, se sorprende al ver la cara de su amiga:
—Princesita, ¿qué te pasa? —le pregunta mientras la agarra, ya que parece que se va a desmayar.
—Es… es…
—¿Es… qué? ¿QUÉ? ¿Qué te pasa? —pregunta Estela, asustada, pues ha notado que a su amiga le falta el aire.
Entonces Estela voltea la cabeza y lo ve. Viste de forma muy elegante y lleva una cerveza en la mano. Es él.
—Dios mío. ¡Nooo! —exclama Estela, consciente de que se masca la tragedia.