Te quiero tanto, Andrea, que no sé si habrás notado que en el mundo apenas queda amor para nadie más.
Historia de un beso, de JOSÉ LUÍS GARCÍA
Por la mañana, en la facultad
La Princess se ha levantado a las siete en punto muy a su pesar. Como es habitual, Sergio ha seguido durmiendo, ya que se despierta a eso de las ocho y media. Antes de irse a la facultad, se ha sentado en la cama y lo ha estado observando mientras dormía como un bebé. Le cuesta creer que su novio siga ligando a través de Internet, y se siente rematadamente mal.
Se ha pasado toda la clase de derecho civil, desde las ocho hasta las diez menos cinco, garabateando en la agenda, mientras que todos los demás estudiantes tomaban apuntes como locos. María y Laura se han vuelto a dar cuenta de que Silvia no está bien.
La Princess va de camino a la clase de derecho mercantil. Son casi las diez. Cuando acaben las clases llamará a Ana para que le explique con más detalle el e-mail de la noche anterior. Sabe que a estas horas debe de estar durmiendo, y no quiere despertarla. Va por el pasillo de la facultad. La acompañan María y Laura.
—¿Todo bien con tu chico? —inquiere María, curiosa.
—¿Cómo lo sabes? —Silvia esboza una sonrisa forzada.
—¡Qué mona! —exclama Laura—. ¡Eres como un libro abierto! Además, no te has maquillado… Cuenta, ¿qué ha pasado ahora?
Silvia toma aire y dice:
—Lo cierto es que no sé gran cosa…, pero albergo la sospecha de que mi novio vuelve a ligar por Internet.
—¿Le has vuelto a mirar el ordenador? —pregunta María.
—No, yo no, pero una amiga tiene un perfil y dice que Sergio ha estado chateando con ella. ¡Me ha dicho que han quedado!
La Princess se pone a llorar en el hombro de María.
—Pero ¿qué clase de amigas tienes? —exclama Laura, indignada.
—No te metas con mis amigas, Laura. La pregunta es qué clase de novio tengo.
Silvia se enjuga las lágrimas con un pañuelo y entra en clase. María y Laura se miran un poco consternadas mientras esperan la llegada del profesor, pues, al igual que las Princess, también quieren ayudar a su amiga, pero no saben cómo.
Pasado un rato, en medio de la clase, Silvia siente que no puede más. Se levanta con la mochila y se va con la intención de llamar a Ana. A estas alturas no le importa despertarla. La llama desde el pasillo. Una voz soñolienta responde al cabo de tres tonos.
—¿Sí?
—Perdona si te despierto, pero tu e-mail de anoche me ha matado —le suelta Silvia a bocajarro—. ¿Qué ha pasado?
—Ya te lo he dicho en el e-mail… —Ana no parece tener muchas ganas de hablar—. Valeria, me lo contó Valeria. Será mejor que la llames. Ella te lo contará todo, pero no te dirá nada que no sepas.
—¿Sergio ha vuelto a ligar con ella? ¡No me lo puedo creer! Pero ¡si nos hemos reconciliado! —afirma Silvia, tajante.
—Silvia, Silvia, Silvia… Por favor, cálmate. —Ana se despierta.
—¡¿Que me calme?! —grita Silvia—. Vale; pero puede que Valeria no haya chateado con él. ¡En el maldito Badoo hay millones de Sergios!
—Lo siento, Silvia, pero sólo hay un usuario con ese nick. Por eso estamos tan preocupadas.
—Supongo que lo único que me queda es preguntarle a él —se resigna Silvia—. Perdóname si te he despertado, pero no podía concentrarme si no hablaba contigo. Ahora ya sé lo que tengo que hacer. Hablamos más tarde.
Después de colgar el móvil, Silvia continúa inquieta y decide llamar a Estela.
Lo primero que oye al descolgar el teléfono son los gritos de su amiga:
—¡Aaaah! ¡Aaaah!
—¿Qué pasa? ¿Estela? ¿Estás bien? —pregunta Silvia.
—¡SÍIII! —continúa gritando su amiga—. ¡¡¡ME HAN COGIDO PARA UN PAPEL!!!
Silvia está descolocada.
—¡Qué bien! ¡Felicidades!
—¡Ha sido Leo! ¡Ha sido Leo!
—¡Felicidades! ¡Me alegro mucho por ti! —exclama Silvia.
Acto seguido, Estela le cuenta todos los detalles de su charla con Leo. Va a dejar la peluquería. La verdad es que está superfeliz.
—Perdona, pero es que estoy muy emocionada… ¡Qué contenta estoy! —exclama Estela sin dejar de sonreír—. Y tú ¿qué me cuentas?
—Ejem… Nada… En realidad, nada… —le resta importancia la otra, para no amargarle el día a su amiga.
—Venga, cuéntame, ¡que te conozco!
Silvia se queda callada unos segundos, luego suelta:
—Ana me ha enviado un e-mail y me ha dicho que es probable que Sergio haya vuelto a quedar con Valeria por Badoo.
Estela se queda cortada. Apenas si puede hablar.
—Ups… —se limita a decir.
—Ya… Lo sé… Será cuestión de ir a ver qué pasa, ¿no?
—Pues sí, la verdad es que sí —afirma Estela—. Pase lo que pase, que sepas que no estás sola, ¿vale?
—Ya…
Estela interrumpe a su amiga.
—Perdona, Silvia. Estoy entrando en el metro y puede que se corte.
—De acuerdo. ¿Estela? ¿Estela?
Silvia mira el teléfono.
Su amiga ya no tiene cobertura.
A eso de la una, en casa de Sergio
La Princess llega a casa después de un duro día en la facultad. Sergio está preparando la comida y le planta un beso en la boca cuando la ve llegar. Le ha preparado unas verduras a la plancha y está muy contento.
Silvia deja la mochila en el comedor y ve la mesa preparada para comer.
—Qué pronto vienes. Te estaba preparando esto porque sé que te gusta mucho —dice Sergio desde la cocina.
—Qué bien —susurra la Princess sin que le oiga—. Por cierto, ¿hacemos algo el viernes por la noche?
—¿Cómo? —pregunta Sergio desde la cocina.
—¡Que si hacemos algo el viernes por la noche! —Silvia levanta la voz para que le oiga—. Podríamos ir al cine… Hace tiempo que no vamos. ¡Te invito yo!
Sergio aparece de la cocina con unos platos llenos de verduras.
—Pues no va a poder ser porque el viernes tengo cena de profesores. ¿Podemos ir el sábado?
—Ah… ¿Puedo ir contigo?
Sergio, cortado, deja de colocar los platos en la mesa.
—Será una cena realmente aburrida. Ahórratelo, tú que puedes.
—No, en serio. Me apetece —insiste Silvia.
—Es que nunca vienen las parejas de nadie. Si de mí dependiera, por supuesto que me encantaría que vinieses, pero ya sabes, sería raro que apareciera contigo y fueras la única.
La Princess se sienta a la mesa sin decir nada. Sergio pone las noticias en el televisor. Sólo median palabra para glosar las bondades de las verduras, y poco más. Apenas han dado la una y media cuando terminan y Sergio se estira como de costumbre en el sofá para echar su pequeña siesta. Silvia no puede más. Necesita contarle todo esto a alguien. Saca su teléfono y le envía un WhatsApp a Marcos:
Silvia
En línea
¿Te apetece quedar un rato esta tarde? No sé…, ¿sobre las cuatro?
Marcos no tarda en responder:
Marcos
En línea
Estaré en el parque… ¡Hasta luego!
A mediodía, en El Mundo de los Sueños
Faltan cinco minutos para que den las dos de la tarde, y Valeria está preparándose para cerrar la tienda. Lo primero que hace es una pequeña suma de las ventas de la mañana en su libro de cuentas, después apaga la sesión en el ordenador y aprieta el botón de off de la minicadena. Su mundo se queda en silencio, y ella, relajada, apaga las luces del escaparate. Este es uno de los mejores momentos del día, sobre todo cuando baja la persiana metálica. Para la mayoría de la gente, ese sonido podría ser ensordecedor y horrible, pero a Valeria le agrada porque supone que empieza su momento de descanso. Le encanta dar una vuelta por el barrio antes de comer y pensar en sus cosas: hoy, que descubrirán, al fin, si Sergio es legal.
Justo cuando está agachada para poner el candado, nota una presencia que se detiene frente a ella.
—Aún no son las dos…
La chica alza la vista y siente que el corazón se le desboca: ¡ES EL CHICO MISTERIOSO!
—Son casi las dos y, como no había nadie… —se excusa Valeria con voz entrecortada—. ¿Quieres algo?
El chico mira a un lado y al otro de la calle. Se nota que está algo nervioso y no sabe qué decir.
—¿Me quieres regalar otro libro? —dice la chica mientras sonríe y se pone de pie.
—¿Te lo has leído? —pregunta el chico a toda prisa.
—Me lo leí hace tiempo. Tengo la primera edición, y el tuyo lo he puesto al lado del mío.
—Ya… ¿Te lo puedo dedicar?
Valeria ríe. Esa situación le parece sorprendente. El chico le compró un libro, se lo regaló de manera muy extraña… ¿y ahora viene a la tienda para dedicárselo? Es cierto que a veces hay que aguantar las extravagancias de algunos clientes, pero abrir otra vez para que alguien le firme un libro le parece raro. Además, no tiene claro qué intenciones lleva.
—Siento ofenderte, pero está cerrado. —Valeria trata de ser amable.
—Ya… Entiendo. Bueno… Es que te he traído un pequeño escrito. —Rebusca en su macuto y extrae un montón de hojas pegadas en un clip—. Toma.
La chica coge el manuscrito y lee el título: La sonrisa de la dependienta.
—¿De quién es?
—Bueno… Es mío. Escribir es mi hobby. Trata de una dependienta de una librería que llega a la conclusión de que no sólo vende libros sino también sonrisas. Ya sabes lo que dicen: nadie es demasiado pobre para regalar una sonrisa, ni demasiado rico para no necesitarla. —El chico sonríe.
Valeria relee el título. ¡Ahora lo entiende todo!
—¿La dependienta soy yo?
—Sí. Espero que te guste.
Sonríe con timidez y se va sin decir adiós.
Valeria se queda boquiabierta. ¡El chico misterioso se ha inspirado en ella! Por eso compraba libros todas las semanas y se quedaba delante de la estantería durante un buen rato. ¡La estaba observando!
Plantada delante de la tienda, Valeria ojea el documento. Tiene unas cuarenta páginas. Se queda estupefacta cuando llega a la segunda página y lee: «A todas las sonrisas que me han regalado». Y un poquito más abajo, en bolígrafo, un número de teléfono: el de su admirador. ¡Es lo más romántico que le ha pasado en la vida!
Por la tarde, en el parque
Silvia llega al parque y sigue a la música que emite Marcos con su guitarra. El chico está sentado bajo un árbol tocando concentrado.
«Ojalá fuera como él —piensa Silvia mientras se acerca—. Al menos tiene la guitarra para desfogarse».
—¡Hola! ¿Componiendo una nueva canción?
—Más o menos, pero no me sale nada —le responde Marcos, algo triste—. ¿Y tú qué tal? ¿Cómo estás? Arreglaste las cosas con Sergio, ¿no? Me alegro por ti.
Silvia se sienta en la hierba junto a él. Le gustaría contestarle que está hecha un lío y algo agobiada, que le cuesta decidirse, y que no se puede decir que esté pasando uno de los mejores momentos de la relación. De hecho, cuando le envió el WhatsApp, su intención era contárselo todo a su amigo y que este la ayudara a aclararse. Pero cuando ha llegado al parque y le ha visto tocar su vieja guitarra, ha sentido que no quería molestarlo con la misma cantinela de siempre.
—Estamos en ello —dice Silvia suspirando—. ¿Y tú? Te veo muy serio.
—¿No te pasa que hay días en los que sientes que algo está fallando en tu vida y que no sabes qué es?
La Princess sonríe.
—No deja de sucederme de unas semanas para acá, pero creía que tú no sentías esta clase de cosas. Ahora te has independizado, tienes a Estela y estás estudiando lo que más te gusta.
—Ya… Ejem, ¿por dónde empiezo? —dice Marcos, irónico.
—No sé… ¿Por el principio?
Marcos deja la guitarra a un lado. Silvia intuye que su amigo quiere desahogarse.
—Supongo que sabes lo de Estela, ¿no? —pregunta el chico. Silvia asiente—. Pues es superior a mis fuerzas. No sé cómo encajarlo. ¿Sabías que va a trabajar con Leo? —resopla—. Vi cómo lo miraba cuando hicieron la lectura dramatizada, y creo que aún siente algo por él.
Silvia decide interrumpirlo.
—Eso no es así. Mira, Estela quiere ser actriz, y deberíamos estar contentos por ella, por esta oportunidad que tiene. Piensa en una cosa: Leo se dedica a lo mismo que ella. ¿Por qué no te alegras? ¡Por fin dejará la peluquería!
El chico se balancea, dudoso.
—No es eso. Tienes toda la razón en lo que dices. Pero hace tiempo que creo que nos va regular.
—¿Qué quieres decir con regular?
—¡Pues regular! —exclama él. Su amiga alza las cejas y sigue mirándole fijamente, como si dijera: «Chico, como no te expliques mejor… No tengo ni idea de qué me hablas». Marcos continúa en un susurro—: ¿Sabes qué me regaló por mi cumpleaños?
Silvia prorrumpe en carcajadas y le da un golpecito en el hombro.
—Pero ¿eso qué tiene que ver con el papel en la serie? —le responde, llorando de risa.
—No. ¡Te lo digo en serio! ¿Por qué os gusta a las chicas hacer estas cosas?
—¡A mí no me gusta! ¡Pero Estela es muy teatrera! ¡Le gusta el espectáculo! —Silvia se ríe unos segundos más. Se ha imaginado a Marcos con los ojos como platos ante la visión de Estela vistiendo de Catwoman, y le parece superchistoso—. ¡Qué risa, por favor! ¡Me imagino la cara que debiste de poner!
Marco también se ríe con la Princess. Visto desde fuera, hasta tiene gracia.
—¿Alguna recomendación?
—No te mires tanto el ombligo y alégrate de que las cosas le vayan bien. —Silvia le acaricia la espalda—. Creo que lo que te pasa es que estás contento de que Estela consiga su sueño pero que, al mismo tiempo, tienes miedo de que eso la separe de ti. Mira, dicen que los guitarristas ligan mucho en los conciertos. ¿Te gustaría que Estela estuviera celosa por eso? —Marcos la escucha con atención—. Si la quieres, creo que deberías apoyarla en sus cosas.
—Ya. Esto es lo de siempre. A veces soy muy tonto.
—Caramba, Marcos, parece que tienes el día pesimista. ¿Por qué no le escribes una canción? ¡Seguro que le encanta!
—La guitarra es otra cosa que no anda bien —dice él, mientras mira su instrumento y lanza un suspiro.
—¿Qué le pasa? ¿Le falta alguna cuerda?
—Ojalá. —Marcos resopla—. He dejado la escuela de música.
—¿QUÉ? ¿QUÉEEEEEEE? —Silvia está sorprendidísima.
—El profe se metió conmigo. ¿No te lo ha contado Estela?
—No. —La Princess no se puede creer lo que está oyendo—. Pero ¡si estudiar música era tu sueño! ¿Y ahora qué vas a hacer?
—Pues tocar por la calle, o el metro…, o el parque. Lo de siempre. Lo cierto es que me siento algo estancado. Llevo una semana sin componer nada.
—No me extraña. Yo me sentiría igual. Pero ¿tienes alguna idea de lo que vas a hacer?
—Mi idea era ser autodidacta. Me he bajado unos apuntes de Internet, y son un palo enorme. La verdad es que me siento un poco perdido.
Silvia se queda un momento pensando en silencio, se levanta de sopetón y le ofrece la mano a Marcos para que se levante.
—Yo no entiendo nada de música, pero si existen las escuelas será por algo. Tienes mucho talento y no puedes estar rebotándote con cada profesor que te quiera instruir. —Marcos toma aire para decir algo, pero la Princess le hace callar—. ¡Shhh! No digas nada. Estoy seguro de que ni tu madre sabe que ya no vas a clase. Te conozco, Marcos. Guarda la guitarra y vente conmigo. Vamos a la escuela ahora mismo.
—¿Y qué hago? —pregunta el muchacho, algo nervioso.
—Arreglar las cosas, hacerle frente a la vida y ser responsable. —La Princess se sorprende por lo que acaba de decirle a su amigo: justo las tres cosas que ella necesita para encauzar su vida—. ¡Venga! No me seas llorica y llévame contigo.
Veinte minutos más tarde, frente a la escuela de música
Marcos está nervioso. No las tiene todas consigo. Eso de pedir disculpas nunca se le ha dado bien, y de alguna manera atenta contra sus principios, pero Silvia tiene razón: si no puedes estudiar música por ti solo, mejor será que lo hagas acompañado.
—No me siento bien, Silvia. ¿No lo podría hacer mañana? —pregunta; intenta escaquearse.
—Ya conoces el refrán: no dejes para mañana lo que puedas hacer hoy. —La Princess le da un empujón que hace avanzar al chico unos pasos—. Pase lo que pase, te espero aquí.
Marcos camina lentamente hacia la puerta de la escuela de música. Si fuera un lobo andaría con el rabo entre las piernas, pero por fin ha entendido que no puede jugarse el futuro por haber tenido un gesto rebelde en clase.
Entra, decidido a hablar con el director, pero los nervios le pueden, y antes de llamar a la puerta de su despacho se detiene en el tablón de anuncios. Un dedo le toca el hombro mientras está parado y lee ofertas de grupos que buscan músicos. Marcos se vuelve.
—No hace falta que digas nada. Has vuelto —le dice el profesor.
—Sí… Bueno, me lo he pensado.
—Eso está bien… —dice el profesor—. Te veo mañana en clase. Hoy no vengas, que hay examen.
El profesor hace ademán de irse, pero la voz de Marcos le detiene:
—Perdón, siento todo lo sucedido.
El profesor se vuelve y le mira. Marcos le ofrece la mano. Es la primera vez que se disculpa formalmente con alguien.
Poco después, el chico sale de la escuela. Corre directo hacia Silvia, quien lo espera apoyada en la pared. Cuando se ven, él la abraza tan fuerte que la levanta del suelo. La Princess le corresponde y sonríe agradecida. Marcos está tan contento que le da tres besos rápidos: uno en cada mejilla, y el último en la comisura de los labios. La chica le mira, sorprendida. Se le suben los colores a las mejillas. Marcos también parece confundido.
—Lo siento. Yo… Ha sido la alegría —se excusa—. Es gracias a ti que vuelvo a estar aquí.
Los ojos de Silvia le dicen que no se preocupe. Por un momento había conseguido desconectar de sus problemas con Sergio ayudando a un gran amigo. No negaremos que ese casi beso le ha hecho sentir unas cosquillas en el estómago, unas cosquillas muy parecidas a las que sintió con Sergio en su momento. Pero la Princess no se confunde así como así: Marcos es su amigo del alma.